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jueves, 17 de noviembre de 2011

El diálogo

—Señora, necesito hablarle…
—No, María, ahora no puedo.
—Justamente, señora… Es por eso… Yo…
—María, ¿no entendés? ¡No puedo!
—Señora… Yo sé que usted está ocupada…
—Y si lo sabés entonces no me jodas, che.
—Pasa que, señora… Yo sé… Tantos años trabajando para usted… Sé que nunca se pierde el programa… Pero, necesitaría, señora… Necesito hablar con usted…
—A ver si soy clara: ahora N-O P-U-E-D-O, Andá a fijarte si hace falta algo en algún lado.
—Señora, yo… Yo la escuché a usted, anoche, en la tele…
—Qué bien, María. ¿Me viste en el programa de Nelson Castro?
—Sí, señora, y yo… Yo pensé mucho en lo que dijo…
—Es lo que siempre te digo, María. Dije ahí lo que siempre digo acá en casa.
—Sí, lo sé, señora…
—Que ustedes, los pobres, hacen mal en votarla. Que el pueblo en todas las épocas votó al que le dio comida mientras lo mantenía ignorante, y que repartir ahora computadoras es como antes haber repartido máquinas de coser.
—Sí, señora, la escuché, y también cuando dijo…
—Estuve brillante, ¿no? Hoy no pararon de llamarme, ¿podés creer? Como si una no hubiera hecho nada hasta ahora, como si desde la Fundación no nos hubiéramos preocupado antes por estos temas. Sin ir más lejos, el mes pasado, con el locro patrio. Pasa que es así, María, es así: una negrita muestra el culo en lo de Tinelli y eso tiene más presencia en los medios que la acción solidaria de un grupo de mujeres de familia, que no andan mostrando el traste por ahí.
—Tiene razón, señora… Por eso yo…
—Fijate en vos misma, María. ¿Cómo eras a los diez años, a los trece? ¿Tu vida no cambió desde los quince, cuando empezaste a trabajar acá?
—Sí, señora, y sabe de lo agradecida que estoy…
—Sí, María, lo sé, sin nosotros tu vida hubiera terminado andá a saber dónde. Bah, sí, sabemos. Vos y yo sabemos dónde: en la calle, una puta más, llena de hijos, sucia, esperando ansiosa cobrar el plan para gastarlo en la quiniela. O seguro drogándote.
—Señora, usted sabe que no hay día que deje de agradecerle a Dios que haya cruzado a mi madre con el señor Fernando cuando yo tenía catorce años…
—Sí, María, lo sé: nosotros, gracias a Dios y todos los santos, te rescatamos justo a tiempo de un futuro que, para vos, hubiera sido terrible… Lástima que no pudiéramos con más, que no hubiéramos podido hacernos cargo de los millones que están atrapados en los cantos de sirenas de esta gente perversa. Pero para eso debería estar el Estado, ¿o no?. ¡Se lo dijimos al padre Antonio, cuando nos comentó de tu situación! ¿Hoy cuántos tenés, María? ¿Veinticuatro?
—Veintiuno, señora…
—Veintiún años ya, María… ¡Sos toda una señorita! No andarás pensando en…
—No, señora, ¡por favor! El señor Fernando no me lo perdonaría… Ni tampoco, usted, ¡obvio! —Fernando siempre está ocupado, María, no creo que se dé cuenta. Esto es un tema de mujeres porque, creeme, yo sé que una mujer tiene necesidades. —Sí, señora, pero yo necesitaba hablarle de…
—Mirá, no hace falta que le des tantas vueltas, hija. ¿Estás enamorada? ¿Hay algún chico que te gusta? Podés contarme.
—No, señora, yo…
—No me digas que no, María. Yo también tuve veinte años. El menor de los Anchorena Roulet me gustaba, y si lo vieras ahora no lo reconocés. Fernando, con todo, está mucho mejor. Y ni hablar del patrimonio. Mucho apellido pero, a la larga, está comprobado, el apellido no hace a la felicidad.
—Justamente de eso, señora, le quería hablar… Usted anoche, en el programa…
—Ay, decí la verdad, María; anoche estuve fantástica en el programa… Lástima que esa zurdita no me dejaba terminar de hablar.
—Sí, señora, por eso… Usted anoche, yo la escuché bien, dijo que el diálogo…
—Es que el diálogo, María, el diálogo es imprescindible en una sociedad democrática; sin diálogo no hay democracia. El diálogo, en Grecia, donde inventaron la democracia, era fundamental: se juntaban todos los ciudadanos, todos los que pertenecían a Grecia, todos ¿entendés?, y decidían entre todos el destino del pueblo.
—Sí, señora, me dejó pensando todo eso que usted dijo anoche… Me puse a pensar mucho hoy, mientras limpiaba el…
—Qué bueno María, qué bueno. Porque una no quiere que sus empleados solamente trabajen, sino que aprendan de una, que para eso estudió.
—Señora, yo, por eso… Yo… Yo quiero dialogar con usted… Porque…
—Ay, qué chica… ¿Y qué estamos haciendo ahora? Vos siempre me arrancás una sonrisa, aunque esté deprimida… Obvio que vos y yo dialogamos, María, porque eso es lo importante en este mundo: dialogar. Ay… Dios… Estas veinteañeras… Andá, andá ahora, dale. Andá y fijate que me parece que la sala no está encerada y tiene que estar lista para mañana a la noche, dale. Siempre tan ocurrente, vos.


10/11/11