Actualizaciones en lo que va del tiempo:
lunes, 5 de marzo de 2012
Soy docente, y no trabajo cuatro horas ni tengo tres meses de vacaciones
0 Respuestas/comentarios Publicado por Esteban Cid a las 14:15
Carta abierta, pero no a Cristina
Es cierto: soy docente y no trabajo cuatro horas ni tengo tres meses de vacaciones. Y me gusta ir con zapatos a la escuela. ¿Y? ¿Desde cuándo un argumento general parte de un caso particular?
Desde el miércoles, cuando la Presidenta dio su discurso ante la Asamblea Legislativa, vengo leyendo o escuchando a compañeros/as docentes (en el Facebook, en los diarios, en las cartas de lectores, en los comentarios de las radios) y a sus repentinos defensores despotricar contra esas (desafortunadas) palabras; y digo bien: desafortunadas, pero no por su contenido, sino por su forma. Nadie, a esta altura, discute las cualidades oratorias de Cristina Fernández (se discuten sus efectos, la perlocución: si es creíble, si aburre, etc.), y una excelente oradora como ella debió haber previsto (quizás lo hizo, y quizás haya querido que se pusiera en debate esto, yo qué sé) que detractores maliciosos y simples lectores (oyentes) ingenuos se agarrarían de una frase descontextualizada y sacarían fárragos de conclusiones más parecidas a sus molinos que al discurso original. (Excurso: la arqueología de Foucault o la deconstrucción de Derrida no son eso: son métodos de análisis del discurso válidos en tanto focalizan, llevan al centro los márgenes, pero nunca descontextualizando, siempre poniendo en relación —no por nada se asume que esto es el post-estructuralismo)
Pongamos las cosas en claro: no tenemos tres meses de vacaciones; dependiendo del nivel o modalidad de que se trate (primaria, secundaria, superior, etc.) tenemos más o menos desde el 24 de diciembre hasta el 10 de febrero (para redondear: algunos van todavía a mesas el 29 de diciembre; otros se reincorporan el 18 de febrero). Digamos, unos cincuenta días. Más otros quince en invierno. Tampoco tenemos una jornada laboral de cuatro horas diarias (o veinte módulos semanales), pero también es cierto que el laburo en el hogar no es de otras cuatro horas diarias (u otras veinte semanales) como para compensar el uso corriente en el resto de la legislación. Tampoco tienen jornadas de esta extensión los maquinistas de subterráneos, por ejemplo, y muchas otras profesiones y ocupaciones que se consideran de impacto para la salud. Tampoco nos jubilamos con la misma edad, y eso en alguna medida nos convierte en "jubilados de privilegio", si bien es cierto que para jubilarnos antes aportamos más porcentaje durante nuestra vida laboral activa.
La mayoría laburamos en condiciones edilicias de mierda o, cuanto menos, indignas. Y nos tenemos que hacer cargo de todo. Al momento de renunciar (agosto de 2011), por estos motivos, a la dirección de escuela que ocupé desde 2004, teníamos 500 pibes/as y más de 150 agentes en el personal, en la planta alta de un edificio que fue diseñado para educación primaria (y que sigue estando, pero reducida y acorralada en la planta baja) con sólo un baño por sexo, con cuatro inodoros por baño. Y sólo dos personas para conducir y llevar adelante todo eso (y era afortunado: otras escuelas, de idénticas características, aún no tienen vicedirector). Ni hablemos de bibliotecarios, ayudantes de laboratorio (teniendo laboratorios instalados y más o menos equipados), preceptores, integrantes de Equipo de Orientación Escolar (antes llamado "Gabinete"), auxiliares ("porteros"), mesas, sillas, pizarrones. Todo esto es verdad, y en esto radica el infortunio en la forma discursiva a que aludí antes: es imposible, por ejemplo, hablar de ausentismo si no se habla del desgaste que estas condiciones materiales producen (y si no se habla de abuso, vamos). Condiciones materiales, insatisfechas, que se refieren a las escuelas tal como fueron inventadas en el siglo XIX; ni hablar de las condiciones que podríamos imaginar o que necesitamos para este comienzo del siglo XXI.
No mencionar lo anterior, no reconocer que en lo peor del estallido (y antes, porque la debacle social, y por lo tanto educativa, no empezó en diciembre de 2001 sino a mediados del sultanato) fuimos los docentes los que en buena medida sostuvimos las escuelas como lugar de inclusión social (con excepciones, y todos también lo sabemos: hay escuelas públicas que continúan creyendo que forman a la élite, como la concepción sarmientina lo instauró), y que en gran parte la seguimos sosteniendo, incluso porque naturalizamos estas condiciones de mierda y, así, inercialmente seguimos, fue —creo— el error del discurso de la Presidenta; pero si lo hubiera dicho, hubiese acrecentado los minutos de internvención que ocupó, y que con tanto deleite midieron, hasta con software contador de palabras. El error, entonces, fue dar por obvio lo obvio, y por eso obviarlo.
