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Actualizaciones en lo que va del tiempo:

• El diálogo • Viejas locas • "Presidenta" (O cómo intentar el ninguneo incluso desde el nombre) • Perdonar es divino • Carta abierta a Fito • Macri y su viento en la cola • Soy empleado estatal • Consideración de la luna en el poniente • Ya tengo mis bodas (y mis bolas) de porcelana • Eros • Sacalo Crudo • Avisos clasificados, rubro "Varios" •Piza, birra, faso (soneto estrafalario) • Varela Varelita • Indómito destino




jueves, 17 de noviembre de 2011

El diálogo

—Señora, necesito hablarle…
—No, María, ahora no puedo.
—Justamente, señora… Es por eso… Yo…
—María, ¿no entendés? ¡No puedo!
—Señora… Yo sé que usted está ocupada…
—Y si lo sabés entonces no me jodas, che.
—Pasa que, señora… Yo sé… Tantos años trabajando para usted… Sé que nunca se pierde el programa… Pero, necesitaría, señora… Necesito hablar con usted…
—A ver si soy clara: ahora N-O P-U-E-D-O, Andá a fijarte si hace falta algo en algún lado.
—Señora, yo… Yo la escuché a usted, anoche, en la tele…
—Qué bien, María. ¿Me viste en el programa de Nelson Castro?
—Sí, señora, y yo… Yo pensé mucho en lo que dijo…
—Es lo que siempre te digo, María. Dije ahí lo que siempre digo acá en casa.
—Sí, lo sé, señora…
—Que ustedes, los pobres, hacen mal en votarla. Que el pueblo en todas las épocas votó al que le dio comida mientras lo mantenía ignorante, y que repartir ahora computadoras es como antes haber repartido máquinas de coser.
—Sí, señora, la escuché, y también cuando dijo…
—Estuve brillante, ¿no? Hoy no pararon de llamarme, ¿podés creer? Como si una no hubiera hecho nada hasta ahora, como si desde la Fundación no nos hubiéramos preocupado antes por estos temas. Sin ir más lejos, el mes pasado, con el locro patrio. Pasa que es así, María, es así: una negrita muestra el culo en lo de Tinelli y eso tiene más presencia en los medios que la acción solidaria de un grupo de mujeres de familia, que no andan mostrando el traste por ahí.
—Tiene razón, señora… Por eso yo…
—Fijate en vos misma, María. ¿Cómo eras a los diez años, a los trece? ¿Tu vida no cambió desde los quince, cuando empezaste a trabajar acá?
—Sí, señora, y sabe de lo agradecida que estoy…
—Sí, María, lo sé, sin nosotros tu vida hubiera terminado andá a saber dónde. Bah, sí, sabemos. Vos y yo sabemos dónde: en la calle, una puta más, llena de hijos, sucia, esperando ansiosa cobrar el plan para gastarlo en la quiniela. O seguro drogándote.
—Señora, usted sabe que no hay día que deje de agradecerle a Dios que haya cruzado a mi madre con el señor Fernando cuando yo tenía catorce años…
—Sí, María, lo sé: nosotros, gracias a Dios y todos los santos, te rescatamos justo a tiempo de un futuro que, para vos, hubiera sido terrible… Lástima que no pudiéramos con más, que no hubiéramos podido hacernos cargo de los millones que están atrapados en los cantos de sirenas de esta gente perversa. Pero para eso debería estar el Estado, ¿o no?. ¡Se lo dijimos al padre Antonio, cuando nos comentó de tu situación! ¿Hoy cuántos tenés, María? ¿Veinticuatro?
—Veintiuno, señora…
—Veintiún años ya, María… ¡Sos toda una señorita! No andarás pensando en…
—No, señora, ¡por favor! El señor Fernando no me lo perdonaría… Ni tampoco, usted, ¡obvio! —Fernando siempre está ocupado, María, no creo que se dé cuenta. Esto es un tema de mujeres porque, creeme, yo sé que una mujer tiene necesidades. —Sí, señora, pero yo necesitaba hablarle de…
—Mirá, no hace falta que le des tantas vueltas, hija. ¿Estás enamorada? ¿Hay algún chico que te gusta? Podés contarme.
—No, señora, yo…
—No me digas que no, María. Yo también tuve veinte años. El menor de los Anchorena Roulet me gustaba, y si lo vieras ahora no lo reconocés. Fernando, con todo, está mucho mejor. Y ni hablar del patrimonio. Mucho apellido pero, a la larga, está comprobado, el apellido no hace a la felicidad.
—Justamente de eso, señora, le quería hablar… Usted anoche, en el programa…
—Ay, decí la verdad, María; anoche estuve fantástica en el programa… Lástima que esa zurdita no me dejaba terminar de hablar.
—Sí, señora, por eso… Usted anoche, yo la escuché bien, dijo que el diálogo…
—Es que el diálogo, María, el diálogo es imprescindible en una sociedad democrática; sin diálogo no hay democracia. El diálogo, en Grecia, donde inventaron la democracia, era fundamental: se juntaban todos los ciudadanos, todos los que pertenecían a Grecia, todos ¿entendés?, y decidían entre todos el destino del pueblo.
—Sí, señora, me dejó pensando todo eso que usted dijo anoche… Me puse a pensar mucho hoy, mientras limpiaba el…
—Qué bueno María, qué bueno. Porque una no quiere que sus empleados solamente trabajen, sino que aprendan de una, que para eso estudió.
—Señora, yo, por eso… Yo… Yo quiero dialogar con usted… Porque…
—Ay, qué chica… ¿Y qué estamos haciendo ahora? Vos siempre me arrancás una sonrisa, aunque esté deprimida… Obvio que vos y yo dialogamos, María, porque eso es lo importante en este mundo: dialogar. Ay… Dios… Estas veinteañeras… Andá, andá ahora, dale. Andá y fijate que me parece que la sala no está encerada y tiene que estar lista para mañana a la noche, dale. Siempre tan ocurrente, vos.


10/11/11

martes, 25 de octubre de 2011

Me tienen las p...alabras por el piso,diciendo con suficiencia terribles p...avadas • La palabra "presidenta" es más correcta que, por ejemplo, "cantinela" (que casi todos usan) • Pero muchos/as siguen con la misma cantilena sin fundamento • Escribo esto para no tener que volver a responder una publicación de muro o similar, y directamente vincular desde acá


Desde 2007, cuando en la campaña presidencial la Dra. Cristina Fernández (casada con Kirchner, pero no de él [1]), pidió que se la llamara presidenta y, sobre todo a partir de 2008, cuando la virulencia opositora vacua comenzó su camino al paroxismo, se hizo fácil identificar a las personas: unos, partidarios, la mencionan como presidenta y otros, opositores, como presidente, concediéndole (o impugnándole) la marca de género. Entre los segundos, no obstante, figura Verbitsky, quien con los mismos pobres e inexistentes argumentos lingüísticos, en realidad pareciera estar queriendo esmerilar el uso opositor, legitimando desde un lado aquello que desde enfrente suena a ofensa o, al menos, a arrinconamiento.

Nombrarse —poder nominarse— es básico para la constitución de la subjetividad. Si yo no puedo decir "yo", si no me es permitido decir que soy "padre" o que soy "hombre" (o "mujer", o "madre", etc.) se me está aplicando, desde y en la lengua, el poder que otros ostentan y que se quiere simbolizar y por lo tanto, cristalizar en tal impugnación. La lengua es —y se sabe desde hace un tiempo—, el espacio privilegiado (o, al menos, uno de ellos) de las luchas de sentido ya que —también se sabe, como mínimo, desde Voloshinov— los signos no son sólo lingüísticos sino también —y fundamentalmente— ideológicos.

