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domingo, 21 de diciembre de 2008
Una vez más, el corresponsal de guerra de este Blog ha debido cumplir una inafusta misión • Se presentó el Indio Solari el 20 y el 21 de diciembre en La Plata •A vivir, que son dos días (descolgalos del laurel)
Flotando en ese minestrón fue Porco Rex a Porno Rock, es decir, al Estadio Único de La Plata. El Indio Solari y los Fundamentalistas del Aire Acondicionado continuaron la gira de 2008, cerrándola en las tierras propias del redil ricotero, esas donde comenzó todo. La mayor "atracción", por fuera de las específicas de las leyes de gravedad que el Astro Sol Pelado emana, tuvieron que ver con Andrés Calamaro como invitado. Pero ya llegaremos a lustrar esos fuselajes.
El recital se presentó, como todos los de este año, impecable. El repertorio fue más o menos el mismo, o sea, todo Porco Rex, algo de El tesoro... y clásicos ricoteros dosificados en exactas grageas que buscan evitar la intoxicación. La banda sonó nuevamente al palo, sincronizada y afiladísima, y la voz del Indio estuvo en su mejor momento (aunque, señor reblandecido al fin, Solari volvió a pedir ayuda para su gola, en una especie de victimización demagógica ya clásica y que le sienta bien) A diferencia de la anterior presentación en La Plata, cuando El tesoro..., esta vez las tribus, el público, literalmente rebalsó. Mucha, muchísima gente, en todos lados: en la autopista, en las calles, en las plazas. Este cronista pudo observar, en las horas previas y en el transcurso del recital, un solo incidente (relativamente menor, en comparación con los altos incidentes de los '90) En cambio, sí se vio mucho padre con su hijo, pequeños vástagos entre la lechuza que circula, en un campo repleto donde no cabía un alfiler más. Salvando todas las distancias del caso, si alguien recuerda el abarrotamiento de gente en aquellos últimos River, podrá darse una idea de la magnitud de la convocatoria en este fin de semana, homóloga a aquellas.
En casi tres horas, entre un par de cambios de ropa y locuaces intervenciones, el Indio se movió como pez en el agua. Habló, arengó y cantó animando la fiesta como él ya aprendió a hacerlo. Cuando le tocó presentar a Andrés Calamaro, se hizo cargo de la tensión previa que esta decisión había generado, y solicitó que se lo recibiera como se recibe en casa a un amigo. Y, con la panorámica que ofrecía el fondo, se debe reconocer que el estadio entero respondió. Una vez más, comparando el presente con el pasado (que algún conservador quisiera retener), la gente se comportó como en un convento de carmelitas calzadas, puesto que la única monja que se descalzó y arrojó un zapatillazo al escenario (recordemos los miles de elementos contundentes revoleados tiempo ha) no melló el respeto de la multitud por el amigo invitado. Amigo que, justo es reconocerlo, asombró a todos, ya que no hizo una de sus clásicas intervenciones dylanescas, paródicamente desafinantes, sino que fue una segunda voz melodiosa y en un tono más alto y sostenido que el del Indio, increíblemente. Arrancaron con Veneno paciente, y luego hicieron dueto en Esa estrella era mi lujo y en El salmón. Se notaba que el buen Andrés estaba extasiado en ese escenario que exudaba rocanrol, y eso -a nuestro parecer- fue el único punto en contra de su jugada: fue una especie de émulo del Indio en el escenario, moviéndose como él pero exageradamente. Parecía, diríamos, el niño emocionado que al fin canta con su ídolo, algo así como un Pity desafinando con Jagger, pero sin la comicidad que supondría tal situación.
