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Actualizaciones en lo que va del tiempo:

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domingo, 30 de noviembre de 2008

Reeditaron en DVD los capítulos televisivos de Las aventuras de Hijitus • El lunes 24 de noviembre salieron a las venta los primeros 5 discos, con bonus • Junto con los 5 que restan, se completarán los 52 episodios que García Ferré produjo • El acontencimiento (cuyos DVD's ya compré el miércoles y vi todos) como excusa para el recuerdo


No me acuerdo en qué convalescencia infantil, el hijo de un amigo de mi viejo me prestó unas revistas de Las Aventuras de Hijitus para que leyera mientras durara el reposo; entre otras, figuraba Un baño de inteligencia o los supersabios (es una lástima: cuando era chico me sabía de memoria el número de cada revista, el mes y año de publicación; creo que ésta era la sesenta y algo y "Trulalá, capital del mundo", la setenta y pico, pero la verdad no estoy seguro, y las revistas que me quedan -entre ellas, estas- están guardadas en un arcón de madera pesado e incómodo, en una especie de mini-altillo sin acceso propio, así que no iré a corroborar) A partir de ahí, me hice fanático de la revista, o mejor dicho, recuperé mi fanatismo, porque recuerdo que de chiquito, muy chiquito, tres años o cuatro, veía en la tele El Club de Hijitus, y mis viejos me compraban esa misma revista (que luego realmente leería) para que -qué barato me divertía- recortara, mezclara y volviera a ordenar las viñetas (también recuerdo otro "juego" antes de los 5 años, que consistía en desparramar por el suelo todos los talones de facturas, pedidos, remitos, etc., formularios de oficina que mi viejo tenía en su portafolios, y jugar a que era oficinista, ejecutivo, o andá a saber qué)

A eso de los 8 ó 10 años, entonces, empecé a comprar (coleccionar, diríamos) los números viejos, y los poquitos nuevos que salieron: comencé cuando ya se terminaba, lo cual le daba a la cuestión cierto aire de misterio, de investigación, de esfuerzo (no era la simple y rutinaria tarea de ir al puesto de diarios y listo). Empecé a meterme en cuanta casa de canje de revistas hubiera (de chico era bastante independiente: me dejaban andar solo por la calle, iba sin nadie a la escuela -creo que ya conté que vivíamos en Ramos e iba a un Colegio en Devoto, en bondi; lo que nunca narré fue algo que volví a recordar hace unos días, y que ahora -cómo me gusta desviar los relatos con estos fluires de la conciencia- resumo: volví a tomar este jueves el 172, por Barrio Marina, como cuando iba y venía, de niño; yo bajaba tres paradas antes de Camino de Cintura -esta última y adulta vez, tenía que bajar en Camino de Cintura-; en mi fantasioso mundo infantil, sentarse en el primer asiento de las filas era ser el "jefe" de la hilera completa, por lo que si no enganchaba ese asiento, me gustaba el del guardabarros, el de a uno; cierta vez, me pude sentar en el primero de la de asientos individuales, que contaba con la desventaja de tener que ser cedido -era una regla tácita, todavía no había sido necesario tener que inventar el cartel: muchas reglas de usos y buenas costumbres se normativizan cuando desaparecen, como un desesperado intento de que sobrevivan coercitivamente-; subió una señora, una "vieja" -a los 10 años, todos son "viejos"- y no quise darle el asiento: era el jefe de la fila, y no deseaba dejar de serlo -había una especie de combate silencioso, que implicaba esperar conseguir un asiento contra los demás que iban parados; luego, esperar que se liberara alguno de esos, y que nadie lo ocupara antes-; entonces, me "hice el dormido", es decir, me acurruqué contra el vidrio, cerré los ojos y adopté el gesto plácido y relajado de quien está, verdaderamente, dormido; no tuve en cuenta que madrugaba mucho para ir a la escuela -me acuerdo que mi viejo escuchaba a Magdalena en Continental, que desde siempre desarrolló su "línea editorial" llena de profusas argumentaciones al estilo de "esto es terrible", "esto no me gusta", a las 6 de la mañana-. Otro desvío: ¡qué terrible fue cuando Manrique le dijo "hijo de puta" a no me acuerdo quién en el programa de la aristocrática Magda, allá por el '82, '83!; fue un verdadero revuelo, un asombro pasmoso. Ja, niña de pecho esa puteada bien puesta en esa discusión, a la luz de los hechos posteriores- y me quedé dormido: mi actuación cedió paso a la realidad. Un flash, un toque, pero me quedé dormido y me pasé -creo que esto lo hice más o menos en Alvarado y Brandsen, es decir, unas diez o quince paradas antes de la mía-. Me desperté en Camino de Cintura, entre Miguel Cané -la calle donde yo debía bajarme- y Venezuela -la calle donde el 172 deja Ruta 4 y se dirige, barrios adentro, a Atalaya. O sea que estaba a unas 10 cuadras de mi casa, pero en la zona donde no me dejaban ir en bici, norma que mi espíritu aventurero no consideraba necesario transgredir, porque allí nunca hubo ni hay nada interesante para un pibe. Me largué a llorar, porque comprobaba -una vez más- que las mentiras tenían patas cortas y que Dios castigaba a los mentirosos y a los que tenían pensamientos con chicas, es decir, todo lo que nos enseñaban los castos curas y hermanos corazonistas en el colegio. Una señora se apiadó y me explicó cómo llegar, y sanseacabó: parece ser que en definitiva Dios se divierte cuando nos asustamos de su ira, más que ser un fulano iracundo que goza descargando su impiadosa furia sobre su creación)

No había lugar por donde anduviera sin que investigara si había casas de canjes de revistas: terminé descubriendo que en algunos casos estos comercios dejaban sus sellos impresos, en las páginas: tarde o temprano terminaba de visita en ellos. Me acuerdo que cuando no iba del Colegio a casa sino a la juguetería, le pedía a mi viejo acompañarlo a no sé qué proveedor, que tenía ahicito nomás una compra-venta de revistas, creo que en la zona de Pompeya (de nuevo desvarío: yo prefería mil veces que el plan de mis viejos fuera que del colegio regresara al negocio, porque podía sentir la extraña sensación de pertenecer al mismo barrio donde tenés la escuela, ir caminando con tus compañeros, etc. Salíamos de la escuela y al primero que perdíamos era a Lospenato, que vivía a una cuadra; seguíamos por J. P. Varela hasta la placita y ahí quedaba Fornasari, que vivía enfrente; seguíamos por Beiró y yo a veces me quedaba un rato en la casa de mi amigo Martín Di Bacco, o seguía por Segurola con Soracco y Groza -a veces, tomábamos el 85-, hasta Nazarre) En Mar del Plata había descubierto otra compra-venta de revistas a la vuelta del departamento de mi madrina, sobre Moreno o Bolívar, donde (me di cuenta después, cuando la leí) compré un incunable, el Nº 2: "Los cinco de Neurus o la vuelta de Trulalá". Otra en San Justo, en la que hallé un par de números que no tenía. Pero la que más me sirvió y más visitaba era una, enorme, que estaba en Alberdi (y se llamaba, precisamente, "Alberdi"). Estaba a unas 7 cuadras de la casa de mi bisabuela, así que a eso de los 11 años desarrollé un sistema de visitas sabatinas que implicaban llegar, saludarlas a ella y a mi tía abuela, y al rato ya irme para allá.

