La idea de aldea global, de cibermundo, fue una atractiva parafernalia con la que, a partir de la década del '80 del siglo pasado, la postmodernidad plasmó su idea de ampliación de las fronteras, y de ciudadanía del mundo: el capitalismo global encontró en el desarrollo de las nuevas tecnologías de la comunicación el anzuelo por el cual esa entelequia denominada el hombre común se sintió compelido a participar, sin saber bien en qué (y a no participar en otras cuestiones, claro está).
Las primeras agrupaciones de usuarios de internet fueron comunidades. Este término, más antropológico que sociológico, remite etimológicamente a otras palabras, emparentadas con ella: comunicación y comunión (en el sentido de consustanciación, no en su acepción religiosa). Esas comunidades eran claramente definidas a partir de objetivos, intereses y necesidades comunes: científicas y de seguridad, primero (allí nació la "protointernet"); diversas, luego (usuarios de tal o cual programa o juego, fanáticos de tal o cual grupo musical, grupos GGLTB, skin heads, hackers, o lo que fuera) Aunque no se conocieran personalmente, cara a cara, ni tuvieran contacto directo (el concepto mismo de 'comunidad' no requiere de esto, pues entonces no podríamos hablar de los artesanos europeos del siglo XV, por ejemplo), la decimonónica idea de intercambio epistolar, de contacto, se trasladó rápidamente al correo electrónico, a los foros de opinión, a los primeros chats: bastaría con sentirse parte de un determinado colectivo de identificación (eventualmente, suscribirse a él, ratificándose) para formar parte. Tarde o temprano, un congreso, una mesa redonda, un simposio, una salida nocturna, una reunión o una jornada leather terminaría permitiendo identificar nick con rostro.
A estas comunidades de usuarios siguieron, ya en el siglo XXI, las redes sociales, en el marco de lo que se conoce como Internet 2.0, vale decir, básicamente, protocolos de acceso y códigos de programación más flexibles, abiertos. El antiguo concepto de comunidad, más cerrado, más imaginario (y paradójicamente, también, más palpable) cedió paso a una red social. Y el cambio de nombre, por supuesto, no habrá de ser inocente.
¿Qué es una red social? Fundamentalmente, una plataforma programada para que se suscriban e interactúen usuarios de todo el mundo. Si la 'comunidad' suponía intereses, objetivos y necesidades comunes, un vínculo de comunicación determinado por ciertos propósitos, la 'red social' exaspera esto al punto de disolverlo: quien se suscribe, por ejemplo, a Fotolog lo hace, sencillamente, para interactuar con gente de la que desconoce absolutamente todo. El éxito de esta plataforma, por caso, se basó en la posibilidad de colocar en una amplia vidriera, global, fotos diversas de cada uno de los usuarios/as, a la espera de comentarios, también variopintos y eclécticos. Cada foto es subida con un epígrafe, que suele ser del tipo "Nah, me sak esta foto después de bañarm Firmen lindo ¬¬" Los comentarios orillan el mismo tenor. Además, los usuarios pueden intercambiar sus direcciones de correo electrónico para agregarse a algún programa de mensajería instantánea (básicamente, el MSN de Hotmail), y pueden declararse "favoritos" entre sí (el conocido "efeame y te efeo", es decir, el hecho de agregarse a "F"avoritos -de ahí lo de la "efe", y lo de la "efe reversa"-) Y no hay nada más por hacer en esa "red social". A Fotolog le siguió Facebook que, si bien implica una plataforma con mayor cantidad de herramientas, se basa fundamentalmente en los mismos mecanismos.
¿Qué permite Facebook? Por un lado, integra los contactos de correo electrónico y permite agregarlos al perfil del usuario; por otro, facilita búsquedas de usuarios por nombre y apellido u otro tipo de rangos, tales como dónde cursó estudios. A esta tecnología de conformación de la red, le siguen: la posiblidad de subir fotos y videos; insertarlos desde otros perfiles o sitios, tales como Youtube; escribir notas; comentar todo esto tanto en el propio perfil como en el de otros/as; y anotar qué estás pensando, vale decir, una suerte de mensaje breve, que no tiene posibilidades de edición del texto (negritas, cursivas, etc.) en las que cada uno/a puede poner cosas del estilo "Hoy me duele un juanete" y que todos/as compartan (comenten) tal dolor.
La red social que plantea, entonces, una plataforma como Facebook estaría claramente delimitada y configurada por la ausencia de intereses, gustos, etc. explícitos (es frecuente que alguien agregue a alguien porque sí, para ver qué onda, lo cual depara sorpresas de todo tipo) entre los usuarios interconectados, que son denominados amigos por el programa: la utopía de Roberto Carlos. Por otra parte, en esta utopía del todos/as-amigos/as-de-todos/as, las posibilidades materiales de cada usuario son relativamente escasas: fisgonear a los demás, eventualmente comentar lo que los otros hacen, y nombrarse o comentarse a sí mismo/as. La instantaneidad con que esto se produce hace imposible, por ejemplo, que una persona pueda leer todos los estados ("qué estás pensando") diarios de sus, por caso, 300 "amigos", o que pueda comentar todas las fotos, videos, enlaces, etc., que han subido, o atender siquiera a las demás acciones en su "red social".
La sociedad configurada por estas plataformas, así, carece de todos los atributos de cualquier sociedad: en Facebook no está reflejados ni el conflicto, ni la lucha de intereses y clases; tampoco hay posibilidad de cambio (no tiene código abierto como sí por ejemplo, la plataforma Blogger, que permite a cada usuario entrometerse en el código de programación de su blog y modificarlo a su antojo; ni siquiera tiene opciones predeterminadas para la configuración del diseño de su perfil): Facebook es una "comunidad de iguales" dirigida, administrada y construida por administradores que tienen todo el poder, y son invisibles a los usuarios quienes, como toda alternativa de mando, sólo tienen la posiblidad de "desconectar" a los usuarios/as que los han "ciberdefraudado", vale decir, eliminarte (simbólica y materialmente) de mi red social, de mi cibermundo. Por otra parte, salvo por el hecho del parloteo, no ofrece verdaderas herramientas de interacción social (tiene un protocolo rudimentario de chat uno-a-uno, y juegos -un ámbito de socialización por excelencia- que en realidad son un cúmulo de individualidades interactuando con el juego en sí, y no entre ellas)
Estos atributos y acciones que propician "socialmente" plataformas como Facebook, (y otras que, si bien similares, implican una laxitud en requisitos y prohibiciones) se correlacionan, así, con las acciones posibles que cada "miembro social" de una red tiene: como ya se dijo, puede pavonearse de poseer miles de amigos y comentarios pero, por ejemplo, no puede construir, reconstruir, confrontar o destruir las normas establecidas (puede rotular con un "Me gusta" o "No me gusta" determinada actividad de otro usuario/a, pero no puede cambiar ese mensaje a "Me parece detestable" o a "Te amo con toda mi alma") Esto, obviamente, naturaliza cierto tipo de relaciones sociales y, en tanto tal, contribuye fuertemente a una lógica del statu quo dentro del dolce far niente. Suponer una causalidad mecanicista y postular que esto hará (de aquí a diez o veinte años) una especie de sociedad (real) de autómatas es falaz; tanto como sostener que estos nuevos modos de vinculación (ciber)social son ingenuos e inocuos. El acercamiento y el uso críticos de estas plataformas y tecnologías son imprescindibles pero, claro está, habrá que desarrollarlos fuera de estas "redes sociales" que, casualmente, tampoco ofrecen herramientas al respecto.