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miércoles, 1 de abril de 2009

Ayer a la noche falleció el presidente constitucional que sucedió y facilitó el juzgamiento a las tres primeras juntas militares genocidas del período 1976-1983 • Desde el "con la democracia se come, se cura y se educa", al "Felices Pascuas: la casa está en orden", terminando con el "no supe, no quise o no pude" • La manipulación discursiva de la muerte de Alfonsín


En téminos políticos e históricos, todos somos hijos de alguna época (mal que nos pese) y, como tales, herederos de esa coyuntura. Con esto me refiero a que toda persona se ha formado en su infancia, pubertad o primera adolescencia (en cuanto a la vida política), en el paradigma de su tiempo (lo cual no significa que habrá de adscribir a él, claro está, pero no menos cierto es que esa es su marca de origen, su primer basamento). Quizás el/la lector/a sea, entonces, deudor de la dictadura, del menemato, o -como ya he contado- del alfonsinismo, como en mi caso. Por esta razón, no me es fácil escribir acerca de esta muerte que por un lado interpela mi propia subjetividad y por el otro, se objetiva como un acontecimiento inscripto en la materialidad de la historia.

La "primavera democrática" que se vivió entre fines de 1983 y 1987 (o quizás un poco antes, pero se suele usar el "Plan Primavera" y las elecciones de ese año como la marca de su fin) fue realmente un proceso histórico que no se volvió a vivir con posterioridad: se trasuntaba alegría, libertad, desenfado; un proceso cultural que, en lo político, no hubiera garantizado una presidencia de Lúder, el candidato del PJ de 1983. El tipo de instalación que tuvo la democracia entonces, atravesándolo todo ("estamos en democracia" era una muletilla que repetía, por ejemplo, cualquier adolescente ante una reprimenda de sus padres) hoy se comenzará a evaluar como un "logro" de este nuevo "padre" que parece que los medios y los deudos (no sólo familiares) están queriendo parir: un mito fundacional y funcional. En cadena nacional, todo fulano/a que quiera tener sus cinco segundos de gloria mass-mediática ha repetido en los medios que Alfonsín era un hombre ejemplar, un modelo de consenso y tolerancia, un demócrata de ley, y otras linduras que deforman la realidad histórica, obturan el debate y el análisis y, ante todo, confirman que ante la compulsa electoral cualquier arma (incluso, la de la manipulación de una muerte) habrá de ser válida: antes que una semblanza o un análisis histórico, las palabras de hoy son una balacera diseñada al korazón k-ísta.

El símbolo del Alfonsín que ganó las elecciones del '83 fue ese que recitaba el Preámbulo de la Constitución y que auguraba que con la democracia se comía, se curaba y se educaba, consigna bella en su composición pero insuficiente (algo que el tiempo vendría a confirmar, e incluso a confirmarle al propio Alfonsín): la democracia -tal como la defendía y se la implementó a partir de 1983- implicó entonces (e implica ahora) la compulsa entre más o menos los mismos para defender más o menos lo mismo, con mayor o menor dosis de impunidad, violencia y corrupción. Esto no quiere decir que un régimen dictatorial como el que sojuzgó y destruyó al país a partir de 1976 sea válido, pero tampoco que la democracia pueda ser sólo un sistema tal como es ahora, o fue con Alfonsín.

El otro símbolo, el del Alfonsín modelo 1987, es el de las felices Pascuas, el que entregó toda la lucha por el esclarecimiento de los crímenes de la dictadura, el "que digan dónde están" y el "juicio y castigo a los culpables". A partir del alzamiento carapintada de Aldo Rico (quien luego no tuvo ambages en aprovechar esa misma democracia cuyo "padre" es Alfonsín, en la era del sultanato), el entonces presidente dictó las leyes que establecieron los límites de las responsabilidades por esos crímenes, es decir, la impunidad. Esto sucedió al mismo tiempo que desde lo económico se terminó de confirmar el rumbo neoliberal que había empezado Martínez de Hoz a partir del '76, que se manifestó en el nombrado Plan Primavera y en la incorporación de Terragno como ministro, quien venía desde Londres con un plan privatizador que intentó comenzar con Aerolíneas Argentinas (y que el PJ que dos años después malvendería todo, frenó en el Congreso) Y el mismo que no sólo no repudió la ilegal deuda externa sino que, aceptándola, la siguió incrementando para sostener ese modelo económico neoliberal.