Iba bajando desde Yerbal y Guardia Nacional, en Villa Luro, en zig zag, por Basualdo, Araujo, Corvalán, Albariño y cuando me quería acordar, ya llegaba a Miralla y Alberdi.
Una vieja curtiembre en una esquina, con ese olor a cuero que invadía toda la calle, me indicaban que estaba cerca. En una época, este negocio de canje de revistas consiguió -supongo- un saldo de los primeros números de la revista de Hijitus, y los vendía añadiéndoles los fasciculitos de "Joyas de la literatura universal", que en realidad acompañaron a las revistas muchos números después. Gracias a ese anacronismo, los cobraban más caros, aunque por ser revitas nuevas (si bien no actuales) podían hacer ese sobreprecio. Si, a la plata de hoy, una revista usada la vendían a $1, las otras estaban $3, con lo cual -para mis infantiles finanzas- me impedían comprar, como hacía, cinco o diez números por vez. Por lo tanto, descubrí que despegándoles el librito, cuidadosamente (para no despintar la tapa, y además para que no se dieran cuenta de que había sido arrancada la insignia que distinguía el producto) los podía pasar por caja como simples revistas usadas. Así obtuve muchos de los primeros números, del 5 al 20, ya que sólo tenía desde antes el 2 y el 16. Fue, sencillamente, el acontecimiento más importante de mi infancia. Regresaba a lo de mi bisabuela leyendo en el camino, incluso cruzando las calles sin mirar, y me devoraba los números adquiridos con la pasión que sólo años después pondría al leer Tendencias actuales de la gramática, de mi bienamada Ofe Kovacci. Igual, nunca conseguí el número 1, por el cual hace unos años en Parque Centenario me pidieron, si mal no recuerdo, $300.

Mi tía abuela Marta, que al principio no entendía mi fanatismo por Hijitus, un día me sacó a escondidas una revista y, a partir de ahí, las leyó siempre después que las compraba, me las pedía prestadas, etc., y empezó (era ya grande, y siempre fue esa tía-abuela-solterona-especial, que todos tenemos) a citar frases y episodios como quien trae a la charla el argumento de una película o un extracto de un libro. La que más le había gustado era "El fracaso de un artista o el rico pobre", que creo que era la Nº 12. Mi bisabuela nunca las leyó, pero supongo que olfateó en mí cierto ánimo de coleccionista, al que sin dudas quiso acrecentar (acrecentó) cuando me regaló un cofre lleno de monedas nacionales que ella misma venía juntando, y que yo continué. De las revistas, llegué a tener casi todas: me faltaron, creo, 10 ó 20 para completar los 226 números.

Cuando estaba en la secundaria, la mala situación económica familiar hizo que tuviera que vender muchas revistas, y con eso comprar los libros que nos pedían. Me deshice de los últimos números, y de aquellos que menos me gustaban, así que la colección sufrió su gran merma. Obviamente, fue dolorosa esta decisión, pero no quedaba otra. Igual, cuando nos habíamos mudado de Ramos a Virrey del Pino, los albañiles que se dedicaron a la ampliación de la casa me habían birlado los ejemplares más preciados: los primeros, que en mi eterna neurosis obsesiva había ordenado por número, en cajas en las que estaban accesibles, por ser los primeros, precisamente esas revistas más importantes. Supongo que los agarrarían para leer en
el colectivo, cuando regresaban, o tendrían hijos a quienes llevarles de regalo las revistas... Lo cierto es que me desaparecieron del 2 al 11, y eso motivó que abandonara un poco la colección.

Un poco. Pero no del todo. Allá por mis 15 años se me ocurrió tratar de investigar qué pasaba en
los argumentos de cada revista en las diferentes épocas históricas, o sea, en épocas de dictadura, en épocas de gobiernos legítimos, etc. Y aventuré ciertas conclusiones que no me gustaron mucho, así que desistí de mi precoz investigación. Ya ejerciendo la docencia, y cuando la mayoría de los alumnos/as que tenía ni sabían quién fue Hijitus (salvo las esporádicas épocas en que Canal 13 desfreezaba las series), en todos los trabajos prácticos, guías de trabajo, etc., en los que podía, metía viñetas o personajes o ejemplos relacionados con las revistas. Lo que se dice toda una militancia: mi primera y más ingenua militancia. Como este posteo, en el que por primera vez hablo tanto de mí...

Si te interesó todo esto, visitá a estos hermanos.


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Las Aventuras de Hijitus. Nuestro gran superhéroe

Editado por Leader Music, bajo licencia de Producciones García Ferré


DVD Nº 1
1. Botines goleadores
2. El dragón cantor
3. Oaky Silver
4. El primo Kechum
5. La gran carrera
6. Neurus "Petrolium" Company
Bonus: ¡Un ovni en Trulalá! (*)

DVD Nº 2
7. La escoba voladora
8. El otro súper
9. La marañaza
10. La luna está de remate
11. La estatua de Neurus
Bonus: El puerto (*)

DVD Nº 3
12. El cumpleaños de Oaky
13. ¡Peligro en el volcán!
14. La Olla Pirula
15. Kechum vs. Boxitracio
16. El portaaviones atómico
17. El soldado Larguirucho
Bonus: El Boxitracio (*)

DVD Nº 4
18. El Pucho Péndulo
19. La panadería
20. Operativo canino
21. Plaza de niños
22. Granhampa (1ª parte)
23. Granhampa (2ª parte)
Bonus: Robo al banco (*)

DVD Nº 5
Oaky "ejecututivo"
25. Gallinas desplumadas
26. Dedo negro
27. La isla fantasma
28. El misterio de las armaduras
Bonus: La trompada tramposa (*)

(*) Capítulos en blanco y negro


En los capítulos en blanco y negro se sabe cómo Hijitus conoció a Pichichus, o cómo nació el Boxi (y de paso, que no es un canguro, sino un pájaro), etc. La población espera, impaciente, los 5 DVD's restantes, entre los que habrá de contarse con el episodio "La vecinita de enfrente" cuyo audio cuelgo acá abajo (con las imágenes que traen los cinco volúmenes).





sábado, 29 de noviembre de 2008

Continuamos con nuestros editoriales tangueros multimedia • Tema de hoy: el proyecto de blanqueo (fácil) de guita (ídem)


Ficha técnica:
"Volver"
Tango de A. Lepera y C. Gardel (1935)
Voz de Carlos Gardel



viernes, 28 de noviembre de 2008

Muy, muy interesante artículo en Página/12 de hoy.

Por eso, no me manden invitaciones a ver perfiles, fotos, cuentas, mails, etc.: no voy a entrar, no voy a registrarme para hacerlo. ¿Ok?

Ah, y otra cosa, ya que estamos: basta de cadenas. Microsoft hace años que parece que va a cerrar Hotmail, la nena esa de 8 años ya tendría que tener 20, el presidente de Argentina no cortó la cadena y se le murió el hijo, sino que es altamente probable que se lo hayan asesinado por sus transas megacorruptas, y etcéteras varios.

jueves, 27 de noviembre de 2008

En la que quizás sea la penúltima entrega de estos "textos recogidos", voy a romper con el autoimpuesto requisito de publicar escritos de autores argentinos, para traer este excelente cuento del cubano Alejo Carpentier.

Viaje a la semilla es, como su nombre lo indica, un ir a la génesis, al comienzo. El año pasado colgábamos acá un texto de Quino que, humorísticamente, homenajeaba esta idea (o quizás Carpentier homenajeaba a Joaquín Lavado, o quizás ninguno conoció al otro) Un regreso que no es sólo vital sino también a cierto estado social, el esplendor aristocrático: una especie de ficcionalización del mito del eterno retorno, tan caro a las idelogías conservadoras.

No obstante, es posible leer en este cuento los límites de ese repliegue conservador que quisiera regresar allí donde fue esplendoroso: suponiendo que fuera posible, es inútil, puesto que luego del regreso, llegado al punto primigenio, paradójicamente, espera otra muerte, otra nada: finalmente todo se desvanece, todo es efímero, todo cambia, de uno u otro modo.

El cuento tiene un virtuoso manejo del tiempo, en un flash back permanente bien puntuado a partir de las partes del cuento y de las descripciones de la casa y del propio personaje. Además, tiene el sabor del español del Caribe, algo que a los sureños siempre nos resulta simpático. Disfrútenlo

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Viaje a la semilla
Alejo Carpentier

I

-¿Qué quieres, viejo?...

