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lunes, 1 de diciembre de 2008

Un cambio de planes

Un nuevo cuento


En mañanas como las de hoy, así, nubladas, frías en noviembre, me levanto triste, incómoda: no hay caso. Una quisiera sentirse distinta, no sé..., dispuesta a todo, a traspasar cualquier frontera, sacándose la quietud de la vida monótona que se fue armando sin desearlo, o sí, como me decía Adriana el otro día: Los nudos de tu vida te los fuiste armando vos -me dijo- qué mina jodida, con esa mirada dulce pero acertando el dardo en la cuestión… Por suerte me dejó pensando nada más que un ratito; qué oportuno fue que enseguida dijera Bueno, terminamos por hoy, te espero la próxima semana. ¿En qué quedamos, Fernanda? ¿Otra vez tus idas y vueltas? Porque... en el fondo, te quedaste con las ganas de seguir hablando, es cierto, para empezar a entender (que quizás sea una forma de desanudar) por qué me siento así, hoy.

Anoche no tendríamos que haber discutido con Iván… Yo sabía que íbamos a terminar peleándonos (una, en el fondo, sabe cuándo se va a cortar la cena con ese ir subiendo el tono de la voy e ir cerrando la mente a lo que te dicen, una sabe cuándo el espíritu o el alma o lo que sea está necesitada de confrontar, porque tiene cosas para decir, o porque simplemente precisa alterar esa rutina cotidiana de levantarse, desayunar rápido, bañarse, ir a trabajar, almorzar a las apuradas, seguir trabajando, volver, acomodar las cosas en el departamento, esperar a su novio, cocinar, cenar, acostarse, y al día siguiente vuelta a empezar) Si ya tenía claro que íbamos a terminar así, ¿para qué hablé? Porque... en el fondo no quería, no buscaba escuchar sus gritos, una vez más, su tozuda cerrazón, su portazo, y mi dormir sola. Y entonces, ¿por qué lo hice? ¿Por qué me pasa tan seguido que algo que no quiero hacer es lo que termino provocando, o algo que sí quiero, no lo hago? En el fondo, creo que los dos sabemos que ya no tenemos nada en común, pero ninguno se lanza a dar el primer paso. Por eso nos hacemos los enojados, sobreactuamos como si nos importara, esperando que el otro diga lo que en realidad ninguno se anima. Lo voy a conversar con Adriana el miércoles, a ver qué opina. Tengo que tratar de no olvidarme de decírselo.

Es tarde: no llego a bañarme, mejor me apuro a tomar el café. No quiero ir a trabajar, pero tendría que llamar a la oficina y decir que estoy enferma, y la verdad, nunca serví para engañar. Se darían cuenta, aunque..., si vamos al caso, nunca falté, así que tendrían que creerme… Pero, ¿qué excusa poner? ¿Que me duele la panza? Fui miles de veces con fiebre, dolores, los ovarios que me partían el vientre… No sirve. No sé mentir, pero sí mentirme. Ni siquiera sé cómo inventar algo medianamente creíble para, sencillamente, no ir hoy a trabajar, tomarme ese pequeño permiso, ínfimo, infantil licencia que todo el mundo resuelve en un instante: cambiar por hoy mi vida y hacer en estas veinticuatro horas lo que se me cante, lo que siempre postergo, mirar la tele autómatamente: lo que sea. Ni siquiera eso… Bah, en el fondo sí quiero ir a la oficina. O no sé qué quiero, en realidad, que sería más o menos lo mismo... ¿Por qué siempre prefiero pisar sobre seguro, aunque sean vidrios filosos? Los permisos… Adriana, a veces das en el clavo, no hay caso. Siempre estoy paralizada analizando pros y contras, y en definitiva nunca decido nada, aunque si en algo soy completamente resuelta es en nunca permitirme algo, darme una mínima porción de libertad como para saber que soy algo más que un engranaje dispuesto a que lo accione un botón ajeno. Y bueno..., soy así... Mala suerte. Es difícil romper con lo que se es, con lo que hicieron de una años y años de educación.

