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jueves, 26 de marzo de 2009
La virulencia voraz de la patronal terrateniente ataca de nuevo • Como leones hambrientos, acechan por todos lados y por todos los frentes • ¡Hasta son expertos semiólogos!
En su primer discurso de campaña, en 2007, allá en La Plata (¡cuánto tiempo parece!), Sara K-ay comenzó su alocución recriminando al locutor que la había presentado, por haberla intitulado como la futura presidente de los argentinos. La correctiva fue algo así como "presiden-TA, acostúmbrense todos", claro indicio de que, una vez asumida, su principal preocupación sería ocuparse de tales menesteres.
Los terratenientes que ahora sí, vociferan sus verdaderas intenciones más o menos descaradamente, están nuevamente recorriendo su rally mediático para volcar falacias por argumentos y apetencias por políticas agropecuarias. Atacan por todos los flancos, incluyendo el discursivo y, desde este ámbito, saben que lo que más duele a nuestra primera magistrada es que no la llamen como corresponde (al fin al cabo, tantos años de lecho y militancia para llegar a presidir nuestro país merecen que al menos se la invista con las palabras correctas, ¿o no?) Sistemáticamente, desde la SRA hasta la FAA, todos, la llaman señora presidente. Un error que comenten también los opositores, a medida que se van perfilando como tales. Un caso curioso es el de este periodista, más que funcional, más que conformista, más que obsecuente, cuya única crítica en estos años de k-ísmo está relacionada, precisamente, con el tema presidente/presidenta.
Las palabras nombran y, al nombrar, clasifican el mundo. Esa clasificación no es ahistórica, claro está. Hace cien años, hubiera sido imposible debatir si correspondía decirse presidente o presidenta, por la sencilla razón de que no había presidentas, ni siquiera como horizonte de expectativas. Los signos ligüísticos devienen signos ideológicos, y en la cuestión de como designar a Sara K-ay se esconde una clara disputa en términos de género. Desde este punto de vista, de "usos y costumbres" lingüísticas (y su correlato social), colocarse en uno u otro término es colocarse también en uno y otro polo de esa tensión.
Cuando la gramaticalidad o agramaticalidad depende sólo del habitus, la RAE dirime las cuestiones a su antojo, atendiendo a una (supuesta) mayoritaria distribución del fenómeno en estudio. Cuando depende de factores formales, gramaticales, la cosa adquiere una resolución más "objetiva". En el caso de la palabrita que justifica estas líneas, el DRAE informa
• Que presidente es un participio activo es históricamente cierto, pero desfasado en al menos 50 años para cualquier teoría lingüística. Hace ya tiempo que hasta los más conservadores (la RAE, por ejemplo y a la cabeza) abandonaron la idea de que en castellano existen participios activos y pasivos, algo que sólo puede justificarse diacrónicamente (es decir, en términos saussureanos, fuera del sistema de la lengua)
• Negada la premisa anterior, no es posible sostener que presidente es morfológicamente invariable, o que siendo "susceptible" de recibir marcas de género y número, éstas no son obligatorias. Es un nombre (sustantivo o un adjetivo) pleno, que recibe marcas de género y número, es decir, flexión nominal, sin otras restricciones que las que este subsistema morfológico tuviera para todos los nombres, sin excepción. De hecho, en otros casos similares se ha utlizado desde mucho antes la doble forma en -e/-a para sus bases (por ejemplo, gerente/a), y nadie se ha escandalizado
• Es cierto que no se dice "bella durmienta", pero este caso particular no invalida toda la teoría, ya que no ocurre no por restricciones formales (cuya inexistencia acaba de fundamentarse) sino por razones de uso. La única "bella durmiente" que ha cristalizado como sintagma referencial en femenino es la del cuento, ya que el mismo término durmiente, refiriéndose a la acción de dormir, es una palabra casi afectada que cedió espacio semántico a otra más coloquial: dormilón/a. Como sustantivo, refiere en masculino a los maderos que unen vías de ferrocarril y, acá sí, es invariable, en el sentido de ser un sustantivo de forma fija (es decir, que no presenta marcas flexionales de género, como en casi todos los sustantivos: árbol, casa, etc.)
La cuestión fue y vino, entonces, del uso a la forma, y de ésta nuevamente al habitus. No hay restricciones formales para decir presidenta, pero sí, claro está, ideológicas. Mentalidades conservadoras se reflejan en el conservadurismo lingüístico, es evidente, sean de una u otra calaña. Y también salta a la vista que las palabras son vehículos materiales de la ideología, utensilios que se usan para cocinar la comida que cada uno mejor sepa cocinar.