Varias veces cayó la pregunta de lo alto de los andamios. Pero el viejo no respondía. Andaba de un lugar a otro, fisgoneando, sacándose de la garganta un largo monólogo de frases incomprensibles. Ya habían descendido las tejas, cubriendo los canteros muertos con su mosaico de barro cocido. Arriba, los picos desprendían piedras de mampostería, haciéndolas rodar por canales de madera, con gran revuelo de cales y de yesos. Y por las almenas sucesivas que iban desdentando las murallas aparecían -despojados de su secreto- cielos rasos ovales o cuadrados, cornisas, guirnaldas, dentículos, astrágalos, y papeles encolados que colgaban de los testeros como viejas pieles de serpiente en muda. Presenciando la demolición, una Ceres con la nariz rota y el peplo desvaído, veteado de negro el tocado de mieses, se erguía en el traspatio, sobre su fuente de mascarones borrosos. Visitados por el sol en horas de sombra, los peces grises del estanque bostezaban en agua musgosa y tibia, mirando con el ojo redondo aquellos obreros, negros sobre claro de cielo, que iban rebajando la altura secular de la casa. El viejo se había sentado, con el cayado apuntalándole la barba, al pie de la estatua. Miraba el subir y bajar de cubos en que viajaban restos apreciables. Oíanse, en sordina, los rumores de la calle mientras, arriba, las poleas concertaban, sobre ritmos de hierro con piedra, sus gorjeos de aves desagradables y pechugonas.

Dieron las cinco. Las cornisas y entablamentos se despoblaron. Sólo quedaron escaleras de mano, preparando el salto del día siguiente. El aire se hizo más fresco, aligerado de sudores, blasfemias, chirridos de cuerdas, ejes que pedían alcuzas y palmadas en torsos pringosos. Para la casa mondada el crepúsculo llegaba más pronto. Se vestía de sombras en horas en que su ya caída balaustrada superior solía regalar a las fachadas algún relumbre de sol. La Ceres apretaba los labios. Por primera vez las habitaciones dormirían sin persianas, abiertas sobre un paisaje de escombros.

Contrariando sus apetencias, varios capiteles yacían entre las hierbas. Las hojas de acanto descubrían su condición vegetal. Una enredadera aventuró sus tentáculos hacia la voluta jónica, atraída por un aire de familia. Cuando cayó la noche, la casa estaba más cerca de la tierra. Un marco de puerta se erguía aún, en lo alto, con tablas de sombras suspendidas de sus bisagras desorientadas.


II

Entonces el negro viejo, que no se había movido, hizo gestos extraños, volteando su cayado sobre un cementerio de baldosas.

Los cuadrados de mármol, blancos y negros, volaron a los pisos, vistiendo la tierra. Las piedras con saltos certeros, fueron a cerrar los boquetes de las murallas. Hojas de nogal claveteadas se encajaron en sus marcos, mientras los tornillos de las charnelas volvían a hundirse en sus hoyos, con rápida rotación.

En los canteros muertos, levantadas por el esfuerzo de las flores, las tejas juntaron sus fragmentos, alzando un sonoro torbellino de barro, para caer en lluvia sobre la armadura del techo. La casa creció, traída nuevamente a sus proporciones habituales, pudorosa y vestida. La Ceres fue menos gris. Hubo más peces en la fuente. Y el murmullo del agua llamó begonias olvidadas.

El viejo introdujo una llave en la cerradura de la puerta principal, y comenzó a abrir ventanas. Sus tacones sonaban a hueco. Cuando encendió los velones, un estremecimiento amarillo corrió por el óleo de los retratos de familia, y gentes vestidas de negro murmuraron en todas las galerías, al compás de cucharas movidas en jícaras de chocolate.

Don Marcial, el Marqués de Capellanías, yacía en su lecho de muerte, el pecho acorazado de medallas, escoltado por cuatro cirios con largas barbas de cera derretida


III

Los cirios crecieron lentamente, perdiendo sudores. Cuando recobraron su tamaño, los apagó la monja apartando una lumbre. Las mechas blanquearon, arrojando el pabilo. La casa se vació de visitantes y los carruajes partieron en la noche. Don Marcial pulsó un teclado invisible y abrió los ojos.

Confusas y revueltas, las vigas del techo se iban colocando en su lugar. Los pomos de medicina, las borlas de damasco, el escapulario de la cabecera, los daguerrotipos, las palmas de la reja, salieron de sus nieblas. Cuando el médico movió la cabeza con desconsuelo profesional, el enfermo se sintió mejor. Durmió algunas horas y despertó bajo la mirada negra y cejuda del Padre Anastasio. De franca, detallada, poblada de pecados, la confesión se hizo reticente, penosa, llena de escondrijos. ¿Y qué derecho tenía, en el fondo, aquel carmelita, a entrometerse en su vida? Don Marcial se encontró, de pronto, tirado en medio del aposento. Aligerado de un peso en las sienes, se levantó con sorprendente celeridad. La mujer desnuda que se desperezaba sobre el brocado del lecho buscó enaguas y corpiños, llevándose, poco después, sus rumores de seda estrujada y su perfume. Abajo, en el coche cerrado, cubriendo tachuelas del asiento, había un sobre con monedas de oro.

Don Marcial no se sentía bien. Al arreglarse la corbata frente a la luna de la consola se vio congestionado. Bajó al despacho donde lo esperaban hombres de justicia, abogados y escribientes, para disponer la venta pública de la casa. Todo había sido inútil. Sus pertenencias se irían a manos del mejor postor, al compás de martillo golpeando una tabla. Saludó y le dejaron solo. Pensaba en los misterios de la letra escrita, en esas hebras negras que se enlazan y desenlazan sobre anchas hojas afiligranadas de balanzas, enlazando y desenlazando compromisos, juramentos, alianzas, testimonios, declaraciones, apellidos, títulos, fechas, tierras, árboles y piedras; maraña de hilos, sacada del tintero, en que se enredaban las piernas del hombre, vedándole caminos desestimados por la Ley; cordón al cuello, que apretaban su sordina al percibir el sonido temible de las palabras en libertad. Su firma lo había traicionado, yendo a complicarse en nudo y enredos de legajos. Atado por ella, el hombre de carne se hacía hombre de papel. Era el amanecer. El reloj del comedor acababa de dar la seis de la tarde.


IV

Transcurrieron meses de luto, ensombrecidos por un remordimiento cada vez mayor. Al principio, la idea de traer una mujer a aquel aposento se le hacía casi razonable. Pero, poco a poco, las apetencias de un cuerpo nuevo fueron desplazadas por escrúpulos crecientes, que llegaron al flagelo. Cierta noche, Don Marcial se ensangrentó las carnes con una correa, sintiendo luego un deseo mayor, pero de corta duración. Fue entonces cuando la Marquesa volvió, una tarde, de su paseo a las orillas del Almendares. Los caballos de la calesa no traían en las crines más humedad que la del propio sudor. Pero, durante todo el resto del día, dispararon coces a las tablas de la cuadra, irritados, al parecer, por la inmovilidad de nubes bajas.

Al crepúsculo, una tinaja llena de agua se rompió en el baño de la Marquesa. Luego, las lluvias de mayo rebosaron el estanque. Y aquella negra vieja, con tacha de cimarrona y palomas debajo de la cama, que andaba por el patio murmurando: "¡Desconfía de los ríos, niña; desconfía de lo verde que corre!" No había día en que el agua no revelara su presencia. Pero esa presencia acabó por no ser más que una jícara derramada sobre el vestido traído de París, al regreso del baile aniversario dado por el Capitán General de la Colonia.

Reaparecieron muchos parientes. Volvieron muchos amigos. Ya brillaban, muy claras, las arañas del gran salón. Las grietas de la fachada se iban cerrando. El piano regresó al clavicordio. Las palmas perdían anillos. Las enredaderas saltaban la primera cornisa. Blanquearon las ojeras de la Ceres y los capiteles parecieron recién tallados. Más fogoso Marcial solía pasarse tardes enteras abrazando a la Marquesa. Borrábanse patas de gallina, ceños y papadas, y las carnes tornaban a su dureza. Un día, un olor de pintura fresca llenó la casa.