Algo cambió en el ritual, diría un nostálgico. Y hasta podría ser cualitativamente cierto. Pero se caería en la trampa desde la que se está evaluando últimamente todo esto. Cuando fue la presentación de El tesoro..., por lógicas consideraciones de repertorio, hubo mucho tema de los Redondos. Ahora esto disminuye, y es dable suponer que el día de mañana, con un tercer disco en las bateas, todo se resuma a Ji Ji Ji en el final. Por primera vez (al menos para mí) ante el cántico de Sólo te pido que se vuelvan a juntar, el Indio respondió Difícil, difícil la partida, es decir, algo así como Esa mano ya cerró con aquel póquer de ases ultrafamoso. Querámoslo o no, El Indio (y Skay) es hoy por hoy un músico solista, y nos pide que lo evaluemos en sus propios términos, en su propio arte actual. Les ha metido expectativas, deseos, ambiciones, cariños, a sus nuevas placas, y espera que las disfrutemos (o no) por lo que ellas son: la expresión, hoy, de lo que él quiere crear, hoy. Entre otras cosas, el mito de los Redondos se devoró a sus creadores, y en buena medida es Solari quien más sufrió esa canibalización. Supongo que le debe hacer poca gracia que, todavía, sus temas se coreen poco y se aplaudan un tanto fríamente, encerrados en una especie de síndrome del nuevo hijo de padres separados, en el cual temazos como Pabellón séptimo tienen que salir a disputar atención y mimos contra, por ejemplo, Rock para el Negro Atila.
Por mi parte, ya se sabe que me gusta mucho, mucho, El tesoro de los inocentes y que Porco Rex me resulta monótono (aunque no malo) Y, honestamente, (la postura conservadora al fin prevalece) así como no podría ver a Carozo sin Narizota, no podría ver al Indio sin Skay, y creer que estoy viendo a los Redondos. Cualquiera de ellos tiene derecho a cantar lo que le plazca en un escenario, pero sería hora de que fuéramos a escuchar lo que por estos días tienen para cantar. Sin embargo, éste parece ser el sino trágico de los shows ricoteros: cuando los teníamos juntos, todos fantaseábamos y discutíamos y apostábamos por ver qué temas inéditos tocarían en ese recital, algo que, hoy en día, los nuevos seguidores (que no han visto a los Redondos en vivo jamás) trasladan a la timba de los éditos ricoteros, esos que todavía suenan al palo en los discos-talismanes. Por mi parte, hombre clásico al fin, me comí el amague en el popurrí de Mariposa Pontiac, y no sé por qué intuí que se venía el Rock de las abejas o El regreso de Mao... Ese tipo de cosas, evidentemente, no laten más...
El recital se presentó, como todos los de este año, impecable. El repertorio fue más o menos el mismo, o sea, todo Porco Rex, algo de El tesoro... y clásicos ricoteros dosificados en exactas grageas que buscan evitar la intoxicación. La banda sonó nuevamente al palo, sincronizada y afiladísima, y la voz del Indio estuvo en su mejor momento (aunque, señor reblandecido al fin, Solari volvió a pedir ayuda para su gola, en una especie de victimización demagógica ya clásica y que le sienta bien) A diferencia de la anterior presentación en La Plata, cuando El tesoro..., esta vez las tribus, el público, literalmente rebalsó. Mucha, muchísima gente, en todos lados: en la autopista, en las calles, en las plazas. Este cronista pudo observar, en las horas previas y en el transcurso del recital, un solo incidente (relativamente menor, en comparación con los altos incidentes de los '90) En cambio, sí se vio mucho padre con su hijo, pequeños vástagos entre la lechuza que circula, en un campo repleto donde no cabía un alfiler más. Salvando todas las distancias del caso, si alguien recuerda el abarrotamiento de gente en aquellos últimos River, podrá darse una idea de la magnitud de la convocatoria en este fin de semana, homóloga a aquellas.
