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Actualizaciones en lo que va del tiempo:

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jueves, 31 de diciembre de 2009

105

Amor… amor mío: no puedo.
Sos demasiado: me abruma.
No entiendo.

Algún día estaremos, lo sé, frente a frente
–si es que existe el Cielo
y nos está destinado a los que aquí blasfemamos sin remedio–
y podré permitirme decirte cómo quiero el beso,
cómo sueño nuestras vidas
y los miedos.

Lo que más me detiene de vos es tu propio vos,
tu magnífico eludirme día a día;
y luego estoy yo: tan cansado,
tan siempre a punto de cerrar las ventanas
y saltar a la nada desde las cornisas…


Voy a dormir
Alfonsina Storni


Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación; la que te guste;
todas son buenas; bájala un poquito.

Déjame sola: oyes romper los brotes...
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases

para que olvides... Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido...

Creo que están repitiéndose demasiadas cosas –exactos trece años– que no quiero y que me hicieron tan feliz antes. Pero ya no soy el mismo, ya aprendí que de nada valen las selvas y los ríos, ni la exactitud de las tardes que no llegan a consumarse en sus propias noches. Es tiempo de ser yo quien se desprenda de tus manos, pues los signos no son como el azar: son soldados que invitan cortésmente al descanso en paz de la muerte en vida. Jugué a rearmar las piezas del camino que encuentro intacto allí donde lo dejé: no me endurecieron las horas y el invierno. Pero también sé que de nada vale ni valdría, pues lo que hay es bastante y demasiado, condición suficiente para el nuevo destierro. Hoy soy yo el que se esconde y se despide –dolorosa alegría–: hay fraudes que conviene cerrar cuando todavía son genuinos. Me diste demasiado sin saberlo, una fortuna incalculable que cubrí, a veces, con monedas. Te dejo el tiempo presente, me quedo con el recuerdo.

Estoy encerradamente jodido.

Y me alejo en el viento.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Letanía

En el tiempo nada crece:
todo explota,
simplemente.

Algún día dejaré de protegerte,
de temerme
y me iré de mí
(me iré de vos)


Y quizás me entiendas,
me veas partir hacia mi nuevo destierro,
y quizás hasta desearas detenerme
justo después del estallido
del que hubiera sido nuestro tiempo.

Esta espera, la angustia, mi celada,
la sed de todos los futuros a las puertas de esos ojos,
mi cobardía cómplice, la parálisis, el hastío,
la añoranza de las noches agazapadas que no saltan,
que no abren sus fauces,
que no hablan,
el temor, el cansancio, el agobio del pasado,
la vejez, la soledad, tu cuerpo, mi deseo
y –a veces–
la muerte,
o el mañana

viernes, 25 de diciembre de 2009

La última cena

Dos que se toman las manos, en silencio; se miran,
se preguntan y responden, se suponen,
recorriéndose con los labios,
cicatrizándose las llagas de las ilusiones,
envolviéndose en las sombras de la madrugada mientras afuera llueve,
y el mundo duerme.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Desangelada esperanza de retomar el juego donde seducimos nuestros sentidos en el tiempo,
enredándonos en las palabras de una historia que ha sido nuestra –y que ha vuelto,
que de a ratos abandonamos: enfermedad sin remedio –;
hoy será de nuevo la partida y el regreso,
las hojas de un árbol que siempre florece y vuelve a su invierno,
nuevamente la cosecha, el ciclo vital: el fin y el recomienzo:
el lugar donde los dos depositamos las furias y los miedos, el amor y el desencuentro
dejando que domine la noche en nuestros cuerpos:
el deseo,
ese antiguo recorrerse a tientas, cerrados los ojos, en un sueño,
el hábito hecho acto: nuevo, virgen, pleno,
desconociéndote siempre –nueva ilusión, dolores viejos–
e intacta la esperanza, el futuro sin lógicas y entero.

Esta noche será la primera, como ella, y sin serlo:
esta noche vuelvo a vos, sin conocerte, y sabiendo.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Fin del hechizo

Al despertar,
de la cabeza de la reina niños confundidos caen como hojas de almanaque,
marchan en fila y declaran ante el duende que toma nota
para reconstruir poco a poco este rompecabezas imposible
que refleja las batallas y los tiempos y las letras y el silencio
hasta que uno de ellos –quizás el último hasta ahora, quizás definitivo–
quiebra toda lógica posible aun en ese mundo:
confirma que está allí por error
que no te conoce,
que jamás pensó en tomar cartas en el asunto
y regresa a la cabeza
en donde nunca –afirma– supuso haber estado.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Querés cazar una paloma
disparándole al océano,
buscás no sufrir en el sufrir
pretendiendo que te visite en tus infiernos
ese ángel que, por suerte,
se fuga o se mantiene
—siempre—
allá, bien lejos.

Signo de agua

Amanece hoy una lluvia que cierra la mañana en los patios sin macetas,
el agua cae y golpea furiosa, y las personas
evitan mojarse, como vos a mis ojos, a veces, al cruzarlos:
¿cuántas veces dejamos nuestros rostros detenidos justo cuando iban camino a besarse?
¿cuántas veces estuvimos a punto de estallarnos desde adentro como un chaparrón de verano en una tarde calurosa?
El agua del río iba quieta cuando supe que entrarías corriendo en mi vida,
aún guardo fotos donde la selva se recorta entre cataratas
y entre fantasmagorías en la arena,
una especie de pose secreta donde mi mano te abarca en la playa de un viaje relámpago en noviembre
– los profundos inicios y los dolorosos finales habrán de ser siempre en noviembre–
que atestiguan que estuvimos, que fuimos, que vivimos,
que el amor allí estuvo, como el agua, recubriéndolo todo;
hoy nos distancian los continentes, los siglos, y la historia,
pero esta noche, la última, cenamos mirándonos,
vos ahí, enfrente, en la mesa, mostrándome armada tu vida,
sin poder gobernar los eternos ojos verdes con que me abarcaras,
y como evitando los míos, a veces, al cruzarnos,
acallándote nuevamente
dejabas tu rostro detenido justo cuando parecía decidido a estallar nuestra historia,
mientras caía, tenue, la lluvia en las ventanas:
la última lluvia de la larga noche donde quedaron atrapados los besos que no fueron
y las miradas
y las aguas.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Calafate

De los lugares que no conozco
hay uno donde quiero volver
para acarrearme desde esta ausencia
y ser la sombra de la huella de mis pasos;

y, todavía intacto, contemplarme diciéndome

a pesar de todo
aquí estabas,
aquí estuviste,
y te reencuentro.

Todos los lugares son idénticos
cuando uno se recorre y reconoce:

cuando uno sigue siendo el mismo.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Algún día...

Algún día voy a dejar atada a la vera del camino mi compulsión: el permanente autodestruirme buscando las repeticiones imposibles que conducen siempre al mismo otro lado; el callar, cuando debiera soltar las palabras para que de una buena vez construyan mariposas en el cuerpo; y el proteger de mí mismo a los demás, en contra de mí mismo. Algún día aprenderé a elegir; a mentir; a gritar; a no llorar anticipadamente las despedidas (ni tampoco después); a no esperar en vano y a no santificar las fiestas. Algún día llegaré a olvidarte –también.
Hoy no.

En la etapa actual de esta, la vida que voy desarrollándome, descreo del matrimonio y de cualquier otra forma de unión conyugal más o menos permanente entre dos personas. "Descreo" significaría: me da miedo, abandoné el intento, ya lo viví, fui feliz, ahora voy por otras cosas. Amado Nervo lo resumió de modo exquisito, graficando magistralmente, de paso, la distinción entre los significados gramaticales del perfecto simple y del perfecto compuesto, y de la voz activa y la voz pasiva:
«Amé, fui amado, el sol acarició mi faz
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!»