Este paladín del consenso fue el mismo que en el medio de un acto menor le espetó a un manifestante (que gritaba que el gobierno estaba hambreando al pueblo) el por entonces famoso "a vos no te va tan mal, gordito"; o el que en una misa protocolar ocupó el púlpito para contestar con un sermón laico al sermón del cura que oficiaba la ceremonia; o el que se quiso morfar los chicos crudos proponiendo fundar el "Tercer Movimiento Histórico" que sintetizaba al radicalismo yrigoyenista y al peronismo, y que obviamente él encarnaba (y que terminó con un peronista como Ministro de Trabajo). No consensuó demasiado, y a la vista están los paros generales que hubo en su gobierno: cuando pudo se mandó con todo y cuando no pudo, se entregó. Y cuando sí lo hizo, transó el Pacto de Olivos, un arreglo con el Sultán que fue una oportunidad perdida para cristalizar otras modalidades de democracia realmente popular y soberana, o la Alianza, ese engendro nacido del marketing político que -precisamente- Alfonsín supo establecer tan bien desde 1983. Su frase-síntesis en el último discurso como presidente, cuando anunció al país que acortaba su mandato, no expresó consenso ni diálogo, cuando haciendo un balance de su gobierno afirmó que lo que no había hecho fue porque "no supo, no quiso o no pudo": jamás dijo algo así como que fue porque no le dieron bola al consensuar (de hecho, no le dieron bola y los grupos económicos, con los que había intentado congraciarse, le incendiaron el país para que asumiera el entreguista presidente posterior que, dicho sea de paso, era el "gobernador preferido" del presidente Alfonsín)

El que haya sido un tipo honesto (cosa que no me consta pero que, a priori, aceptaría) no lo hace ni mejor ni peor: ser honesto es condición necesaria pero no suficiente. Produce cierta simpatía saber que murió en el mismo departamento de siempre, sazona con una pimienta hoy exótica el puchero de las apetencias de quienes lo lloran, pero nada más. Podría pensarse el caso inverso para entenderlo: si Hitler hubiera muerto sin un centavo, si hubiera sido "honesto" en el sentido como se entiende la honestidad cuando se la valora en Alfonsín, nada hubiera sido distinto en la historia del mundo. La honestidad, por otra parte, no es sólo económica, ni implica solamente las cuentas bancarias: Alfonsín defraudó muchas veces esas promesas de campaña, y de gobierno.

La paternidad de la actual democracia no se comprueba en el ADN alfonsinista: es una construcción colectiva, es la resistencia del pueblo contra la dictadura (en la que, es cierto, de un modo u otro Alfonsín participó con la APDH), es la militancia y la lucha. Y no sólo en el período negro entre 1976-1983: es también la que siguió. Arrogarse la paternidad implica colgar en un marco con boina blanca un pergamino que está hecho de sangre y acción y muerte y que todavía no termina. Y por sobre todas las cosas, pareciera querer "dar por terminado" ese proceso de construcción de una verdadera democracia que aún, podría decirse, ni empezó. Caro a la historia hegemónica, el mito del padre calla y otorga, personaliza y niega: mira al pasado y esconde el futuro.

No obstante, repito, la razón se enfrenta con la emoción. Quienes vivimos aquella época quizás sentimos que algo se murió también, que tal vez tenga que ver con parte de la propia biografía, una especie de horfandad que en este día tiene el niño interior: la muerte interpela los propios recuerdos, ahora manifestados como puros recuerdos, como puramente pasado. Con la muerte de Alfonsín, algo dentro de mí también está ausente, pero pertenece a esa esfera de lo íntimo, del recuerdo, de la sensación. El resto, es el bullangueando por un voto que se escucha en todos lados.

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