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miércoles, 20 de julio de 2011
Carlotto y Ernestina • La falta y el perdón • Una nota muy, pero muy, grondoniana
Hace unas semanas, Cáritas hizo una de sus tradicionales campañas de donación con el lema "Pobreza cero". Lenguaje al fin, todos/as los que escucharon o leyeron esa consigna seguramente la relacionaron con "hambre cero" (la polifonía del lenguaje es un hecho) y quizás hasta sabían que esto se trató de un plan llevado a cabo por el Estado brasileño que implica políticas públicas de redistribución y de subsidio: a los negros se les da comida. Saciar el hambre es una cosa; erradicar la pobreza, otra (y, por supuesto, no uso esa palabra inocentemente: la ideología en el lenguaje polifónico es otro hecho). ¿Cuál sería la política pública que Cáritas se propuso en su campaña para lograr su objetivo?: la conmisceración, la piedad, la beneficencia. No se trata de redistribuir, sino de que el empachado regale una porción de lo que ya no apetece (siempre y cuando no sea demasiado valioso: todos sabemos que la gula es proactiva) Instalada desde el intertexto sutil en las arenas políticas, se materializa en el texto como algo de otro orden: metafísico, ético, apolítico.
Como la de Cáritas de hace unas semanas, por estos días se ha montado una campaña ecuménica por el perdón. El DRAE define esta palabra como la «acción de perdonar», como la «remisión de la pena merecida, de la ofensa recibida o de alguna deuda u obligación pendiente» y como «indulgencia». En tanto sustantivo deverbal («acción de perdonar»), supone dos argumentos: un causante y un beneficiario ("alguien perdona (o hace perdonar) a alguien"). El beneficiario lo es porque el proceso ('perdonar') lo afecta y lo (re)crea: luego de la remisión, de la indulgencia, pasará a ser un perdonado, un redimido (esta es la prueba de que se trata de un verbo 'de proceso', puesto que deriva a un 'estado': la gramática, amigos/as, es cosa seria).
Filosóficamente, para perdonar es necesario que exista una falta (un pecado), una actitud de arrepentimiento en cierta persona (pecadora), y una investidura con capacidad de trocar culpa en expiación, presente y manifiesta en otra persona (quien perdona). En el caso que motiva esta nota, esto se corresponde, respectivamente, con: la causa por la presunta apropiación de hijos de desaparecidos, K-ristina (la yegua) y sus cooptados organismos de DD. HH., la honorable Sra. de Noble. Ésta le pide a aquello (si nos negamos a la variación de género en la mención de la investidura presidencial, neguémonos con los pronombres a subjetivarla: usemos el neutro), le exige, que pida perdón, vale decir, que reconozca su culpa, su pecado, y que implore clemencia. Indulgencia.
Las indulgencias fueron, en la historia, todo un tema: provocaron, ni más ni menos, que el cisma de la iglesia católica en el siglo XVI (Lutero se rebeló contra la venta de indulgencias que hacía la honorable curia católica) ¿Cuál sería, en el caso actual, el precio de esta indulgencia? ¿Cuántos padrenuestros tendría que rezar la yegua? Toda exigencia de pedido de perdón es la reafirmación de un poder y con él, de una verdad. Y si la verdad la detenta aquel que, a su vez, tiene autorizada la palabra, el negocio es perfecto (Ocurría con aquellos curas y sucede con estos comunicadores)
Más de una vez, nos hemos enterado de eventos y situaciones ("noticias") que luego fueron contradichas y hasta se demostró su falsedad. Sin ir más lejos, ayer los peritos contables de la Corte Suprema (instancia que hasta nuestros republicanos tachan de intachable) determinaron que no hubo sobreprecios (coimas, negociados) en el denominado "caso Skanska". Nadie escuchó o leyó ningún pedido de perdón, incluso cuando está involucrado un procedimiento reconocido y convencionalizado en la "fe de erratas": si no se desea (si la actitud no es sincera) pedir disculpas por haber informado sin pruebas, apresuradamente, etc., siempre se puede echar mano a la excusa de "problemas de edición". Y ni siquiera eso. Ni hablar de falsedades publicadas que afectaron a algún don nadie, algún cualunque...
