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domingo, 15 de noviembre de 2009
Los diputados del gobierno progresista K no asistieron a reunión de Comisión
Publicado por Esteban Cid a las 14:40En la etapa actual de esta, la vida que voy desarrollándome, descreo del matrimonio y de cualquier otra forma de unión conyugal más o menos permanente entre dos personas. "Descreo" significaría: me da miedo, abandoné el intento, ya lo viví, fui feliz, ahora voy por otras cosas. Amado Nervo lo resumió de modo exquisito, graficando magistralmente, de paso, la distinción entre los significados gramaticales del perfecto simple y del perfecto compuesto, y de la voz activa y la voz pasiva:
«Amé, fui amado, el sol acarició mi faz
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!»
Si dependiera de mí, sacaría una ley que impidiera —prohibiera— el matrimonio y cualquier otro intento de unión entre dos personas, por vano y destinado al fracaso. Sería una ley que iría en contra de los mismos fundamentos de una ley, en tanto nacería de una visión personalísima y, por lo tanto, intransferible. Se me dirá que estoy equivocado, que la vida es bella, que los pajaritos cantan y la vieja se levanta, y nada de ello me sacaría de la certeza en que hoy —y sólo por hoy, y más que nunca, hoy por hoy— estoy parado. Más valiera que los esfuerzos se pusieran en intentar convencer a aquellos/as que decidieron no casarse, vivir en concubinato, etc., es decir, a aquellos/as que creen en la pareja por sobre la institución. Lo mío es más pesimista, y por lo tanto, deviene de otros órdenes y otras lógicas.
Que el matrimonio es deudor del carácter gregario de la especie es indudable. Que el matrimonio nada tiene que ver con el sagrado fin de la procreación lo demuestra el hecho de que sólo la especie humana —y alguna que otra especie, como pareciera ser el caso de los pingüinos, entre los cuales, casualmente, también se verifica la homosexualidad— se casa (es decir, reconoce y tutela material y simbólicamente la unión monógama de dos personas). Que es una institución burguesa y moderna también es irrefutable, aunque la iglesia católica —una vez más— haya decidido hace algunos siglos en algún concilio que la institución del matrimonio —por lo tanto, social e históricamente construida— se imbuyera de la eternidad y de la trascendencia con que barniza y abroquela aquellas parcelas que le permiten conservar su inmenso poder.
Así como el actual Código Civil no busca torcer mi parecer, sino que me ofrece la (única) posibilidad de —y de hecho, me clasifica como soltero—, los formularios, papeles, rótulos que cotidianamente la sociedad obliga rellenar, se obstinan en nombrar el orden de las cosas: soltero, casado, cónyuge en aparente matrimonio, separado, divorciado, viudo. En ninguno de esos casilleros podría marcar, yo, mi situación: el Código y, con él, el Estado, me impone la horma en donde no calzo. Tampoco dice infiel compulsivo, swingger, cornudo/a consciente u otro tipo de simpáticas situaciones. Mucho menos dice heterosexual confirmado, heterosexual amplio, bisexual fiestero, homosexual con dudas, decididamente torta/puto, wacho/a virgo, zoofílico/a ni nada por el estilo. En conclusión, dada la heterogeneidad y la hipocresía actuales, probablemente quienes pudieran "marcar con una cruz" y con fervoroso acuerdo, la opción "casado/a-heterosexual-confirmado/a-que-nunca-se-mandó-ninguna" sean tan pocos/as que hasta avergonzarían a las minorías que —se dice hoy por hoy— avergüenzan la moral. Obviamente, sólo mi vieja es la que puede señalar esas casillas, más las madres de la gente que quiero, más las que son madres, en ese subconjunto de gente que quiero. Es decir: sólo acceden a esa categoría desde una construcción subjetiva, arbitraria, tendenciosa, injusta y desigual: los/las que se me cantan. Igual que pasa, hoy por hoy, con las leyes vigentes.
Que un colectivo social propugne por mantener su espacio de poder y los fundamentos morales que tan trabajosamente construyó a lo largo de los siglos para sostenerse y conservar(se) es —diríamos— "lógico". ¿Por qué no es "lógico" que otro colectivo social luche por emerger, expandir y luego, quizás, conservadurizar su propio espacio de poder? No es una cuestión de cantidades de personas, y eso queda demostrado cuando —esclava de sus palabras— la derecha reaccionaria y minoritaria exige, en lo político, que se la reconozca y tome en cuenta. No es una cuestión de moral, habida cuenta de las dobles, triples, infinitas y múltiples morales simultáneas, presentes incluso entre los bienamados pastores de cualquier credo (Se me dirá que también hay personas de santa vida pero éstas, siempre —de nuevo lo mismo—, son minoría, y tanto pueden ser católicos como musulmanes como ateos) No es una cuestión de crianza, puesto que padres casados tienen hijos/as que no se casan. No es una cuestión genética, puesto que padres heterosexuales derivan en hijos/as necrofílicos. No es una cuestión legal, puesto que la existencia de un Código, como ya dije, no me compele —no me invita, no me convence— a ayuntarme, ni mucho menos, a casarme. Entonces, ¿qué cuestión es?