En cualquier lengua se pueden distinguir dos reglas que restringen la creatividad: las inherentes a sus (sub)sistemas y las que dicta la sociedad [2] Entre las segundas figura, por ejemplo, aquella que indica que el hablante debe nombrarse último en las series de apelativos («Fuimos Juan, María y yo»).  Esta regla es válida en español pero no, por ejemplo, en inglés, donde el orden es exactamente el inverso. Entre las primeras se encuentran las prescriptas por la lógica de la gramática: por caso, el hecho de que los verbos transitivos seleccionen necesariamente un argumento interno (principio que explica por qué es incorrecta la oración *Juan construye) Otro caso similar ocurre si quisiéramos usar cualesquiera de las dos marcas de flexión genérica (-o / -a) en palabras de una única forma (también llamadas de género inherente, en las cuales el género se resuelve por la marcación en el adjetivo: *árbolo / *árbola). Las reglas constitutivas hacen a la lengua; las regulativas vienen desde la sociedad y, por lo tanto, son más proclives a la variabilidad histórica y cultural.

Nadie espera recibir sal como paga a fin de mes por su trabajo ("salario"); si cierto vehículo tiene doscientos caballos de fuerza ninguno busca delante de ese coche los doscientos animales. Desde siempre, en las casas pudientes hubo sirvientas y sirvientitas, aun cuando sirviente es una palabra castellana que deriva de un participio presente latino (servĭens, -entis). Si la regla del español fuera respetar la invariabilidad genérica del latín —además de provocarnos más de un problema— desde siempre debería haberse rechazado la palabra sirvienta. No sólo esto no ocurrió sino que, además, vehiculizaba significaciones claramente diferenciadas: sirviente no recubría entonces el mismo campo de sentidos que sirvienta: aun hoy, en el imaginario, el sirviente es un tipo con guantes blancos y frac, mientras que la sirvienta es una mina toda roñosa, despeinada, arrodillada, mal entrazada.

El único argumento que se suele presentar (el de que los participios presentes latinos eran, en esa lengua, invariables) atrasa, cuanto menos, mil años (del año 977 d.C. parecen ser las Glosas Emilanenses) y no explica, además, casos como el que se consignó arriba. Por otra parte, el Diccionario de la Real Academia Española —que, bien se sabe, no inventa la lengua sino que la registra determinando usos válidos, inválidos, regionales, etc. [3]— incluye la palabra presidente como de doble forma, salvo acepciones específicas que sí son sólo másculinas. (Cfr. acá) El Diccionario Panhispánico de Dudas, en el parágrafo correspondiente al género, sostiene [4]:
3. Formación del femenino en profesiones, cargos, títulos o actividades humanas. Aunque en el modo de marcar el género femenino en los sustantivos que designan profesiones, cargos, títulos o actividades influyen tanto cuestiones puramente formales —la etimología, la terminación del masculino, etc.— como condicionamientos de tipo histórico y sociocultural, en especial el hecho de que se trate o no de profesiones o cargos desempeñados tradicionalmente por mujeres, se pueden establecer las siguientes normas, atendiendo únicamente a criterios morfológicos:
a) Aquellos cuya forma masculina acaba en -o forman normalmente el femenino sustituyendo esta vocal por una -a [...]
b) Los que acaban en -a funcionan en su inmensa mayoría como comunes [en cuanto al género] [...]
c) Los que acaban en -e tienden a funcionar como comunes [v. gr., terminación común para ambas formas], en consonancia con los adjetivos con esta misma terminación, que suelen tener una única forma (afable, alegre, pobre, inmune, etc.): el/la amanuense, el/la cicerone, el/la conserje, el/la orfebre, el/la pinche. Algunos tienen formas femeninas específicas a través de los sufijos -esa, -isa o -ina: alcalde/alcaldesa, conde/condesa, duque/duquesa, héroe/heroína, sacerdote/sacerdotisa (aunque sacerdote también se usa como común: la sacerdote). En unos pocos casos se han generado femeninos en -a, como en jefe/jefa, sastre/sastra, cacique/cacica.
Dentro de este grupo están también los sustantivos terminados en -ante o -ente, procedentes en gran parte de participios de presente latinos, y que funcionan en su gran mayoría como comunes, en consonancia con la forma única de los adjetivos con estas mismas terminaciones (complaciente, inteligente, pedante, etc.): el/la agente, el/la conferenciante, el/la dibujante, el/la estudiante. No obstante, en algunos casos se han generalizado en el uso femeninos en -a, como clienta, dependienta o presidenta. A veces se usan ambas formas, con matices significativos diversos: la gobernante (‘mujer que dirige un país’) o la gobernanta (en una casa, un hotel o una institución, ‘mujer que tiene a su cargo el personal de servicio’).

La cita anterior permite comprender algunas cuestiones: en primer lugar, que los llamados participios presentes latinos son, en español, nombres (sustantivos o adjetivos) de terminación en -e, y siguen, por ello, las reglas flexionales correspondientes. En segundo lugar, que ambas formas genéricas pueden ser válidas, en la medida en que los cargos y dignidades aludidas sean o ya hayan sido ocupados por mujeres —algo que, sabemos, tarda más que la Iglesia en pedirle perdón a Galileo—: en definitiva una cuestión social, antes que lingüística.

En este aspecto, la R.A.E. no es novedosa: ya el genial Andrés Bello había anotado que «En los sustantivos que significan empleos o cargos públicos, la terminación femenina se suele dar a la mujer del que los ejerce; y en este sentido se usan presidenta, regenta, almiranta; y si el cargo es de aquellos que pueden conferirse a mujeres, la desinencia femenina significa también úncamente el cargo, como reina, priora, abadesa. Mas a veces se distingue: la regente es la que ejerce por sí la regencia, la regenta la mujer del regente.»[5] Queda claro, entonces, que la variación presidente/presidenta existía ya en 1847 y que, en ese entonces, era nada más —ni nada menos— que una cuestión social la que determinaba la presencia de uno u otro morfema flexional. Era obvio que a una reina (cargo que podía conferirse a mujeres) no se le diría "la rey"; y también queda establecido que "a veces" se distinguían significados diferentes entre la terminación en -e y la forma en -a. Usos y costumbres o, mejor dicho, cosa de mujeres y de cargos y de dignidades, antes que hecho de lengua.

El único argumento que parecería tener cierto peso es el que afirma que los cargos establecidos por ley se designan tal cual son nombrados en dicho texto (por aquello de los actos de habla ejercitativos de Austin [6]). Nuestra Constitución indica en su Art. 87 que «El Poder Ejecutivo de la Nación será desempeñado por un ciudadano con el título de "Presidente de la Nación Argentina"». Esto, tomado en sentido literal, impediría que una mujer ejerciera la primera magistratura, ya que este cargo «será desempeñado por un ciudadano». A un presidente se lo puede llamar "gran presidente", "excelentísimo señor presidente" y cosas por el estilo, mas nada de esto podrá figurar en el sello que rubrica la firma —so riesgo de viciar el acto de habla [7]—. Como se ve, la cuestión de cómo nombra la Carta Magna al cargo es algo que incide sólo en el sello con el cual se firman los actos resolutivos y administrativos, pero no en la vida de la lengua y de la sociedad.