Voy a tener que hacer revisar urgente el termotanque, no puede ser que el agua salga así de tibia… Y mañana sin falta me depilo; o mejor hoy, cuando vuelva; no puedo dejar que pase un día más: soy un asco. Aunque… ¿Para quién? ¿Para qué? Miráte, Fernanda, miráte en el espejo: tenés 26 años, mirá qué cuerpo… Y acá estás, bañándote como todos los días para ir a trabajar y volver cansada como todas las tardes y llamar a tu novio y pedirle perdón porque no quisiste decir lo que dijiste y que entendés que esté enojado y que cuando se le pase vas a estar esperándolo. Y le vas a volver a decir que lo amás, porque no te animás a estar sola, porque no tenés ganas de volver a empezar, y porque tampoco querés que tus amigas (que en el fondo siempre pensaron que eras una pelotuda, una indecisa, esas que apostaron y apuestan a que no durarías nada con Iván), tampoco querés que ellas te presenten amigos de amigos de amigos con los que algún día te vas a decidir a salir, quizás alguno te guste –quizás no, obvio, porque así sos– y entonces, elegido casi al azar, cualquiera de ellos empiece a contarte qué bueno, romántico y atento es, hasta que después de unas semanas termines descubriendo que el flaco no era lo que él te había mostrado, y lo peor del caso: que él encuentre que vos misma no eras la que dijiste ser. Y entonces una mañana te vas a despertar, una vez más, repitiéndote que no querés saber nada con ningún tipo, y así esa noche vas a discutir también con él, como siempre, y se va a ir a la mierda pegando un portazo, y vos al día siguiente te vas a despertar de nuevo sola y de nuevo sintiendo que te falta algo, y vas a terminar llamando, esa noche, a ese nuevo Fulano, al Iván que no va a ser Iván, para suplicarle que te disculpe, confesarle que lo seguís amando: y lo vas a volver a hacer porque querés y no querés, porque no te animás a estar sola y porque, evidentemente, todavía no apareció (y quizás nunca aparezca) ese hombre que te vuele la cabeza y te reviente el corazón de felicidad.

¿Qué hago, me tomo un taxi? Fernanda… si al final hoy no faltaste, al menos podés permitirte llegar sobre la hora… A ver si alguien se da cuenta de que no estoy -como siempre- quince minutos antes para preparar todo tranquila, hacerme el cafecito, esperar que todos lleguen y saludarlos cordialmente. A ver quién está hoy con el café ya listo para mí, preocupado por mi tardanza, preguntándome si estoy bien. Y yo respondiendo que sí, que simplemente el colectivo se retrasó, que gracias y a trabajar, acomodar todo rápido para empezar, como todas las mañanas. Igual, no creo que alguien en esa estúpida oficina se digne a preocuparse por nadie: solamente yo me fijo en esas cosas. Cómo tarda este colectivo… Seguro va a venir re lleno, ¡y yo con esta bolsa repleta de carpetas! Tendría que dejar de traerme trabajo a casa: nadie me paga más por hacer cosas en mi tiempo libre; ni siquiera me agradecen. Parece que fuera obligación, mejor dicho, que fuera MI obligación, solamente mía. Aunque, si no adelantara cosas en casa, ¿qué haría un fin de semana? ¿Ir al cine? Sola, obvio. Con Iván jamás nos pusimos de acuerdo en qué película ver, ni siquiera en TV. ¿Con las chicas? Están todas demasiado ocupadas y felices con sus novios… Felices, como yo intento mostrarles que estoy, cada vez que nos reunimos... Para dejar de ocupar mis fines de semana con trabajo, tendría que cambiar radicalmente todos los factores de mi vida: tirarme desde el balcón de un edificio altísimo y descubrir en el aire que me crecieron alas, así, por la necesidad… Pero eso solamente pasa en los cuentos de hadas y, a veces, en alguna telenovela caribeña. En realidad, tendrían que empujarme desde ese balcón como para que yo me decidiera a hacer algo así, y eso no sería “decidirse”. Y lo más probable es que en trayecto hasta el piso esté más ocupada en deliberar si muevo los brazos o pido socorro…