En casi tres horas, entre un par de cambios de ropa y locuaces intervenciones, el Indio se movió como pez en el agua. Habló, arengó y cantó animando la fiesta como él ya aprendió a hacerlo. Cuando le tocó presentar a Andrés Calamaro, se hizo cargo de la tensión previa que esta decisión había generado, y solicitó que se lo recibiera como se recibe en casa a un amigo. Y, con la panorámica que ofrecía el fondo, se debe reconocer que el estadio entero respondió. Una vez más, comparando el presente con el pasado (que algún conservador quisiera retener), la gente se comportó como en un convento de carmelitas calzadas, puesto que la única monja que se descalzó y arrojó un zapatillazo al escenario (recordemos los miles de elementos contundentes revoleados tiempo ha) no melló el respeto de la multitud por el amigo invitado. Amigo que, justo es reconocerlo, asombró a todos, ya que no hizo una de sus clásicas intervenciones dylanescas, paródicamente desafinantes, sino que fue una segunda voz melodiosa y en un tono más alto y sostenido que el del Indio, increíblemente. Arrancaron con Veneno paciente, y luego hicieron dueto en Esa estrella era mi lujo y en El salmón. Se notaba que el buen Andrés estaba extasiado en ese escenario que exudaba rocanrol, y eso -a nuestro parecer- fue el único punto en contra de su jugada: fue una especie de émulo del Indio en el escenario, moviéndose como él pero exageradamente. Parecía, diríamos, el niño emocionado que al fin canta con su ídolo, algo así como un Pity desafinando con Jagger, pero sin la comicidad que supondría tal situación.
Algo cambió en el ritual, diría un nostálgico. Y hasta podría ser cualitativamente cierto. Pero se caería en la trampa desde la que se está evaluando últimamente todo esto. Cuando fue la presentación de El tesoro..., por lógicas consideraciones de repertorio, hubo mucho tema de los Redondos. Ahora esto disminuye, y es dable suponer que el día de mañana, con un tercer disco en las bateas, todo se resuma a Ji Ji Ji en el final. Por primera vez (al menos para mí) ante el cántico de Sólo te pido que se vuelvan a juntar, el Indio respondió Difícil, difícil la partida, es decir, algo así como Esa mano ya cerró con aquel póquer de ases ultrafamoso. Querámoslo o no, El Indio (y Skay) es hoy por hoy un músico solista, y nos pide que lo evaluemos en sus propios términos, en su propio arte actual. Les ha metido expectativas, deseos, ambiciones, cariños, a sus nuevas placas, y espera que las disfrutemos (o no) por lo que ellas son: la expresión, hoy, de lo que él quiere crear, hoy. Entre otras cosas, el mito de los Redondos se devoró a sus creadores, y en buena medida es Solari quien más sufrió esa canibalización. Supongo que le debe hacer poca gracia que, todavía, sus temas se coreen poco y se aplaudan un tanto fríamente, encerrados en una especie de síndrome del nuevo hijo de padres separados, en el cual temazos como Pabellón séptimo tienen que salir a disputar atención y mimos contra, por ejemplo, Rock para el Negro Atila.
Por mi parte, ya se sabe que me gusta mucho, mucho, El tesoro de los inocentes y que Porco Rex me resulta monótono (aunque no malo) Y, honestamente, (la postura conservadora al fin prevalece) así como no podría ver a Carozo sin Narizota, no podría ver al Indio sin Skay, y creer que estoy viendo a los Redondos. Cualquiera de ellos tiene derecho a cantar lo que le plazca en un escenario, pero sería hora de que fuéramos a escuchar lo que por estos días tienen para cantar. Sin embargo, éste parece ser el sino trágico de los shows ricoteros: cuando los teníamos juntos, todos fantaseábamos y discutíamos y apostábamos por ver qué temas inéditos tocarían en ese recital, algo que, hoy en día, los nuevos seguidores (que no han visto a los Redondos en vivo jamás) trasladan a la timba de los éditos ricoteros, esos que todavía suenan al palo en los discos-talismanes. Por mi parte, hombre clásico al fin, me comí el amague en el popurrí de Mariposa Pontiac, y no sé por qué intuí que se venía el Rock de las abejas o El regreso de Mao... Ese tipo de cosas, evidentemente, no laten más...
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