El somero recorrido anterior permite entender que la palabra presidente, en sincronía (e incluso un poco más allá de ella) es variable en cuanto al género, es decir, no está impedida para marcar con las flexiones correspondientes el masculino o el femenino (no es aquella "terminación indiferente" de la que hablaban las gramáticas escolares para referirse a la -e invariable de, por ejemplo, el adjetivo alegre) Las justificaciones diacrónicas con base en la lengua latina no se sostienen, entre otras cosas porque el castellano se ha dedicado a modificar bastante profundamente su lengua madre (testigo de ello son los fonemas cuyas grafías son z, ll y j): si hemos de justificar el uso de la presidente, por prurito de latinajo, desterremos de la lengua la palabra oreja (y volvamos a aurícula), o mejilla (y regresemos a maxilla, pronunciando [mak-sil-la]), o calabozo (y emitamos la casi irreconocible calafodium). Aquellos —y, sobre todo, aquellas— colonizados/as por el mundo machista u obcecados/as por la envidia y el rencor, que creen que negando la palabra niegan la entidad y la legitimidad, yerran —y fiero. Y no lo digo yo. Lo afirman Andrés Bello, Rufino J. Cuervo, Amado Alonso, la Real Academia. Y también Cristina Fernández, claro está.


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NOTAS
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[1] Según CFK misma lo explicara en aquel Congreso del PJ en Paque Norte (2004), en que Hilda dijera de sí misma que ella sí era un chiche de Duhalde.
 
[2] O, como Searle distinguió para los actos de habla, reglas constitutivas y reglas regulativas.

[3] «La validez de una forma precede necesariamente a su aceptación. La Academia registra que es correcta, no decreta que lo sea; no creamos que el termómetro es el que origina el calor». Alonso, Amado (1938): Castellano, español, idioma nacional; Buenos Aires, Losada

[4] Disponible en GÉNERO (El destacado es nuestro).  Similares consideraciones incluye la actual gramática de la lengua en el § 2.5j (RAE (2010): Nueva gramática de la lengua española; Madrid, Espasa Calpe: Tomo I, pág. 101)

[5] Bello, Andrés (1847): Gramática castellana destinada al uso de los americanos; Caracas, Ministerio de Educación (1972): pág. 52. (El destacado es nuestro). Rufino J. Cuervo, en la Nota 20, agrega: «Hoy damos con más frecuencia que antes terminación femenina a sustantivos en ante, ente de origen participial. Sirviente, por ejemplo, era invariable [...] Lo mismo confidente, cuyo femenino confidenta aun no tiene el pase de la Academia, aunque desde el siglo XVIII lo usan escritores respetables. Pero muchos hay que no admiten la inflexión en a, ya sea porque comúnmente sólo se aplican a hombres, como estudiante (lo mismo sucede con vejete entre los ete) [destacado nuestro], ya porque en la vida práctica no hay necesidad de distinguir los sexos, cual se ve en oyente [...]»

[6] Austin, John (1962): How to do things wirh words; Oxofrd University Press. Versión castellana: Austin, John (1971) Cómo hacer cosas con palabras; Barcelona, Paidós (4ª reimpresión, 1996): pág. 203

[6] Austin (op. cit., Conferencia II, págs. 53 a 65) caracteriza y subcategoriza los infortunios, es decir, los actos de habla nulos, carentes de validez, infelices; entre ellos, los actos viciados.

miércoles, 20 de julio de 2011

Perdonar es divino

Carlotto y Ernestina • La falta y el perdón • Una nota muy, pero muy, grondoniana

Hace unas semanas, Cáritas hizo una de sus tradicionales campañas de donación con el lema "Pobreza cero". Lenguaje al fin, todos/as los que escucharon o leyeron esa consigna seguramente la relacionaron con "hambre cero" (la polifonía del lenguaje es un hecho) y quizás hasta sabían que esto se trató de un plan llevado a cabo por el Estado brasileño que implica políticas públicas de redistribución y de subsidio: a los negros se les da comida. Saciar el hambre es una cosa; erradicar la pobreza, otra (y, por supuesto, no uso esa palabra inocentemente: la ideología en el lenguaje polifónico es otro hecho). ¿Cuál sería la política pública que Cáritas se propuso en su campaña para lograr su objetivo?: la conmisceración, la piedad, la beneficencia. No se trata de redistribuir, sino de que el empachado regale una porción de lo que ya no apetece (siempre y cuando no sea demasiado valioso: todos sabemos que la gula es proactiva) Instalada desde el intertexto sutil en las arenas políticas, se materializa en el texto como algo de otro orden: metafísico, ético, apolítico.

Como la de Cáritas de hace unas semanas, por estos días se ha montado una campaña ecuménica por el perdón. El DRAE define esta palabra como la «acción de perdonar», como la «remisión de la pena merecida, de la ofensa recibida o de alguna deuda u obligación pendiente» y como «indulgencia». En tanto sustantivo deverbal («acción de perdonar»), supone dos argumentos: un causante y un beneficiario ("alguien perdona (o hace perdonar) a alguien"). El beneficiario lo es porque el proceso ('perdonar') lo afecta y lo (re)crea: luego de la remisión, de la indulgencia, pasará a ser un perdonado, un redimido (esta es la prueba de que se trata de un verbo 'de proceso', puesto que deriva a un 'estado': la gramática, amigos/as, es cosa seria).

Filosóficamente, para perdonar es necesario que exista una falta (un pecado), una actitud de arrepentimiento en cierta persona (pecadora), y una investidura con capacidad de trocar culpa en expiación, presente y manifiesta en otra persona (quien perdona). En el caso que motiva esta nota, esto se corresponde, respectivamente, con: la causa por la presunta apropiación de hijos de desaparecidos, K-ristina (la yegua) y sus cooptados organismos de DD. HH., la honorable Sra. de Noble. Ésta le pide a aquello (si nos negamos a la variación de género en la mención de la investidura presidencial, neguémonos con los pronombres a subjetivarla: usemos el neutro), le exige, que pida perdón, vale decir, que reconozca su culpa, su pecado, y que implore clemencia. Indulgencia.

Las indulgencias fueron, en la historia, todo un tema: provocaron, ni más ni menos, que el cisma de la iglesia católica en el siglo XVI (Lutero se rebeló contra la venta de indulgencias que hacía la honorable curia católica) ¿Cuál sería, en el caso actual, el precio de esta indulgencia? ¿Cuántos padrenuestros tendría que rezar la yegua? Toda exigencia de pedido de perdón es la reafirmación de un poder y con él, de una verdad. Y si la verdad la detenta aquel que, a su vez, tiene autorizada la palabra, el negocio es perfecto (Ocurría con aquellos curas y sucede con estos comunicadores)

Más de una vez, nos hemos enterado de eventos y situaciones ("noticias") que luego fueron contradichas y hasta se demostró su falsedad. Sin ir más lejos, ayer los peritos contables de la Corte Suprema (instancia que hasta nuestros republicanos tachan de intachable) determinaron que no hubo sobreprecios (coimas, negociados) en el denominado "caso Skanska". Nadie escuchó o leyó ningún pedido de perdón, incluso cuando está involucrado un procedimiento reconocido y convencionalizado en la "fe de erratas": si no se desea (si la actitud no es sincera) pedir disculpas por haber informado sin pruebas, apresuradamente, etc., siempre se puede echar mano a la excusa de "problemas de edición". Y ni siquiera eso. Ni hablar de falsedades publicadas que afectaron a algún don nadie, algún cualunque...

Si fuera el caso de tener que pedir (o exigir) perdón por "los chicos", existe otra forma convencionalizada de hacerlo: el juicio civil por calumnias e injurias, por daño psicológico, etc. Dado que es la justicia la que determina que las pruebas de ADN no son compatibles con las muestras que hasta el presente están en guarda, el acusado tiene derecho a judicializar su resarcimiento: en la vía de la justicia lo que es de justicia. Sin embargo, y como corolario de que el Gobierno politizó la cosa que pertenecía al ámbito legal, los nobles Noble piden que se exprese un pedido de disculpas en la tribuna política, en la polis mediática.