Uno hasta Lavalle, por favor –al final vino lleno, pero no me voy a quedar parada acá adelante, me van a estrujar como una sardina– Permiso. Gracias. Permiso. Gracias –¿Me pareció a mí o ese viejo de mierda me tocó el culo? ¡Viejo verde y la puta que te parió! Lo único que me faltaba, no quiero saber nada con ningún tipo y un viejo tarado se me hace el vivo… Ya fue, no voy a armar escándalo en el colectivo… Además, seguro que me va a decir que no hizo nada, que estoy equivocada, que soy una loca, que le tengo ganas…– Permiso. PERMISO. Gracias –siempre hay uno que se hace el sordo… ¡Uh, la maté de un golpazo a la flaca!– ¡Disculpáme, mil disculpas!
–OK
–No en serio, disculpáme, es que esto está lleno y si llevo la bolsa abajo se me termina rompiendo. ¿Te lastimé?
–No, ya te dije, todo bien
–Dejáme ver, por favor, te di justo en el ojo…
–¿Siempre sos así de insistente?
–Ja ja, la verdad, nunca, pero tampoco nunca lastimé a nadie en el colectivo
–Bueno, a mí nunca me dio un bolsazo una chica tan linda… ¿Cómo te llamas?
Esteh… Fernanda –¿qué me quiso decir con lo de “una chica tan linda”? Y me mira… ¿Me desafía? ¿O soy yo la que está entendiendo mal? Y lo más raro es que no me da nada de miedo, nunca pensé que estaría en una situación así, y en lugar de asco o miedo, me da… ¿curiosidad? Ay, Fernanda... Lo único que te falta... Pero... hace tanto tiempo que no siento esto... que me desean…– ¿Y vos?
–Valeria, mucho gusto, linda. ¿Dónde bajás?

Tendría que decirle ya mismo que qué le importa, que tengo novio y que no soy lesbiana. Que no tiene por qué meterse en mi vida vacía. Que estoy yendo al trabajo con los papeles que traje a casa el viernes para ocuparme en algo productivo, algo que le interesa andá a saber a quién, menos a mí, pero que hago de cuenta que sí me importa y por eso le dedico el tiempo que no quiero usar con Iván, porque en definitiva con él y con todos los anteriores y con todos los que sigan el tiempo se diluye siempre en lo mismo, y tarde o temprano termino llamándolos por teléfono y diciéndoles que los amo, porque no quiero estar sola, hasta el momento cuando cada uno sienta que ya no vale la pena estar juntos y no se anime a decirlo, y deje que los hechos sigan su curso como si nada, y hasta que un buen día, simplemente, también por teléfono, Iván o quien sea me termine diciendo que él ya no, que mejor cortar ahí, y entonces yo de nuevo sola, sin encontrar el fuego del amor que consuma mi rutina, el balcón por donde me empujen de una puta buena vez y, ocupada en analizar si muevo los brazos o pido socorro, descubrir asombrada y feliz que me crecen las alas... Bah, tendría que ser cortés, en definitiva no me está haciendo nada malo, y decirle que ella también es muy linda, pero que tengo novio. Y listo: saludarla y salir rápido para atrás…

-

Fue entonces, en el medio de ese silencio entre ambas, cuando sintió cómo Valeria le tomaba a escondidas, por lo bajo, la mano libre y le volvía a preguntar, mirándola dulcemente a los ojos, dónde se bajaba. Y Fernanda, impulsiva y atropelladamente, le respondió, ofuscada, casi suspirando, temblorosa pero segura:
–Donde te bajes vos: tengo el día libre –y apretó la mano, acariciando como en un sueño vertiginoso, con su pulgar, el dorso terso de esa mano anónima.

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