(Excurso II: no voy a considerar la falacia de raíz antidemocrática que se alza últimamente, referida a una supuesta relación entre el sueldo de un legislador y las veces que representa en relación con el sueldo docente; bien podríamos calcular cuántos salarios mínimos representa el salario de bolsillo de un docente y pedir, en consecuencia, que se nos rebaje. Un diputado o senador tiene en sus manos la legislación de un país; nosotros tenemos en nuestras manos las generaciones futuras: cada oficio o profesión, entonces, debe ser mensurado y valorado en sí mismo. Cualquier otro tipo de "relación" está tendenciosamente orientada a concluir en el hecho de que o que el Congreso no sirve —y entonces, pensemos en monarquías— o que la educaciónes irrelevante)
La derogación de la Ley Federal de Educación con la actual Ley Nacional de Educación; la Ley de Financiamiento Educativo; el programa Conectar-Igualdad (lo más parecido a una política educativa para el siglo XXI); la Asignación Universal atada a la obligatoriedad de la educación; los reiterados y sistemáticos aumentos al salario, con sus fondos de garantía para evitar las dolorosas diferencias de otros tiempos; el mantenimiento del Fondo de Incentivo Docente, a pesar de haberse sancionado la Ley de Financiamiento Educativo (que, es cierto, constituye una suma en negro, que no aporta, pero que sigue siendo un paliativo); las más de mil trescientas escuelas, que por supuesto que no alcanzan pero suman, y cómo; y hasta el simple hecho de haber tenido como Ministros de Educación no a economistas sino a personas que realmente salen de la actividad educativa, con credenciales inigualables (como en el caso de Filmus), son datos que muestran que lo obvio era obvio, y que el texto está siempre ligado al contexto. Sin embargo, detractores maliciosos y simples lectores (oyentes) ingenuos hacen caso omiso y, de buenas a primeras, sacan fotos y mensajes y consignas y "humoradas" que invitan a pensar que, de no haber dicho Cristina Fernández lo que dijo, el desquiciado sistema educativo ¿nacional? estaría perfecto. ¿No es mucho? Siempre es bueno separar la paja del trigo, y hacer lectura crítica. Al menos, los docentes siempre nos jactamos de ello.
jueves, 17 de noviembre de 2011
—Señora, necesito hablarle…
—No, María, ahora no puedo.
—Justamente, señora… Es por eso… Yo…
—María, ¿no entendés? ¡No puedo!
—Señora… Yo sé que usted está ocupada…
—Y si lo sabés entonces no me jodas, che.
—Pasa que, señora… Yo sé… Tantos años trabajando para usted… Sé que nunca se pierde el programa… Pero, necesitaría, señora… Necesito hablar con usted…
—A ver si soy clara: ahora N-O P-U-E-D-O, Andá a fijarte si hace falta algo en algún lado.
—Señora, yo… Yo la escuché a usted, anoche, en la tele…
—Qué bien, María. ¿Me viste en el programa de Nelson Castro?
—Sí, señora, y yo… Yo pensé mucho en lo que dijo…
—Es lo que siempre te digo, María. Dije ahí lo que siempre digo acá en casa.
—Sí, lo sé, señora…
—Que ustedes, los pobres, hacen mal en votarla. Que el pueblo en todas las épocas votó al que le dio comida mientras lo mantenía ignorante, y que repartir ahora computadoras es como antes haber repartido máquinas de coser.
—Sí, señora, la escuché, y también cuando dijo…
—Estuve brillante, ¿no? Hoy no pararon de llamarme, ¿podés creer? Como si una no hubiera hecho nada hasta ahora, como si desde la Fundación no nos hubiéramos preocupado antes por estos temas. Sin ir más lejos, el mes pasado, con el locro patrio. Pasa que es así, María, es así: una negrita muestra el culo en lo de Tinelli y eso tiene más presencia en los medios que la acción solidaria de un grupo de mujeres de familia, que no andan mostrando el traste por ahí.
—Tiene razón, señora… Por eso yo…
—Fijate en vos misma, María. ¿Cómo eras a los diez años, a los trece? ¿Tu vida no cambió desde los quince, cuando empezaste a trabajar acá?
—Sí, señora, y sabe de lo agradecida que estoy…
—Sí, María, lo sé, sin nosotros tu vida hubiera terminado andá a saber dónde. Bah, sí, sabemos. Vos y yo sabemos dónde: en la calle, una puta más, llena de hijos, sucia, esperando ansiosa cobrar el plan para gastarlo en la quiniela. O seguro drogándote.
—Señora, usted sabe que no hay día que deje de agradecerle a Dios que haya cruzado a mi madre con el señor Fernando cuando yo tenía catorce años…
—Sí, María, lo sé: nosotros, gracias a Dios y todos los santos, te rescatamos justo a tiempo de un futuro que, para vos, hubiera sido terrible… Lástima que no pudiéramos con más, que no hubiéramos podido hacernos cargo de los millones que están atrapados en los cantos de sirenas de esta gente perversa. Pero para eso debería estar el Estado, ¿o no?. ¡Se lo dijimos al padre Antonio, cuando nos comentó de tu situación! ¿Hoy cuántos tenés, María? ¿Veinticuatro?
—Veintiuno, señora…
—Veintiún años ya, María… ¡Sos toda una señorita! No andarás pensando en…
—No, señora, ¡por favor! El señor Fernando no me lo perdonaría… Ni tampoco, usted, ¡obvio! —Fernando siempre está ocupado, María, no creo que se dé cuenta. Esto es un tema de mujeres porque, creeme, yo sé que una mujer tiene necesidades. —Sí, señora, pero yo necesitaba hablarle de…
—Mirá, no hace falta que le des tantas vueltas, hija. ¿Estás enamorada? ¿Hay algún chico que te gusta? Podés contarme.
—No, señora, yo…
—No me digas que no, María. Yo también tuve veinte años. El menor de los Anchorena Roulet me gustaba, y si lo vieras ahora no lo reconocés. Fernando, con todo, está mucho mejor. Y ni hablar del patrimonio. Mucho apellido pero, a la larga, está comprobado, el apellido no hace a la felicidad.