Esta noble paradoja poco importa, puesto que habremos de suponer, ya que de personas de bien se trata, que perdonarán «hasta setenta veces siete», tal como manda Jesusito (Mt. 18, 21-22). ¿O no?

sábado, 16 de julio de 2011

Carta abierta a Fito

Nunca me gustó tu música; soy de aquellos pendejos que empezaron a escuchar y comprar música (casettes y LP) cuando vos eras algo mayorcito y llegabas de Rosario y promocionaban tu Giros por las radios, presumo que la Zeta-95 o similares. Esa contemporaneidad, años vista, no me solidariza: al contrario, me hace crítico, porque nada es más fácil que criticar a la generación propia (y a la generación pasada, por parricidio; y a la generación siguiente, por suficiencia) Todo lo que escriba en adelante, entonces, no es a FITO sino a fito, así, con la minúscula bien chiquita.

Escribí hace casi una semana mi reacción por cierta nota que publicaste. Allí dije que no te amonestaba por tus dichos, sino por la oportunidad. Hoy, no obstante, me siento obligado a ampliarme, aun so riesgo de entronizarte: cualquiera que escuche tus últimos discos sabrá bajarte de ese lugar, aunque —espero— sabrá entenderte.

El "asco" es una sensación vomitiva que todos, quien más quien menos, sentimos alguna vez: yo, vos, él y ella. Ella, por ejemplo, la embarazada: ¿cómo le puede asquear a una embarazada un exquisito plato de milanesa napolitana? Y sin embargo, ahí está: repugnada ante aquello que nosotros, la mayoría, degustamos con fruición. A mí me da asco (ASCO, ¿se entiende?) cualquier cosa que tenga hígado como ingrediente, incluyendo al distinguido pat de foi. ¿Me pueden acusar de algo por no deleitarme por el pate de foi? A vos te da asco esa porción del electorado que votó por cierto fulano. ¿Pueden acusarte a vos, que escribiste una nota personal, íntima, indignada, por no disfrutar de ese pate? Hay una frase, que repiten hasta el cansancio los adalides de la democracia, que dice algo así como (y no pienso perder el tiempo googleándola) que "no comparto tus ideas pero daría mi vida por que puedas expresarlas". ¿Por qué ahora no sólo no dan su vida sino que exigen que te inmoles?

Fito, a mí, no desde hoy, sino desde que me acuerdo, me asquea el pate de foi. Pero aprendí a decir "No, gracias", y seguir en la cena. Siempre preferí, por ejemplo, Villa Dorrego (en Catán), a Palermo Hollywood. Te entiendo. Y ellos también te entendieron, no te preocupes. Pero les servís así: los artistas —no niego que lo seas: apenas soy yo el que no te disfruta— suelen ser contradictorios, pero no por eso menos sinceros. Yo —y, presumo, vos— quiero discutir sobre proyectos, escuelas, hospitales. Ellos quieren tapar el sol con las manos y discutirte a vos, que hace mucho que no pegás un hit que llene cuentas bancarias en la Zeta-95 —o su sucedáneas, como la FM 100.

miércoles, 13 de julio de 2011

El triunfo de la gente como uno y el voto cautivo clientelar • Vos sos bienvenido a mi fiestita en mi casa • Los porteños son una mierda, Fito


Excurso I: Mis amigos radicales, sobre todos mis hermanos del alma cañuelenses, me tendrán que explicar largo y tendido cómo se pasa de la admiración a Alem e Yrigoyen hasta la admiración a Mauricio, que hace rato es Macri (Alfonsín Jr. dixit)

Vos sos bienvenido, Martincho: La publicidad de campaña en la ciudad de Buenos Aires no fue gran cosa. Sin embargo, los colores amarillos descollaron con dos genialidades (?): "Vos sos bienvenido" y "Martincho, el cordobés". La primera fue el eslogan básico de la campaña y el segundo un spot televisivo. En el primer caso, la enunciación misma emerge como problema: ¿quién es ese vos (masculino singular)? Surgido al fragor de la bajada del Gerente General de Buenos Aires S. A. (atendida por sus propios dueños) desde el ámbito nacional al jurisdiccional/municipal, podría pensarse que es Mauri el bienvenido. Pero en seguida surge el interrogante: ¿cómo puede ser bienvenido al terreno de la Ciudad alguien que la gobierna desde hace casi cuatro años? ¿Desde dónde la gobierna, entonces? (Algunos dirán que desde sus sempiternas vacaciones en el extranjero, pero eso es pura malicia). "Bienvenido" es, por definición, el santo y seña para alguien que no pertenece a ese terruño o se encontró ausente de él por largo tiempo: no sería lógico suponer que el Gerente General no ha gerenciado su empresa. Entonces, deberíamos pensar en otro destinatario. Como discurso publiciatario, se pudo pegotear por todos lados (y no sólo en el espacio geográfico de la Capital) y, así, se podría pensar como destinatario a cualquier transeúnte que se topara con él. Si eso ocurriera, por ejemplo, en puente La Noria (lado provincia) o en puente Liniers (ídem), los bonaerenses deberían estar gratificados por el mensaje de integración, paz y concordia que se les estaría expresando. El problema se nos presenta cuando uno verifica que esos carteles también estaban en Coghlan, Recoleta o Soldati. ¿Quién es el bienvenido, entonces? ¿Aquel que nació y/o vive en Capital (y que es, por legítimo derecho, un legítimo habitante de la Ciudad de Buenos Aires) resulta, a la postre, "bienvenido" por Mauricio? ¿Quién, sino el dueño, puede ofrecer ese "wlecome"? Pero entonces, ¿quién es el "extranjero"? Podríamos responder: Martincho, el de la propaganda que tiene que aguantar a sus padres cordobeses instalados en Buenos Aires. Él es un "extranjero": no es porteño, pero vive en Buenos Aires. Sus padres, en la ficción publicitaria, vienen a visitarlo por un par de días, pero extienden su estadía al punto de que, terminan diciendo, se quedarán incluso si tuvieran que operar a su padre. Probablemente (es una posibilidad, pero la publicidad no se encarga de orientar o desambiguar la interpretación) deba hacerlo en un hospital público (si se dijera que lo harán en una clínica, se pierde en fuerza proselitista) Estos cordobeses, que según la publicidad se dedican al esparcimiento, al ocio improductivo, al consumo, y a la porteñización (aprenden tango con fruición puesto que, al parecer, en Córdoba no se consigue) dejarán sus morlacos y, eventualmente, serán hospitalizados en el sistema de salud (público) de la Ciudad. Pero claro: ellos son alegres y despreocupados. Los suburbanos, que todos los días concurren a Buenos Aires para desempeñar su trabajo (es decir, a producir) y a dejar sus pocas chirolas en almuerzos, gaseosas y panchos, son los que saturan los hospitales, los que atentan contra la salud del sistema público porteño. Los mismos que, cuando veían el cartelito de "Welcome" en Puente Alsina, tenían que darse cuenta de que no estaban invitados a la fiestita.

Excurso II: Si el país sólo crece por el viento de cola internacional; y si la Capital es parte del país; entonces la Capital crece por el viento de cola internacional. ¿Por qué esto no se publica ni se toma en consideración para el análisis?

