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sábado, 27 de marzo de 2010

Imagine

El 24 de marzo, el golpe y el genocidio • Una escuela que es como un país, y un país que todavía no quiere aprender de su propia escuela • Estúpidas reflexiones a la hora de la siesta

Hagamos, por un instante, el siguiente ejercicio. Supongamos una escuela con veinte cursos, a razón de treinta alumnos/as por curso: seiscientos alumnos/as en total. De ellos, dos por división son catalogados de "traviesos", "quilomberos", etc.: cuarenta pibes/as en toda la escuela. Imaginemos también que estos adolescentes hacen cosas por encima de la media: rompen vidrios, insultan descaradamente a los sacrosantos docentes, tiran bombitas de agua (pero rellenas con lavandina) a sus coquetas compañeritas, etc. La situación es insostenible, y todo el mundo (docentes, auxiliares, padres, y hasta los mismos compañeros/as buenos, o sea, los que "no andan en ninguna") piden sangre. Y la dirección, el abnegado director de esa escuela, sigue apostando al diálogo, a la reflexión, a la autodisciplina (o sea, «no hace nada»)

Supongamos que en las clases de educación física de esa escuela no se practica vóley o baloncesto o fútbol, sino boxeo. Y que hay un profesor-instructor que se las trae. Un buen día, decide "tomar cartas en el asunto" y -sigilosamente, primero- agarra a uno de estos revoltosos, a solas, y le dice que o se deja de joder o lo caga a piñas. Como el pibe no se acomoda y sigue bardeando, la siguiente vez el profesor, en un lugar retirado del edificio, cumple su promesa. El alumno, maltrecho, va y le comenta a su preceptora lo que ocurrió pero ella le contesta que por algo habrá sido. Ante esto, el flaco decide no seguir ventilando la situación, que se repetirá una y otra vez con otros de sus compinches.

Como la cosa no termina de acomodarse, una mañana ese profesor decide que todo tiene su límite, y que sin él esa escuela jamás se acomodará. Entonces, llega temprano, se mete en la dirección y establece que, a partir de ese día, la escuela queda bajo su control operacional. Impone rígidas reglas cuyo cumplimiento da una opresiva sensación de orden, elogiado por padres, auxiliares, docentes y quinientos sesenta alumnos. Los otros cuarenta, muchos de los cuales ya habían sido advertidos, entienden que llegó su hora. Uno a uno comienzan a invisibilizarse pero, obviamente, no alcanza: el nuevo "director" está disupuesto a acomodar las cosas. Y por lo tanto, comienza a planear y ejecutar formas cada vez más sofisticadas de sostener ese orden: se empieza a rumorear que a uno lo dejó atado al mástil del patio todo un turno de clases, que a otro lo encerró tres horas en un baño que no era higienizado desde hacía dos meses, etc. Llegado cierto momento, los cuarenta alumnos no estuvieron más en esa escuela: nadie sabía qué les había pasado, pero todos preferían creer que, por fin, se los había echado o se les había dado el pase a otro lugar.

En esa situación ideal de reestablecimiento del orden escolar, y a medida que se va quedando sin castigados, el instructor incorpora nuevos destinatarios/as de sus acciones. Siempre fue un enfermo (sólo un enfermo podría ser instructor de boxeo) y ahora tiene rienda suelta a su perversión: al de mejores notas, por ser el de las mejores notas; a la de las trencitas más prolijas y ajustadas, por esa misma razón. En definitiva, todos y por cualquier motivo: el clima perfecto de terror para que nada pasara sin que él lo autorizara.

Las motivaciones de este funesto personaje son harto conocidas; el final de su historia, también. La pregunta de fondo es: una vez que deje la dirección, el poder, ¿qué hacer con él?

Si se decidiera que es merecedor de lo mismo que realizó, entonces nadie allí aprendió realmente nada. Si se creyera que la fuerza de cuarenta alumnos homologó la desmedida perversidad de un adulto que se auto-invistió la responsabilidad de estar a cargo de la escuela, se simplificarían demasiado las cosas: se termina en el armisticio, o pidiendo perdón inter pares, como si nada hubiera pasado. Si se lo condecorara por los servicios prestados, se estaría comprobando que ese colectivo (o colectivos superpuestos y en tensión) al que denominamos "comunidad escolar", sencillamente, enfermó junto con el profesor de educación física.

El único, verdadero, genuino camino es el de la memoria, la verdad y la justicia. Le pese a quien le pese y chille quien chille. Juicio y castigo en cárceles comunes para los genocidas y sus cómplices no es un eslogan, ni es revanchismo. Urgen la unificación de causas y la aceleración de procesos, dando por probado el plan sistemático de exterminio de personas, para que no sea esa supuesta y bucólica "justicia divina" la que se encargue de ellos.

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