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Actualizaciones en lo que va del tiempo:

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jueves, 31 de diciembre de 2009

105

Amor… amor mío: no puedo.
Sos demasiado: me abruma.
No entiendo.

Algún día estaremos, lo sé, frente a frente
–si es que existe el Cielo
y nos está destinado a los que aquí blasfemamos sin remedio–
y podré permitirme decirte cómo quiero el beso,
cómo sueño nuestras vidas
y los miedos.

Lo que más me detiene de vos es tu propio vos,
tu magnífico eludirme día a día;
y luego estoy yo: tan cansado,
tan siempre a punto de cerrar las ventanas
y saltar a la nada desde las cornisas…


Voy a dormir
Alfonsina Storni


Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación; la que te guste;
todas son buenas; bájala un poquito.

Déjame sola: oyes romper los brotes...
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases

para que olvides... Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido...

Creo que están repitiéndose demasiadas cosas –exactos trece años– que no quiero y que me hicieron tan feliz antes. Pero ya no soy el mismo, ya aprendí que de nada valen las selvas y los ríos, ni la exactitud de las tardes que no llegan a consumarse en sus propias noches. Es tiempo de ser yo quien se desprenda de tus manos, pues los signos no son como el azar: son soldados que invitan cortésmente al descanso en paz de la muerte en vida. Jugué a rearmar las piezas del camino que encuentro intacto allí donde lo dejé: no me endurecieron las horas y el invierno. Pero también sé que de nada vale ni valdría, pues lo que hay es bastante y demasiado, condición suficiente para el nuevo destierro. Hoy soy yo el que se esconde y se despide –dolorosa alegría–: hay fraudes que conviene cerrar cuando todavía son genuinos. Me diste demasiado sin saberlo, una fortuna incalculable que cubrí, a veces, con monedas. Te dejo el tiempo presente, me quedo con el recuerdo.

Estoy encerradamente jodido.

Y me alejo en el viento.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Letanía

En el tiempo nada crece:
todo explota,
simplemente.

Algún día dejaré de protegerte,
de temerme
y me iré de mí
(me iré de vos)


Y quizás me entiendas,
me veas partir hacia mi nuevo destierro,
y quizás hasta desearas detenerme
justo después del estallido
del que hubiera sido nuestro tiempo.

Esta espera, la angustia, mi celada,
la sed de todos los futuros a las puertas de esos ojos,
mi cobardía cómplice, la parálisis, el hastío,
la añoranza de las noches agazapadas que no saltan,
que no abren sus fauces,
que no hablan,
el temor, el cansancio, el agobio del pasado,
la vejez, la soledad, tu cuerpo, mi deseo
y –a veces–
la muerte,
o el mañana

viernes, 25 de diciembre de 2009

La última cena

Dos que se toman las manos, en silencio; se miran,
se preguntan y responden, se suponen,
recorriéndose con los labios,
cicatrizándose las llagas de las ilusiones,
envolviéndose en las sombras de la madrugada mientras afuera llueve,
y el mundo duerme.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Desangelada esperanza de retomar el juego donde seducimos nuestros sentidos en el tiempo,
enredándonos en las palabras de una historia que ha sido nuestra –y que ha vuelto,
que de a ratos abandonamos: enfermedad sin remedio –;
hoy será de nuevo la partida y el regreso,
las hojas de un árbol que siempre florece y vuelve a su invierno,
nuevamente la cosecha, el ciclo vital: el fin y el recomienzo:
el lugar donde los dos depositamos las furias y los miedos, el amor y el desencuentro
dejando que domine la noche en nuestros cuerpos:
el deseo,
ese antiguo recorrerse a tientas, cerrados los ojos, en un sueño,
el hábito hecho acto: nuevo, virgen, pleno,
desconociéndote siempre –nueva ilusión, dolores viejos–
e intacta la esperanza, el futuro sin lógicas y entero.

Esta noche será la primera, como ella, y sin serlo:
esta noche vuelvo a vos, sin conocerte, y sabiendo.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Fin del hechizo

Al despertar,
de la cabeza de la reina niños confundidos caen como hojas de almanaque,
marchan en fila y declaran ante el duende que toma nota
para reconstruir poco a poco este rompecabezas imposible
que refleja las batallas y los tiempos y las letras y el silencio
hasta que uno de ellos –quizás el último hasta ahora, quizás definitivo–
quiebra toda lógica posible aun en ese mundo:
confirma que está allí por error
que no te conoce,
que jamás pensó en tomar cartas en el asunto
y regresa a la cabeza
en donde nunca –afirma– supuso haber estado.