—Justamente de eso, señora, le quería hablar… Usted anoche, en el programa…
—Ay, decí la verdad, María; anoche estuve fantástica en el programa… Lástima que esa zurdita no me dejaba terminar de hablar.
—Sí, señora, por eso… Usted anoche, yo la escuché bien, dijo que el diálogo…
—Es que el diálogo, María, el diálogo es imprescindible en una sociedad democrática; sin diálogo no hay democracia. El diálogo, en Grecia, donde inventaron la democracia, era fundamental: se juntaban todos los ciudadanos, todos los que pertenecían a Grecia, todos ¿entendés?, y decidían entre todos el destino del pueblo.
—Sí, señora, me dejó pensando todo eso que usted dijo anoche… Me puse a pensar mucho hoy, mientras limpiaba el…
—Qué bueno María, qué bueno. Porque una no quiere que sus empleados solamente trabajen, sino que aprendan de una, que para eso estudió.
—Señora, yo, por eso… Yo… Yo quiero dialogar con usted… Porque…
—Ay, qué chica… ¿Y qué estamos haciendo ahora? Vos siempre me arrancás una sonrisa, aunque esté deprimida… Obvio que vos y yo dialogamos, María, porque eso es lo importante en este mundo: dialogar. Ay… Dios… Estas veinteañeras… Andá, andá ahora, dale. Andá y fijate que me parece que la sala no está encerada y tiene que estar lista para mañana a la noche, dale. Siempre tan ocurrente, vos.
10/11/11
—No, María, ahora no puedo.
—Justamente, señora… Es por eso… Yo…
—María, ¿no entendés? ¡No puedo!
—Señora… Yo sé que usted está ocupada…
—Y si lo sabés entonces no me jodas, che.
—Pasa que, señora… Yo sé… Tantos años trabajando para usted… Sé que nunca se pierde el programa… Pero, necesitaría, señora… Necesito hablar con usted…
—A ver si soy clara: ahora N-O P-U-E-D-O, Andá a fijarte si hace falta algo en algún lado.
—Señora, yo… Yo la escuché a usted, anoche, en la tele…
—Qué bien, María. ¿Me viste en el programa de Nelson Castro?
—Sí, señora, y yo… Yo pensé mucho en lo que dijo…
—Es lo que siempre te digo, María. Dije ahí lo que siempre digo acá en casa.
—Sí, lo sé, señora…
—Que ustedes, los pobres, hacen mal en votarla. Que el pueblo en todas las épocas votó al que le dio comida mientras lo mantenía ignorante, y que repartir ahora computadoras es como antes haber repartido máquinas de coser.
—Sí, señora, la escuché, y también cuando dijo…
—Estuve brillante, ¿no? Hoy no pararon de llamarme, ¿podés creer? Como si una no hubiera hecho nada hasta ahora, como si desde la Fundación no nos hubiéramos preocupado antes por estos temas. Sin ir más lejos, el mes pasado, con el locro patrio. Pasa que es así, María, es así: una negrita muestra el culo en lo de Tinelli y eso tiene más presencia en los medios que la acción solidaria de un grupo de mujeres de familia, que no andan mostrando el traste por ahí.
—Tiene razón, señora… Por eso yo…
—Fijate en vos misma, María. ¿Cómo eras a los diez años, a los trece? ¿Tu vida no cambió desde los quince, cuando empezaste a trabajar acá?
—Sí, señora, y sabe de lo agradecida que estoy…
—Sí, María, lo sé, sin nosotros tu vida hubiera terminado andá a saber dónde. Bah, sí, sabemos. Vos y yo sabemos dónde: en la calle, una puta más, llena de hijos, sucia, esperando ansiosa cobrar el plan para gastarlo en la quiniela. O seguro drogándote.
—Señora, usted sabe que no hay día que deje de agradecerle a Dios que haya cruzado a mi madre con el señor Fernando cuando yo tenía catorce años…
—Sí, María, lo sé: nosotros, gracias a Dios y todos los santos, te rescatamos justo a tiempo de un futuro que, para vos, hubiera sido terrible… Lástima que no pudiéramos con más, que no hubiéramos podido hacernos cargo de los millones que están atrapados en los cantos de sirenas de esta gente perversa. Pero para eso debería estar el Estado, ¿o no?. ¡Se lo dijimos al padre Antonio, cuando nos comentó de tu situación! ¿Hoy cuántos tenés, María? ¿Veinticuatro?
—Veintiuno, señora…
—Veintiún años ya, María… ¡Sos toda una señorita! No andarás pensando en…
—No, señora, ¡por favor! El señor Fernando no me lo perdonaría… Ni tampoco, usted, ¡obvio! —Fernando siempre está ocupado, María, no creo que se dé cuenta. Esto es un tema de mujeres porque, creeme, yo sé que una mujer tiene necesidades. —Sí, señora, pero yo necesitaba hablarle de…
—Mirá, no hace falta que le des tantas vueltas, hija. ¿Estás enamorada? ¿Hay algún chico que te gusta? Podés contarme.
—No, señora, yo…
—No me digas que no, María. Yo también tuve veinte años. El menor de los Anchorena Roulet me gustaba, y si lo vieras ahora no lo reconocés. Fernando, con todo, está mucho mejor. Y ni hablar del patrimonio. Mucho apellido pero, a la larga, está comprobado, el apellido no hace a la felicidad.
—Justamente de eso, señora, le quería hablar… Usted anoche, en el programa…
—Ay, decí la verdad, María; anoche estuve fantástica en el programa… Lástima que esa zurdita no me dejaba terminar de hablar.
