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sábado, 28 de marzo de 2009

Impacto profundo: el planeta estalla en 2036

Se viene el fin del mundo, se viene • Veamos muchas pelis y aprendamos cómo hacer para hermanarnos • La joda es que en Yankeeland ya no será novedad eso de que gobierne un presidente negro


La industria del cine en su versión exasperada, es decir, hollywoodense, siempre trabajó con un otro ficcional que representa uno-a-uno los defectos, desviaciones y oscuras intenciones del otro socio-histórico: el comunista, el inmigrante ilegal, Oriente y/o el Islam.

Uno de los casos más emblemáticos que recuerdo, entre los últimos, es el de la película 300, una cinta que desde el punto de vista de la factura puede ser considerada correcta pero que -y aquí radica su principal carácter vomitivo- fuerza la ambientación histórica para construir y fortalecer la identidad norteamericana e imperialista de estos tiempos: en Esparta nadie luchaba por la libertad y la democracia (había esclavos y no se elegía al rey, digamos), contra aquellos que se oponían al estilo de vida espartano (una especie de american way injertado en la antigüedad), ni era tan prístina la idea de confederación de naciones giregas (o sea, democráticas y liberales). Las arengas y motivaciones del histórico Leónidas de las Guerras Médicas habrán de haber sido, precisamente, bien históricas: la defensa de la autonomía, la detención del avance oriental en virtud de la ubicación estratégica de Esparta, etc., pero poco relacionadas con ese rey corazón-valiente que la película muestra. Todo lo que hay en este film está para construir las representaciones estereotípicas del nosotros/otros actual, fundadas en una supuesta verificación histórica: Jerjes y sus excesos, los persas (es decir, el actual Irán) que no son ciudadanos en un sistema político propio sino esclavos de un régimen opresor, y hasta los atenienses, tan poco aguerridos y simpáticos (lo cual en inglés puede ser traducido literalmente por la palabra gay: blanditos) Alegoría del Imperio actual, antes que ambientación histórica (más allá de que escuditos, joyas y demás objetos sean de la época: la historia no es simplemente las cosas), la película tuvo relativo éxito comercial, y más de uno/a la defiende, es decir, compró pasivamente su bosta ideológica, engolosinados quizás por la magnificencia visual en general, y de las escenas de acción en particular.

Otras muchísimas películas entrarían en serie con 300, entre ellas la primera de la saga de La Guerra de las Galaxias (no me vuelvan loco con que la primera es la tercera y esas cosas: la de fines de los '70 o principísimos de los '80, la primera que se vio en cine, y con cuyos muñequitos articulados jugaba la niñez de entonces), Matrix a partir de su segunda parte, etc. El confitero, amigos, no es boludo, y sabe que sus caramelitos se compran si el envase es llamativo y gusta.

Otra vertiente de lo mismo lo ofrecen las películas en cuya trama una "amenaza externa" reúne a todos los terrícolas, aunados y solidarios, para defender su "seguridad interior" (concepto que a nosotros, por ejemplo, nos remite al genocidio de la dictadura militar). Esa amenaza puede provenir de una era glacial, una enfermedad, un ataque alienígena o, como en Impacto profundo, un meteorito. En todos estos casos, la humanidad entera olvida sus luchas hegemónicas, se reúne (aceptando tácitamente el predominio yanqui: todo, siempre, transcurrirá en una base militar norteamericana, con científicos norteamericanos y héroes norteamericanos) y así, beatmente feliz, vence a aquello que la aquejaba: un mensaje más o menos parecido a "mientras no tenemos nada realmente importante en qué dedicarnos, peleemos; pero cuando las papas quemen en serio, unámonos al verdadero amo, que él sabrá recibirnos y defendernos generosamente" La peligrosidad del otro, que redime y cohesiona, justifica el olvido de las intrascendencias (el orden desigual del mundo) y hace suponer un futuro feliz y hermanado.

¿A qué viene todo esto? A que hoy nuestro amado pasquín La Nación publica que en 2036 quizás nos lleve puestos un asteroide que va a andar merodeando la órbita terráquea desde 2029. Para esa época, vamos a ser más o menos 8.000 millones de habitantes (más todos los habitantes animales y vegetales, que nunca se cuentan) en esta superficie, no vamos a tener petróleo, y el agua -bendita Lilita, ¡ya lo dije!- y el morfi van a escasear (todavía más). Sin embargo, todas estas nimiedades van a ser resueltas, Hollywood mediante, gracias a nuestro buen enemigo Apophis, un fenómeno astronómico que, claro está, de cualquier modo conviene ir revisando desde ahora si no lo mandan Sadam, los chinos, los rusos o, por qué no, los africanos, es decir, cualquier otro que justifique alguna bombita más, antes de que vayamos todos sumisitos a los pies del capanga.

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