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sábado, 21 de julio de 2007

Acaba de aparecer el tercer disco solista de Skay Beilinson, ex guitarrista y compositor, junto con Carlos "El Indio" Solari, de la banda de rock Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.

A esta altura, no es una novedad afirmar que se trata de uno de los guitarristas que más credenciales puede exibir dentro del ámbito del rock argentino, y que no necesita revalidar títulos o logros. Ciertos artistas consagrados pueden dedicarse, simplemente, a hacer lo que les plazca, sin el peso de tener que demostrar su valía o de recaudar unos morlacos para continuar la rueda. Ya ocurrió, en su momento, con los Redondos, a partir de Luzbelito: atónitos seguidores debimos (o no) digerir ese nuevo concepto hacia donde la banda se dirigía, luego del punto de inflexión en la estética ricotera que implicó el doble Lobo suelto Cordero atado, anterior a Luzbelito.

Podría decirse que una de las características que construyeron los Redondos fue, precisamente, la de crear sin atender a la complacencia del público, sin la demagogia tan en boga en estas tierras, sin la apelación a sentimientos de la masa que lógicamente reditúan per se (la nacionalidad, el fútbol, otras bandas de rock convocantes, etc.) Esa vuelta de tuerca, paralela a la independencia discográfica, a la autonomía del manejo del show bussines (y que después otros compartieron en sus fundamentos o plagiaron en su pose), inédita en el rock local, es parte de la identificación, también novedosa, que se dio entre la banda y sus bandas, modo de designación de las cofradías de seguidores, que se aplica hoy en día para cualquier grupo musical, y que tuvo su origen, precisamente, en la canción Vamos las bandas.

☺ Los seguidores de la Diosa Kali

El tercer disco de Skay no es muy distinto de los dos anteriores. A diferencia del único disco solista del Indio Solari, que asombró (y deleitó) a muchos ricoteros, Beilinson se obstina en presentar una especie de continuidad de estilo, un sello Skay. Uno lo escucha desatentamente y, digamos, puede confundir si se trata de Talismán, A través del mar de los sargazos o de Los seguidores de la Diosa Kali.

Es impensable suponer que un artista de la talla de Skay no concibe un disco, no trabaja uno o más conceptos que sostienen cada uno de sus discos. La crítica ha señalado, en este caso, un fuerte trabajo con la filosofía y la espiritualidad, junto con la potente guitarra de siempre.

¿Es lícito que un artista se repita? Dicho de otro modo, ¿hasta qué punto un músico (un escritor, un pintor) está obligado a lo nuevo, a romper en cada obra con la anterior?

Si entendemos el estilo, de modo rápido y "pre-académico", como un conjunto de opciones que el artista ha tomado en la totalidad de su obra, de modo de dar respuesta a ciertos problemas, o al menos, de hacerlos visibles y/o deconstruirlos, este vago concepto sería entonces una especie de subyacencia, reconocible más allá de la novedad de cada obra, un continuum que atraviesa la producción de cada artista. Desde este punto de vista, podría afirmarse que Skay está construyendo un "estilo" que se continúa disco a disco, obra a obra.

Para decirlo someramente, Borges es Borges, es reconocible como "Borges" en cada uno de sus libros, puesto que es identificable la «manera de escribir o de hablar peculiar de un escritor o de un orador», o el «carácter propio que da a sus obras un artista plástico o un músico», según define el D. R. A. E. No obstante, "Borges es Borges", aun cuando es factible hablar de diversos Borges, de la evolución de su estilo, de sus etapas: aun cuando, digamos, El libro de arena se oponga en buena medida a Ficciones, o Fervor de Buenos Aires a El Hacedor.

Hay escritores que, habiendo publicado muy pocos títulos (Juan Rulfo, por ejemplo) han construido un estilo identificable y preciso. Más difícil es encontrar casos en que cada nueva obra de arte conlleve un cambio radical de estilo, una (re)fundación estilística (y si este fuera el caso, éste sería, en buena medida, el "estilo" de ese artista)

Así las cosas, la novedad no es necesariamente un factor que determine el estilo de un artista, así como ninguno de estos dos conceptos puede, en sí mismos, definir la calidad. El estilo vendría a ser, entonces, un constructo que el artista se propone, y que se materializa en cada una de sus obras por diferentes mecanismos. La novedad, de esta manera, no sería sino una entre las muchas posibilidades estilísticas que el escritor, el músico, etc., habrá de decidir.

Queda por analizar si se prefiere un artista novedoso, o un artista clásico. Si se toma la evolución musical de Skay, surge que ha tenido momentos de variación y cambio, y momentos de continuidad y profundización. Pero plantear que Los seguidores de la Diosa Kali es un disco malo sólo porque "repite" o "continúa" el camino trazado por sus anteriores proyectos solistas, es pedirle a un artista que se maneje con la surgencias del mercado y del marketing. Algo que, con la historia a cuestas, no parece ser un axioma de Skay.