Si dependiera de mí, sacaría una ley que impidiera —prohibiera— el matrimonio y cualquier otro intento de unión entre dos personas, por vano y destinado al fracaso. Sería una ley que iría en contra de los mismos fundamentos de una ley, en tanto nacería de una visión personalísima y, por lo tanto, intransferible. Se me dirá que estoy equivocado, que la vida es bella, que los pajaritos cantan y la vieja se levanta, y nada de ello me sacaría de la certeza en que hoy —y sólo por hoy, y más que nunca, hoy por hoy— estoy parado. Más valiera que los esfuerzos se pusieran en intentar convencer a aquellos/as que decidieron no casarse, vivir en concubinato, etc., es decir, a aquellos/as que creen en la pareja por sobre la institución. Lo mío es más pesimista, y por lo tanto, deviene de otros órdenes y otras lógicas.

Que el matrimonio es deudor del carácter gregario de la especie es indudable. Que el matrimonio nada tiene que ver con el sagrado fin de la procreación lo demuestra el hecho de que sólo la especie humana —y alguna que otra especie, como pareciera ser el caso de los pingüinos, entre los cuales, casualmente, también se verifica la homosexualidad— se casa (es decir, reconoce y tutela material y simbólicamente la unión monógama de dos personas). Que es una institución burguesa y moderna también es irrefutable, aunque la iglesia católica —una vez más— haya decidido hace algunos siglos en algún concilio que la institución del matrimonio —por lo tanto, social e históricamente construida— se imbuyera de la eternidad y de la trascendencia con que barniza y abroquela aquellas parcelas que le permiten conservar su inmenso poder.

Así como el actual Código Civil no busca torcer mi parecer, sino que me ofrece la (única) posibilidad de —y de hecho, me clasifica como soltero—, los formularios, papeles, rótulos que cotidianamente la sociedad obliga rellenar, se obstinan en nombrar el orden de las cosas: soltero, casado, cónyuge en aparente matrimonio, separado, divorciado, viudo. En ninguno de esos casilleros podría marcar, yo, mi situación: el Código y, con él, el Estado, me impone la horma en donde no calzo. Tampoco dice infiel compulsivo, swingger, cornudo/a consciente u otro tipo de simpáticas situaciones. Mucho menos dice heterosexual confirmado, heterosexual amplio, bisexual fiestero, homosexual con dudas, decididamente torta/puto, wacho/a virgo, zoofílico/a ni nada por el estilo. En conclusión, dada la heterogeneidad y la hipocresía actuales, probablemente quienes pudieran "marcar con una cruz" y con fervoroso acuerdo, la opción "casado/a-heterosexual-con
firmado/a-que-nunca-se-mandó-ninguna" sean tan pocos/as que hasta avergonzarían a las minorías que —se dice hoy por hoy— avergüenzan la moral. Obviamente, sólo mi vieja es la que puede señalar esas casillas, más las madres de la gente que quiero, más las que son madres, en ese subconjunto de gente que quiero. Es decir: sólo acceden a esa categoría desde una construcción subjetiva, arbitraria, tendenciosa, injusta y desigual: los/las que se me cantan. Igual que pasa, hoy por hoy, con las leyes vigentes.

Que un colectivo social propugne por mantener su espacio de poder y los fundamentos morales que tan trabajosamente construyó a lo largo de los siglos para sostenerse y conservar(se) es —diríamos— "lógico". ¿Por qué no es "lógico" que otro colectivo social luche por emerger, expandir y luego, quizás, conservadurizar su propio espacio de poder? No es una cuestión de cantidades de personas, y eso queda demostrado cuando —esclava de sus palabras— la derecha reaccionaria y minoritaria exige, en lo político, que se la reconozca y tome en cuenta. No es una cuestión de moral, habida cuenta de las dobles, triples, infinitas y múltiples morales simultáneas, presentes incluso entre los bienamados pastores de cualquier credo (Se me dirá que también hay personas de santa vida pero éstas, siempre —de nuevo lo mismo—, son minoría, y tanto pueden ser católicos como musulmanes como ateos) No es una cuestión de crianza, puesto que padres casados tienen hijos/as que no se casan. No es una cuestión genética, puesto que padres heterosexuales derivan en hijos/as necrofílicos. No es una cuestión legal, puesto que la existencia de un Código, como ya dije, no me compele —no me invita, no me convence— a ayuntarme, ni mucho menos, a casarme. Entonces, ¿qué cuestión es?

El matrimonio, como se afirmó antes, implica una tutela material y simbólica —material, a secas—: implica derechos, obligaciones, beneficios, limitaciones, posibilidades. Se deducen impuestos por la carga de tener esposa, se la hereda, se la presenta como primera dama. Perón tuvo que mostrar una novia con la que debió —quiso, también, quizás— casarse, pero eso no evitó que la trataran como una puta hasta el presente, incluso (Al respecto, Feinmann publicó una excelentísima contratapa hoy en Página) El sagrado sacramento del matrimonio, entonces, existe cuando se lo permite. Y cuando no, no expía culpas, ni enjuaga pecados, ni vale lo que vale imprimir la libreta de casamiento. Más allá, todavía, quedan las personas imposibilitadas: las que no pueden, aun queriendo —las que viven la monogamia pero no pueden rellenar casilleros; las que desean consagrar su amor de este modo, pero tampoco pueden marcar una X donde corresponda. Doble operación de recorte: el matrimonio separa buenos y malos, y a estos de los imposibles. El fundamento último del capitalismo burgués es la exclusión y aquí, una vez más, queda en evidencia.

¿Quieren amarse y casarse? Cuenten conmigo, quienquiera que sean. Eso sí: no busquen parches llamados "unión civil", homologación de derechos por concubinato, ni nada similar. No sirve conformarse con entrar desde el baldío al patio del fondo: derechito al dormitorio nupcial, si eso es lo que desean —y haciendo mucho quilombo, para que todos/as se enteren. Pero, que conste que avisé: ¿quieren amarse y casarse? Háganlo: tengo para mí que es fatalmente al pedo. Y ya van a ver cuando acomode el Código Civil a mi puro antojo...

sábado, 14 de noviembre de 2009

Algo de todo esto...

Algo de todo esto se apagó aquella tarde.

Algo quizás definitivo:
el cauce de un río que se acrecentaba hasta llevarnos al mar,
la brisa fresca que rozaba las mejillas en verano,
el rumor apagado que nos envolvía en los sueños.

Algo de todo esto se apagó aquella tarde.
Algo de los momentos que no ha sido dicho en las fotos,
que queda en la materia que se mece en los recuerdos
y que pasará a ser parte de las palabras,
ese otro mundo donde nombrándonos no estamos.

Algo de todo esto se apagó aquella tarde.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Muro de Berlín

En la muerte de toda espera, el hombre
regresa al hombre,
borra, elimina, bloquea posibles ilusiones,
y se rebela ante sus dolores:
reencarna sus huesos sobre
sí mismo, sus repeticiones.

martes, 27 de octubre de 2009

No pasa un minuto...

No pasa un minuto
sin que te extrañe,

y hoy más, no sé por qué,

hoy más, más te extraño
más te amo, creo

hoy más. No sé por qué.

domingo, 25 de octubre de 2009

Dónde decir

Dónde decir
lo que no sé
dónde gritar
amor y sueños

Esto es amor: nadie nunca
resignó tenerte;
esto es amor: nadie moriría
de nuevo por vos, gratuitamente

Ocurrió...

Ocurrió,
finalmente ocurrió
que estuvimos frente a frente
con la vida real
esa que nos elegía destinos a medida
(futuros que no queríamos)
que nunca imaginaste,
porque sé que nunca pudiste
soñar cielos conjuntos;

nunca pudiste pensarnos
fuera de los límites que nos relataron

miércoles, 21 de octubre de 2009

La distancia equidistante entre dos puntos no es la misma cuando las ansias miden los suspiros:
alguien sabe que no se halla lejos, que podría llegar al instante: y ya quisiera salir corriendo;

pero ese encuentro jamás ocurriría,
sencillamente porque ambos puntos jamás se soñaron unidos.

