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martes, 23 de diciembre de 2008

Cuando alguien corre, en medio de la alta madrugada –al encuentro de alguien–,

efímera y misteriosa ilusión de que algo hubiera, allí – lejanías transitadas–,

y llega y se encuentra y advierte y se sonroja –y por suerte las sombras lo ocultan–

y conversa y se apasiona y se excita y se exhausta –pequeños esfuerzos de este mundo–

y despierta

–sin nada–

algo entonces se quebrará en la línea del ensueño, algo en la vigilia

demostrará nuevamente su certeza –quizás el marrón en tus ojos–,

algo que deviene desde el comienzo de los tiempos –pero que uno sigue descreyendo–

un repiqueteo de ciertas ideas que machacarán sobre otras, más ilusas,

una sutil negación de lo que hubiera – de lo que habría, o que no hubo–,

la confirmación permanente del error, una madrugada sin aguas:

una carrera embelesada hacia la nada,

un empezar a amarte en nueva muerte,

ah, permanente equivocación de las murallas.

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