—Sí, señora, por eso… Usted anoche, yo la escuché bien, dijo que el diálogo…
—Es que el diálogo, María, el diálogo es imprescindible en una sociedad democrática; sin diálogo no hay democracia. El diálogo, en Grecia, donde inventaron la democracia, era fundamental: se juntaban todos los ciudadanos, todos los que pertenecían a Grecia, todos ¿entendés?, y decidían entre todos el destino del pueblo.
—Sí, señora, me dejó pensando todo eso que usted dijo anoche… Me puse a pensar mucho hoy, mientras limpiaba el…
—Qué bueno María, qué bueno. Porque una no quiere que sus empleados solamente trabajen, sino que aprendan de una, que para eso estudió.
—Señora, yo, por eso… Yo… Yo quiero dialogar con usted… Porque…
—Ay, qué chica… ¿Y qué estamos haciendo ahora? Vos siempre me arrancás una sonrisa, aunque esté deprimida… Obvio que vos y yo dialogamos, María, porque eso es lo importante en este mundo: dialogar. Ay… Dios… Estas veinteañeras… Andá, andá ahora, dale. Andá y fijate que me parece que la sala no está encerada y tiene que estar lista para mañana a la noche, dale. Siempre tan ocurrente, vos.
10/11/11
Etiquetas de esta entrada: Cuentos
martes, 25 de octubre de 2011
"Presidenta" (O cómo intentar el ninguneo incluso desde el nombre)
1 Respuestas/comentarios Publicado por Esteban Cid a las 21:34
Me tienen las p...alabras por el piso,diciendo con suficiencia terribles p...avadas • La palabra "presidenta" es más correcta que, por ejemplo, "cantinela" (que casi todos usan) • Pero muchos/as siguen con la misma cantilena sin fundamento • Escribo esto para no tener que volver a responder una publicación de muro o similar, y directamente vincular desde acá
Desde 2007, cuando en la campaña presidencial la Dra. Cristina Fernández (casada con Kirchner, pero no de él [1]), pidió que se la llamara presidenta y, sobre todo a partir de 2008, cuando la virulencia opositora vacua comenzó su camino al paroxismo, se hizo fácil identificar a las personas: unos, partidarios, la mencionan como presidenta y otros, opositores, como presidente, concediéndole (o impugnándole) la marca de género. Entre los segundos, no obstante, figura Verbitsky, quien con los mismos pobres e inexistentes argumentos lingüísticos, en realidad pareciera estar queriendo esmerilar el uso opositor, legitimando desde un lado aquello que desde enfrente suena a ofensa o, al menos, a arrinconamiento.
Nombrarse —poder nominarse— es básico para la constitución de la subjetividad. Si yo no puedo decir "yo", si no me es permitido decir que soy "padre" o que soy "hombre" (o "mujer", o "madre", etc.) se me está aplicando, desde y en la lengua, el poder que otros ostentan y que se quiere simbolizar —y por lo tanto, cristalizar— en tal impugnación. La lengua es —y se sabe desde hace un tiempo—, el espacio privilegiado (o, al menos, uno de ellos) de las luchas de sentido ya que —también se sabe, como mínimo, desde Voloshinov— los signos no son sólo lingüísticos sino también —y fundamentalmente— ideológicos.
En cualquier lengua se pueden distinguir dos reglas que restringen la creatividad: las inherentes a sus (sub)sistemas y las que dicta la sociedad [2] Entre las segundas figura, por ejemplo, aquella que indica que el hablante debe nombrarse último en las series de apelativos («Fuimos Juan, María y yo»). Esta regla es válida en español pero no, por ejemplo, en inglés, donde el orden es exactamente el inverso. Entre las primeras se encuentran las prescriptas por la lógica de la gramática: por caso, el hecho de que los verbos transitivos seleccionen necesariamente un argumento interno (principio que explica por qué es incorrecta la oración *Juan construye) Otro caso similar ocurre si quisiéramos usar cualesquiera de las dos marcas de flexión genérica (-o / -a) en palabras de una única forma (también llamadas de género inherente, en las cuales el género se resuelve por la marcación en el adjetivo: *árbolo / *árbola). Las reglas constitutivas hacen a la lengua; las regulativas vienen desde la sociedad y, por lo tanto, son más proclives a la variabilidad histórica y cultural.
Nadie espera recibir sal como paga a fin de mes por su trabajo ("salario"); si cierto vehículo tiene doscientos caballos de fuerza ninguno busca delante de ese coche los doscientos animales. Desde siempre, en las casas pudientes hubo sirvientas —y sirvientitas—, aun cuando sirviente es una palabra castellana que deriva de un participio presente latino (servĭens, -entis). Si la regla del español fuera respetar la invariabilidad genérica del latín —además de provocarnos más de un problema— desde siempre debería haberse rechazado la palabra sirvienta. No sólo esto no ocurrió sino que, además, vehiculizaba significaciones claramente diferenciadas: sirviente no recubría entonces el mismo campo de sentidos que sirvienta: aun hoy, en el imaginario, el sirviente es un tipo con guantes blancos y frac, mientras que la sirvienta es una mina toda roñosa, despeinada, arrodillada, mal entrazada.