No, corazón

No, corazón,
no hay nada
que pudiera acercársete,
ilusionándote,
renovarte:

el amor es una lluvia que siempre llega tarde
y moja las palabras que no pueden ser un beso


Alguien escribe letanías para alguien
que allá, lejos, ni lo sabe


No, corazón,
no hay nada
que pudiéramos ofrecerle,
ilusionándose,
renovarse:

este amor es una estepa donde el pasto no alimenta

viernes, 16 de octubre de 2009

Una foto...

Una foto,
hace dieciocho años,
alguien para quien pasaron los años,
–dieciocho–
una vida,
un amor,
un tren,
un adiós.

No hagamos cuentas,
no dejemos que la niña
reviva.

Algo nace, algo muere:
algo carece, todavía:
somos un cúmulo de desacumulaciones:
buscando espacio: conocernos.

Cada día te pienso más: te tengo
del modo como es posible;
en medio de vida que se diluye
estás presente: siempre ausente.

jueves, 8 de octubre de 2009

Un viejo y querido amigo preguntó en una red social virtual si las nuevas formas de escritura asociadas a lo digital irían a modificar la forma en que fueran a pensar las futuras generaciones, asumiendo explícitamente que «en cierto modo las reglas de construcción del lenguaje inciden en el pensamiento». Solicitaba a dos personas, como contrapartida, si podían dar un sí o un no, y una de esas dos le escribió, escuetamente: Así planteado, no.

¿Por qué introducir el tema en cuestión con este relato íntimo-privado? Porque la misma anécdota permite esbozar el planteo que originó el amigo: la respuesta que se le dio puede ser entendida tanto como una negación al contenido del enunciado (v. gr. así planteado el tema, las nuevas modalidades de escritura digital no modificarán el pensamiento de las futuras generaciones), o como una negación a las reglas de enunciación que el mismo enunciado construía (v. gr., así planteado el marco de respuesta, no puedo emitir un parecer con un simple “sí” o “no”) . Esta ambigüedad se habría resuelto fácilmente en la oralidad, con una repregunta. En la escritura, en cambio, a partir de su característica básica de enunciación diferida, esto lleva a la complejización de los mecanismos inferenciales, a una actividad mental más profusa por parte del receptor, etc. Pero jamás se podría decir que la escritura, tal como la conocemos, es la que inventó las inferencias en el discurso.


• Soportes textuales, cambios de soporte y pensamiento

Es obvio –pero no siempre se tiene en cuenta– que la humanidad no escribe desde que se conformó como tal. Y menos aún, que escribió libros. Siendo generosos con las fechas, podríamos decir que el hombre, en tanto hombre, registra con convenciones lingüístico-gráficas sus mensajes desde anteayer: cinco o seis mil años. En ese lapso, vivió profundas, inmensas e interesantes modificaciones en los soportes textuales, que llevaron a cambios en esas convenciones lingüístico-gráficas (tablillas, papiros, rollos, códices, libro impreso, etc.). Sin embargo, en el mismo período, no verificamos un cambio ni lineal, ni automático, ni mecánico, etc., en su pensamiento, si por él entendemos el mecanismo mental de interacción de signos aplicados de modo novedoso en la resolución de un problema, a partir de operaciones como el análisis, la síntesis, la generalización, etc., en relación con ciertas funciones (la memoria y la imaginación, entre otras). Desde este punto de vista, podría decirse que es innegable que el cambio (más o menos drástico) en los soportes no supone que dejemos de designar como hombre a aquel que escribía en papiros, a aquel que publica mediante la imprenta o a aquel que, en cavernas prehistóricas, sencillamente no escribía. En cualquiera de los tres casos, seguimos distinguiendo al hombre del mono de las etapas previas.

Lo anterior permite desligar, así, lo que en el planteo inicial es el verdadero problema, y la falsa premisa que lo sostiene: las reglas de construcción del mensaje inciden en el pensamiento. La evidencia permite concluir en que, precisamente, los cambios en los soportes de los textos no inciden en el pensamiento como tal. Pero queda por deslindar qué se entiende por reglas (de construcción) del lenguaje, y qué es lo que éstas podrían modificar.


• Pensamiento, cognición y lenguaje

Con ánimo poco técnico, distingamos entre pensamiento y cognición, entendiendo a esta como la capacidad de conocer (en sentido amplio: el entorno), presumiblemente innata y presumiblemente –también– común a todos los seres vivos de todas las especies. Mediante la cognición, entonces, cualquier ser vivo, como tal, puede construirse un signo (una representación) y redes de signos (redes de representaciones) que se activan en la interacción con el entorno en función de su (re)conocimiento; mediante el pensamiento, el hombre logra aplicar todas las redes de signos necesarias para la resolución de problemas, desde los más “cotidianos” hasta los más “abstractos” y/o “científicos”. El aporte fundamental que el lenguaje le dio a la especie que lo posee, en comparación con todas las demás que no lo desarrollaron, fue, por un lado, permitir la construcción de signos más complejos, elaborados (abstractos), como las nociones de justicia y ley de la gravedad (por ejemplificar sólo dos) y, por otro lado, transmitir y almacenar esos signos, de modo que cada nueva generación dispuso del acervo de conocimientos de la anterior. Existe, así, una clara relación no determinística entre la cognición y el lenguaje. A esto parecía aludir ya San Agustín, cuando propugnaba por la lectura en voz alta contra la lectura silenciosa, que comenzaba a imponerse en la Edad Media: cómo y en qué contexto formarse los signos a partir del lenguaje.

Queda por despejar cuáles son las «reglas del lenguaje» y, entre ellas, cuáles son inherentes a él, y por lo tanto, podrían (o no) influir en la cognición. Es indiscutible que, de todas las posibles “reglas del lenguaje”, las convenciones notacionales de la escritura son las más débiles en términos lingüísticos, y las más evidentes en lo social-cultural (convencional): surgieron para un-otro, están para facilitar el proceso de comprensión, y no la escritura en sí. Le ahorran al lector tiempo, esfuerzos, espacios; le organizan la lectura. Cuando ésta se realizaba en voz alta, en torno al maestro, como en los primeros siglos de la Edad Media, no era necesario utilizar una tecnología de signos notacionales complejos como los que hoy en día se usa; al mismo tiempo, las posibilidades del soporte hacían necesarios o impensables a otros. Todo esto, claro está, afecta al modo como se percibe el mensaje, y la percepción es la puerta de entrada de la cognición. Pero por ser lo menos lingüístico de la cuestión, y lo más social-cultural (y por lo tanto, históricamente variable) es dinámico y, medido en perspectiva histórica, lo más efímero: cambió, cambia y va a cambiar, y eso no significa degradación, salvo que asumiéramos a priori una postura de tipo conservadora al estilo de San Agustín, por la cual todo pasado es mejor. Se cognoce (es decir, se semiotiza, se interactúa con el entorno), de otro modo, con lo bueno y lo malo que todo otro modo posibilita.

Otro tipo de reglas del lenguaje (es decir, de cualquier lengua pasada presente o futura, existente o por existir) son eminentemente lingüísticas, es decir, propias de ese dispositivo que –en la actualidad–, es considerado mayoritariamente de base genética y universal. Son las reglas (más precisamente, los principios y los parámetros) que sostienen la sintaxis, la morfología, la fonología y la conformación de las relaciones léxicas de cualquier lengua, y que permiten decidir la formación incorrecta (agramaticalidad) de oraciones como: (1) *Juan vengo; (2) *Verdes ideas incoloras duermen furiosamente; (3) *A Pedro parece; (4) *¿Qué trajo María la torta?; etc. Estos principios son independientes del contexto, o sea, son permanentes y específicos del lenguaje (no así su calibración en los parámetros correspondientes según la gramática de cada lengua, aunque una vez establecidos, probablemente también lo sean). En cambio, por ejemplo, la asignación de referentes a los ítems léxicos –el diccionario mental– es idiosincrática y convencional: se aprende y se modifica constantemente (así es como hablamos en la actualidad de los caballos de fuerza de un motor de explosión cuando, técnicamente, no posee equinos en su interior)


• Lengua y (reglas de la) gramática

La gramática (el conjunto de valores que asumen los parámetros de una lengua en función de los principios generales del lenguaje) es fijada socialmente; los principios, por la biología. El paso de los tres géneros gramaticales (masculino, femenino y neutro) del latín, a los dos géneros del español (masculino y femenino) fue una reducción operada por la(s) (sub)comunidad(es) lingüísticas que habitaron ciertas regiones de Europa entre los siglos V y IX. En este período, el latín se conservó o, mejor dicho, se modificó mucho más lentamente, en su versión escrita, por el mismo principio que regula, aun en la actualidad, la escritura: no se escribe como se habla, y el habla de un sujeto es mucho más dinámica y “distinta” en la oralidad que en sus escritos. La escritura, en sí misma, es conservadora: busca mantener las convenciones que facilitan el acceso a un número amplio de (potenciales) lectores, y en esa búsqueda resigna innovaciones y características de coyuntura (siempre considerando la escritura instrumental, no la artística).

