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jueves, 17 de julio de 2008
Esto no terminó (no debería terminar) con la sesión en la Cámara de Senadores de esta madrugada • Sensaciones acerca de un debate que no se dio • Lo que en verdad estuvo en juego (y pasó por el costado)
En la madrugada de hoy, la Cámara de Senadores de la Nación rechazó el proyecto de ley que ratificaba la famosísima Resolución del Ministerio de Economía Nº 125/08, y además delegaba en el Poder Ejecutivo el ejercicio de la facultad de fijar los derechos aduaneros de exportación (retenciones). En una votación empatada, el Vicepresidente de la Nación, en su función constitucional de Presidente del Senado, dirimió la paridad decidiéndose por el rechazo de ese proyecto. Las cámaras empresariales del sector agrícola, y los políticos alineados con ellas, mostraron en el fin de la sesión y durante el día de hoy su satisfacción, afirmando (palabras más, palabras menos) que éste fue un triunfo de la democracia.
Desde un punto de vista lingüístico, el sintagma deverbal un triunfo de la democracia es una figura retórica, una metonimia que condensa y oculta sentidos: la democracia triunfó sería su equivalente verbal, aunque no podemos recuperar quién es el agente de esa acción (el sujeto oracional): ¿los demócratas?, ¿la oposición?, ¿las cámaras del campo?, ¿el “pueblo”, la “gente”? ¿Los repudiados del que se vayan todos, pero se quedaron, como Carlos "Me llevo todo" Menem, Hilda "Porta-apellidos" G. de Duhalde, Adolfo "Jueguetito" Rodríguez Saa? El sintagma un triunfo de la democracia es un útil lingüístico, que permite construir, desde el discurso, un colectivo de identificación (y, por lo tanto, de des-identificación) difuso pero efectivo: alguien no es parte de la democracia; si alguien triunfó, alguien perdió.
El signo (ideológico, a fin de cuentas) democracia ha ido trasvasando sus sentidos con el péndulo de nuestra historia: de aquel fundacional, de corte liberal, en el que el pueblo a que aludía era el letrado, entendido, burgués, a otro más amplio, el del aluvión zoológico; de categoría más o menos abstracta y poco convincente, a la utopía del se come, se cura y se educa; de la delegación del poder en manos de algún caudillo más o menos fuerte, a la utópica participación en instancias de representación y control asamblearios, allá por 2002. Y en el medio, siempre, sectores sociales que se sintieron dentro o fuera de la democracia, que se creyeron los dueños o custodios o mártires o quintaescencias de esa democracia. Y siempre, también, el poder, la disputa o cesión o preservación del verdadero poder, porque de eso se trata.
La paradoja de estos cuatro meses en los cuales el “conflicto” del “campo” (aquí, de nuevo, la trampa lingüística: este sintagma se conforma sobre el campo tiene un conflicto, hecho que demuda, esconde y diluye varias cuestiones, que hacen a la verdadera) coronó la agenda es que las posiciones se adoptaron, una vez más, como un Ríver-Boca acrítico, en el cual lo comunicacional (casi goebbelianamente) hizo sucumbir al debate: voces chillonas y sordas que hartaron a las acomodaticias y tranquilonas clases medias urbanas, esas que quieren seguir anestesiándose con el Tinelli visto en la tele de plasma 42’ pagada en cuotas. La paradoja es, entonces, que el triunfo de la democracia sea, en buena medida, el del no te metás, en su versión no jodan más, quiero vivir en paz. En democracia, no se puede vivir en esa paz de cementerio, pues los conflictos son inherentes a las sociedades, y la confrontación por el poder, por los proyectos, por los modelos, se definen con, pero también más allá, de los votos de un domingo.