El único argumento que se suele presentar (el de que los participios presentes latinos eran, en esa lengua, invariables) atrasa, cuanto menos, mil años (del año 977 d.C. parecen ser las Glosas Emilanenses) y no explica, además, casos como el que se consignó arriba. Por otra parte, el Diccionario de la Real Academia Española —que, bien se sabe, no inventa la lengua sino que la registra determinando usos válidos, inválidos, regionales, etc. [3]— incluye la palabra presidente como de doble forma, salvo acepciones específicas que sí son sólo másculinas. (Cfr. acá) El Diccionario Panhispánico de Dudas, en el parágrafo correspondiente al género, sostiene [4]:
3. Formación del femenino en profesiones, cargos, títulos o actividades humanas. Aunque en el modo de marcar el género femenino en los sustantivos que designan profesiones, cargos, títulos o actividades influyen tanto cuestiones puramente formales —la etimología, la terminación del masculino, etc.— como condicionamientos de tipo histórico y sociocultural, en especial el hecho de que se trate o no de profesiones o cargos desempeñados tradicionalmente por mujeres, se pueden establecer las siguientes normas, atendiendo únicamente a criterios morfológicos:
a) Aquellos cuya forma masculina acaba en -o forman normalmente el femenino sustituyendo esta vocal por una -a [...]
b) Los que acaban en -a funcionan en su inmensa mayoría como comunes [en cuanto al género] [...]
c) Los que acaban en -e tienden a funcionar como comunes [v. gr., terminación común para ambas formas], en consonancia con los adjetivos con esta misma terminación, que suelen tener una única forma (afable, alegre, pobre, inmune, etc.): el/la amanuense, el/la cicerone, el/la conserje, el/la orfebre, el/la pinche. Algunos tienen formas femeninas específicas a través de los sufijos -esa, -isa o -ina: alcalde/alcaldesa, conde/condesa, duque/duquesa, héroe/heroína, sacerdote/sacerdotisa (aunque sacerdote también se usa como común: la sacerdote). En unos pocos casos se han generado femeninos en -a, como en jefe/jefa, sastre/sastra, cacique/cacica.
Dentro de este grupo están también los sustantivos terminados en -ante o -ente, procedentes en gran parte de participios de presente latinos, y que funcionan en su gran mayoría como comunes, en consonancia con la forma única de los adjetivos con estas mismas terminaciones (complaciente, inteligente, pedante, etc.): el/la agente, el/la conferenciante, el/la dibujante, el/la estudiante. No obstante, en algunos casos se han generalizado en el uso femeninos en -a, como clienta, dependienta o presidenta. A veces se usan ambas formas, con matices significativos diversos: la gobernante (‘mujer que dirige un país’) o la gobernanta (en una casa, un hotel o una institución, ‘mujer que tiene a su cargo el personal de servicio’).
La cita anterior permite comprender algunas cuestiones: en primer lugar, que los llamados participios presentes latinos son, en español, nombres (sustantivos o adjetivos) de terminación en -e, y siguen, por ello, las reglas flexionales correspondientes. En segundo lugar, que ambas formas genéricas pueden ser válidas, en la medida en que los cargos y dignidades aludidas sean o ya hayan sido ocupados por mujeres —algo que, sabemos, tarda más que la Iglesia en pedirle perdón a Galileo—: en definitiva una cuestión social, antes que lingüística.
En este aspecto, la R.A.E. no es novedosa: ya el genial Andrés Bello había anotado que «En los sustantivos que significan empleos o cargos públicos, la terminación femenina se suele dar a la mujer del que los ejerce; y en este sentido se usan presidenta, regenta, almiranta; y si el cargo es de aquellos que pueden conferirse a mujeres, la desinencia femenina significa también úncamente el cargo, como reina, priora, abadesa. Mas a veces se distingue: la regente es la que ejerce por sí la regencia, la regenta la mujer del regente.»[5] Queda claro, entonces, que la variación presidente/presidenta existía ya en 1847 y que, en ese entonces, era nada más —ni nada menos— que una cuestión social la que determinaba la presencia de uno u otro morfema flexional. Era obvio que a una reina (cargo que podía conferirse a mujeres) no se le diría "la rey"; y también queda establecido que "a veces" se distinguían significados diferentes entre la terminación en -e y la forma en -a. Usos y costumbres o, mejor dicho, cosa de mujeres y de cargos y de dignidades, antes que hecho de lengua.
El único argumento que parecería tener cierto peso es el que afirma que los cargos establecidos por ley se designan tal cual son nombrados en dicho texto (por aquello de los actos de habla ejercitativos de Austin [6]). Nuestra Constitución indica en su Art. 87 que «El Poder Ejecutivo de la Nación será desempeñado por un ciudadano con el título de "Presidente de la Nación Argentina"». Esto, tomado en sentido literal, impediría que una mujer ejerciera la primera magistratura, ya que este cargo «será desempeñado por un ciudadano». A un presidente se lo puede llamar "gran presidente", "excelentísimo señor presidente" y cosas por el estilo, mas nada de esto podrá figurar en el sello que rubrica la firma —so riesgo de viciar el acto de habla [7]—. Como se ve, la cuestión de cómo nombra la Carta Magna al cargo es algo que incide sólo en el sello con el cual se firman los actos resolutivos y administrativos, pero no en la vida de la lengua y de la sociedad.
El somero recorrido anterior permite entender que la palabra presidente, en sincronía (e incluso un poco más allá de ella) es variable en cuanto al género, es decir, no está impedida para marcar con las flexiones correspondientes el masculino o el femenino (no es aquella "terminación indiferente" de la que hablaban las gramáticas escolares para referirse a la -e invariable de, por ejemplo, el adjetivo alegre) Las justificaciones diacrónicas con base en la lengua latina no se sostienen, entre otras cosas porque el castellano se ha dedicado a modificar bastante profundamente su lengua madre (testigo de ello son los fonemas cuyas grafías son z, ll y j): si hemos de justificar el uso de la presidente, por prurito de latinajo, desterremos de la lengua la palabra oreja (y volvamos a aurícula), o mejilla (y regresemos a maxilla, pronunciando [mak-sil-la]), o calabozo (y emitamos la casi irreconocible calafodium). Aquellos —y, sobre todo, aquellas— colonizados/as por el mundo machista u obcecados/as por la envidia y el rencor, que creen que negando la palabra niegan la entidad y la legitimidad, yerran —y fiero—. Y no lo digo yo. Lo afirman Andrés Bello, Rufino J. Cuervo, Amado Alonso, la Real Academia. Y también Cristina Fernández, claro está.