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PS: Parece que fueron puros rumores, y que sigue sin decidirse el regreso de los Redondos. «Sólo te pido que se vuelvan a juntar», como solemos corear en los recitales, últimamente...

2 comentarios :

  1. Hace unos cuantos días recibí este correo en una de mis casillas personales, que publico acá con autorización del remitente.
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    Querido Esteban:
    El motivo de este mail es hacer un comentario relacionado con un tema que venís tratando en tu blog y que ahora lo llamaría “la tensión entre la novedad y lo tradicional”. En una nota aparecida en la revista “La mano” uno de los integrantes de Pink Floyd (no me acuerdo quién exactamente) cuenta algunas cosas interesantes a cerca del método de trabajo que siguió la banda durante la creación del álbum "The Wall". En pocas palabras, dice que tenían extensas y muy estrictamente organizadas jornadas de trabajo. Le llama la atención que mientras los contenidos de aquel álbum eran tan anti culturales (esa es la expresión que usa) los miembros de la banda se estuvieran manejando para su elaboración de manera híper estructurada. Realmente es notable para mí también, porque, mal que me pese, no puedo escapar a esa idea tan común que consiste en creer que, para romper con lo viejo es necesario y conveniente desconocerlo, que “esas ideas represoras de nuestra libertad no vengan a romper con la virginidad de nuestro inocente cerebrito”. Entonces, si queremos crear, conviene tener la cabeza en otro lado, y que mejor para lograrlo que fumarse unos buenos porros, rascarse el higo hasta que se nos caiga la idea genial del mas allá o salir a despotricar contra todo porque sí (o sea, sin saber cómo carajo funcionan las cosas que tanto indignan). Conozco fervientes predicadores de estas máximas. No sabés lo creativos que son chee!. Al final no sé para que me mato la cabeza con la facultad, me lleno el mate de ideas ajenas leyendo mis libros o tardo tanto pensando y repensando las pelotudeces que escribo. No me quiero hacer con esto el mártir del conocimiento ehh!!!! Soy de las personas mas vagas que puede haber. Pero a veces intento pensar. Y otras (muy pocas, lo admito), pienso.
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    (Edito la última parte porque era más personal, de saludos y todo eso)

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  2. Y ahora el correo con mi respuesta. También edito las partes personales
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    Hola Damián

    No leí la entrevista que mencionás, pero realmente me sorprende, porque uno supone, "idealiza" esa época, aquellos "dorados '70", como un momento muy "caótico", muy "lisérgico", muy "locura creativa", o cosas similares. Y en definitiva, llegamos a una conclusión parecida a la de siempre: más allá de los "estímulos" que se puedan usar a través de la historia (el alcohol, las drogas, etc.) el arte viene a surgir de un laburo arduo, duro, a veces poco gratificante, metódico (o más metódico que un simple "fluir" de la "inspiración") Y eso sería un "estar dentro del sistema", tal cual lo planteás vos, con lo cual se desvirtuaría esa (inocente) creencia de que para "estar afuera" alcanza con "desconocer" ese sistema y crear desde ciertas coordenadas "ahistóricas": nada más ilógico que suponer que no estoy creando desde un "aquí" y un "ahora", atravesado por esos condicionantes de los que creo estar escapándome.

    Los teóricos que analizan, critican, etc., las teorías de Bloom acerca del "canon", justamente remarcan esta idea de que lo que el canon dibuja es una frontera entre "centro" y "margen", pero dentro de un campo en donde todo está, y que lo que se reconfigura cuando aparece "lo nuevo" es, precisamente, qué es centro y qué es margen; así ven cómo lo que ahora es novedoso, ya estaba presente en, por ejemplo, Cervantes.
    Si entonces se acepta que lo nuevo ya etaba contenido en cierto modo en lo viejo, y que el proceso de creación conlleva un trabajo más o menos sistemático, y no la simple verborragia producto de andá a saber qué, entonces no menos cierto es que el estudio sobre cómo viene desarrollándose ese campo artístico ("las letras", la pintura o lo que fuera) puede ser útil para el artista (o no serlo). Ha habido excelentes artistas que no pasaron por una universidad y otros que sí; en ambos casos lo que sí hubo, seguramente, es una reflexión, un análisis, una "lectura" del "estado del arte" en ese momento dado. Así que seguí estudiando, con tus niveles de vagancia, si es que ese es el modo como creés que tenés que acercarte a lo tuyo. O no lo hagas, si considerás que esto es superfluo. Pero en ningún caso partirías de esa especie de "estado virginal que mencionás"...

    En el posteo que comentaste, yo intentaba darle forma a una idea que quizás allí no quedó redondeada, y que ahora me ayudaste a encontrar más sintéticamente; en realidad, una duda más que una idea: ¿hasta qué punto para ser "artista" hay que ser "novedoso"? Mejor dicho: ¿por qué seguimos exigiéndole a un "artista" que ya validó sus chapas como tal, que siga siendo "nuevo", si su intención fuera la de "cristalizar" su estética, su poética, su "modo de decir", su "estilo"?

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