El problema inicial, entonces, va quedando circunscripto no al lenguaje y el pensamiento, ambos aptitudes, capacidades o propiedades de tipo biológica, natural, que definen a la especie humana, sino a la cognición y la lengua. Hemos mencionado reglas surgidas de convenciones sociales (las notaciones gráficas y las convenciones de un escrito); queda por indagar la relación entre las reglas de tipo gramatical (es decir, surgidas del componente biológico, del lenguaje) y lo social.

Es una cuestión de lenguaje el hecho de que, por ejemplo, las palabras deban ajustarse, acomodarse unas a otras, atendiendo a lo que se denomina concordancia. En español, como se sabe, la concordancia es un fenómeno de ajuste entre sustantivos y verbos (persona y número), o entre sustantivos y adjetivos (género y número); en otras lenguas, se concuerdan más o menos elementos (en latín se añade el caso, en inglés generalmente se pierde el género, etc.) Esto, repetimos, está determinado por al menos uno de los principios generales del lenguaje (denominado principio de proyección, pero no sólo por él). No obstante, el modo específico que asume en cada lengua (la parametrización) es productivo en términos sociales, de interacción y, por eso mismo, de cognición.


• La gramática como dispositivo cognitivo

La gramática de una lengua opera en una doble dirección: por un lado permite organizar y transmitir los contenidos (semánticos, proposicionales) de un mensaje, de una comunicación, pero por otro lado opera una reducción del mundo, lo ajusta a unos moldes que esa gramática provee: clasifica. Nuestras oraciones en español están determinadas en la flexión (tiempo, modo, persona, etc.) y, por ello, concordadas. En aymara, en cambio, las oraciones deben señalar la fuente de validación de los conocimientos que se transmiten (para decirlo rápidamente: deben incluir marcas –palabras, o terminaciones al final de palabra, etc.– que indiquen de dónde se saca lo que se afirma: la experiencia directa o la experiencia indirecta –dicho/escrito por otro) Y no conocen la categoría género, aplicada a referentes no sexuados (por lo cual les cuesta comprender cómo, en español, una hoja es hembra, y un lápiz, macho) Podríamos decir que una hoja tiene cualidades que comparte con muchísimos otros objetos, como el hecho de ser lisa, y no posee la característica de ser hembra; sin embargo, los hablantes del español hemos convenido en categorizar (o en recibir la categorización, y continuarla) el objeto del mundo denominado hoja, mediante la gramática de nuestra lengua, como hembra, y no como liso. En contrapartida, hemos decidido no clasificar las emisiones según la fuente de conocimiento, algo que a un hablante del aymara le resulta –fatalmente– la puerta de acceso a la mentira. La gramática, entonces, opera clasificaciones, y con ellas distorsiones y reducciones del mundo, por lo que se puede afirmar que, en última instancia, construye, vehiculiza y cristaliza ideología.

La ideología, entendida como (sistema de) creencias, es el fundamento de la cognición, ya que nuestras representaciones no son neutras, no son simples signos. La gramática es un poderoso sistema de formación de ideología, en tanto naturaliza las clasificaciones, las presenta como «dadas de antemano»: inocentes y ahistóricas. Una emisión es un complejo entramado lingüístico sostenido en una capacidad innata y biológica que sirve a los fines de la comunicación. Pero no se detiene allí, pues opera construcciones mentales y, por lo tanto, permite el intercambio de dichas construcciones. Es común afirmar que Caín mató a Abel, del mismo modo que es infrecuente que se diga Abel fue matado por Caín. Y esto no obedece simplemente a convenciones de estilo, o de que “así se dijo siempre”: más exactamente, cabe indagar por qué aquel y no éste es “el estilo” o por qué de aquél y no de este modo “siempre se ha dicho”. La razón estriba en el hecho de que la gramática suele asociar la función gramatical de Sujeto a la función semántica (temática) de Agente, algo que en la segunda oración no sucede. Esta segunda posibilidad de emisión no es agramatical; por el contrario, es frecuente y habitual; sin embargo, el evento de la muerte de Abel ha sido clasificado por la gramática y almacenado como conocimiento, asociando las funciones gramaticales de determinado modo. Obsérvese, además, que en el sintagma la muerte de Abel, directamente, se ha borrado o elidido al Agente. Las tres posibilidades ejemplificadas posibilitan tres modos de clasificar un evento del mundo, y como tal, cristalizan determinadas relaciones entre actores y procesos. Basta con leer detenidamente, por ejemplo, los titulares de un periódico para comprender las infinitas posibilidades discursivo-ideológicas de esta cuestión.


• En qué incidirán los nuevos soportes textuales

Llegados a este punto, estamos en condiciones de retomar el problema inicial de un modo más específico, pues ahora se comprende por qué es inválida la premisa según la cual «en cierto modo las reglas de construcción del lenguaje inciden en el pensamiento». Al mismo tiempo, circunscribe la cuestión de «las nuevas formas de escritura asociadas a lo digital», en tanto (1) una posibilidad de reconfiguración notacional asociada a un nuevo soporte; y (2) una posibilidad de reconfiguración gramatical que derivara de (1).

Puede afirmarse que (1) es una consecuencia más o menos lineal y mecánica del cambio de soporte, y de las potencialidades que éste propicia u obtura. No obstante, este aspecto es el más externo a la lengua en sí, el más social y, en última instancia, influirá en nuevos procesos de cognición (social e individual) tanto como participan de ellos cualquier cambio en una sociedad. Nada de específico tiene un cambio en las convenciones de escritura, nada de lingüístico; desde este punto de vista es comparable la modificación del proceso de cognición de las prescripciones de notación de un escrito con, por ejemplo, una posible modificación en el modo como los semáforos ordenan el tránsito (dejar de usar tres luces para considerar cinco, u otro tipo de señales): sencillamente habrá más signos, más afinados, más complejos, más inútiles. Nada de esto afectará al pensamiento, ni al lenguaje en sí. Dado que la cognición es sumamente dinámica, permanentemente incorpora más signos, más complejos y más interrelacionados. Si no hubiera cambios de soporte del texto escrito, de cualquier modo la cognición seguiría siendo dinámica y provisionalmente estable.

