Al verlo mirarte
diciendo que ya no
que no va a enamorarse
que con diez años menos, como mínimo…
–y la vida de ahora–
sintiéndose frágil
acurrucado a tu lado
espiándote de costado
disfrutando
negándose y cediendo, a veces,
casi besándote
escuchando absorto
fantaseándote
casi queriendo
–y prohibiéndose luego–
yendo y viniendo
–dudando, sabiendo
intuyendo, temiendo–
sé que no lo hará, que esto le alcanza,
que optará por callar
hasta descubrir cuándo sufre.
Y lo miro: es un niño;
al fin es un niño perdido en el tiempo.
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