V

Los rubores eran sinceros. Cada noche se abrían un poco más las hojas de los biombos, las faldas caían en rincones menos alumbrados y eran nuevas barreras de encajes. Al fin la Marquesa sopló las lámparas. Sólo él habló en la obscuridad. Partieron para el ingenio, en gran tren de calesas -relumbrante de grupas alazanas, bocados de plata y charoles al sol. Pero, a la sombra de las flores de Pascua que enrojecían el soportal interior de la vivienda, advirtieron que se conocían apenas. Marcial autorizó danzas y tambores de Nación, para distraerse un poco en aquellos días olientes a perfumes de Colonia, baños de benjuí, cabelleras esparcidas, y sábanas sacadas de armarios que, al abrirse, dejaban caer sobre las lozas un mazo de vetiver. El vaho del guarapo giraba en la brisa con el toque de oración. Volando bajo, las auras anunciaban lluvias reticentes, cuyas primeras gotas, anchas y sonoras, eran sorbidas por tejas tan secas que tenían diapasón de cobre. Después de un amanecer alargado por un abrazo deslucido, aliviados de desconciertos y cerrada la herida, ambos regresaron a la ciudad. La Marquesa trocó su vestido de viaje por un traje de novia, y, como era costumbre, los esposos fueron a la iglesia para recobrar su libertad. Se devolvieron presentes a parientes y amigos, y, con revuelo de bronces y alardes de jaeces, cada cual tomó la calle de su morada. Marcial siguió visitando a María de las Mercedes por algún tiempo, hasta el día en que los anillos fueron llevados al taller del orfebre para ser desgrabados. Comenzaba, para Marcial, una vida nueva. En la casa de las rejas, la Ceres fue sustituida por una Venus italiana, y los mascarones de la fuente adelantaron casi imperceptiblemente el relieve al ver todavía encendidas, pintada ya el alba, las luces de los velones.


VI

Una noche, después de mucho beber y marearse con tufos de tabaco frío, dejados por sus amigos, Marcial tuvo la sensación extraña de que los relojes de la casa daban las cinco, luego las cuatro y media, luego las cuatro, luego las tres y media... Era como la percepción remota de otras posibilidades. Como cuando se piensa, en enervamiento de vigilia, que puede andarse sobre el cielo raso con el piso por cielo raso, entre muebles firmemente asentados entre las vigas del techo. Fue una impresión fugaz, que no dejó la menor huella en su espíritu, poco llevado, ahora, a la meditación.

Y hubo un gran sarao, en el salón de música, el día en que alcanzó la minoría de edad. Estaba alegre, al pensar que su firma había dejado de tener un valor legal, y que los registros y escribanías, con sus polillas, se borraban de su mundo. Llegaba al punto en que los tribunales dejan de ser temibles para quienes tienen una carne desestimada por los códigos. Luego de achisparse con vinos generosos, los jóvenes descolgaron de la pared una guitarra incrustada de nácar, un salterio y un serpentón. Alguien dio cuerda al reloj que tocaba la Tirolesa de las Vacas y la Balada de los Lagos de Escocia.

Otro embocó un cuerno de caza que dormía, enroscado en su cobre, sobre los fieltros encarnados de la vitrina, al lado de la flauta traversera traída de Aranjuez. Marcial, que estaba requebrando atrevidamente a la de Campoflorido, se sumó al guirigay, buscando en el teclado, sobre bajos falsos, la melodía del Trípili-Trápala. Y subieron todos al desván, de pronto, recordando que allá, bajo vigas que iban recobrando el repello, se guardaban los trajes y libreas de la Casa de Capellanías. En entrepaños escarchados de alcanfor descansaban los vestidos de corte, un espadín de Embajador, varias guerreras emplastronadas, el manto de un Príncipe de la Iglesia, y largas casacas, con botones de damasco y difuminos de humedad en los pliegues. Matizáronse las penumbras con cintas de amaranto, miriñaques amarillos, túnicas marchitas y flores de terciopelo. Un traje de chispero con redecilla de borlas, nacido en una mascarada de carnaval, levantó aplausos.

La de Campoflorido redondeó los hombros empolvados bajo un rebozo de color de carne criolla, que sirviera a cierta abuela, en noche de grandes decisiones familiares, para avivar los amansados fuegos de un rico Síndico de Clarisas.

Disfrazados regresaron los jóvenes al salón de música. Tocado con un tricornio de regidor, Marcial pegó tres bastonazos en el piso, y se dio comienzo a la danza de la valse, que las madres hallaban terriblemente impropio de señoritas, con eso de dejarse enlazar por la cintura, recibiendo manos de hombre sobre las ballenas del corset que todas se habían hecho según el reciente patrón de "El Jardín de las Modas". Las puertas se obscurecieron de fámulas, cuadrerizos, sirvientes, que venían de sus lejanas dependencias y de los entresuelos sofocantes para admirarse ante fiesta de tanto alboroto. Luego se jugó a la gallina ciega y al escondite. Marcial, oculto con la de Campoflorido detrás de un biombo chino, le estampó un beso en la nuca, recibiendo en respuesta un pañuelo perfumado, cuyos encajes de Bruselas guardaban suaves tibiezas de escote. Y cuando las muchachas se alejaron en las luces del crepúsculo, hacia las atalayas y torreones que se pintaban en grisnegro sobre el mar, los mozos fueron a la Casa de Baile, donde tan sabrosamente se contoneaban las mulatas de grandes ajorcas, sin perder nunca -así fuera de movida una guaracha- sus zapatillas de alto tacón. Y como se estaba en carnavales, los del Cabildo Arará Tres Ojos levantaban un trueno de tambores tras de la pared medianera, en un patio sembrado de granados. Subidos en mesas y taburetes, Marcial y sus amigos alabaron el garbo de una negra de pasas entrecanas, que volvía a ser hermosa, casi deseable, cuando miraba por sobre el hombro, bailando con altivo mohín de reto.


VII

Las visitas de Don Abundio, notario y albacea de la familia, eran más frecuentes. Se sentaba gravemente a la cabecera de la cama de Marcial, dejando caer al suelo su bastón de ácana para despertarlo antes de tiempo. Al abrirse, los ojos tropezaban con una levita de alpaca, cubierta de caspa, cuyas mangas lustrosas recogían títulos y rentas. Al fin sólo quedó una pensión razonable, calculada para poner coto a toda locura. Fue entonces cuando Marcial quiso ingresar en el Real Seminario de San Carlos.

Después de mediocres exámenes, frecuentó los claustros, comprendiendo cada vez menos las explicaciones de los dómines. El mundo de las ideas se iba despoblando. Lo que había sido, al principio, una ecuménica asamblea de peplos, jubones, golas y pelucas, controversistas y ergotantes, cobraba la inmovilidad de un museo de figuras de cera. Marcial se contentaba ahora con una exposición escolástica de los sistemas, aceptando por bueno lo que se dijera en cualquier texto. "León", "Avestruz", Ballena", "Jaguar", leíase sobre los grabados en cobre de la Historia Natural. Del mismo modo, "Aristóteles", "Santo Tomás", Bacon", "Descartes", encabezaban páginas negras, en que se catalogaban aburridamente las interpretaciones del universo, al margen de una capitular espesa. Poco a poco, Marcial dejó de estudiarlas, encontrándose librado de un gran peso. Su mente se hizo alegre y ligera, admitiendo tan sólo un concepto instintivo de las cosas. ¿Para qué pensar en el prisma, cuando la luz clara de invierno daba mayores detalles a las fortalezas del puerto? Una manzana que cae del árbol sólo es incitación para los dientes. Un pie en una bañadera no pasa de ser un pie en una bañadera. El día que abandonó el Seminario, olvidó los libros. El gnomon recobró su categoría de duende: el espectro fue sinónimo de fantasma; el octandro era bicho acorazado, con púas en el lomo.

Varias veces, andando pronto, inquieto el corazón, había ido a visitar a las mujeres que cuchicheaban, detrás de puertas azules, al pie de las murallas. El recuerdo de la que llevaba zapatillas bordadas y hojas de albahaca en la oreja lo perseguía, en tardes de calor, como un dolor de muelas. Pero, un día, la cólera y las amenazas de un confesor le hicieron llorar de espanto. Cayó por última vez en las sábanas del infierno, renunciando para siempre a sus rodeos por calles poco concurridas, a sus cobardías de última hora que le hacían regresar con rabia a su casa, luego de dejar a sus espaldas cierta acera rajada, señal, cuando andaba con la vista baja, de la media vuelta que debía darse por hollar el umbral de los perfumes.

