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jueves, 25 de junio de 2009

En las postrimerías de 2001, la derecha más recalcitrante (el por entonces afamado Daniel Hadad a la cabeza) arengaban poner una feta de mortadela en el sobre de votación; se confundían con esa extrema izquierda que siempre propuso anular el voto o no concurrir. Movimientos de apáticos juveniles, como el "kilómetro 501" (o 601, no recuerdo bien), se dejaban seducir, funcionales sin saberlo.

Un poco antes, aprendí que la trampa de la polarización es una tentempié sin nutrición para los hambrientos: la Alianza fue la más brutal continuación del Sultán de Anillaco. Sin con el menemato los advenedizos y repentinamente enriquecidos funcionarios respondían a los intereses oligárquicos de siempre, con De la Rúa el país fue manejado por sus propios dueños, directamente.

Después de 1999 mi voto siempre fue entre "estratégico" y "conviccional": según los cargos por cubrirse en cada caso, voté con arcadas a quien más o menos representara una alternativa cercana a lo que pienso, dentro del ranking de los tres o cuatro primeros, y no tanto pensando en mis convicciones sino en "hacer peso". Así voté a Pinillo, por ejemplo, en las últimas presidenciales. Pero, en los niveles más "locales", siempre elegí a quienes realmente me propusieran llevar adelante lo que yo, si tuviera vocación de militancia partidaria, realizaría. Y dejé de pensar en la cantidad de votos: a un partido que sacó 10 boletas en la anterior elección, que ahora yo lo vote y pase a tener 11 sufragios, es darle un "crecimiento" de un 10%. Y la engañosa cuantificación objetiva suena lindo.

Sobre el final de la campaña, finalmente los candidatos derraparon, olvidando los consejos del marketing que tanto dinero les insumió. Es cierto que están en juego dos modelos de país, pero ninguno construirá el que dice defender: unos y otros quieren perpetrar las prebendas de su asociación ilícita. Y la centroizquierda pequeño-burguesa, con el progresismo urbano, ya demostró su propia imposibilidad para animáreseles a los verdaderos factores que condicionan y condicionaron a este país a ser lo que es.

Transitando los últimos meses hasta llegar al segundo centenario, está claro que dos siglos de proyecto de conservadurismo oligarca resultó en lo que somos. Quizás sea hora de darle bola a aquel Moreno, que se llamó Mariano, y que fue secretario de la Primera Junta: el jacobino que tenía en claro que con sonrisitas, marketing y buenos modales no se consigue demasiado. En definitiva, como rezaba un viejísimo eslogan de los ochenta: "Arriba los de abajo, somos pueblo".


PD:
Bombita Rodríguez, diputado nacional
Zulma Lobato, diputado provincial

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