Los terratenientes que ahora sí, vociferan sus verdaderas intenciones más o menos descaradamente, están nuevamente recorriendo su rally mediático para volcar falacias por argumentos y apetencias por políticas agropecuarias. Atacan por todos los flancos, incluyendo el discursivo y, desde este ámbito, saben que lo que más duele a nuestra primera magistrada es que no la llamen como corresponde (al fin al cabo, tantos años de lecho y militancia para llegar a presidir nuestro país merecen que al menos se la invista con las palabras correctas, ¿o no?) Sistemáticamente, desde la SRA hasta la FAA, todos, la llaman señora presidente. Un error que comenten también los opositores, a medida que se van perfilando como tales. Un caso curioso es el de este periodista, más que funcional, más que conformista, más que obsecuente, cuya única crítica en estos años de k-ísmo está relacionada, precisamente, con el tema presidente/presidenta.
Las palabras nombran y, al nombrar, clasifican el mundo. Esa clasificación no es ahistórica, claro está. Hace cien años, hubiera sido imposible debatir si correspondía decirse presidente o presidenta, por la sencilla razón de que no había presidentas, ni siquiera como horizonte de expectativas. Los signos ligüísticos devienen signos ideológicos, y en la cuestión de como designar a Sara K-ay se esconde una clara disputa en términos de género. Desde este punto de vista, de "usos y costumbres" lingüísticas (y su correlato social), colocarse en uno u otro término es colocarse también en uno y otro polo de esa tensión.
Cuando la gramaticalidad o agramaticalidad depende sólo del habitus, la RAE dirime las cuestiones a su antojo, atendiendo a una (supuesta) mayoritaria distribución del fenómeno en estudio. Cuando depende de factores formales, gramaticales, la cosa adquiere una resolución más "objetiva". En el caso de la palabrita que justifica estas líneas, el DRAE informa
presidenta.Vale decir que, en principio, la polémica estaría saldada, si se acepta la autoridad regente de la RAE sobre el español. No obstante, y como aquel periodista citado escribió en su texto razones tanto formales como de uso, vamos a revisarlas detenidamente:
1. f. Mujer que preside.
2. f. presidente (‖ cabeza de un gobierno, consejo, tribunal, junta, sociedad, etc.).
3. f. presidente (‖ jefa del Estado).
4. f. coloq. Mujer del presidente.
• Que presidente es un participio activo es históricamente cierto, pero desfasado en al menos 50 años para cualquier teoría lingüística. Hace ya tiempo que hasta los más conservadores (la RAE, por ejemplo y a la cabeza) abandonaron la idea de que en castellano existen participios activos y pasivos, algo que sólo puede justificarse diacrónicamente (es decir, en términos saussureanos, fuera del sistema de la lengua)
• Negada la premisa anterior, no es posible sostener que presidente es morfológicamente invariable, o que siendo "susceptible" de recibir marcas de género y número, éstas no son obligatorias. Es un nombre (sustantivo o un adjetivo) pleno, que recibe marcas de género y número, es decir, flexión nominal, sin otras restricciones que las que este subsistema morfológico tuviera para todos los nombres, sin excepción. De hecho, en otros casos similares se ha utlizado desde mucho antes la doble forma en -e/-a para sus bases (por ejemplo, gerente/a), y nadie se ha escandalizado
• Es cierto que no se dice "bella durmienta", pero este caso particular no invalida toda la teoría, ya que no ocurre no por restricciones formales (cuya inexistencia acaba de fundamentarse) sino por razones de uso. La única "bella durmiente" que ha cristalizado como sintagma referencial en femenino es la del cuento, ya que el mismo término durmiente, refiriéndose a la acción de dormir, es una palabra casi afectada que cedió espacio semántico a otra más coloquial: dormilón/a. Como sustantivo, refiere en masculino a los maderos que unen vías de ferrocarril y, acá sí, es invariable, en el sentido de ser un sustantivo de forma fija (es decir, que no presenta marcas flexionales de género, como en casi todos los sustantivos: árbol, casa, etc.)
La cuestión fue y vino, entonces, del uso a la forma, y de ésta nuevamente al habitus. No hay restricciones formales para decir presidenta, pero sí, claro está, ideológicas. Mentalidades conservadoras se reflejan en el conservadurismo lingüístico, es evidente, sean de una u otra calaña. Y también salta a la vista que las palabras son vehículos materiales de la ideología, utensilios que se usan para cocinar la comida que cada uno mejor sepa cocinar.
Etiquetas de esta entrada: Lingüística
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Una vez discutí con una "peronista de izquierda" que no aceptaba que a Cristina K se le diga "presidenta". No hubo caso. Debería mostrarle esta entrada.
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