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miércoles, 19 de noviembre de 2008
Un cuerpo en cuyos huesos se tatuaron los días del camino,
rastros de mañanas cuando abríamos los ojos
y nos veíamos juntos,
con el sol por la ventana como prendiéndose de las cosas
y recubriéndonos las pieles que entraban en contacto:
éramos partículas del cosmos en su misteriosa felicidad,
su confinado elemento entre cuatro paredes,
el aquietarse un instante los mares bajo nuestros dedos,
recorriéndonos en los aromas que refulgían en nosotros;
brotaba luz de tus ojos, mágicamente verdes,
y yo me hundía tras ellos en comunión con la vida,
ausente de mí mismo, como adormecido,
transportado al regazo donde un niño se sentiría seguro,
disgregando mi ser más allá de tus palabras,
descomponiendo en vos mi cuerpo,
un cuerpo en cuyos huesos se tatuaron los días del camino.
18/11/08
Etiquetas de esta entrada: Poesías
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