Demócratas y Republicanos: Las elecciones del último domingo fueron, claro está, una excelente jornada para el Gerente General de Buenos Aires S. A. (atendida por sus propios dueños). Mientras el escrutinio estaba aún en proceso, la voz del proclamista militar y productor agrícola-ganadero Mariano Grondona pedía, entre risueño y triunfalista, que el segundo candidato se bajara del balotaje. ¿Para qué hacerle gastar a la Ciudad este dineral?, era el argumento central. Si los resultados hubiesen sido los inversos, ¿habría exigido lo mismo? ¿Es que acaso la institucionalidad, la democracia, la república, no se pueden dar el gusto de gastar unos mangos para materializarse en eso que vendría a ser su paroxismo, es decir, el voto? ¿Treinta millones de pesos en un presupuesto anual de seis mil millones de dólares provoca algún tipo de déficit? Es curioso: lo lógico sería, desde su óptica, vencer, hasta lo último y por el mayor margen posible, al títere de la yegua (la viudita, la —ella también— títere, la montonera, la argolluda, etc.: úsese aquí el demócrata y republicano mote que se desee) ¿Por qué facilitarle a Filmus, entonces, esa especie de "puente de plata" que implicaría la supuesta retirada honrosa en primera vuelta? Es cierto que es (casi) imposible revertir el resultado original, y que buena parte de los porteños, con su pensamiento tan especial, tan unitario, tan centralista, tan ombligo del mundo, tan europeísta, tan cosmopolita, tan —¡ay!— burgués, apoya y volverá a apoyar a Mauri, quien ya no baila a Gilda al compás de una silla de ruedas —¿dónde está Michetti?— pero sigue destilando ese glamour de nuevo rico que tan bien le sienta a la capital del país. ¿Por qué no humillar a Filmus, entonces, capitalizando esa victoria a diestra y siniestra (en este caso no se alude a los polos de una gradación: es una diestra siniestra), desde Carrió a Duhalde (como ya se hizo la misma noche del domingo, cuando ambos estaban tan felices por el más del 47% de los votos que habían obtenido (?)?

Excurso III: Algún día habrá que analizar, desde un punto de vista semiótico, la inclusión de sones nac&pop, dicharacheros, populosos y/o populistas, entre medio de los sanguchitos de ternerita rostizada, los globos de colores y las cuasi porristas de fútbol americano, que se presentan en la puesta en escena de los escenarios PRO. Cada vez que Mauricio, que hace rato es Macri, pone a Gilda, se me enreda un huevo entre la garganta y el corazón. No son genuinos y hasta resultan paródicos y, como práctica sociocultural, tienen mucho de aquello de "la Bailanta entró en Recoleta" que se pregonaba en los '90: una especie de indulgencia de patrona, que se pone a ver la novela con la pardita que trabaja cama adentro.

Ciudad de pobres corazones: Fue una constante en las elecciones distritales que se han ido desarrollando en este año que los oficialismos ganaran las elecciones. La actual situación económica, política, social, cultural, y hasta "espiritual" es, lejos, la mejor en lo que va de (pongo por caso) lo que tengo de vida. Al expoliado que comienza a ser reingresado a veces le resulta difícil comprender a partir de qué políticas jurisdiccionales surge ese bienestar y esa reintroducción de derechos; por eso los electorados suelen ser, digamos, conservadores: reeligen a aquellos/as que están. También hay voto clasista, obviamente. Desde este punto de vista, se puede entender el triunfo inter pares de Barrio Norte, pero también el resultado en Lugano. Sin embargo, con excepción de la Ciudad de Buenos Aires, en todas las demás provincias el voto ganador fue directamente correlacionado con el clientelismo, el chantaje y la falta de formación cívica de los pobres, al decir de varios Micky Vainillas (en última instancia, ¿por qué no se pueden hacer jugar en la Ciudad de Buenos Aires esas mismas categorías, pero dirigidas a Mauri?) Por esto creo que Pito Fáez se zarpó. Derrapó. Escribió, desde su (presunto) dolor, que la mitad de los porteños son (palabras más, palabras menos) una mierda. Comparto la apreciación, pero no por esta elección (que nos llevaría a plantear la calificación del voto en un pinogorilismo último modelo) : la historia del país, desde 1810 o antes, viene a confirmarlo. Hay otro 50% o 60% que compone eso que nos enorgullece: los científicos, los políticos, los artistas, los pensadores, los revolucionarios, los deportistas, los militantes de la política (que por definición no son PROhombres) y todos los etcéteras. Comparto, entonces, pero no le echo la culpa al voto: el termómetro no inventa la temperatura. Por eso se zarpó: por falta de tacto o de oportunidad, ya que es momento de captar al 50% que no eligió amarillo, y al 25% que no fue a sufragar. Pero, de ahí a desgañitarse por los dichos de Pito hay un trecho: no se desubicó menos que esos vituperios (anónimos y no tanto) que vierten diariamente a la cloaca de lo publicado, incluyendo (y sobre todo) internet, epítetos repulsivos y revulsivos para dirigirse o calificar a Cristina Fernández y/o a aquellos que forman parte de sus equipos de trabajo, y/o de sus equipos de militancia y/o de sus adherentes y partidarios: seguramente yo, por escribir esto, pasaré a ser un vil esbirro escriba pago KK. Pito Fáez jamás (hasta donde sé) se reivindicó peronista o kirchnerista, pero por comodidad y sagacidad fue rápidamente incluido en ese colectivo denostado, para denostarlo. Del lado de enfrente, claro está, los demócratas y republicanos nos inundan de argumentos y propuestas, jamás una desubicación, ni un ataque ad hominem que escandalizara a la mismísima Gorda Matosas...

jueves, 7 de julio de 2011

Soy empleado estatal

Empleados públicos y ñoquis • El Estado como mediador y garante • La naturalización de la explotación

Leo en un foro:
De cada 100 empleados, 22 trabajan en el Estado

Son en total 2,5 millones de personas. En Santa Cruz y La Rioja, la cifra asciende casi a la mitad de los trabajadores. El dato surge de una encuesta del Indec en todo el territorio nacional.


Según un estudio realizado por el INDEC, el 22,3% de los trabajadores son empleados estatales. El sondeo fue realizado a través de la Encuesta Anual de Hogares Urbanos del organismo, que relevó los datos demográficos y socioeconómicos en todo el país, y en cada provincia en particular.

Los datos, correspondientes al tercer trimestre de 2010, marcan que en provincias como Santa Cruz o La Rioja, la cifra asciende a 47% de los asalariados. En el otro extremo se ubica la Ciudad de Buenos Aires con el 16,9.

Que bien que estamos. A fin de cuenta laburamos para los vagos que viven de nuestros impuestos. Y sin incluir a los que viven de planes sociales, coimas y demas.

Gracias Kris!!
No puedo sostener, por esta vez, mi decisión de no escribir o responder a los sofistas que solo saben rebatir diciendo KK, chorros, conchuda. Y le contesto:
Me siento involucrado en este post: como docente en escuelas públicas de la provincia de Buenos Aires y en universidades nacionales, soy parte de ese 22,3%. No creo ser un vago, ni creo que el esfuerzo de tu trabajo valga más o menos que el mío. Pero, te concedo que consideres a los docentes como una caterva de vagos que sólo trabaja cuatro horas al día.

Sí puedo decir por qué fui y soy docente en escuelas y universidades públicas: porque entiendo que la educación es una tarea indelegable e innegociable del Estado, es decir, de la sociedad en tanto tal, y no de particulares con interés de lucro.

Sí te puedo decir por qué elijo laburar en las zonas geográfico-demográficas donde lo hago: porque creo que en tanto elegí esta profesión, el rol primordial de la educación (y por lo tanto, mi rol) está allí donde nosotros, como sociedad, aceptamos tirar con desparpajo la escoria, esa que después nos permite vociferar durante la cena, viendo el noticiero: los reventados, los expoliados, los excluidos a los que se les arrebataron las miguitas de la torta que otros mastican con fruición y gula.