Ahora vivía su crisis mística, poblada de detentes, corderos pascuales, palomas de porcelana, Vírgenes de manto azul celeste, estrellas de papel dorado, Reyes Magos, ángeles con alas de cisne, el Asno, el Buey, y un terrible San Dionisio que se le aparecía en sueños, con un gran vacío entre los hombros y el andar vacilante de quien busca un objeto perdido. Tropezaba con la cama y Marcial despertaba sobresaltado, echando mano al rosario de cuentas sordas. Las mechas, en sus pocillos de aceite, daban luz triste a imágenes que recobraban su color primero.


VIII

Los muebles crecían. Se hacía más difícil sostener los antebrazos sobre el borde de la mesa del comedor. Los armarios de cornisas labradas ensanchaban el frontis. Alargando el torso, los moros de la escalera acercaban sus antorchas a los balaustres del rellano. Las butacas eran mas hondas y los sillones de mecedora tenían tendencia a irse para atrás. No había ya que doblar las piernas al recostarse en el fondo de la bañadera con anillas de mármol.

Una mañana en que leía un libro licencioso, Marcial tuvo ganas, súbitamente, de jugar con los soldados de plomo que dormían en sus cajas de madera. Volvió a ocultar el tomo bajo la jofaina del lavabo, y abrió una gaveta sellada por las telarañas. La mesa de estudio era demasiado exigua para dar cabida a tanta gente. Por ello, Marcial se sentó en el piso. Dispuso los granaderos por filas de ocho. Luego, los oficiales a caballo, rodeando al abanderado. Detrás, los artilleros, con sus cañones, escobillones y botafuegos. Cerrando la marcha, pífanos y timbales, con escolta de redoblantes. Los morteros estaban dotados de un resorte que permitía lanzar bolas de vidrio a más de un metro de distancia.

-¡Pum!... ¡Pum!... ¡Pum!...

Caían caballos, caían abanderados, caían tambores. Hubo de ser llamado tres veces por el negro Eligio, para decidirse a lavarse las manos y bajar al comedor.

Desde ese día, Marcial conservó el hábito de sentarse en el enlosado. Cuando percibió las ventajas de esa costumbre, se sorprendió por no haberlo pensando antes. Afectas al terciopelo de los cojines, las personas mayores sudan demasiado. Algunas huelen a notario -como Don Abundio- por no conocer, con el cuerpo echado, la frialdad del mármol en todo tiempo. Sólo desde el suelo pueden abarcarse totalmente los ángulos y perspectivas de una habitación. Hay bellezas de la madera, misteriosos caminos de insectos, rincones de sombra, que se ignoran a altura de hombre. Cuando llovía, Marcial se ocultaba debajo del clavicordio. Cada trueno hacía temblar la caja de resonancia, poniendo todas las notas a cantar. Del cielo caían los rayos para construir aquella bóveda de calderones -órgano, pinar al viento, mandolina de grillos.


IX

Aquella mañana lo encerraron en su cuarto. Oyó murmullos en toda la casa y el almuerzo que le sirvieron fue demasiado suculento para un día de semana. Había seis pasteles de la confitería de la Alameda -cuando sólo dos podían comerse, los domingos, después de misa. Se entretuvo mirando estampas de viaje, hasta que el abejeo creciente, entrando por debajo de las puertas, le hizo mirar entre persianas. Llegaban hombres vestidos de negro, portando una caja con agarraderas de bronce.

Tuvo ganas de llorar, pero en ese momento apareció el calesero Melchor, luciendo sonrisa de dientes en lo alto de sus botas sonoras. Comenzaron a jugar al ajedrez. Melchor era caballo. Él, era Rey. Tomando las losas del piso por tablero, podía avanzar de una en una, mientras Melchor debía saltar una de frente y dos de lado, o viceversa. El juego se prolongó hasta más allá del crepúsculo, cuando pasaron los Bomberos del Comercio.

Al levantarse, fue a besar la mano de su padre que yacía en su cama de enfermo. El Marqués se sentía mejor, y habló a su hijo con el empaque y los ejemplos usuales. Los "Sí, padre" y los "No, padre", se encajaban entre cuenta y cuenta del rosario de preguntas, como las respuestas del ayudante en una misa. Marcial respetaba al Marqués, pero era por razones que nadie hubiera acertado a suponer. Lo respetaba porque era de elevada estatura y salía, en noches de baile, con el pecho rutilante de condecoraciones: porque le envidiaba el sable y los entorchados de oficial de milicias; porque, en Pascuas, había comido un pavo entero, relleno de almendras y pasas, ganando una apuesta; porque, cierta vez, sin duda con el ánimo de azotarla, agarró a una de las mulatas que barrían la rotonda, llevándola en brazos a su habitación. Marcial, oculto detrás de una cortina, la vio salir poco después, llorosa y desabrochada, alegrándose del castigo, pues era la que siempre vaciaba las fuentes de compota devueltas a la alacena.

El padre era un ser terrible y magnánimo al que debía amarse después de Dios. Para Marcial era más Dios que Dios, porque sus dones eran cotidianos y tangibles. Pero prefería el Dios del cielo, porque fastidiaba menos.


X

Cuando los muebles crecieron un poco más y Marcial supo como nadie lo que había debajo de las camas, armarios y vargueños, ocultó a todos un gran secreto: la vida no tenía encanto fuera de la presencia del calesero Melchor. Ni Dios, ni su padre, ni el obispo dorado de las procesiones del Corpus, eran tan importantes como Melchor.

Melchor venía de muy lejos. Era nieto de príncipes vencidos. En su reino había elefantes, hipopótamos, tigres y jirafas. Ahí los hombres no trabajaban, como Don Abundio, en habitaciones obscuras, llenas de legajos. Vivían de ser más astutos que los animales. Uno de ellos sacó el gran cocodrilo del lago azul, ensartándolo con una pica oculta en los cuerpos apretados de doce ocas asadas. Melchor sabía canciones fáciles de aprender, porque las palabras no tenían significado y se repetían mucho. Robaba dulces en las cocinas; se escapaba, de noche, por la puerta de los cuadrerizos, y, cierta vez, había apedreado a los de la guardia civil, desapareciendo luego en las sombras de la calle de la Amargura.

En días de lluvia, sus botas se ponían a secar junto al fogón de la cocina. Marcial hubiese querido tener pies que llenaran tales botas. La derecha se llamaba Calambín. La izquierda, Calambán. Aquel hombre que dominaba los caballos cerreros con sólo encajarles dos dedos en los belfos; aquel señor de terciopelos y espuelas, que lucía chisteras tan altas, sabía también lo fresco que era un suelo de mármol en verano, y ocultaba debajo de los muebles una fruta o un pastel arrebatados a las bandejas destinadas al Gran Salón. Marcial y Melchor tenían en común un depósito secreto de grageas y almendras, que llamaban el "Urí, urí, urá", con entendidas carcajadas. Ambos habían explorado la casa de arriba abajo, siendo los únicos en saber que existía un pequeño sótano lleno de frascos holandeses, debajo de las cuadras, y que en desván inútil, encima de los cuartos de criadas, doce mariposas polvorientas acababan de perder las alas en caja de cristales rotos.


XI

Cuando Marcial adquirió el hábito de romper cosas, olvidó a Melchor para acercarse a los perros. Había varios en la casa. El atigrado grande; el podenco que arrastraba las tetas; el galgo, demasiado viejo para jugar; el lanudo que los demás perseguían en épocas determinadas, y que las camareras tenían que encerrar.

Marcial prefería a Canelo porque sacaba zapatos de las habitaciones y desenterraba los rosales del patio. Siempre negro de carbón o cubierto de tierra roja, devoraba la comida de los demás, chillaba sin motivo y ocultaba huesos robados al pie de la fuente. De vez en cuando, también, vaciaba un huevo acabado de poner, arrojando la gallina al aire con brusco palancazo del hocico. Todos daban de patadas al Canelo. Pero Marcial se enfermaba cuando se lo llevaban. Y el perro volvía triunfante, moviendo la cola, después de haber sido abandonado más allá de la Casa de Beneficencia, recobrando un puesto que los demás, con sus habilidades en la caza o desvelos en la guardia, nunca ocuparían.

Canelo y Marcial orinaban juntos. A veces escogían la alfombra persa del salón, para dibujar en su lana formas de nubes pardas que se ensanchaban lentamente. Eso costaba castigo de cintarazos.