El supuesto (2) es de más difícil comprobación. Es un rasgo innato el que las gramáticas clasifiquen, aunque también es dinámicamente modificable el contenido de cada una de esas clasificaciones/representaciones. Es probable que el componente léxico-referencial de la gramática se modifique, como se ha modificado antes de los soportes virtuales y como seguirá haciéndose después de ellos. Es menos probable que los mecanismos gramaticales (la asignación de la función Agente, Sujeto gramatical, etc.) vayan a cambiar por causa de los cambios de soporte, aunque no es imposible que ocurra. El caso de la reducción de la categoría de género del latín al español, por ejemplo, no obedeció a un cambio de soporte, aunque de un modo muy indirecto estuvo relacionado con él, con los nuevos modos de leer, con las nuevas posibilidades de economización lingüística que el soporte permitió: nuevos procesos de cognición social. En última instancia, es posible predecir que los cambios de soporte operarán transformaciones en el modo como los individuos, en tanto sociedad, conocen, interpretan y se representan lo socio-cultural, y desde allí, sea necesario reconfigurar el sistema de clasificación (de construcción de ideología): la gramática. En cualquier caso, los cambios de soporte no serán condición sine qua non para la modificación de la cognición que ésta vehiculiza o posibilita. Además, es seguro que no implicarán cambios en los principios generales que la sostienen, es decir, el lenguaje, (serán reajustes de parámetros), ni en el pensamiento.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

En el borde del viento
donde se disecan las mariposas antes o después de la última danza,
allí habré de esperarte
–como si esperar fuera algo,
algo más que una agonía cotidiana–
para hacerte preguntas
–palabras que calcinan las manos y las madrugadas–
sin esperar las respuestas

donde se disecan las mariposas antes o después de la última danza

viernes, 25 de septiembre de 2009

¿Qué lleva a un adolescente, alguien cuyos sentimientos están comenzando a comprender lo que espera y sigue (el sufrimiento y la felicidad, su contracara), a escribir una poesía, es decir, a intentar expresar algo en el género subjetivo por excelencia? ¿Qué lleva a una joven, pongo por caso a Sabri, a escribir un poema que no sólo logra acunar el alma sino, fundamentalmente, consigue imponerse contra el actual cosmos de significantes que se sostiene en la rapidez de lo audiovisual, la fugacidad de la percepción, y que —se supone— debería dominarla, hegemonizarla, anularla en sus capacidades poéticas —que está claro que las tiene—? ¿Podemos, hijos al fin del siglo XXI, seguir pensando la poesía en términos de sentimientos, alma, inspiración? ¿Hemos de regresar, acríticamente, al Romanticismo?

Sé que no estoy diciendo nada nuevo, pero estoy convencido de la poesía es la única que nos evita enloquecer: me reafirmo en la función catártica del arte. Al final del camino, sea cual fuera ese final, siempre se vislumbra que el artista fue aquel que, en definitiva, dijo aquello que hubiésemos dicho y no nos atrevíamos, aquello que no podíamos decir: lo que nos enferma. ¿Qué hacemos con las fuerzas del miedo, cuando tememos? Antes que la fotografía, la poesía —el arte— permitió siempre verbalizar el trauma, como lúcidamente afirmó Barthes. La poesía conjura.

Alejandra, la Magna Alejandra —sin dudas, la mejor y mayor poeta iberoamericana del siglo XX— tituló uno de sus libros Extracción de la piedra de la locura; y en él, escribió, y escribió poesías. Esa fue su forma de extraer la locura, de conjurarla: escribir poesía. Artilugio verbal, amuleto ante lo inefable, última apuesta irracional ante la fatalidad: el conjuro. El hechicero —el poeta— no desconoce: teme porque conoce, conoce porque teme. En todas las épocas. Reúne el poder de la palabra como sortilegio. El lector —de todas las épocas— busca y ha buscado en la poesía esa magia, su porción de esperanza ante el dolor. La poesía es, en tanto arte, la única y genuina apuesta a un mundo hecho de algo más que de individuos y temores: la palabra es el combate, aun el más irracional de ellos. La poesía nos nombra y reúne: la verdadera y más profunda utopía colectiva, de socialización de los futuros y las bienaventuranzas.

Mi admiración, mi respeto, mi pleitesía, para aquellos y aquellas que todavía leen o escriben poesía, que es otra forma de decir que están y permanecerán vivos, aun cuando no estemos. Incluso cuando quien escribe ya sea parte del viento.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Antes de esta memoria fuiste un instante y un salmo,
eras la ilusión en un río entre árboles y verano;

y fuiste también un sueño y primero la semilla,
aunque naciste en palabras y con ellas la poesía;

y antes de las certezas fuiste duda y quizás pena,
pues cuando mirabas las manos no temías la esencia;

y antes, mucho antes, fuiste idea, fuiste abrigo,
eras agua y tierra y aire y fuego. Y destino.

Nadie podría entenderlo.
Y si alguien hubiera,
estaría aquí, conmigo
(quizás a mi lado,
durmiendo,
para evitarme estos sueños)

Nadie podría entenderlo.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

La despedida

Una tarde cargada de amaneceres,
plena de palabras al vuelo,
nadie esperaba a nadie
cuando ella llegó
con sus jeans ajustados
y su mirada volátil
y los labios diciendo.

Recargó su vaso
saltando las murallas de su miedo,
miró mis ojos y mi historia,
y habló
(posiblemente haya estudiado los sonidos,
los rictus al decirlo,
pero no pudo:
eran mariposas en invierno)

Nada demasiado nuevo
en sus jeans que ceñían la vida
a las fronteras de la vigilia
y la razón,
nada que no hubiese soñado
mezclando recuerdos y pesadillas,
otras tardes repletas de amaneceres,
lejanísimas,
(menos curtido la carne, más grácil el alma)

Y se fue
con el cuerpo enfundado en el deseo
un sutil balanceo que se despedía
de mis ojos,
aquellos que ya no volverían,
que quedaron colgados de esa tarde
como sombras que penden de un hilo.

sábado, 5 de septiembre de 2009

La lucha

Un no es una respuesta que da vida:
un desafío a las ideas,

con la pelea cotidiana entre las manos,
durmiéndose y previéndonos los sueños,
y despertarse sabiéndonos camino.

Un no es una respuesta que no admito
cuando somos nosotros,

cuando cae la tarde y pareciera la noche
y te miro
y en tus ojos brillan los amaneceres

martes, 1 de septiembre de 2009

Un clásico temita stone, con traducción casera



Es sólo rock 'n roll
© Jagger/Richards (1974)


Si pudiera clavar una pluma en mi corazón
y derramarlo por todo el escenario,
¿te satisfaría? ¿Te contentaría?
¿Pensarías "este chico es extraño"?
¿No es extraño?

Si pudiera conquistarte, si pudiera cantarte
una canción de amor, sublime,
¿colmaría tu engañoso corazón,
si me derrumbara y llorara?
¿Si yo llorara?

Dije: "Lo sé; es solo rock 'n roll, pero me gusta"
Lo sé; es solo rock 'n roll, pero me gusta. Me gusta, sí.
Bueno... Me gusta, me gusta, y me gusta.
Dije: "¿No podés ver que ese viejo chico está sintiéndose solo?"

Si pudiera clavar un puñal en mi corazón,
suicidarme directamente en escena,
¿colmaría eso tu lujuria juvenil?
¿Colaboraría en aliviar el dolor?
¿En aliviar tu mente?

Si pudiera lacerar en lo mas profundo de mi corazón
y que los sentimientos inundaran la página,
¿te satisfaría? ¿Te contentaría?
¿Pensarías "este chico es demente"?
¿No es demente?

Dije: "Lo sé; es solo rock 'n roll, pero me gusta"
Lo sé; es solo rock 'n roll, pero me gusta. Me gusta, sí.
Bueno... Me gusta, me gusta, y me gusta.
Dije: "¿No podés ver que ese viejo chico está sintiéndose solo?"

¿Pensás que sos la única chica en los alrededores?
Apuesto a que te creés la única en la cuidad.

Dije: "Lo sé; es solo rock 'n roll, pero me gusta"
Dije: "Lo sé; es solo rock 'n roll, pero me gusta. Me gusta, sí"
Bueno... Me gusta, me gusta, y me gusta...


[If I could stick my pen in my heart
And spill it all over the stage
Would it satisfy ya, would it slide on by ya
Would you think the boy is strange? Ain't he strange?

If I could win ya, if I could sing ya
A love song so divine
Would it be enough for your cheating heart
If I broke down and cried? If I cried?

I said I know it's only rock 'n roll but I like it
I know it's only rock 'n roll but I like it, like it, yes, I do
Oh, well, I like it, I like it, I like it
I said can't you see that this old boy has been a lonely?

If I could stick a knife in my heart
Suicide right on stage
Would it be enough for your teenage lust
Would it help to ease the pain? Ease your brain?

If I could dig down deep in my heart
Feelings would flood on the page
Would it satisfy ya, would it slide on by ya
Would ya think the boy's insane? He's insane

I said I know it's only rock 'n roll but I like it
I said I know it's only rock'n roll but I like it, like it, yes, I do
Oh, well, I like it, I like it, I like it
I said can't you see that this old boy has been a lonely?

