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viernes, 25 de septiembre de 2009

Vindicación de la poesía

¿Qué lleva a un adolescente, alguien cuyos sentimientos están comenzando a comprender lo que espera y sigue (el sufrimiento y la felicidad, su contracara), a escribir una poesía, es decir, a intentar expresar algo en el género subjetivo por excelencia? ¿Qué lleva a una joven, pongo por caso a Sabri, a escribir un poema que no sólo logra acunar el alma sino, fundamentalmente, consigue imponerse contra el actual cosmos de significantes que se sostiene en la rapidez de lo audiovisual, la fugacidad de la percepción, y que —se supone— debería dominarla, hegemonizarla, anularla en sus capacidades poéticas —que está claro que las tiene—? ¿Podemos, hijos al fin del siglo XXI, seguir pensando la poesía en términos de sentimientos, alma, inspiración? ¿Hemos de regresar, acríticamente, al Romanticismo?

Sé que no estoy diciendo nada nuevo, pero estoy convencido de la poesía es la única que nos evita enloquecer: me reafirmo en la función catártica del arte. Al final del camino, sea cual fuera ese final, siempre se vislumbra que el artista fue aquel que, en definitiva, dijo aquello que hubiésemos dicho y no nos atrevíamos, aquello que no podíamos decir: lo que nos enferma. ¿Qué hacemos con las fuerzas del miedo, cuando tememos? Antes que la fotografía, la poesía —el arte— permitió siempre verbalizar el trauma, como lúcidamente afirmó Barthes. La poesía conjura.

Alejandra, la Magna Alejandra —sin dudas, la mejor y mayor poeta iberoamericana del siglo XX— tituló uno de sus libros Extracción de la piedra de la locura; y en él, escribió, y escribió poesías. Esa fue su forma de extraer la locura, de conjurarla: escribir poesía. Artilugio verbal, amuleto ante lo inefable, última apuesta irracional ante la fatalidad: el conjuro. El hechicero —el poeta— no desconoce: teme porque conoce, conoce porque teme. En todas las épocas. Reúne el poder de la palabra como sortilegio. El lector —de todas las épocas— busca y ha buscado en la poesía esa magia, su porción de esperanza ante el dolor. La poesía es, en tanto arte, la única y genuina apuesta a un mundo hecho de algo más que de individuos y temores: la palabra es el combate, aun el más irracional de ellos. La poesía nos nombra y reúne: la verdadera y más profunda utopía colectiva, de socialización de los futuros y las bienaventuranzas.

Mi admiración, mi respeto, mi pleitesía, para aquellos y aquellas que todavía leen o escriben poesía, que es otra forma de decir que están y permanecerán vivos, aun cuando no estemos. Incluso cuando quien escribe ya sea parte del viento.

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