Pero los cintarazos no dolían tanto como creían las personas mayores. Resultaban, en cambio, pretexto admirable para armar concertantes de aullidos, y provocar la compasión de los vecinos. Cuando la bizca del tejadillo calificaba a su padre de "bárbaro", Marcial miraba a Canelo, riendo con los ojos. Lloraban un poco más, para ganarse un bizcocho y todo quedaba olvidado. Ambos comían tierra, se revolcaban al sol, bebían en la fuente de los peces, buscaban sombra y perfume al pie de las albahacas. En horas de calor, los canteros húmedos se llenaban de gente. Ahí estaba la gansa gris, con bolsa colgante entre las patas zambas; el gallo viejo de culo pelado; la lagartija que decía "urí, urá", sacándose del cuello una corbata rosada; el triste jubo nacido en ciudad sin hembras; el ratón que tapiaba su agujero con una semilla de carey. Un día señalaron el perro a Marcial.

-¡Guau, guau! -dijo.

Hablaba su propio idioma. Había logrado la suprema libertad. Ya quería alcanzar, con sus manos, objetos que estaban fuera del alcance de sus manos.


XII

Hambre, sed, calor, dolor, frío. Apenas Marcial redujo su percepción a la de estas realidades esenciales, renunció a la luz que ya le era accesoria. Ignoraba su nombre. Retirado el bautismo, con su sal desagradable, no quiso ya el olfato, ni el oído, ni siquiera la vista. Sus manos rozaban formas placenteras. Era un ser totalmente sensible y táctil. El universo le entraba por todos los poros. Entonces cerró los ojos que sólo divisaban gigantes nebulosos y penetró en un cuerpo caliente, húmedo, lleno de tinieblas, que moría. El cuerpo, al sentirlo arrebozado con su propia sustancia, resbaló hacia la vida.

Pero ahora el tiempo corrió más pronto, adelgazando sus últimas horas. Los minutos sonaban a glissando de naipes bajo el pulgar de un jugador.

Las aves volvieron al huevo en torbellino de plumas. Los peces cuajaron la hueva, dejando una nevada de escamas en el fondo del estanque. Las palmas doblaron las pencas, desapareciendo en la tierra como abanicos cerrados. Los tallos sorbían sus hojas y el suelo tiraba de todo lo que le perteneciera. El trueno retumbaba en los corredores. Crecían pelos en la gamuza de los guantes. Las mantas de lana se destejían, redondeando el vellón de carneros distantes. Los armarios, los vargueños, las camas, los crucifijos, las mesas, las persianas, salieron volando en la noche, buscando sus antiguas raíces al pie de las selvas.

Todo lo que tuviera clavos se desmoronaba. Un bergantín, anclado no se sabía dónde, llevó presurosamente a Italia los mármoles del piso y de la fuente. Las panoplias, los herrajes, las llaves, las cazuelas de cobre, los bocados de las cuadras, se derretían, engrosando un río de metal que galerías sin techo canalizaban hacia la tierra. Todo se metamorfoseaba, regresando a la condición primera. El barro volvió al barro, dejando un yermo en lugar de la casa.


XIII

Cuando los obreros vinieron con el día para proseguir la demolición, encontraron el trabajo acabado. Alguien se había llevado la estatua de Ceres, vendida la víspera a un anticuario. Después de quejarse al Sindicato, los hombres fueron a sentarse en los bancos de un parque municipal. Uno recordó entonces la historia, muy difuminada, de una Marquesa de Capellanías, ahogada, en tarde de mayo, entre las malangas del Almendares. Pero nadie prestaba atención al relato, porque el sol viajaba de oriente a occidente, y las horas que crecen a la derecha de los relojes deben alargarse por la pereza, ya que son las que más seguramente llevan a la muerte.

Lo copié y pegué de acá

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Palabra de Dios

Esto salió en la revista Barcelona del 7 de noviembre de este año • Son unas enseñanzas muy interesantes: leélas con atención


15.12
Si tu hermano hebreo, hombre o mujer, se vende a ti, te servirá seis amos, y al séptimo lo dejarás ir libre de ti.

22.22
Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer de otro hombre, ambos morirán: el hombre que se acostó con la mujer, y la mujer. Así quitarás el mal de Israel.

23.1
No entrará en la congregación de Jehová quien tenga los testículos magullados o mutilado el miembro viril.

25.11
Cuando unos hombres peleen, el uno con el otro, y se acerca la mujer de uno de ellos para librar a su marido de manos del que le golpea, y alargando su mano le agarra sus partes genitales, entonces le cortarás la mano a ella. Tu ojo no le tendrá lástima.

Antiguo Testamento: Deuteronomio (5º Libro de Moisés)

martes, 25 de noviembre de 2008

Un poco de humor

Me las mandaron hace mucho y acá están • A ver la sonrisita...







Esto me lo mandaron hace un tiempo • Se lo atribuyen a Julian Beever • No verifiqué si es de él o no, pero están buenos ¿o no?




domingo, 23 de noviembre de 2008

Comenzamos hoy una nueva sección o etiqueta: Tanguería multimedia • Esta es la primera producción de Un Blog de Variedades Multimedia Cayman Island Group (una división de Un Blog de Variedades SRL) • Espero que la disfruten :)


Ficha técnica:
"Tranquilo, viejo, tranquilo"
Tango de F. Canaro e I. Pelay

Ejecutado por F. Canaro y su Orquesta en 1956
Voz de Tita Merello


God save the Queen

Una silenciosa pero eficaz balacera discursiva se desata en los medios: se acerca diciembre, cuando no sólo explota el calor. Unos delinean en su último parágrafo las etapas del golpe contra Sara K-ay, mientras otros intentan socavar al tibio que Dios vomitará. En realidad, Jehová Dios no podrá ocuparse de estos menesteres en los próximos días, ya que estará atareado convenciendo al abogado del diablo para que defienda a uno de sus dilectos pastores. Igual, nuestra autóctona cosa nostra se está re agrupando, así que probablemente no pase naranja, u ocurra que el nuevo cheff haga de nosotros un rico licuadito.

Entretanto, podemos vivir tranquilos: es al pedo ser limpios (o contraproducente, que sería más o menos lo mismo). No sólo los gérmenes de la escherichia colli, sino los gérmenes de una sociedad endeble, que compra gato por liebre y desinfecta la mierda por el solo hecho del show. Sólo el futuro nos salvará, podríamos decir pero... ¿qué futuro? ¿En qué andan nuestros jóvenes, hoy? Parece que nada preocupados por los gérmenes en la saliva, quizás inmunes a viejos virus que se resisten a morir y que ya no cuentan con su principal y genial ADN, aquel en cuyo contexto sólo pudo constituir su sexualidad sobre el misterio, el glamour y la parodia. ¿Qué es mejor: aquella invisibilidad o esta franca locura? ¿Siempre es mejor ser como uno considere que es feliz, aun cuando eso implique que todo se vaya al carajo? ¿Se irá todo al carajo irremediablemente? Quién lo sabe...

Dicen que el Bambino sonríe feliz y babeante, con tanto pebete flogger pa' comerse...

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Un cuerpo en cuyos huesos se tatuaron los días del camino,
rastros de mañanas cuando abríamos los ojos
y nos veíamos juntos,
con el sol por la ventana como prendiéndose de las cosas
y recubriéndonos las pieles que entraban en contacto:
éramos partículas del cosmos en su misteriosa felicidad,
su confinado elemento entre cuatro paredes,
el aquietarse un instante los mares bajo nuestros dedos,
recorriéndonos en los aromas que refulgían en nosotros;
brotaba luz de tus ojos, mágicamente verdes,
y yo me hundía tras ellos en comunión con la vida,
ausente de mí mismo, como adormecido,
transportado al regazo donde un niño se sentiría seguro,
disgregando mi ser más allá de tus palabras,
descomponiendo en vos mi cuerpo,
un cuerpo en cuyos huesos se tatuaron los días del camino.

18/11/08

Hacía un tiempo que buscaba este videoclip, y parece que alguien se apiadó y lo colgó en Youtube. Es del disco Dirty Work, de 1986, y tiene una estética muy "ochentosa", al igual que el arte de tapa del single (EP, disco chiquito, etc.), que acá les escaneé. En el que yo tengo, está la versión editada del disco, y la versión 12"; sin embargo, he visto que por allí también circula un EP con Had It with You en el lado B.

