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domingo, 21 de marzo de 2010
En estos tiempos, cuando -el hasta ayer marxista- Cordera desvaría divinidades, se hace muy difícil mantenerse afuera. Se termina naturalizando la polarización y, finalmente, los pobres mortales aceptan alguna K en su nombre o firma, o la niegan con el mismo énfasis.
Las contradicciones son tan evidentes -y la hipocresía tan poco elegante-, que se elogia allí lo que se denosta aquí. Ya no cuidan las formas -ni siquiera las del recato- y con tal de azuzar a la amable teleplatea olvidan detalles tales como que evadir no es uno de sus tantos privilegios, sino un delito, a secas, o suponen -doctos leguleyos, al fin, acostumbrados a modificar las normas a su antojo- que nuestra Constitución (esa que establece la forma representativa, republicana y federal), puede incorporar, categorías monárquicas ad hoc, tales como 'dinastía' (salvo que el colaboracionista Grondona esté ideando una reparación histórica, pensando en la dinastía Sáenz Peña)
La Asignación Universal por Hijo implicó varios efectos; uno de ellos lo sufrimos a diario en la escuela: los pibes/as volvieron: entraron como malón. Probablemente no vienen para estudiar, sino para cobrar. ¿Y? Los docentes -y no pocos directivos- ya están despotricando, porque sienten que los involucran en una especie de nuevo chori para el acto. Ahora "el problema" son las mesas y las sillas. Es difícil encontrar quienes consideren que este es uno de los mayores desafíos con que se encuentra (y encontrará) en su carrera docente: repensar sus prácticas profesionales para incluir, para educar al soberano... que nunca mandó. Hasta el Director General de Cultura y Educación se encuentra desbordado, como si en el témpano de pedo donde vive no se pudiera haber previsto la situación. El sistema educativo jamás se pensó a sí mismo en función del alumno/a, y menos aún, en función del alumno/a-otro: parches, siempre parches, y la tibieza con que se adormecen las conciencias decentes. Que, muchas veces, son las de los docentes.
Sí: cada día pienso más en agregar una K a mi firma. Aunque sea un razonamiento tramposo.
Las contradicciones son tan evidentes -y la hipocresía tan poco elegante-, que se elogia allí lo que se denosta aquí. Ya no cuidan las formas -ni siquiera las del recato- y con tal de azuzar a la amable teleplatea olvidan detalles tales como que evadir no es uno de sus tantos privilegios, sino un delito, a secas, o suponen -doctos leguleyos, al fin, acostumbrados a modificar las normas a su antojo- que nuestra Constitución (esa que establece la forma representativa, republicana y federal), puede incorporar, categorías monárquicas ad hoc, tales como 'dinastía' (salvo que el colaboracionista Grondona esté ideando una reparación histórica, pensando en la dinastía Sáenz Peña)
La Asignación Universal por Hijo implicó varios efectos; uno de ellos lo sufrimos a diario en la escuela: los pibes/as volvieron: entraron como malón. Probablemente no vienen para estudiar, sino para cobrar. ¿Y? Los docentes -y no pocos directivos- ya están despotricando, porque sienten que los involucran en una especie de nuevo chori para el acto. Ahora "el problema" son las mesas y las sillas. Es difícil encontrar quienes consideren que este es uno de los mayores desafíos con que se encuentra (y encontrará) en su carrera docente: repensar sus prácticas profesionales para incluir, para educar al soberano... que nunca mandó. Hasta el Director General de Cultura y Educación se encuentra desbordado, como si en el témpano de pedo donde vive no se pudiera haber previsto la situación. El sistema educativo jamás se pensó a sí mismo en función del alumno/a, y menos aún, en función del alumno/a-otro: parches, siempre parches, y la tibieza con que se adormecen las conciencias decentes. Que, muchas veces, son las de los docentes.
Sí: cada día pienso más en agregar una K a mi firma. Aunque sea un razonamiento tramposo.
Etiquetas de esta entrada: Pastillero
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