Si fuera el caso de tener que pedir (o exigir) perdón por "los chicos", existe otra forma convencionalizada de hacerlo: el juicio civil por calumnias e injurias, por daño psicológico, etc. Dado que es la justicia la que determina que las pruebas de ADN no son compatibles con las muestras que hasta el presente están en guarda, el acusado tiene derecho a judicializar su resarcimiento: en la vía de la justicia lo que es de justicia. Sin embargo, y como corolario de que el Gobierno politizó la cosa que pertenecía al ámbito legal, los nobles Noble piden que se exprese un pedido de disculpas en la tribuna política, en la polis mediática.
Esta noble paradoja poco importa, puesto que habremos de suponer, ya que de personas de bien se trata, que perdonarán «hasta setenta veces siete», tal como manda Jesusito (Mt. 18, 21-22). ¿O no?
Como la de Cáritas de hace unas semanas, por estos días se ha montado una campaña ecuménica por el perdón. El DRAE define esta palabra como la «acción de perdonar», como la «remisión de la pena merecida, de la ofensa recibida o de alguna deuda u obligación pendiente» y como «indulgencia». En tanto sustantivo deverbal («acción de perdonar»), supone dos argumentos: un causante y un beneficiario ("alguien perdona (o hace perdonar) a alguien"). El beneficiario lo es porque el proceso ('perdonar') lo afecta y lo (re)crea: luego de la remisión, de la indulgencia, pasará a ser un perdonado, un redimido (esta es la prueba de que se trata de un verbo 'de proceso', puesto que deriva a un 'estado': la gramática, amigos/as, es cosa seria).
Filosóficamente, para perdonar es necesario que exista una falta (un pecado), una actitud de arrepentimiento en cierta persona (pecadora), y una investidura con capacidad de trocar culpa en expiación, presente y manifiesta en otra persona (quien perdona). En el caso que motiva esta nota, esto se corresponde, respectivamente, con: la causa por la presunta apropiación de hijos de desaparecidos, K-ristina (la yegua) y sus cooptados organismos de DD. HH., la honorable Sra. de Noble. Ésta le pide a aquello (si nos negamos a la variación de género en la mención de la investidura presidencial, neguémonos con los pronombres a subjetivarla: usemos el neutro), le exige, que pida perdón, vale decir, que reconozca su culpa, su pecado, y que implore clemencia. Indulgencia.
Las indulgencias fueron, en la historia, todo un tema: provocaron, ni más ni menos, que el cisma de la iglesia católica en el siglo XVI (Lutero se rebeló contra la venta de indulgencias que hacía la honorable curia católica) ¿Cuál sería, en el caso actual, el precio de esta indulgencia? ¿Cuántos padrenuestros tendría que rezar la yegua? Toda exigencia de pedido de perdón es la reafirmación de un poder y con él, de una verdad. Y si la verdad la detenta aquel que, a su vez, tiene autorizada la palabra, el negocio es perfecto (Ocurría con aquellos curas y sucede con estos comunicadores)
Más de una vez, nos hemos enterado de eventos y situaciones ("noticias") que luego fueron contradichas y hasta se demostró su falsedad. Sin ir más lejos, ayer los peritos contables de la Corte Suprema (instancia que hasta nuestros republicanos tachan de intachable) determinaron que no hubo sobreprecios (coimas, negociados) en el denominado "caso Skanska". Nadie escuchó o leyó ningún pedido de perdón, incluso cuando está involucrado un procedimiento reconocido y convencionalizado en la "fe de erratas": si no se desea (si la actitud no es sincera) pedir disculpas por haber informado sin pruebas, apresuradamente, etc., siempre se puede echar mano a la excusa de "problemas de edición". Y ni siquiera eso. Ni hablar de falsedades publicadas que afectaron a algún don nadie, algún cualunque...
Si fuera el caso de tener que pedir (o exigir) perdón por "los chicos", existe otra forma convencionalizada de hacerlo: el juicio civil por calumnias e injurias, por daño psicológico, etc. Dado que es la justicia la que determina que las pruebas de ADN no son compatibles con las muestras que hasta el presente están en guarda, el acusado tiene derecho a judicializar su resarcimiento: en la vía de la justicia lo que es de justicia. Sin embargo, y como corolario de que el Gobierno politizó la cosa que pertenecía al ámbito legal, los nobles Noble piden que se exprese un pedido de disculpas en la tribuna política, en la polis mediática.
Esta noble paradoja poco importa, puesto que habremos de suponer, ya que de personas de bien se trata, que perdonarán «hasta setenta veces siete», tal como manda Jesusito (Mt. 18, 21-22). ¿O no?
Etiquetas de esta entrada: La polis
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