La crítica consideró a Dirty Work como un mal disco, y sus canciones no obtuvieron el éxito que suelen tener los hits stones. Lo interesante del caso es que a pesar de esto, Harlem Shuffle quedó entre los clásicos de la banda, aunque este tema no fuera compuesto por ellos: es un cover de un tema viejo de Relf y Nelson. Hay que remontarse hasta el 1972 de Exile on Main St. -creo, estoy haciendo un rápido "vuelo de pájaro"- para encontrar en otro álbum algún tema ajeno grabado en disco de estudio, y hay que ir hasta los '60 para encontrar que un cover grabado por los Stones se incluyera en alguna top-list.

Si bien en lo personal creo a Dirty Work superior a los demás discos de los '80 (seguramente mejor que Undercover (of the night), de 1983, y casi con certeza superior a Steel Wheels, de 1989; no cuento Tattoo You, de 1981, porque lo veo más como el disco que cierra la etapa de los '70: de hecho tiene temas que habían sido compuesto años antes, como Waiting on a Friend, que es parte del material que no entró en Exile...), y que contiene temas que realmente son buenos (Dirty Work, entre ellos), este pequeño relato que hice podría ser una buena demostración de que las cosas, en ese entonces, no andaban nada bien entre los miembros de la banda, lo que equivaldría a decir, más o menos, que los dioses del Olimpo andaban medio peleados y que, por eso, en ese trabajo caliente de sacar un disco, el tema que se llevó las palmas no era de ellos. Algo de esto tiene que haber, porque es raro, muy raro, que lo toquen en vivo, aunque no suelen tener ni escrúpulos ni mezquindades en tocar otras canciones, también ajenas.






Dijo mi dios

Dijo mi dios:
conozco este pueblo como si lo hubiese creado,
sé dónde se esconde cada fauno,
cada pecado inútil
y cada pasado.
Creé este pueblo
con la sangre de mis restos,
con mis designios y con mis pasos,
en mis noches recorrí sus calles,
y en las mañanas devolví las simientes,
sólo para mantener el cosmos
en su antiguo estado.
No importa el tiempo, no vale cuánto,
siempre vuelvo a mi pueblo,
vuelvo
a nutrirme de los monstruos que he creado

11/10/08

Hace unas semanas, comenzó una nueva campaña publicitaria de cerveza Isenbeck, realizada por la agencia Santo, con el objetivo de abandonar la "pelea" con Quilmes y centrarse en posicionar la marca de un modo propio. Para ello, lanzaron dos cortos publicitarios televisivos, de los cuales prestaremos atención al segundo.

El primero, denominado "Intro", consiste en focalizar en el logo de la marca (un jinete y un caballo), y es más que nada una publicidad "verbal", es decir, un spot en el que resalta "lo que se dice", de modo tal que esto ancle los posibles sentidos del ícono. En definitiva, un conjunto de palabras sofisticadas, un "palabrerío que suena bien", quiere terminar asociado al concepto de elegancia salvaje, y para ello se farfulla (cual un emborrachado locuaz) una inconexa serie de palabras elogiosas que, metonímicamente, terminan ligados a la bebida (y ya no al logo)

La segunda publicidad, llamada "Recital", es más compleja, sea porque implica una "historia", sea porque la relación entre texto e imagen se complejiza. En ella se ve sobre un escenario a unos músicos y, sentados, a un grupo de seguidores. Suena la canción "Still Loving You", del grupo Scorpions. A estas personas del público les irán sucediendo ciertas cosas mientras la música avanza, asociadas a sensaciones graduadas: la última de estas es la apoteosis, ya que termina inundándolos.

Técnicamente, es una muy buena publicidad, hay que decirlo. Intertextualiza con el video de "Hay muy poca gente", de Enrique Bunbury (hay un flaco en el público que está vestido igual y recibe un sopapo tal como ocurre en aquel video) Elige uno de esos temas que "todos conocemos" pero que, por su distancia en el tiempo, provoca el típico extrañamiento de "¿Uh, qué tema era ese? ¿Quién tocaba esto?", o sea, despoja de cierta lógica racional, para que emerjan las sensaciones de la misma canción, puesto que la publicidad intenta focalizar, precisamente, las sensaciones que provoca una Isenbeck bien fría; asimismo, y dada la antigüedad del tema, las ideas de "sofisticación", de "masividad selectiva", etc., asoman y se fijan a la marca. Por otra parte, que el "agite" lo provoque Scorpions es un claro guiño humorístico/paródico, con lo cual quien está en condiciones de leer esto puede interpretar cierta actitud de inteligente rebeldía en Isenbeck. Finalmente, y aunque no sé nada acerca del tema, la fotografía, dirección, etc., es decir, la factura de la publicidad, es también muy buena. La agencia, entonces, la "creatividad", está aprobada.

Sin embargo, quisiera considerar la posición (ideológica, en última instancia) de Isenbeck en tanto marca y en tanto actor social. Es harto conocida la advertencia "Beber con moderación. Prohibida su venta a menores de 18 años", y aquí, en esta publicidad, rápidamente verificamos que quienes actúan tienen más de 18 años, y que el público modelo que recorta (aquellos que pueden reconocer un tema de Scorpions) también es un segmento con edad legal para escabiar. ¿Qué ocurre con el beber con moderación?

Las acciones que la publicidad muestran están, como dijimos, asociadas a sensaciones y estas, en definitiva, ligadas a beber cerveza Isenbeck. La primera sensación es un suave y placentero cosquilleo, paralelo a la parte "lenta" del tema. Esto no le ocurre a un solo espectador, como si djéramos que su subjetividad es aleatoriamente receptiva a esta sensación: esto les ocurre a todos, a todos la cerveza les provoca esta primera sensación. Como toda droga (el alcohol lo es), la primera parte es la que "engancha", la que "gusta". Las cosquillas van sumando en intensidad hasta que son convertidas en rítimicos movimientos de cabeza, compulsivos: la primera etapa del mareo, podríamos decir, ese momento cuando las cosas empiezan a moverse. Esta segunda parte culmina con golpes, sopapos que materializan el "cómo pega esta cerveza" Así las cosas, se vuelven a ver los recipientes que en el comienzo del spot habían aparecido, pero que se perdían por estar, precisamente, en un plano amplio y en el comienzo. Esos envases cargan no sabemos cuántos litros y litros de cerveza (jamás los vi, desgraciadamente) y son seguidos por la inundación, la sensación final, donde el líquido sobrepasa a los cuerpos, aunque éstos se esfuerzan por no dejar de beber, mientras la música y la banda (la fiesta) siguen.

La publicidad, de un modo metafórico pero evidente, trabaja con el exceso, está basada en el ponerse en pedo, hermosa sensación que el hombre ha inventado y que es descripta por textos literarios clásicos, desde la Biblia y la Ilíada hasta el presente. No soy yo, simple y mortal humano agnóstico, el que ponga en duda dichos textos y pregone en contra del consumo del alcohol. Pero sí el Estado lo hace, y las mismas empresas que producen las "drogas legales" suelen ser políticamente correctos aliados del políticamente correcto aparato estatal que advierte acerca de los riesgos de no beber con moderación. No obstante, la publicidad muestra que la sensación máxima de tomar cerveza Isenbeck es la que se siente cuando llega la inundación, cuando las fuerzas líquidas se han liberado según su propia lógica y cauce, y a las personas solo les cabe seguir bebiendo, pasivamente, como si nada, intentando seguir disfrutando de la fiesta. Te venden el exceso y lo envuelven en la advertencia, en letra chiquita, pasada a velocidad supersónica. La responsabilidad de asociar a su marca el concepto del exceso como disfrute es de ellos, y vos, individualmente, tenés la responsabilidad de no excederte, ser moderado, no manejar si bebiste, etc. La ley del lobo en el gallinero, que te dice que ahí , lejos y seguro, está el maíz pero te compele a comer de las sobras que están justo a sus pies.