Un cuarto de siglo de una economía agro-exportadora, de exacción de materias primas, con soporte en las finanzas y los servicios, fue impuesto a rebenque y sangre. No se sale de él con paz, ni con el diálogo del hambriento a los pies de la mesa del opulento amo. Se sale con tensiones, con confrontaciones, con disputas encuadradas en la política, entendida precisamente como el espacio en el que los sujetos sociales, y sus representantes, abordan estas coyunturas: acuerdan y negocian, pero sin el tufillo de tongo y transa que se le suele asignar a esta acción. Ciertos sectores hay a favor de aquella economía, y otros que confrontan con ella. Ni “el campo” es, todo él, homogéneamente conservador-gorila, ni “el gobierno” es el revolucionario que viene a socializar los medios de producción. Se trató, apenas, de un voraz intento de quedarse con parte de una tajada, generosa tajada extra de esos que quieren (o tienen, o desean) toda (o buena parte de toda) la torta: apenas una medida desarticulada, que dijo pretender redistribuir, dentro de un modelo que no redistribuye a conciencia y con vocación. Y se trató, también, de un rechazo en el que se embolsó todo al por mayor y sin propuesta alternativa seria y a la vista, egoístamente, poniendo en vilo la frágil economía del país: sectores agrupados por el espanto que pretendieron (y van logrando) jaquear un gobierno como para marcar límites, delimitar una cancha. El senador oficialista Urquía, dueño de Aceitera Deheza (una de las mayores agro-exportadoras del país) manifestó ayer implícitamente en el recinto lo que no se puede explicitar: que la coyuntura internacional invita a alimentar a 400 millones de personas, y que sólo cuando se venda (se gane) por esa cantidad, se podrá hablar de alimentarnos a los 40 millones de argentinos.
A pesar de que el análisis contrafáctico no tiene entidad científica, a veces es útil para repensar categorías. ¿Qué hubiera pasado si Cobos hubiese desempatado a favor de la ley? Seguramente, no hubiera sido un triunfo de la democracia, por más que fuese el mismo gobierno el que impulsó el tratamiento legislativo de la medida; seguramente hubiera sido banelquizado ese hipotético triunfo, esmerilado, empañado. Sin embargo, esto no ocurrió y el número dos del Poder Ejecutivo votó en contra de la ratificación de una medida que impulsó ese mismo Poder. Visto estrictamente de afuera, y con perspectiva puramente política, no haber sostenido la medida (que ni siquiera la propia tropa acompañó palmariamente), es algo prudente. Pero pone en emergencia, precisamente, la calidad de esta democracia que –dicen– fue la que triunfó: el sistema de representación, el debate acerca de los proyectos de país. Quién, cómo y para qué tiene o quiere el poder, en definitiva.
Desde un punto de vista lingüístico, el sintagma deverbal un triunfo de la democracia es una figura retórica, una metonimia que condensa y oculta sentidos: la democracia triunfó sería su equivalente verbal, aunque no podemos recuperar quién es el agente de esa acción (el sujeto oracional): ¿los demócratas?, ¿la oposición?, ¿las cámaras del campo?, ¿el “pueblo”, la “gente”? ¿Los repudiados del que se vayan todos, pero se quedaron, como Carlos "Me llevo todo" Menem, Hilda "Porta-apellidos" G. de Duhalde, Adolfo "Jueguetito" Rodríguez Saa? El sintagma un triunfo de la democracia es un útil lingüístico, que permite construir, desde el discurso, un colectivo de identificación (y, por lo tanto, de des-identificación) difuso pero efectivo: alguien no es parte de la democracia; si alguien triunfó, alguien perdió.
El signo (ideológico, a fin de cuentas) democracia ha ido trasvasando sus sentidos con el péndulo de nuestra historia: de aquel fundacional, de corte liberal, en el que el pueblo a que aludía era el letrado, entendido, burgués, a otro más amplio, el del aluvión zoológico; de categoría más o menos abstracta y poco convincente, a la utopía del se come, se cura y se educa; de la delegación del poder en manos de algún caudillo más o menos fuerte, a la utópica participación en instancias de representación y control asamblearios, allá por 2002. Y en el medio, siempre, sectores sociales que se sintieron dentro o fuera de la democracia, que se creyeron los dueños o custodios o mártires o quintaescencias de esa democracia. Y siempre, también, el poder, la disputa o cesión o preservación del verdadero poder, porque de eso se trata.
La paradoja de estos cuatro meses en los cuales el “conflicto” del “campo” (aquí, de nuevo, la trampa lingüística: este sintagma se conforma sobre el campo tiene un conflicto, hecho que demuda, esconde y diluye varias cuestiones, que hacen a la verdadera) coronó la agenda es que las posiciones se adoptaron, una vez más, como un Ríver-Boca acrítico, en el cual lo comunicacional (casi goebbelianamente) hizo sucumbir al debate: voces chillonas y sordas que hartaron a las acomodaticias y tranquilonas clases medias urbanas, esas que quieren seguir anestesiándose con el Tinelli visto en la tele de plasma 42’ pagada en cuotas. La paradoja es, entonces, que el triunfo de la democracia sea, en buena medida, el del no te metás, en su versión no jodan más, quiero vivir en paz. En democracia, no se puede vivir en esa paz de cementerio, pues los conflictos son inherentes a las sociedades, y la confrontación por el poder, por los proyectos, por los modelos, se definen con, pero también más allá, de los votos de un domingo.
