Apuntes -casi un borrador- acerca de ciertas afirmaciones que suelen dispararse sin mayor reflexión ni análisis • Primera entrega de algo que -quizás, si dan el tiempo y las ganas- se transforme en una serie de notas
Cuando se habla de la escuela pública, de cualquier nivel del sistema, se suele decir que cada vez se enseña menos, que se baja más y más el nivel, que "los mejores" tienden a irse de la escuela (pública) porque se atiende a los que no saben, no quieren, no tienen ganas de estudiar. ¿Cuántas veces escuchamos -o dijimos- cosas como estas? Quizás se enuncian desde un "sentido común" honesto y defensor de la educación pública, incluso. Pero, ¿qué enmascaran, qué ocultan afirmaciones como las que anotamos? ¿Qué formaciones ideológicas construyen, sostienen, cristalizan?
Vayamos por partes. ¿De qué educación, de qué escuela hablamos? ¿Con cuál comparamos, cuál es esa "escuela ideal" que, como término de comparación, nos permite afirmar algo así? Seguramente, la escuela "enciclopedista", pletórica de contenidos, deseosa de mediar entre la producción científica, intelectual, artística, y una masa poblacional ajena a esa producción; en términos sarmientinos, "la barbarie". La escuela que fue funcional a un contexto nacional e internacional de hace por lo menos cincuenta años, esa que duró hasta no hace mucho y que -por ejemplo- vivimos los que tenemos más de 25 años, aunque ya se nos decía que estaba en crisis.
¿Es posible contraponer ese "universo de conocimientos" de hace cincuenta años con el "universo de conocimientos" de hoy? ¿Cuántas enciclopedias necesitarían D'Alembert y Diderot en nuestros días? Mejor dicho. ¿serían capaces de plantear en nuestra época un concepto tal como el de enciclopedia, es decir, el compendio del saber total, manipuable, accesible, deslumbrado por la imprenta y la racionalidad? Si la unicidad epistemológica misma del conocimiento está en duda, en crisis, si el acceso a la información no garantiza el acceso al conocimiento (internet es el ejemplo paroxístico), ¿desde qué lugar se enseña "menos"? Además, nunca se "enseñó todo", ni aun en el momento de esplendor de la educación normalista. Diseñar currículos, programas de estudio, unidades didácticas, siempre implicó jerarquizar, ocultar, recortar saberes, hoy y siempre.
"Bajar el nivel" suele ser un enunciado que sincretiza cuestiones distintas: puede ser tanto la "exigencia", como la "dificultad", como el "valor" de un contenido, entre otros aspectos. Decidir bajar (o subir) un nivel implicará, en principio, preguntarse por la validez del concepto mismo de nivel, es decir, si es lícito esperar de la educación la homogenización de los sujetos, de sus saberes, de las prácticas de enseñanza y aprendizaje. "Nivelar" es obturar la diferencia, la especificidad, la riqueza de cada uno. "Igualar a ras con el rasero", dicen las definiciones de los crucigramas, y acá, justamente, operó una "nivelación": ignoré la riqueza de los múltiples y buenos diccionarios, de lo múltiples y malos diccionarios, de los múltiples y mediocres diccionarios, y opté por una "definición" que me vino a la memoria, cómoda, que "nivela", iguala todas las definiciones posibles. Hacerlo con una palabra, esto no es demasiado complicado, ni demasiado perverso; ¿es lo mismo cuando hablamos de personas?
Si se admite que se "baja el nivel" porque se tiene en cuenta que de 30 alumnos sólo uno, dos o cinco son responsables, hacen sus tareas, estudian, ¿no es válido pensar que es una decisión correcta en función de los otros veintinueve, veintiocho o veinticinco? Tampoco, puesto que se sigue considerando "la masa" de alumnos, homogéneo conjunto indiferenciado. ¿Por dónde pasa, entonces, la solución de esta paradoja? Por considerar que la idea misma de "nivel" plantea ese incorrecto análisis indiferenciado, es decir, no es una categoría que permita repensar las situaciones de aula, la educación. El "nivel" no se sube ni se baja, puesto que no existe algo parecido a un "nivel" en nuestra sociedad actual, y lo importante será entonces qué acuerdos se establecen, al interior de cada uno de esos grupos, respecto de qué espera cada uno de esos sujetos, sus padres, la escuela. Qué queremos de nosotros/as mismos/as, qué consideraremos "válido" e "importante" aprender, cada uno de nosotros/as individualmente y como grupo. En todo caso, y en última instancia, existiría algo así como un "nivel" que nos instituimos, que modificamos constantemente, aspiraciones, expectativas, intereses que nos formulamos y reformulamos a cada paso.
Pensar en la "escuela que no enseña" y en el "nivel" que se sube o se baja no es otra cosa que profundizar en la idea de que un alguien, un agente externo (que tampoco es el docente, ni el director, ni siquiera el supervisor) decide por mí, por mi grupo, por mi comunidad, por mi escuela, qué es importante, qué tengo que aprender, qué me falta, qué soy. Sin embargo, si hay actividad humana que implica la propia acción del sujeto es, precisamente, la educación. Dicho de un modo casi de bolsillo: una educación que niega la responsabilidad, el protagonismo del docente y el alumno por igual, y todas sus intancias de mediación, es una educación autoritaria que genera, reproduce, alienta el autoritarismo. Aunque lógicamente, es lo más cómodo, porque deposita en un afuera lo que se debe construir desde adentro, con esfuerzo, con disputa, con trabajo.
Ahora bien, ¿en cuántas escuelas se están pensando estas cosas? ¿De quién depende que se piensen estas cuestiones? ¿De un director esclarecido? ¿De un inspector hinchapelotas? ¿De un grupo de docentes? ¿De una delegación de padres que sólo se preocupa cuando hay muchas horas libres? ¿De un grupo de alumnos/as que sólo se interesa por tener horas libres? La educación que te formó, que te forma, y formará a tus hijos/as... Pavada de tema.
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