¿Hipocresía?
¿Vos decís?
Pasáme otra birrita bien fría (pero que sea Stella Artois, que banca a los escritores)




Estamos cumpliendo un año desde que aquellas preclaras generaciones de cebeceístas disfrutaran de las cursadas acerca del videoclip y de esta joya del arte moderno. Un clásico, para que revivamos las emociones de aquel segundo parcial ;)


domingo, 16 de noviembre de 2008

Con el fin de hacer frente a la crisis mundial que nos envuelve, la Presidenta de la República, previa consulta al Ministerio de Economía, ha determinado la puesta en marcha de un austero nuevo programa, denominado:
Plan de Emergencia Nacional de Empleo (P. E. N. E.)

Como es sabido, el gobierno de la Nación se ve obligado a tomar medidas para optimizar la planta esquemática estatal. Para tal efecto, se ha elaborado un plan para llevar a cabo esta reducción en la forma más justa. Así, El P.E.N.E les será ofrecido e introducido a los empleados públicos, en las siguientes etapas:

- La primera etapa consiste en acelerar la jubilación de los empleados de mayor edad, facilitando la retención de los más jóvenes, en quienes el Gobierno confiará el futuro del Estado. Este plan entrará en vigencia inmediatamente y se denominará :
Cronograma Unilateral de Liberación de Empleados Administrativos (C.U.L.E.A)

- Los empleados insertos en este programa, es decir, los empleados ya CULEADOS, solicitarán una entrevista para determinar su situación laboral antes de jubilarse. Esta etapa se denominará:
Plan Acelerado de Jubilación Anticipada (P. A. J. A.)

- Los empleados que hayan sido debidamente CULEADOS y hayan hecho su PAJA, podrán solicitar una revisión final denominada:
Posibilidades Óptimas Laborales para Volver a la Ocupación (P. O. L. V. O.)

- Realizadas las instancias anteriores, se establecerá que los empleados podrán disfrutar de un solo POLVO y hasta dos PAJAS, pero podrán ser CULEADOS las veces que el Gobierno lo considere necesario.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Tomar en consideración a Macedonio en la serie literaria argentina de principios del siglo XX es rastrear no sólo sus influencias en el "joven Borges", sino en las de toda la generación martinfierrista, junto con Güiraldes y con Ramón de la Serna. Del margen al centro, la crítica le ha impuesto a la figura de Macedonio un recorrido que lo ubica, como menos, en el germen de todo lo que se ha escrito y experimentado narrativamente. El epítome de esta crítica ha sido, sin dudas, Ricardo Piglia, quien hasta convirtió a Fernández en el eje central de su novela La ciudad ausente.

La figura del Macedonio-escritor es, en alguna medida, la contrapartida de la que Borges construyó del Carriego-escritor. De éste, poco y nada de su escritura se salva o se salvaba del olvido; de aquél, en realidad, todos veneraron su decir, sus tertulias en algún café, su estilo bohemio y bon-vivant. La recopilación de sus escritos dispersos ha sido más producto de los demás que de sí mismo, aunque sus proyectos (Museo de la novela de la eterna, por caso) implican e implicaron no sólo extremar las condiciones mismas de la escritura, sino también de los géneros, de las convenciones y, por qué no, de la propia configuración del escritor.

El texto que seleccionamos pertenece al género epistolar, hoy olvidado pero vigente a comienzos del siglo que pasó. Siendo la carta a su época lo que el chat es a la nuestra, permitió a los escritores de los anteriores siglos la construcción de un tipo de verosímil que podía ser interpretado en sus propios términos por los lectores, algo que quizás nos cueste hoy por hoy. Convencionalismos, frases hechas, estructuras más o menos prototípicas, hacían que la carta pintara la psicología de los personajes, presentara otras perspectivas en la narración, etc.

La epístola, sin embargo, que Macedonio le escribe a Borges destartala todas esas convenciones, hasta revertirlas en un decir vacuo, filosamente irónico, sarcástico o cuando menos absurdo: los procedimientos del género comienzan a hacer crisis, y es Macedonio quien los parodia, en su estocada final.

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Correo casero de Recienvenido
Macedonio Fernández


Querido Jorge Luis:

Iré esta tarde y me quedaré a cenar si hay inconveniente y estamos con ganas de trabajar. (Advertirás que las ganas de cenar las tengo aún con inconveniente y sólo falta asegurarme las otras.)

Tienes que disculparme no haber ido anoche. Soy tan distraído que iba para allá y en el camino me acuerdo de que me había quedado en casa. Estas distracciones frecuentes son una vergüenza y me olvido de avergonzarme también.

Estoy preocupado con la carta que ayer concluí y estampillé para vos; como te encontré antes de echarla al buzón tuve el aturdimiento de romperle el sobre y ponértela en el bolsillo: otra carta que por falta de dirección se habrá extraviado.

Muchas de mis cartas no llegan, porque omito el sobre o las señas o el texto. Esto me trae tan fastidiado que rogaría que se viniera a leer mi correspondencia en casa.

Su objeto es explicarte que si anoche vos y Pérez Ruiz en busca de Galíndez no dieron con la calle Coronda, debe ser, creo, porque la han puesto presa para concluir con los asaltos que en ella se distribuían de continuo. A un español le robaron hasta la zeta, que tanto la necesitan para pronunciar la ese y aún para toser. Además, los asaltantes que prefieren esa calle por comodidad, quejáronse de que se la mantenía tan oscura que escaseaba la luz para su trabajo y se veían forzados a asaltar de día, cuando debían descansar y dormir.

De modo que la calle Coronda antes era ésa y frecuentaba ese paraje, pero ahora es otra; creo que atiende al público de 10 a 4, seis horas. Lo más del tiempo lo pasa cruzada de veredas en alguna de sus casas: quizá anoche estaba metida en lo de Galíndez: ese día le tocó a él vivir en la calle.

Es por turnos y éste es el de que yo me calle.


Píntalo de negro

Acallada (momentáneamente) la parafernalia mediática respecto de la inseguridad que vive la población blanca y decente, sucedida inmediatamente por el ya asegurado triunfo en el próximo Mundial de la mano del Gran Diez, se acabó también la euforia por la victoria del poco menos que neostalinista Obama, allá arriba donde las papas parecen quemar (aunque el que arda vaya a ser nuestro culito). Así las cosas, los negros han dominado nuestra bienamada opinión pública durante tres semanas o un poco más. Pero hay negros y negros, ya se sabe, y no sólo es una colorida descripción del futuro...

Los parditos que juegan a matar gendarmes ameritan el debate respecto de la baja en la edad de imputabilidad; en cambio, la diversión del gatillo fácil no les impulsa ni a nuestro Manco de La Plata ni a nuestra Sara K-ay autóctona sino diatribas contra la lenta puerta giratoria de la justicia. D. A. Maradona encarnó la panacea del capitalismo más descarnado, ése que acepta que cada tanto un negrito de la villa salga de ahí para divertimento en el Coliseo romano actual, pero, al mismo tiempo, falopas mediante, simboliza los límites y las inutilidades de comprar aquellos prospectos; sin embargo, cuando se habla de los negros, numerosísimos, que quedan en las villas (por más patas mágicas que tengan), de lo que menos se habla es de sus habilidades deportivas, habida cuenta de que el Estado (nosotros) sólo estamos allá, entre ellos, intermediados por los punteros, vendiendo más falopa. Finalmente, un negro (afroamericano, digamos, para no herir susceptibilidades) es vendido en una versión prêt-a-porter en la que todo cambiará, sencillamente porque ha sido elegido, como si el color de piel fuera a teñir de prístinos tonos su gestión; sin embargo, nada ha dicho el electo presidente, por ejemplo, respecto de los molestos latinos,que allí viven (y que han sido -dicen- buena parte de su electorado), ni de sus planes para con África.

¿Qué cambió? No mucho. Hablemos ahora de que en la tele hay goteras y llueven soretitos de punta, perdón, bailarines bajo la lluvia, ya que en cualquier momento alguno de los negros resentidos del conurbano nos va a hacer regresar a nuestro negro presente...

Mejor, amigo/a, volvé a las fuentes... Escuchá la buena música:




PD: habrán notado, estoy fiacoso de nuevo, así que este pastillero fue sin links. ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Un blog de variedades necesita urgente corredactores/as!!!!!!!!!!!!!