También te puedo decir que siempre pensé que una sociedad que despotrica, por ejemplo, contra los docentes, es una sociedad suicida: ¿qué clase de "lógica" sostiene a la idea de que aquellos a quienes la sociedad les entrega lo más preciado, sus hijos (su futuro) tienen que ganar migajas y, encima, no quejarse? ¿Qué elegirías si te ofrecen que a tus hijos los eduque un cartonero o un egresado de Harvard? ¿Intentarías pagarle al segundo lo que acepta el primero? ¿Qué opinarías, entonces, si la "masa salarial" de los docentes públicos de, por ejemplo, la provincia de Buenos Aires superara, supongamos, el 10% del PBI de un presupuesto?

¿Es mucho el 22,3% de empleados estatales? ¿Cuál es la relación de empleados en relación con la población total? Volviendo a lo que conozco -y que, creeme, es bastante numeroso-: ¿suponés que un docente en una clase con cincuenta pibes -como política pública para reducir el porcentaje de empleados estatales- serviría de algo? ¿O una única escuela con capacidad para mil alumnos en una población con cinco mil personas habilitadas para estudiar? ¿No es lógico que habiéndose implementado el nivel secundario como obligatorio, se creen más escuelas y, por lo tanto, más cargos en el Estado?

Que en ciertas provincias el índice de empleados estatales se eleve (como política de empleo), ¿supone que eso está mal, y que no deberían estar empleados ni por el Estado ni por nadie? ¿Vivirían de oxígeno y agua de ríos? ¿Qué dirías cuando migraran masivamente a las grandes ciudades y allí, sin posibilidades de emplearse, comenzaran a robar, mendigar o limpiar vidrios? Lo mismo vale para los subsidios y planes: si la riqueza del país es una (el PBI) y vos (por competencias, habilidades, estudios acreditados, etc.) te llevás un salario que supera tres veces el promedio, ¿es lógico que los otros dos que se quedaron sin su parte cuando vos retirabas del cajero tu sueldo, se queden sin nada? ¿No tenés ningún tipo de responsabilidad? ¿Es "natural" que esos dos sean pobres porque es "natural" que hayas podido acceder a estudios y empleos calificados que se remuneran tres veces más? Si te llevás tres veces el sueldo promedio, ¿es "obvio" que el que se lleva $180 por hijo tenga que destapar tus cloacas o hacer cualquier otro tipo de "trabajo" porque vos, adinerado clasemediero, no lo querés hacer?

Realmente, disculpame, pero tu posteo me indignó.

Saludos

PD aclaratoria, por si la argumentación ad hominem viene por ese lado: de lo que cobro de bolsillo al mes, el 10% se queda en concepto de impuesto a las ganancias, impuesto a las transferencias bancarias, etc. Luego está el 21% que pago de IVA (me rompe las pelotas que se lo quede el comerciante que después se queja de la presión impositiva, así que siempre pido factura o comprobante), y todas las demás cargas de rigor.

PD final: ¿tomaste en cuenta, al publicar esto, que buena parte de los docentes de las sacrosantas escuelas privadas están bancados (subsidiados) por el Estado (son, en definitiva, empleados estatales), y se maximiza así la ganancia del representante legal? Siendo coherente con vos mismo: ¿aceptarías dejar de subsidiar esas instituciones tan prestigiosas para destinar esos fondos a la educación pública, sin importar a cuánto se fuera la cuota de dichos colegios y universidades?
Lamentablemente, una pobre retahíla de KK, chorros, conchuda, es la única respuesta. Una vez más confirmo, con las geniales palabras del Indio, que ciertos fuegos no se encienden frotando dos palitos. Juro que no volveré a responder en un foro o en un diario. Por lo menos, hasta mi próxima indignación.

jueves, 30 de junio de 2011

Veinte años en la docencia, y todavía me faltan once...


Un día como hoy, hace exactos veinte años, entraba por primera vez en un aula, aquel 2º 4ª de la Media 15 de La Matanza.

A todos/as aquellos/as que, al leer esto, me hayan sufrido como docente sólo puedo decirles, simple y genuinamente: ¡GRACIAS!

Acá les subo una foto de 1992, el único año en que trabajé como maestro en una escuela primaria, como para que se rían conmigo. Y, sobre todo, de mí, también.

domingo, 19 de junio de 2011

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VENDO litros de sangre (baratitos, baratitos; joya, nunca taxi)
para nobles hijos repentinamente decididos a cooperar con la justicia
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Hay algo en todo esto que es, objetivamente, "raro" o "sospechoso". Cualquiera de nosotros, más allá de su posicionamiento político-partidario, sabe que no sólo existen los hechos sino también el modo de presentarlos, de organizarlos y narrarlos y, eventualmente, de argumentarlos o justificarlos.Es altamente posible cooptar una voluntad del interior del Banco de Datos y obtener la base genética allí guardada (que según leí, cabría perfectamente en un pen drive). Si esto es probable, no menos probable es que se haya obtenido hace un mes, un año, seis meses o cuando fuera, pero no exactamente "ayer", porque saber que el resultado es negativo (o positivo) conlleva un lógico "uh, paremos, che, sentémonos y veamos qué hacemos ahora que tenemos esto": discusiones, reuniones de abogados, etc.

Si es probable, entonces, que esto se supo hace -por decir algo- una semana o diez días, resulta llamativo, también, que dos semanas atrás apareciera la otra data, la de Madres, los fondos y demás. Eso, también, se sabía hace mucho. Y no sólo Hebe: los mismos periodistas dicen que lo habían escuchado, pero que por una especie de respeto reverencial lo callaron. ¿Respeto reverencial, con Hebe? No jodamos: aun cuando fuera ciertamente una loca, el periodismo (cierto periodismo, mayoritario periodismo: no importa) se ha deleitado diciéndoselo, escribiéndolo cuanta vez pudo. Ahí está el nudo de lo "raro", lo "sospechoso": si no en los hechos en sí, seguramente en la oportunidad, en la trama de sucesión de "lo noticiable".

Esto, en definitiva, adolece de lo mismo que se acusa cuando se dice que se inaguran obras con propósitos electorales, en las vísperas de una elección: estrategias de intervención y disputa política, con cálculo de oportunidad y de beneficio. Desde este punto de vista, la necesidad de terminar ahora con los "padecimientos inenarrables", creo, no tiene mayor peso fáctico, salvo el consabido recurso retórico a los argumentos por el pathos, tan efectivos a veces.

sábado, 12 de febrero de 2011

Disputas en la lengua

Decir el poder y poder decir • Apuntes acerca del uso de la lengua • Hacia una ética del discurso de las minorías


La visión generalizada (y, por ello mismo, ingenua, naturalizada) que tenemos acerca de la lengua —el idioma— es que ésta es un vehículo de comunicación, más o menos sencillo y simple, por ser un instrumento de uso cotidiano y casi automático; también, se la suele considerar la materia con la cual se forma el pensamiento (o que ES el pensamiento, a secas) Muchas veces, incluso, ambas características se involucran, y así es común escuchar, por ejemplo, que un adolescente de cultura rocha (un "pibe chorro") se expresa pobremente, y que esto se debe a ciertas carencias en sus estructuras de pensamiento. Ambas concepciones fueron planteadas sistemáticamente por primera vez en la filosofía griega, hace más de dos mil años, pero desde el segundo cuarto del siglo XX han sido fuertemente cuestionadas con argumentos que resultan irrebatibles¹. Las consecuencias de este modo de entender el lenguaje se hacen presentes incluso hoy por hoy, y esto abarca no solo aspectos de tipo sociolectal (es decir, variedades de lengua fundadas en variables sociales, como el anterior ejemplo del adolescente), sino también dialectal (variedades lingüísticas en correlación con cuestiones geográficas, como cuando se escucha a alguien decir que propinará "un sopapo por su cara", una influencia del sustrato guaraní en las características del español del Paraguay y de nuestra Mesopotamia) y hasta de registro (paradigmáticamente, ciertos usos de la escritura, como por ejemplo los mensajes de texto, donde se debe privilegiar la abreviación de palabras y la supresión de caracteres para un menor costo en el envío)