And do ya think that you're the only girl around?
I bet you think that you're the only woman in town

I said I know it's only rock 'n roll but I like it
I said I know it's only rock 'n roll but I like it
I said I know it's only rock 'n roll but I like it, like it, yes, I do
Oh, well, I like it, I like it. I like it...]

lunes, 24 de agosto de 2009

Debido a las condiciones climáticas, los dueños de la tierra y sus semillas exigen que el Estado compense las pérdidas en sus negocios, baje o elimine impuestos, etc., puesto que la responsabilidad de la ausencia de lluvia es de Dios y de su contraparte terrenal, los estados nacionales, que siguen siendo parte indivisa del poder de la Iglesia —aparentemente— y por eso deben pagar los platos rotos de los desaguisados divinos.
Con el mismo preclaro criterio, ¿los fabricantes de paraguas, pilotos e impermeables deben exigir idénticas prerrogativas? ¿Merecen tal trato los dueños de lavaderos de autos, fabricantes de ceras, etc.? ¿Los dueños de calesitas y tiovivos, los techistas, colocamembranas, reparadores de goteras? ¿Doña Rosa saldrá a cacerolear en las esquinas de Juramento, Cabildo, Triunvirato, por estos otros productores?

Qué chucho, Manucho... ¡Que llueva ya! (pero no demasiado, porque los vecinos bienpensantes de esas zonas van a blandir sus Essen para exigir similares exenciones, por el hecho de tener que saltar los charcos que se forman en Juan B. Justo, y que tanto afean la vista desde el piso 20 de una torre, mientras a los negros les dan colchones y chapas para que sigan en su joda, chapoteando en el barro su bacanal de sexo no castrado y pobreza-porque-quieren)

Avisos clasificados




Trueque
: perm. eq. de dip. elect.x la pcia. B.A., 0 km sin asumir (joya, nunca borocotiz.), x privileg. p/ transmis. part. fóbal x canal América. - Cons. sr. Francisco "el Colo" Efedrin







Gratificaré
: inform. paradero sra. Roxana Lat Orre. Se perdió en el Sen. Nac.jueves pdo. Al mom. de su desap. llev. vestido color soja, carpeta c/ solic. de empl. p/ parientes y 1 mano en alto p/ votac. repent. - Bloq. bipers. (ahora unipers.) muy preocup. analiz. tomar 1 decis. al respecto









Artistas vanguard. p/ import. agencia estat
Dibujo de datos, confecc. de estad. vistosas, mús. p/ oídos sordos - Pres. de 10 a 10.15 en Indec - Sr. Willy Moreno

A los doce años...

A los doce años
Creo haber buscado conocerte,
Eras una mujer grande y famosa en mi mundo
Infantil y solitario

Hoy mucho de aquello
Ya no existe,
Por suerte ya no pienso como entonces
(Por suerte el mundo ya no piensa como entonces)

Y a pesar de todo, todavía,
Creo que te busco, o al menos, creo que todavía me importa,
A veces hasta desoigo tus aberraciones
Y las más de las veces
Te perdono.
Creeme:
Las más de las veces te perdona
Ese niño solitario que te busca,
Todavía.

martes, 18 de agosto de 2009

I

Qué problema
de nuevo preso de la mente,
creí haber logrado olvidar el deseo
y aquí estoy, enterándome
de que volveré solo
y que fue inútil correr al encuentro

(16/8/09)


II

Ellos hacen lo mismo que hacíamos,
ellos son ellos, el tiempo
que cayó de repente,
ellos son vos, y yo
miro queriendo,
miro sintiendo que soy
y que no pertenezco

(9/8/09)


III

Algo entre la marea de cuerpos,
me dice que no pertenezco,
que abandoné mi pasado
aunque siga viviendo.

Algo de todo esto era mío,
allí estaba yo, también,
allí buscaba, y allí había:
hace mucho, mucho tiempo.

(9/8/09)


IV

No puedo decir que te amo
(a esta altura amar es una quimera),
tanto sufrimiento antes, tanto
pasó antes que naciéramos
que el mundo parece inmenso,

y amarte es inútil
si no das un leve movimiento,
un sencillo motivo,
un convencimiento,
algo que redima a los vivos
y que alivie mi cuerpo.

(9/8/09)


V

Así de fácil, la vida

Así de fácil, entre ellos

Así estoy, afuera

Así camino, así distancio
el ser, el cuerpo.

(24/7/09)


VI

De repente
–así, de repente–
me sentí solo
sin vos ni vos ni vos
estuve solo
–yo, conmigo–

más solo

sentándome
a ver la vida pasar

(29/3/09)


VII

Cómo retenerte,
cómo cristalizar un momento
cuando apenas nos vemos
cuando siquiera animamos nuestros miedos
para reconocernos.

No sé si podré seguir:
soy cansancio en el tiempo.

Sabrás que estuve
por estos versos.

(8/3/09)


VIII

Sospechaba
que no verte me haría bien,
suponía
que el olvido era suma de ausencias y de días,
y acá estoy
rodeado
de fantasmas de temores
de chispazos
como cuando empecé;

y amándote tanto

y temiéndome

y esperando

(8/3/09)

lunes, 10 de agosto de 2009

No pretende olvidarte
tras años de buscarte y esperar:
apenas desea revivirse,
sentirse recorriendo una piel
que enciende el fuego de un momento
y se consume en cada llama;
implora momentos más allá de sus sueños
esos pequeños instantes de deseo
en los que valen los cuerpos, las manos, las lenguas,
todo eso;
no pretende olvidarte, no puede:

hace tiempo que carga sus fantasmas
y decidió -ya decidió- hacerlo.

viernes, 7 de agosto de 2009

Al verlo mirarte...

Al verlo mirarte
diciendo que ya no
que no va a enamorarse
que con diez años menos, como mínimo…
–y la vida de ahora–
sintiéndose frágil
acurrucado a tu lado
espiándote de costado
disfrutando
negándose y cediendo, a veces,
casi besándote
escuchando absorto
fantaseándote
casi queriendo
–y prohibiéndose luego–
yendo y viniendo
–dudando, sabiendo
intuyendo, temiendo–

sé que no lo hará, que esto le alcanza,
que optará por callar
hasta descubrir cuándo sufre.

Y lo miro: es un niño;
al fin es un niño perdido en el tiempo.

domingo, 2 de agosto de 2009

Creo que nunca lo conté por acá, pero de a poco voy armando algo cuyo título será Cuentos para leer (en) la escuela. El que sigue es, precisamente, un textito que está recién, recién salido del horno (se me ocurrió mientras iba a comprarme puchos, hace un par de horas) Espero que les guste


Las razones del Marrano

Nunca se supo por qué se mató el Marrano. En realidad, se llamaba Pérez, y en la casa le decían Tete, o algo así. Pero para nosotros, los pibes del barrio, era el Marrano. Creo que fue en la escuela; estaríamos en 2º o 3º grado. Una lectura hablaba de un lechoncito rosado y callado, medio boludo, como Pérez, medio mariconcito y siempre metido en el medio. Y habrá sido el Gato el que en el recreo dijo que el Marrano era como el de la lectura, y le quedó, nomás. Era idéntico. Si el libro hubiera tenido figuritas o dibujitos, seguro habrían sido igualitos a él

Yo tenía la desgracia de vivir al lado. Y mi vieja era amiga de la de él, así que el pibito estaba seguido en mi casa, aunque yo ni bola le daba. Mamá me decía que me hiciera amigo del Tete, que era callado pero que era bueno: todo eso que decía porque ella no tenía que aguantarlo todo el día en la escuela, el preferido de las maestras y siempre sacándose buenas notas. Además, los demás pibes medio que me rompían las pelotas diciéndome que yo era amigo del Marrano, que seguro que era el novio, y yo no le iba a andar contando eso a mi vieja pero… hacerme amigo de ese nabo, nunca.