======
NOTAS
======
[1] Según CFK misma lo explicara en aquel Congreso del PJ en Paque Norte (2004), en que Hilda dijera de sí misma que ella sí era un chiche de Duhalde.
[2] O, como Searle distinguió para los actos de habla, reglas constitutivas y reglas regulativas.
[3] «La validez de una forma precede necesariamente a su aceptación. La Academia registra que es correcta, no decreta que lo sea; no creamos que el termómetro es el que origina el calor». Alonso, Amado (1938): Castellano, español, idioma nacional; Buenos Aires, Losada
[4] Disponible en GÉNERO (El destacado es nuestro). Similares consideraciones incluye la actual gramática de la lengua en el § 2.5j (RAE (2010): Nueva gramática de la lengua española; Madrid, Espasa Calpe: Tomo I, pág. 101)
[5] Bello, Andrés (1847): Gramática castellana destinada al uso de los americanos; Caracas, Ministerio de Educación (1972): pág. 52. (El destacado es nuestro). Rufino J. Cuervo, en la Nota 20, agrega: «Hoy damos con más frecuencia que antes terminación femenina a sustantivos en ante, ente de origen participial. Sirviente, por ejemplo, era invariable [...] Lo mismo confidente, cuyo femenino confidenta aun no tiene el pase de la Academia, aunque desde el siglo XVIII lo usan escritores respetables. Pero muchos hay que no admiten la inflexión en a, ya sea porque comúnmente sólo se aplican a hombres, como estudiante (lo mismo sucede con vejete entre los ete) [destacado nuestro], ya porque en la vida práctica no hay necesidad de distinguir los sexos, cual se ve en oyente [...]»
[6] Austin, John (1962): How to do things wirh words; Oxofrd University Press. Versión castellana: Austin, John (1971) Cómo hacer cosas con palabras; Barcelona, Paidós (4ª reimpresión, 1996): pág. 203
[6] Austin (op. cit., Conferencia II, págs. 53 a 65) caracteriza y subcategoriza los infortunios, es decir, los actos de habla nulos, carentes de validez, infelices; entre ellos, los actos viciados.
Etiquetas de esta entrada: La polis, Lingüística, Mass-media
miércoles, 20 de julio de 2011
Carlotto y Ernestina • La falta y el perdón • Una nota muy, pero muy, grondoniana
Hace unas semanas, Cáritas hizo una de sus tradicionales campañas de donación con el lema "Pobreza cero". Lenguaje al fin, todos/as los que escucharon o leyeron esa consigna seguramente la relacionaron con "hambre cero" (la polifonía del lenguaje es un hecho) y quizás hasta sabían que esto se trató de un plan llevado a cabo por el Estado brasileño que implica políticas públicas de redistribución y de subsidio: a los negros se les da comida. Saciar el hambre es una cosa; erradicar la pobreza, otra (y, por supuesto, no uso esa palabra inocentemente: la ideología en el lenguaje polifónico es otro hecho). ¿Cuál sería la política pública que Cáritas se propuso en su campaña para lograr su objetivo?: la conmisceración, la piedad, la beneficencia. No se trata de redistribuir, sino de que el empachado regale una porción de lo que ya no apetece (siempre y cuando no sea demasiado valioso: todos sabemos que la gula es proactiva) Instalada desde el intertexto sutil en las arenas políticas, se materializa en el texto como algo de otro orden: metafísico, ético, apolítico.
Como la de Cáritas de hace unas semanas, por estos días se ha montado una campaña ecuménica por el perdón. El DRAE define esta palabra como la «acción de perdonar», como la «remisión de la pena merecida, de la ofensa recibida o de alguna deuda u obligación pendiente» y como «indulgencia». En tanto sustantivo deverbal («acción de perdonar»), supone dos argumentos: un causante y un beneficiario ("alguien perdona (o hace perdonar) a alguien"). El beneficiario lo es porque el proceso ('perdonar') lo afecta y lo (re)crea: luego de la remisión, de la indulgencia, pasará a ser un perdonado, un redimido (esta es la prueba de que se trata de un verbo 'de proceso', puesto que deriva a un 'estado': la gramática, amigos/as, es cosa seria).
Filosóficamente, para perdonar es necesario que exista una falta (un pecado), una actitud de arrepentimiento en cierta persona (pecadora), y una investidura con capacidad de trocar culpa en expiación, presente y manifiesta en otra persona (quien perdona). En el caso que motiva esta nota, esto se corresponde, respectivamente, con: la causa por la presunta apropiación de hijos de desaparecidos, K-ristina (la yegua) y sus cooptados organismos de DD. HH., la honorable Sra. de Noble. Ésta le pide a aquello (si nos negamos a la variación de género en la mención de la investidura presidencial, neguémonos con los pronombres a subjetivarla: usemos el neutro), le exige, que pida perdón, vale decir, que reconozca su culpa, su pecado, y que implore clemencia. Indulgencia.