La naturalización de esta concepción de la lengua como instrumento de comunicación y de pensamiento orienta nuestra interpretación cotidiana de las interacciones discursivas y, por esto, de nuestra evaluación de quién es el que habla/escribe y quién el que escucha/lee: quiénes somos, en definitiva. Y no sólo en la dimensión más superficial: quiénes somos socialmente; quiénes somos para los otros y quiénes son los otros para nosotros; desde qué lugar (simbólico) participo o participan, etc. La lengua, aun aceptando que está involucrada en la comunicación y en el pensamiento, es otra cosa: en última instancia, el medio privilegiado que utiliza la humanidad, cualquier sociedad, para establecer, transmitir, conservar o combatir las relaciones de poder en su cultura².

En definitiva, estamos expuestos a nuestra visión del mundo, y esa visión se expresa en y por el lenguaje. Los parámetros con los cuales evaluamos el mundo de la vida constituyen la ideología, y la lengua es su usina: todo, en la lengua, expresa, construye, revierte, ideología; ni siquiera LA ideología, puesto que estamos cruzados por diversos sistemas de creencias a los que podríamos llamar, con Foucault, formaciones ideológicas³. Como ya afirmara V. Voloshinov (presumible seudónimo de M. Bajtin) en 1929, la lengua está conformada por signos ideológicos, es decir que más allá de su significado de diccionario, las palabras, las frases, las oraciones, vehiculizan el sistema de creencias desde el cual han sido producidas.

* * *

Es un hecho obvio que los sujetos establecemos de qué modo queremos ser nombrados: el padre de un niño, por ejemplo, corrige a su hijito cuando este lo llama por su nombre, en vez de decirle "papá". Esto es porque hemos incorporado la potencia que tiene la enunciación del lenguaje como constitutivo de la subjetividad y, con ello, la productividad que tiene en la instalación de determinadas relaciones (ideológicas) de poder. En este sentido, es explicable por qué le cuesta tanto a un adolescente, por ejemplo, asumirse como gay: esa asunción implica nombrarse, enunciarse, colocarse en determinadas relaciones sociales (y por esto, ideológicas), desde las cuales, a partir de entonces, ese adolescente hablará y escuchará, pero también se le hablará y se le escuchará.

Si el acto de nombrarme y de ser nombrado es constitutivo de mi yo, este será uno de los espacios privilegiados para la disputa (simbólica) del poder: estaremos los que tenemos derecho a nombrarnos y ser nombrados y los que no, aquellos/as que serán denominados de un modo como no quieren: precisamente, para marcarles la cancha, para cristalizar la etiqueta de la otredad. Y en este dinamismo, es seguro, los que "tenemos" ese derecho no lo gozaremos en otras ocasiones, aunque eso no suela ser fácilmente entendido cuando se ha naturalizado que el otro es EL OTRO, pero nunca mi propio YO.

El caso de las personas travestis, en este sentido, es paradigmático. Tomando en cuenta que "travesti", en tanto apócope de "travestido", no tiene en su morfología marcas de género (no existe la oposición travesti/travesto, travesto/travesta, etc.), hablar de UN travesti es hacer referencia a CUALQUIER HOMBRE ("un") que se ha travestido, es decir, ha traspado las vestimentas de hombre (y atendiendo a la clasificación genérica binaria, por lo tanto se ha vestido como mujer); UNA travesti sería, por las reglas gramaticales, CUALQUIER MUJER que se ha travestido, es decir, utiliza ropas de hombre. Pero, como hemos estado desarrollando anteriormente, la lengua no realiza simples e ingenuas rotulaciones de la realidad, sino que al mismo tiempo que clasifica, inserta las evaluaciones (ideológicas, sociales) de esa realidad: en su inalienable derecho a decidir cómo nombrarse y ser nombradas, los hombres travestis que piden ser denominados LAS travestis no sólo disputan contra las reglas (y la lógica) de la gramática del español. ¿Cuántos de nosotros, no obstante, nos empeñamos en no usar el artículo "la", y decirles "LOS travestis", y hasta damos explicaciones más o menos sofisticadas para justificar esto? ¿Quiénes somos, y desde qué lugar (de poder) nos constituimos en defensores de las reglas de concordancia nominal del español, en desmedro del modo como ciertas personas optan por ser denonimadas?

Tomemos otro aspecto: el insulto. Incluso cuando se alude a la madre, o a la hermana (pertinentes también en lo que estamos tratando) la mayoría de los insultos hacen referencia o apuntan a cuestiones relacionadas con la sexualidad. Está claro que el insulto lo es porque clasifica de otro modo la realidad, una manera ofensiva y provocadora en la que se busca desajustar la (auto)percepción. Por ello, muchas veces se resignifica, y recubre espacios semánticos en los cuales atenúa el valor ofensivo, pero refuerza su función clasificatoria. Un caso notorio es el de "culo roto": no se trata de estigmatizar una modalidad de la sexualidad (la del sexo anal) que, por otra parte, es la panacea a la que todo varoncito quisiera acceder sino que, antes bien, lo que se busca es reforzar la idea de pasividad y con ella, la de minusvalor en la hombría (no se le dice "culo roto" a una mujer); paradójicamente, esta expresión (como otras, más o menos equivalentes: "Mi jefe es un culo roto" / "Mi jefe es un puto") es frecuentemente enunciada por hombres que se asumen como homosexuales pasivos, vale decir, personas atrapadas por una clasificación que, incluyéndolos, los ratifica y naturaliza en una relación de poder establecida socialmente como inferior. ¿Desde qué lugar el enunciador que, en sus prácticas sexuales cotidianas, se asume como homosexual pasivo, puede disputar o confrontar con las evaluaciones heterosexistas, cuando él mismo utiliza, para juzgar el mundo, ese sistema de categorías que lo clasifica y estigmatiza a él mismo? Algo similar sucede en la lengua de la cultura (el sociolecto) gay, al referirse a la mujer como "concha" (aludiendo a su genitalidad, no al caparazón de moluscos o crustáceos): por una operación de sinécdoque, la mujer es clasificada en su genitalidad y reducida a ella, focalizándola allí donde el hombre gay vendría a sentirse interpelado; la estrategia discursiva consiste en restarle rasgos humanos, cosificar a la mujer, reduciéndola. ¿Se refiere un gay del mismo modo a los hombres, diciendo, por ejemplo, "Entonces vino una pija y me dijo que me fuera"? ¿Es el mismo valor peyorativo y reduccionista que el que se vehiculiza cuando se los nombra como "un chongo"?