Igual, vivir en la casa de al lado tenía sus ventajas, también. Me acuerdo de esa tarde cuando estábamos el Gato, Tito, Juan y yo en mi patio, aburridos. Y en un momento me preguntaron cuál era la ventana de la pieza del Marrano. Era la única que tenía la persiana levantada, seguro que el pendejo estaría respondiendo la tarea o mirando alguna novela en la tele, porque sabíamos que otra cosa no se le daría por hacer: nunca salía a la vereda a jugar ni estaba en el patio ni nada. Si iba a la calle, era para hacer rápido las compras que la madre le encargaba, con la cara rosada más colorada todavía, esos ojos que parecía que te miraban con miedo, pero que no podía ser temor, porque un verdadero hombre no les teme a tres o cuatro pibes de no más de 10 años de la cuadra. Eso es lo que intento explicarle a Federico, pero qué sé yo, me parece que no me entiende a veces. La cosa es que seguro que el Marrano estaba en su pieza, viendo alguna telenovela, porque su mamá trabajaba todo el día, el viejo con ese cuento de ser viajante no estaba desde hacía un mes y él no tenía permiso para salir. Bah, eso decía él, eso gritó llorando una única vez, cuando en el patio de la escuela lo habíamos rodeado entre los siete y le decíamos que era marica, y que qué hacía entre nosotros, y que saliera de ese círculo que formábamos, y que siempre estaba encerrado en su casa seguro que jugando con muñecas. Y él no se animaba a empujarnos y salir: cuando avanzaba para un lado, lo atropellábamos entre dos o tres y lo mandábamos de nuevo al medio, donde le volvíamos a decir que nos molestaba, que qué hacía ahí, que se fuera, que no lo queríamos entre nosotros. La verdad, ese pibe no escarmentaba nunca. Hiciéramos lo que hiciéramos. Como aquella tarde, que seguro miraba la novela. Eso fue lo que nos dio bronca: ¿cómo podía un hombre estar mirando la novela? O estudiando. De solo imaginarnos la situación nos indignamos, si se puede decir que a los nueve o diez años alguien se puede “indignar”. Nos subimos a la parecita y jugamos a escupirle la ventana. ¡De dónde habremos sacado tanta saliva! Le dejamos los vidrios opacos; habremos estado más de media hora dale que dale, a ver a quién le salía el gargajo más denso, más verde. Al principio se asomó a ver qué pasaba, y nos miró con esos ojos que ponía para dar lástima, un marrano que se hacía pasar por corderito, por perro sarnoso para que nos detuviéramos. Y más nos enojaba, porque no podía ser que no tuviera sangre, que aunque sea no nos puteara, no sé, por lo menos bajar la persiana… Ahí estaba, como congelado, frente al vidrio, y entonces el juego pasó a ser quién embocaba la escupida justo donde se veía su cara. Hasta que la tapamos por completo y seguimos con el resto, lo poco que todavía quedaba limpio, y se notaba que él seguía ahí, mirándonos, con su ojitos maricones y seguro que planeando cómo le iría con el cuento a su mamá o a la maestra. Aunque supongo que no le hacían caso, porque nunca nadie nos dijo nada. Era evidente que el pibe nos buscaba, y es casi seguro que ellos tampoco se bancarían demasiado esa forma de ser de él, tan repulsiva.

Una vez creímos que reaccionaría. Estábamos en la escuela, en la clase de gimnasia, jugando a la pelota. Seguramente no sabía jugar, y el profesor, aunque no lo decía, capaz pensaba lo mismo, porque ponía al Marrano a ser árbitro, pero afuera de la cancha. O sea, a contar los goles, más que nada. ¡Qué referí iba a ser: en cuanto dijera algo estábamos todos esperando para meterle un pelotazo en la cara! Nunca decía nada, pero con alguna excusa igual se comía un terrible bombazo en la jeta. Al principio, alguien le gritaba “Pero, Marrano, correte, la quería mandar afuera, gil” Después, ni eso. Aprovechábamos cuando el profesor se iba del patio, y supuestamente lo dejaba a él a cargo de nosotros. ¿Quién se creía, ese pobre pibe, estar a cargo nuestro? Se tenía que ganar su lugar si quería estar con nosotros, nada más que estar con nosotros… Una de esas veces, creo que fue el Sapo, sí se la hizo bien. ¡Qué pelotazo le encajó! Ya casi ni jugábamos a la pelota, en realidad: era mover un poco las piernas y encontrar la posición justa desde donde bombardearlo, reventarlo con la número cinco, ver cómo se le hundía el estómago hacia adentro, el cuerpo apuntando hacia atrás, de repente, la cara de dolor que pasaba de rosa a morada, y esa mirada. Pero la vez del Sapo fue fuerte, mucho más que de costumbre, y le dio de lleno en el pómulo derecho, una parte en la nariz, y la otra en el ojo. Sangró instantáneamente, y encima al caer se dio con la cabeza en el piso, así que también le tenía sangre en la parte de la coronilla. Y estaba como quieto, ahí, tirado; todos empezamos a acercarnos y le decíamos “Dale, maricón, levantate, no fue nada”. El Sapo, es cierto, era el que más gritaba, pero después nos contó que estaba medio cagado en las patas, sobre todo porque tenía miedo de que la Directora llamase a su mamá. Un portero que apareció justo, fue a llamar rápido al profesor y él lo levantó, se lo llevó adentro, lo lavó y le puso hielo y todo eso. Y le dijo que se quedara tranquilo, que había sido un accidente, que siempre en la clase de educación física pasaban esas cosas. Y que por un tiempo, hasta que el Marrano dispusiera, podía dejar de asistir a su clase, y quedarse con la maestra o por ahí. Obviamente qué más quería el Marrano que no ir a gimnasia y no jugar a la pelota, como buen maricón chupamedias prefería toda la vida estar con la maestra. Así que ese año no volvió a estar en gimnasia. Lo que yo veo mal es que el profesor le puso 10 en todas las calificaciones: encima que le permitía no ir a clases le regalaba 10, y nosotros teníamos que estar ahí, y como no éramos los preferidos de los maestros, como el Marrano, nunca nos sacábamos 10.

Yo siempre les digo a mis pibes que se hagan respetar. Aunque nunca les conté la historia del Marrano, creo que nadie volvió a hablar de él. Tampoco es que el pibe había sido un genio o un superhéroe al que hubiera que recordar toda la vida. Digamos que era bastante intrascendente, y después que se mató, la verdad, ni se notó que no estaba. Además, un pibe así, si no se suicidaba él terminaban asesinándolo en la calle, iba a ser un infeliz toda su vida: yo creo que lo mejor que le pasó, a la larga, es haber decidido matarse. Y creo también que para lo único que sirvió ese pibe es para que todos nosotros, hoy por hoy, criemos a nuestros hijos tomándolo como silencioso ejemplo, ejemplo al revés, digamos: que no sean como él. Por eso no lo entiendo a Federico, siendo que los hermanos, que son más chicos, me salieron buenos y también le dicen que no se deje pisotear por los compañeros en la escuela. No lo entiendo y capaz por eso me estoy acordando hoy del Marrano, después de ver cómo los pibes de enfrente, los hijos de Tito, lo puteaban a Federico cuando lo mandé a comprar. No lo entiendo. La vez que la maestra nos mandó llamar y fue Verónica, y me contó que era porque lo molestaban mucho los compañeros, que lo vigiláramos a ver qué pasaba, y que le habláramos, realmente se merecía que lo cagara a trompadas. ¿Qué más le puedo decir que ya no le haya dicho? Yo sé que no lo crié mal, pero me salió medio sordo, o torcido, no sé. Si quiere hacer la de él, todo bien, que la haga. Pero después que no me venga a pedir ayuda a mí, o a los hermanos, cuando los amigos lo molestan. Porque para eso uno, mal que mal, le estuvo hablando todo el tiempo y diciendo cómo son las cosas en la vida.

lunes, 27 de julio de 2009

Cae la noche tropical

Cae la noche tropical es la última novela de Manuel Puig. La publicó en 1988, dos años antes de su muerte. Se la suele considerar la novela de la madurez y la síntesis de su programa artístico, con lo cual se estaría diciendo, sin hacerlo, que marca el límite de las posibilidades de ese programa. Límite que no estaría dado, claro está, por la muerte del escritor, sino por su propio material literario: las fronteras, si se quiere, del programa postmoderno de Puig.