Las indulgencias fueron, en la historia, todo un tema: provocaron, ni más ni menos, que el cisma de la iglesia católica en el siglo XVI (Lutero se rebeló contra la venta de indulgencias que hacía la honorable curia católica) ¿Cuál sería, en el caso actual, el precio de esta indulgencia? ¿Cuántos padrenuestros tendría que rezar la yegua? Toda exigencia de pedido de perdón es la reafirmación de un poder y con él, de una verdad. Y si la verdad la detenta aquel que, a su vez, tiene autorizada la palabra, el negocio es perfecto (Ocurría con aquellos curas y sucede con estos comunicadores)
Más de una vez, nos hemos enterado de eventos y situaciones ("noticias") que luego fueron contradichas y hasta se demostró su falsedad. Sin ir más lejos, ayer los peritos contables de la Corte Suprema (instancia que hasta nuestros republicanos tachan de intachable) determinaron que no hubo sobreprecios (coimas, negociados) en el denominado "caso Skanska". Nadie escuchó o leyó ningún pedido de perdón, incluso cuando está involucrado un procedimiento reconocido y convencionalizado en la "fe de erratas": si no se desea (si la actitud no es sincera) pedir disculpas por haber informado sin pruebas, apresuradamente, etc., siempre se puede echar mano a la excusa de "problemas de edición". Y ni siquiera eso. Ni hablar de falsedades publicadas que afectaron a algún don nadie, algún cualunque...
Si fuera el caso de tener que pedir (o exigir) perdón por "los chicos", existe otra forma convencionalizada de hacerlo: el juicio civil por calumnias e injurias, por daño psicológico, etc. Dado que es la justicia la que determina que las pruebas de ADN no son compatibles con las muestras que hasta el presente están en guarda, el acusado tiene derecho a judicializar su resarcimiento: en la vía de la justicia lo que es de justicia. Sin embargo, y como corolario de que el Gobierno politizó la cosa que pertenecía al ámbito legal, los nobles Noble piden que se exprese un pedido de disculpas en la tribuna política, en la polis mediática.
Esta noble paradoja poco importa, puesto que habremos de suponer, ya que de personas de bien se trata, que perdonarán «hasta setenta veces siete», tal como manda Jesusito (Mt. 18, 21-22). ¿O no?
Como la de Cáritas de hace unas semanas, por estos días se ha montado una campaña ecuménica por el perdón. El DRAE define esta palabra como la «acción de perdonar», como la «remisión de la pena merecida, de la ofensa recibida o de alguna deuda u obligación pendiente» y como «indulgencia». En tanto sustantivo deverbal («acción de perdonar»), supone dos argumentos: un causante y un beneficiario ("alguien perdona (o hace perdonar) a alguien"). El beneficiario lo es porque el proceso ('perdonar') lo afecta y lo (re)crea: luego de la remisión, de la indulgencia, pasará a ser un perdonado, un redimido (esta es la prueba de que se trata de un verbo 'de proceso', puesto que deriva a un 'estado': la gramática, amigos/as, es cosa seria).
Filosóficamente, para perdonar es necesario que exista una falta (un pecado), una actitud de arrepentimiento en cierta persona (pecadora), y una investidura con capacidad de trocar culpa en expiación, presente y manifiesta en otra persona (quien perdona). En el caso que motiva esta nota, esto se corresponde, respectivamente, con: la causa por la presunta apropiación de hijos de desaparecidos, K-ristina (la yegua) y sus cooptados organismos de DD. HH., la honorable Sra. de Noble. Ésta le pide a aquello (si nos negamos a la variación de género en la mención de la investidura presidencial, neguémonos con los pronombres a subjetivarla: usemos el neutro), le exige, que pida perdón, vale decir, que reconozca su culpa, su pecado, y que implore clemencia. Indulgencia.
Las indulgencias fueron, en la historia, todo un tema: provocaron, ni más ni menos, que el cisma de la iglesia católica en el siglo XVI (Lutero se rebeló contra la venta de indulgencias que hacía la honorable curia católica) ¿Cuál sería, en el caso actual, el precio de esta indulgencia? ¿Cuántos padrenuestros tendría que rezar la yegua? Toda exigencia de pedido de perdón es la reafirmación de un poder y con él, de una verdad. Y si la verdad la detenta aquel que, a su vez, tiene autorizada la palabra, el negocio es perfecto (Ocurría con aquellos curas y sucede con estos comunicadores)
Más de una vez, nos hemos enterado de eventos y situaciones ("noticias") que luego fueron contradichas y hasta se demostró su falsedad. Sin ir más lejos, ayer los peritos contables de la Corte Suprema (instancia que hasta nuestros republicanos tachan de intachable) determinaron que no hubo sobreprecios (coimas, negociados) en el denominado "caso Skanska". Nadie escuchó o leyó ningún pedido de perdón, incluso cuando está involucrado un procedimiento reconocido y convencionalizado en la "fe de erratas": si no se desea (si la actitud no es sincera) pedir disculpas por haber informado sin pruebas, apresuradamente, etc., siempre se puede echar mano a la excusa de "problemas de edición". Y ni siquiera eso. Ni hablar de falsedades publicadas que afectaron a algún don nadie, algún cualunque...
Si fuera el caso de tener que pedir (o exigir) perdón por "los chicos", existe otra forma convencionalizada de hacerlo: el juicio civil por calumnias e injurias, por daño psicológico, etc. Dado que es la justicia la que determina que las pruebas de ADN no son compatibles con las muestras que hasta el presente están en guarda, el acusado tiene derecho a judicializar su resarcimiento: en la vía de la justicia lo que es de justicia. Sin embargo, y como corolario de que el Gobierno politizó la cosa que pertenecía al ámbito legal, los nobles Noble piden que se exprese un pedido de disculpas en la tribuna política, en la polis mediática.