Un último caso que quisiéramos desarrollar tiene que ver con el uso de la palabra blanquear, cuyo significado de diccionario es «Poner blanco algo» y también «Ajustar a la legalidad fiscal el dinero procedente de negocios delictivos o injustificables» (D.R.A.E.) Por extensión, se suele decir que, por ejemplo, alguien ha blanqueado una relación extramatrimonial, es decir, la ha dado a conocer, le ha dado legalidad o visibilidad. En todos los casos, se parte del supuesto de que "lo blanco" es el símbolo por excelencia de la pureza (símbolo que, por su parte, es una típica construcción cultural) y por lo tanto blanquear se constituye en un verbo de naturaleza resultativa, es decir, una acción que denota el resultado de un proceso llevado a cabo por un agente, que afecta así a cierto objeto: alguien realiza una acción que da como resultado una transformación sobre algo que no necesariamente es el mismo agente. Dicho de otro modo: alguien efectúa algo que transforma lo negro (lo oscuro, lo impuro) en blanco (en puro). Así es como puede comprenderse que alguien diga de otra persona (o de sí misma) que "blanqueó que es gay": estando en un estado impuro, oscuro (gay a escondidas) ahora se ha purificado, pues ha dado a conocer su homosexualidad (ha permitido que se lo clasifique). Típica categoría (y por lo tanto, evaluación) heterosexista, ¿desde qué lugar alguien que se asume como gay puede afirmar que su condición de "gay no visible" era impura u oscura? ¿Era otro tipo de homosexualidad la que poseía antes de hacer su salida del armario? ¿Se consideraba "impuro" anteriormente, y se considera "purificado" ahora? ¿Con respecto a qué o a quiénes?

* * *

Como hemos intentado apuntar, el uso del lenguaje no es inocente, ni inocuo: no es un simple instrumento de comunicación ni de pensamiento. Comprender los mecanismos de esta lengua que nos constituye y sujeta, deconstuirlos y desautomatizarlos, es el primer paso para una verdadera política de reconocimiento. Se podría pensar que esto traería aparejado una situación de ilusoria igualdad discursiva, una especie de lenguaje políticamente correcto por el cual no se expresarían abiertamente las categorías de ver el mundo que, no obstante, seguirían estando presentes en la sociedad. Puede que así fuera, pero al menos no se las estaría reforzando en y por el discurso.

Por otra parte, como hemos afirmado, dado que el lenguaje es ese espacio de disputa de las formaciones ideológicas, ser un enunciador crítico permitiría esbozar claramente esos espacios de tensión, y al delimitarlos, confrontarlos mejor. Si la opción no es militante, es decir, no es confrontar, al menos es válido ser conciente de esos mecanismos, y desembarazarse de naturalizaciones que colocan al OTRO en el lugar donde las minorías sexuales también son colocadas: la reproducción acrítica del discurso y de sus signos ideológicos. No obstante esta actitud ética frente al discurso, es posible pensar en el uso del lenguaje como actividad humana que transforma la praxis. Con la reforma a la ley de matrimonio civil, por ejemplo, ¿qué impide —una vez despojada la institución matrimonial de su relación con lo biológico-genital— llamar "madre" o "padre", indistintamente, a cada uno de los dos varones o mujeres que conforman esa pareja, según los roles —culturales, afectivos, etc.— que cada uno de ellos asuma al interior de esa familia? César Aira, en su excelente nouvelle Cómo me hice monja, extrema esta posiblidad, insertándola en las condiciones de posiblidad de la sociedad de hace unos treinta o cuarenta años:
En el grado éramos cuarenta y dos (cuarenta y tres conmigo, pero a mí la maestra no me tomaba asistencia ni me dirigía la palabra ni me mencionaba nunca); eran cuarenta y dos en mi grado imaginario. Cuarenta y dos casos distintos. Cuarenta y dos novelas. Restar uno siquiera, para tener menos trabajo, me habría resultado inconcebible. Y era un trabajo titánico. Porque a cada dislexia, encima, le había dado una génesis familiar distinta y adecuada, en los términos algo delirantes en que yo me manejaba. Pero eso muestra una curiosa intuición en una niña de seis años. Por ejemplo, el chico que dibujaba las letras en espejo tenía un papá mujer y una mamá hombre. Lo cual, además, tenía efectos sobre su rendimiento escolar, ya porque tuviera que ayudar a su mamá a hacer la comida (su mamá era un hombre, por lo tanto no sabía cocinar), y por ello no tenía tiempo de hacer los deberes, ya porque la miseria en su hogar fuera excesiva (su papá era mujer, y fallaba en el mundo del trabajo) y entonces yo debía ocuparme de que la cooperadora lo proveyera de útiles. Y así cada uno de los otros cuarenta y uno.

Como queda claro, si las condiciones materiales de una sociedad no están dadas, de nada serviría el cambio lingüístico. Sin embargo, no menos cierto es que, de no operarse una inversión en el valor de ciertos signos ideológicos, como "matrimonio", "padre" o "madre", seguirán cristalizados y fortalecidos esos sentidos que obturan la ocurrencia de otros, más acordes a la situación social (ideológica) deseada, y con ellos, al cambio. Es curioso que este tipo de usos lingüísticos de los que hemos estado tratando aquí se den u ocurran incluso entre personas homosexuales, en sus foros de discusión, sus redes sociales, etc.: esto vendría a confirmar que la potencia del lenguaje no radica en ser un simple vehículo de comunicación o la herramienta para la expresión del pensamiento pues, si fuera así, podría ser abordado, reflexionado, e intervenido políticamente de un modo más sencillo. Y es aquí donde la ética que hemos propuesto anteriormente debería materializarse.

Pero este, lamentablemente, dista de ser el caso.



NOTAS

¹ El lingüista que mejor presentó, en la década del '60, argumentos contra la idea de la lengua como instrumento de comunicación fue E. Benveniste, en su artículo "De la subjetividad en el lenguaje", publicado en Problemas de lingüística general. Allí planteó que en tanto un instrumento es una extensión de las capacidades del hombre, la lengua no podría ser considerada de este modo, ya que constituye al hombre como tal, y no es un producto exterior a él: la subjetividad se construye como tal en y a partir del lenguaje y, de este modo, sujeto y lengua no podrían ser disociados. La concepción de la lengua como modeladora o como manifestación del pensamiento fue cuestionada a partir de la llamada hipótesis de Sapir-Whorf, por la cual estos lingüistas sostienen el punto de vista conocido como relativismo lingüístico, por el cual se postula que cada lengua refleja las condiciones de su cultura, de su forma de organizar el mundo (pero, nótese, no EL pensamiento). Sin embargo, fue la lingüística generativa impulsada por N. Chomsky, a partir de 1959, la que postuló al lenguaje como un dispositivo de base genética y universal, vale decir que no tendría relación con la conformación y desrrollo de capacidades del pensamiento.

² Pensemos, por ejemplo, qué nos ocurriría si alguien —digamos, la empleada que limpia nuestra casa—, nos dice, el primer día de trabajo en nuestro domicilio, "Che, hoy no voy a limpiar los vidrios" Paradójicamente, es probable que lo primero que pensáramos no estaría relacionado con los argumentos que fundamentan esa decisión —en última instancia, el contenido del mensaje transmitido, lo cual estaría a tono con la idea del lenguaje como vehículo de comunicación, y de expresión del pensamiento—, sino algo así como "Y esta quién se cree para estar hablándome así", "Yo soy el patrón" o cuestiones por el estilo, es decir, impugnaríamos ese enunciado no por lo que dice, sino por cómo lo dice, pues esa forma subvertida de decir las cosas del mundo estaría, voluntaria o involuntariamente, confrontando con NUESTRA idea de quién somos y de qué poder (social, simbólico) tenemos.

³ Una formación ideológica puede ser entendida como el espacio donde se producen y reproducen sistemas de creencias, valoraciones, etc., que regula la aparación (o no) de otros sistemas de valores, vale decir que es un esquema axiológico en un doble sentido: al interior de la formación, estableciendo qué es lo socialmente correcto (adecuado, aceptable) y al exterior de la formación, estableciendo qué otros sistemas ideológicos son inaceptables (inadecuados, aberrantes)