Una de las diferencias más notorias de esta novela con otras de sus predecesoras es la casi ausencia de referencia a películasº, y las pocas que hay no cumplen ya sino una función semidecorativa, de "relleno" en el sentido novelístico (las catálisis de Barthes). Si en, por ejemplo, El beso de la mujer araña —la que considero, por lejos, su mejor novela— el discurso cinematográfico y sus lenguajes, llegan al paroxismo y sostienen el nivel del relato mientras transcurre la historia, en Cae... los discursos sociales se atomizan e individualizan: son verdaderos ecos polifónicos que deben rastrarse tras las palabras de las dos ancianas hermanas. No hay, en esta novela, discursos sociales explícitos que sustenten los géneros que la novela incluye, géneros que, por otra parte, son mayoritariamente primarios (es decir, cotidianos e inmediatos) o próximos a ellos¹.

No obstante, el trabajo central en Cae... es, justamente, la reformulación de la voz del otro. Todo el tiempo se está diciendo lo que el otro dijo: reproduciendo, amplificando y deformando aquello que ha sido dicho. Desde esta perspectiva, se podría afirmar que en Cae... el trabajo con los discursos sociales, uno de los ejes centrales de la estética de Puig, se hace y muestra desde la radicalidad: el individuo, el que habla, está siempre sujeto a los discursos sociales, por más que éstos no aparezcan en la superficie. Y que aun despojando al discurso de su sustento social, lo que queda es un discurso social, y por esto mismo, ideológico. En el chisme, en el decir acerca de otro decir, está la raíz pura de la reproducción y cristalización de la formaciones ideológicas y de la hegemonía.

Es llamativo, precisamente, que la primera novela de nuestro escritor, La traición de Rita Hayworth, y esta, la última, focalicen en lo que Pauls ha denominado «una política del chisme»², algo que, en sus otras novelas Puig no ha trabajado del mismo modo. En El beso..., por ejemplo, la cárcel y la persecución política han expoliado a Molina y a Valentín, también, de su condición de sujetos sociales y, como tales, del chisme: El beso... trata, ante todo, de la delación³. En La traición... el chisme existe en la materialidad de ese pueblo donde viven los personajes; en Cae..., en cambio, el chisme se sostiene aun en la microfísica del departamento que dos viejas ocupan en Río de Janeiro.

Desde esta perspectiva, entonces, puede comprenderse el capítulo final (el acta de un comandante de Aerolíneas en donde se registra la sustración por parte de la anciana protagonista de una mantita de viaje), que en apariencia pareciera estar descolgado, no aportar nada al relato. Sin embargo, es el repliegue donde, precisamente, se refleja cómo el chisme, la situación banal, individual, termina fatalmente registrada, subsumida, incorporada a la circulación discursiva (en este caso, altamente estandarizada socialmente: burocrática), aun cuando implique un acto puramente individual, anecdótico y por ello, efímero. Este capítulo final, entonces, además de otorgar una "pincelada" en la descripción de la psicología del personaje, está estableciendo un punto de referencia desde donde se puede leer todo el trabajo con la cuestión discursiva que Puig se propuso a lo largo de toda su novelística.

Toda la larga perorata son anotaciones en borrador de por qué me gustó Cae... y supongo que explica por qué la empecé a la 1 de la mañana y la terminé, de un tirón, a las 5 y algo de esa misma madrugada. Copio arbitrariamente dos fragmentos, como al pasar.

—¿Ella por qué se vino a Río?
—Se fue de la Argentina en la época de Isabelita y la Triple A, que vino esa campaña de que todos los psicoanalistas eran de izquierda. Aunque ella no es psicoanalista, el título es de psicóloga.
—Esa cosa nunca la entendí, esos diplomas antes no había.
—Cuando yo estudié no existía esa carrera, si no yo la hubiese seguido. Había que hacer toda Medicina, y después la especialidad en Psiquiatría.
—Sí, eso me acuerdo, Luci.
—Bueno, y después crearon la carrera de Psicología, que no te obliga a estudiar Medicina, y de ahí salen todas estas charlatanas, que me perdone pobre Silvia, conmigo no ha tenido más que amabilidades.
—Y a las psicoanalistas te las dejaste en el tintero.
—Mirá, el titulo es de psicóloga, claro que como psiquiatra sonaba un poco antiguo, los que sí siguieron Medicina empezaron a hacerse psicoanalistas, según esta Silvia misma. Algo así.
—A ver si entendí. Los psiquiatras son los que estudiaron Medicina primero, y los psicólogos no estudiaron nada. Y los psicoanalistas son los que por hache o por be quieren ponerse ese nombre.
—Más o menos
—¿Viste que algo entiendo? Aunque no lo explicás nada bien... [...]

—¿Y él qué hacía en el consulado?
—Un trámite para un cliente. Puro destino. Según ella este hombre es muy buen mozo, para el gusto de ella. A mí me mostró la foto y no me gustó nada, muy pelado y bastante gordo. Ella dice que para ella siempre fue su tipo de hombre, un aspecto así, de hombre de su casa, no muy acicalado, y que a ella dice que no le importa nada que tenga un poco de barriga.
—¿Y en qué se parecía al otro?
—No te me adelantes. Eso a ella le costó mucho darse cuenta. Tardó un buen tiempo.
—¿Pero en qué se parecía?
—En la mirada. La misma mirada. Unos ojos negros un poco de chico, un poco huidizos, que no miraban mucho de frente.
—Ésa es mirada de persona que no dice la verdad.
—No, no. Ella dice que era mirada de persona que necesita un amparo, como de un chico que perdió la madre. Y yo se lo dije: solamente los chicos, sobre todo los varones, tienen esa cosa en los ojos, cuando chicos, hasta los doce o trece años, después la pierden, y es entonces que ya no vienen más esas ganas de abrazarlos fuerte, de estrujarlos casi, de tan tiernitos que son, o que eran.
—Las nenas son distintas, tenés razón. O no sé si será que Emilsen siempre pareció una persona mayor. Lo único que no quería, lo que a mí más rabia me daba, es que no aguantase sentada quieta en el cine. Le venían ganas de ir al baño, cualquier cosa con tal de no dejarme ver la película. Pero eso era lo único. Nunca dio trabajo en nada.
—Y en cambio mis hijos que eran una peste se quedaban quietos en el cine.

Notas

º En realidad, sí: en el Capítulo cuatro Nidia lee antes de quedarse dormida unos recortes de diario que venía juntando; son notas de color, en su mayoría, y se relacionan con la novela en tanto mencionan lugares que luego se retomarán como marco de las acciones. En el Capítulo cinco las hermanas recuerdan la Sonatina de Rubén Darío, y su función como discurso socialmente válido entre las señoritas de clase que la declamaban en eventos familiares y/o sociales.


¹ Según Graciela Speranza, sólo se mencionan La divina dama (That Hamilton Woman) y El puente de Waterloo (Waterloo Bridge). Asimismo, esta autora afirma que no hay citas ni menciones cinematográficas explícitas en Pubis angelical, Maldición eterna a quien lea estas páginas, ni en Sangre de amor no correspondido. (SPERANZA, G. (2000): Manuel Puig. Después del fin de la literatura; Buenos Aires; Grupo Editorial Norma)

² PAULS, A. (1986): Manuel Puig. La traición de Rita Hayworth; Buenos Äires; Hachette

³ A mi modo de ver, en El beso... el discurso que funciona en el nivel del chisme es esa voz moralista de la ciencia que se interpone en los pies de página de cada capítulo, y que de un modo casi voyeur anticipa lo que se leerá, y lo juzga y/o intenta normalizar, dándole una vuelta de tuerca al contexto autoritario y represivo de la novela, es decir, demostrando que las teorías no son neutrales en términos políticos y sociales. Algún día dejaré mi consuetudinaria fiaca y lo escribiré en profundidad.