Esta noble paradoja poco importa, puesto que habremos de suponer, ya que de personas de bien se trata, que perdonarán «hasta setenta veces siete», tal como manda Jesusito (Mt. 18, 21-22). ¿O no?
Etiquetas de esta entrada: La polis
sábado, 16 de julio de 2011
Nunca me gustó tu música; soy de aquellos pendejos que empezaron a escuchar y comprar música (casettes y LP) cuando vos eras algo mayorcito y llegabas de Rosario y promocionaban tu Giros por las radios, presumo que la Zeta-95 o similares. Esa contemporaneidad, años vista, no me solidariza: al contrario, me hace crítico, porque nada es más fácil que criticar a la generación propia (y a la generación pasada, por parricidio; y a la generación siguiente, por suficiencia) Todo lo que escriba en adelante, entonces, no es a FITO sino a fito, así, con la minúscula bien chiquita.
Escribí hace casi una semana mi reacción por cierta nota que publicaste. Allí dije que no te amonestaba por tus dichos, sino por la oportunidad. Hoy, no obstante, me siento obligado a ampliarme, aun so riesgo de entronizarte: cualquiera que escuche tus últimos discos sabrá bajarte de ese lugar, aunque —espero— sabrá entenderte.
El "asco" es una sensación vomitiva que todos, quien más quien menos, sentimos alguna vez: yo, vos, él y ella. Ella, por ejemplo, la embarazada: ¿cómo le puede asquear a una embarazada un exquisito plato de milanesa napolitana? Y sin embargo, ahí está: repugnada ante aquello que nosotros, la mayoría, degustamos con fruición. A mí me da asco (ASCO, ¿se entiende?) cualquier cosa que tenga hígado como ingrediente, incluyendo al distinguido pat de foi. ¿Me pueden acusar de algo por no deleitarme por el pate de foi? A vos te da asco esa porción del electorado que votó por cierto fulano. ¿Pueden acusarte a vos, que escribiste una nota personal, íntima, indignada, por no disfrutar de ese pate? Hay una frase, que repiten hasta el cansancio los adalides de la democracia, que dice algo así como (y no pienso perder el tiempo googleándola) que "no comparto tus ideas pero daría mi vida por que puedas expresarlas". ¿Por qué ahora no sólo no dan su vida sino que exigen que te inmoles?
Fito, a mí, no desde hoy, sino desde que me acuerdo, me asquea el pate de foi. Pero aprendí a decir "No, gracias", y seguir en la cena. Siempre preferí, por ejemplo, Villa Dorrego (en Catán), a Palermo Hollywood. Te entiendo. Y ellos también te entendieron, no te preocupes. Pero les servís así: los artistas —no niego que lo seas: apenas soy yo el que no te disfruta— suelen ser contradictorios, pero no por eso menos sinceros. Yo —y, presumo, vos— quiero discutir sobre proyectos, escuelas, hospitales. Ellos quieren tapar el sol con las manos y discutirte a vos, que hace mucho que no pegás un hit que llene cuentas bancarias en la Zeta-95 —o su sucedáneas, como la FM 100.
Escribí hace casi una semana mi reacción por cierta nota que publicaste. Allí dije que no te amonestaba por tus dichos, sino por la oportunidad. Hoy, no obstante, me siento obligado a ampliarme, aun so riesgo de entronizarte: cualquiera que escuche tus últimos discos sabrá bajarte de ese lugar, aunque —espero— sabrá entenderte.
El "asco" es una sensación vomitiva que todos, quien más quien menos, sentimos alguna vez: yo, vos, él y ella. Ella, por ejemplo, la embarazada: ¿cómo le puede asquear a una embarazada un exquisito plato de milanesa napolitana? Y sin embargo, ahí está: repugnada ante aquello que nosotros, la mayoría, degustamos con fruición. A mí me da asco (ASCO, ¿se entiende?) cualquier cosa que tenga hígado como ingrediente, incluyendo al distinguido pat de foi. ¿Me pueden acusar de algo por no deleitarme por el pate de foi? A vos te da asco esa porción del electorado que votó por cierto fulano. ¿Pueden acusarte a vos, que escribiste una nota personal, íntima, indignada, por no disfrutar de ese pate? Hay una frase, que repiten hasta el cansancio los adalides de la democracia, que dice algo así como (y no pienso perder el tiempo googleándola) que "no comparto tus ideas pero daría mi vida por que puedas expresarlas". ¿Por qué ahora no sólo no dan su vida sino que exigen que te inmoles?
Fito, a mí, no desde hoy, sino desde que me acuerdo, me asquea el pate de foi. Pero aprendí a decir "No, gracias", y seguir en la cena. Siempre preferí, por ejemplo, Villa Dorrego (en Catán), a Palermo Hollywood. Te entiendo. Y ellos también te entendieron, no te preocupes. Pero les servís así: los artistas —no niego que lo seas: apenas soy yo el que no te disfruta— suelen ser contradictorios, pero no por eso menos sinceros. Yo —y, presumo, vos— quiero discutir sobre proyectos, escuelas, hospitales. Ellos quieren tapar el sol con las manos y discutirte a vos, que hace mucho que no pegás un hit que llene cuentas bancarias en la Zeta-95 —o su sucedáneas, como la FM 100.
Etiquetas de esta entrada: La polis
Suscribirse a:
Entradas
(
Atom
)