Un cuarto de siglo de una economía agro-exportadora, de exacción de materias primas, con soporte en las finanzas y los servicios, fue impuesto a rebenque y sangre. No se sale de él con paz, ni con el diálogo del hambriento a los pies de la mesa del opulento amo. Se sale con tensiones, con confrontaciones, con disputas encuadradas en la política, entendida precisamente como el espacio en el que los sujetos sociales, y sus representantes, abordan estas coyunturas: acuerdan y negocian, pero sin el tufillo de tongo y transa que se le suele asignar a esta acción. Ciertos sectores hay a favor de aquella economía, y otros que confrontan con ella. Ni “el campo” es, todo él, homogéneamente conservador-gorila, ni “el gobierno” es el revolucionario que viene a socializar los medios de producción. Se trató, apenas, de un voraz intento de quedarse con parte de una tajada, generosa tajada extra de esos que quieren (o tienen, o desean) toda (o buena parte de toda) la torta: apenas una medida desarticulada, que dijo pretender redistribuir, dentro de un modelo que no redistribuye a conciencia y con vocación. Y se trató, también, de un rechazo en el que se embolsó todo al por mayor y sin propuesta alternativa seria y a la vista, egoístamente, poniendo en vilo la frágil economía del país: sectores agrupados por el espanto que pretendieron (y van logrando) jaquear un gobierno como para marcar límites, delimitar una cancha. El senador oficialista Urquía, dueño de Aceitera Deheza (una de las mayores agro-exportadoras del país) manifestó ayer implícitamente en el recinto lo que no se puede explicitar: que la coyuntura internacional invita a alimentar a 400 millones de personas, y que sólo cuando se venda (se gane) por esa cantidad, se podrá hablar de alimentarnos a los 40 millones de argentinos.
A pesar de que el análisis contrafáctico no tiene entidad científica, a veces es útil para repensar categorías. ¿Qué hubiera pasado si Cobos hubiese desempatado a favor de la ley? Seguramente, no hubiera sido un triunfo de la democracia, por más que fuese el mismo gobierno el que impulsó el tratamiento legislativo de la medida; seguramente hubiera sido banelquizado ese hipotético triunfo, esmerilado, empañado. Sin embargo, esto no ocurrió y el número dos del Poder Ejecutivo votó en contra de la ratificación de una medida que impulsó ese mismo Poder. Visto estrictamente de afuera, y con perspectiva puramente política, no haber sostenido la medida (que ni siquiera la propia tropa acompañó palmariamente), es algo prudente. Pero pone en emergencia, precisamente, la calidad de esta democracia que –dicen– fue la que triunfó: el sistema de representación, el debate acerca de los proyectos de país. Quién, cómo y para qué tiene o quiere el poder, en definitiva.
Etiquetas de esta entrada: La polis
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Me gustó lo que escribiste y estoy muy de acuerdo con vos.
ResponderEliminarLo que me cuesta divisar ahora, como seguramente le pase a muchos, es cómo sigue esto. No sólo creo que no "triunfó la democracia" (sea lo que sea que signifique), sino que al contrario, hace rato el kirchnerismo está en una crisis política insalvable: tal es así que no le quedó otra que ceder ante el "campo" y derogar la 125, con todo lo que eso significa. Y fue impotente para hacerlo porque en general, la clase obrera, la única capaz de enfrentar al "campo",no tiene porque salir a defender a un gobierno que no cambio nada (movilizaron solamente a un aparato fracturado).
Pero no se que va a resultar de este cuadro (o sea, de la crisis política del gobierno), aunque seguramente nada que me saque una sonrisa, sino todo lo contrario. Porque por el otro están los Duhalde, Barrionuevo, etc. etc.
Habrá que ver si pretenden dejar que el gobierno pague por todo lo que viene, mientras ellos intentan ganarse su base para poder enfrentarlos más adelante (lo que incluye, claro, las conocidas maniobras de desestabilización).
Para mi, esta es la salida por la que va a optar la oposición, lo cual quiere decir más peleas faccionales por el poder, o sea, que estamos (otra vez) ante la muerte de la democracia burguesa.
Este es mi nuevo blog, Esteban. Danila abandono el otro y me sentía muy solo allá(?).
Saludos.
Perdón, cuando digo "Y fue impotente para hacerlo...", debería decir algo como impotente para ganar la pulseada contra el "campo".
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