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domingo, 28 de marzo de 2010
El discurso hegemónico de la época marca que podés ser, con la condición de resignar; podés entrar, siempre y cuando normalices lo que sos en función de lo que te dictan: pertenecer tiene sus privilegios (y sus agachadas). Intentá mantener quién sos, tu independencia, tus principios (a tu modo y a tientas, porque nadie tiene la varita mágina), o tus mundanos gustos, y serás tildado de crispado, intolerante, o hipócrita, incluso por aquellos que son políticamente correctos o te aprecian (o dicen haberte querido). Nada ni nadie escapa a esta ecuación: mientras me servís, estoy fervorosamente con vos; cuando ya no, (cuando me son más útiles otros) me alejo como si nada.
Negocios son negocios y, como tales, marcan la pulsión de cada biografía y de la historia. Lo que hasta ayer estaba bien, hoy está mal y viceversa: si me sirve, es seguridad jurídica y si no me sirve, es extorsión. Cada uno habla como si no tuviera historia, como si la historia empezara a partir de él, y del momento actual. De nada servirían, entonces, las muestras de respeto, de lealtad, las famosas reglas de juego. Ser como soy, y desde ahí vincularme con vos, respetándote, sólo me llevará al perdidoso sitial del boludo.
La aceptación (o no), la persecución y el silenciamiento del otro siempre está atravesado por motivos materiales: le darán la voz al que diga lo que se quiere escuchar. Será, entonces, preferible que no se nos conceda tal privilegio; será, entonces, lo más sano resignar amigos, aliados y tongos, para mantenerse tal cual se es: siempre quedará algún intersticio desde donde perdurar, con menos lastre y más vigor que antes.
Negocios son negocios y, como tales, marcan la pulsión de cada biografía y de la historia. Lo que hasta ayer estaba bien, hoy está mal y viceversa: si me sirve, es seguridad jurídica y si no me sirve, es extorsión. Cada uno habla como si no tuviera historia, como si la historia empezara a partir de él, y del momento actual. De nada servirían, entonces, las muestras de respeto, de lealtad, las famosas reglas de juego. Ser como soy, y desde ahí vincularme con vos, respetándote, sólo me llevará al perdidoso sitial del boludo.
La aceptación (o no), la persecución y el silenciamiento del otro siempre está atravesado por motivos materiales: le darán la voz al que diga lo que se quiere escuchar. Será, entonces, preferible que no se nos conceda tal privilegio; será, entonces, lo más sano resignar amigos, aliados y tongos, para mantenerse tal cual se es: siempre quedará algún intersticio desde donde perdurar, con menos lastre y más vigor que antes.
Etiquetas de esta entrada: Pastillero
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