El matrimonio, como se afirmó antes, implica una tutela material y simbólica —material, a secas—: implica derechos, obligaciones, beneficios, limitaciones, posibilidades. Se deducen impuestos por la carga de tener esposa, se la hereda, se la presenta como primera dama. Perón tuvo que mostrar una novia con la que debió —quiso, también, quizás— casarse, pero eso no evitó que la trataran como una puta hasta el presente, incluso (Al respecto, Feinmann publicó una excelentísima contratapa hoy en Página) El sagrado sacramento del matrimonio, entonces, existe cuando se lo permite. Y cuando no, no expía culpas, ni enjuaga pecados, ni vale lo que vale imprimir la libreta de casamiento. Más allá, todavía, quedan las personas imposibilitadas: las que no pueden, aun queriendo —las que viven la monogamia pero no pueden rellenar casilleros; las que desean consagrar su amor de este modo, pero tampoco pueden marcar una X donde corresponda. Doble operación de recorte: el matrimonio separa buenos y malos, y a estos de los imposibles. El fundamento último del capitalismo burgués es la exclusión y aquí, una vez más, queda en evidencia.
Que el matrimonio es deudor del carácter gregario de la especie es indudable. Que el matrimonio nada tiene que ver con el sagrado fin de la procreación lo demuestra el hecho de que sólo la especie humana —y alguna que otra especie, como pareciera ser el caso de los pingüinos, entre los cuales, casualmente, también se verifica la homosexualidad— se casa (es decir, reconoce y tutela material y simbólicamente la unión monógama de dos personas). Que es una institución burguesa y moderna también es irrefutable, aunque la iglesia católica —una vez más— haya decidido hace algunos siglos en algún concilio que la institución del matrimonio —por lo tanto, social e históricamente construida— se imbuyera de la eternidad y de la trascendencia con que barniza y abroquela aquellas parcelas que le permiten conservar su inmenso poder.
Así como el actual Código Civil no busca torcer mi parecer, sino que me ofrece la (única) posibilidad de —y de hecho, me clasifica como soltero—, los formularios, papeles, rótulos que cotidianamente la sociedad obliga rellenar, se obstinan en nombrar el orden de las cosas: soltero, casado, cónyuge en aparente matrimonio, separado, divorciado, viudo. En ninguno de esos casilleros podría marcar, yo, mi situación: el Código y, con él, el Estado, me impone la horma en donde no calzo. Tampoco dice infiel compulsivo, swingger, cornudo/a consciente u otro tipo de simpáticas situaciones. Mucho menos dice heterosexual confirmado, heterosexual amplio, bisexual fiestero, homosexual con dudas, decididamente torta/puto, wacho/a virgo, zoofílico/a ni nada por el estilo. En conclusión, dada la heterogeneidad y la hipocresía actuales, probablemente quienes pudieran "marcar con una cruz" y con fervoroso acuerdo, la opción "casado/a-heterosexual-con
Que un colectivo social propugne por mantener su espacio de poder y los fundamentos morales que tan trabajosamente construyó a lo largo de los siglos para sostenerse y conservar(se) es —diríamos— "lógico". ¿Por qué no es "lógico" que otro colectivo social luche por emerger, expandir y luego, quizás, conservadurizar su propio espacio de poder? No es una cuestión de cantidades de personas, y eso queda demostrado cuando —esclava de sus palabras— la derecha reaccionaria y minoritaria exige, en lo político, que se la reconozca y tome en cuenta. No es una cuestión de moral, habida cuenta de las dobles, triples, infinitas y múltiples morales simultáneas, presentes incluso entre los bienamados pastores de cualquier credo (Se me dirá que también hay personas de santa vida pero éstas, siempre —de nuevo lo mismo—, son minoría, y tanto pueden ser católicos como musulmanes como ateos) No es una cuestión de crianza, puesto que padres casados tienen hijos/as que no se casan. No es una cuestión genética, puesto que padres heterosexuales derivan en hijos/as necrofílicos. No es una cuestión legal, puesto que la existencia de un Código, como ya dije, no me compele —no me invita, no me convence— a ayuntarme, ni mucho menos, a casarme. Entonces, ¿qué cuestión es?
El matrimonio, como se afirmó antes, implica una tutela material y simbólica —material, a secas—: implica derechos, obligaciones, beneficios, limitaciones, posibilidades. Se deducen impuestos por la carga de tener esposa, se la hereda, se la presenta como primera dama. Perón tuvo que mostrar una novia con la que debió —quiso, también, quizás— casarse, pero eso no evitó que la trataran como una puta hasta el presente, incluso (Al respecto, Feinmann publicó una excelentísima contratapa hoy en Página) El sagrado sacramento del matrimonio, entonces, existe cuando se lo permite. Y cuando no, no expía culpas, ni enjuaga pecados, ni vale lo que vale imprimir la libreta de casamiento. Más allá, todavía, quedan las personas imposibilitadas: las que no pueden, aun queriendo —las que viven la monogamia pero no pueden rellenar casilleros; las que desean consagrar su amor de este modo, pero tampoco pueden marcar una X donde corresponda. Doble operación de recorte: el matrimonio separa buenos y malos, y a estos de los imposibles. El fundamento último del capitalismo burgués es la exclusión y aquí, una vez más, queda en evidencia.
¿Quieren amarse y casarse? Cuenten conmigo, quienquiera que sean. Eso sí: no busquen parches llamados "unión civil", homologación de derechos por concubinato, ni nada similar. No sirve conformarse con entrar desde el baldío al patio del fondo: derechito al dormitorio nupcial, si eso es lo que desean —y haciendo mucho quilombo, para que todos/as se enteren. Pero, que conste que avisé: ¿quieren amarse y casarse? Háganlo: tengo para mí que es fatalmente al pedo. Y ya van a ver cuando acomode el Código Civil a mi puro antojo...
Etiquetas de esta entrada: Sociedad
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