Creo que están repitiéndose demasiadas cosas –exactos trece años– que no quiero y que me hicieron tan feliz antes. Pero ya no soy el mismo, ya aprendí que de nada valen las selvas y los ríos, ni la exactitud de las tardes que no llegan a consumarse en sus propias noches. Es tiempo de ser yo quien se desprenda de tus manos, pues los signos no son como el azar: son soldados que invitan cortésmente al descanso en paz de la muerte en vida. Jugué a rearmar las piezas del camino que encuentro intacto allí donde lo dejé: no me endurecieron las horas y el invierno. Pero también sé que de nada vale ni valdría, pues lo que hay es bastante y demasiado, condición suficiente para el nuevo destierro. Hoy soy yo el que se esconde y se despide –dolorosa alegría–: hay fraudes que conviene cerrar cuando todavía son genuinos. Me diste demasiado sin saberlo, una fortuna incalculable que cubrí, a veces, con monedas. Te dejo el tiempo presente, me quedo con el recuerdo.
Estoy encerradamente jodido.
Y me alejo en el viento.
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