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lunes, 24 de septiembre de 2007

El vuelo efímero

Otro "vigésimo aniversario". Cada tanto se me da, desde siempre, por escribir algún cuentito. Este, según creo, fue previo a la poesía "Pájaro", quizás unos días antes o el mismo día, eso ya no lo sé. Hay otros ejercicios anteriores: me recuerdo usando una vieja máquina de escribir Olivetti (para ser escritor siempre hay que tener a mano una mítica máquina de escribir, obvio), tratando de redactar una novela a la que jamás podría releer, cuyo personaje se llamaba Damián, si no me equivoco, una especie de alter ego evidente. También me rememoro escribiendo cuentos policiales al estilo de la serie negra, mis lecturas por entonces. Pero nada de eso justifica más palabras que estas, las del recuerdo que nombra y esconde.

El cuento que reproduzco es el primero que, podría decirse, "me gustó" como resultado, como trabajo. Leído en perspectiva, lo daría vuelta y lo escribiría de nuevo, cambiándolo todo. Pienso que si es que vale, lo sería sólo como hito, creo, como mojón testimonial, quizás. También éste tiene su "mérito profesional". El año anterior, había presentado en el concurso literario de mi escuela un cuento casi apócrifo, una reformulación larga y tediosa, una prosificación de no me acuerdo qué episodio de mi historieta favorita: Las aventuras de Hijitus. Algo quería entregar a ese concurso pero, como me pasa hasta hoy, no se me ocurría nada digno de ser contado. Por supuesto que no figuró ni en los premios, ni en las menciones, ni tan siquiera en las puteadas del jurado por haberlo tenido que leer.

Al año siguiente, habiendo ya pasado por algunos cuentos "propios", me largué en el mismo concurso presentando este, que ganó el primer premio, mientras alguno de esos ejercicios versificados de los que hablé en el post anterior sacaba un tercero: indignación total, puesto que siempre supe que si algo quería ser cuando fuera grande, era ser poeta, y no cuentista (Era una de esas poesías que describí, una rebuscada forma de declarar amor, no era "Pájaro", texto que al principio no me gustó para nada, porque no hablaba de amor, porque era "extraño" a mi "poética" (?). Fue Germán el que, de entre una pila de papeles que le di, decidió que debíamos presentarla, seguramente porque era la que mejor inspiraba una ilustración para el concurso) En algún lado también debe de estar la revista escolar que se editaba en mi escuela, donde se publicó "El vuelo efímero".

Por supuesto que cada uno de estos textos, poesías o cuentos, encierran también recuerdos, biografías, "motivos". No es que un día logré volar y enseñé a volar a los demás, obvio: la literatura (incluso, la poesía) es ficción (al menos, así lo veo), en tanto es un trabajo sobre el material del lenguaje para arrancar de él un "algo" que surge de uno, y ya no es de uno: es del lenguaje, es de la palabra, es de todos. En el caso de la poesía, esa "ficción", me parece, pasa por la construcción del "lugar enunciativo". Dentro de esta historia, y en el orden de lo biográfico (que por suerte nunca nadie se va a tomar la molestia de escribir), lo que más bronca siempre me dio es que mi amiga Graciela, mi gran amiga Graciela, siempre hubiera defendido la tesis de que yo era mejor cuentista que poeta Creo que lo decía por culpa de éste, o de algún otro bosquejito.

En fin, texto por texto, acá esta el del cuento.


Fue en 1986. En los primeros meses de 1986. Mi presencia, como todos los años, causaba gran conmoción.

Para ser exacto diré que fue en enero. Era verano, y hoy puedo afirmar que ése fue el verano más ardiente que pasé.
El calor sofocaba; por eso la playa estaba llena de gente.

Los chicos eran mis principales seguidores. Nunca antes había tenido tantos adeptos. Todos se interesaban en mí. ¡Era hermoso verles las caras asomadas, desde lo alto!

El primer día en que me vieron se asombraron. Todos me preguntaban cómo lo hacía: Juan simplemente me dijo que quería que le enseñase a volar.

Las clases fueron vertiginosas. Todos mis alumnos sabían ya el secreto: soñar. Juan iba más allá. Estaba listo.
Una tarde de cielo rosa y de sol anaranjado, Juan me dijo: "Estoy listo". Eso fue todo. No precisábamos más palabras. Era una comunicación interna. Los cuerpos se entendían aun sin hablar. Cada uno era el complemento perfecto del otro.

Salimos. Mi experiencia hizo que mis brazos se movieran primero. Nada de alas, ni plumas. Mi cuerpo humano volando por los aires en ese atardecer. Ya lo había hecho muchas veces, pero volar con él se convertía en algo misterioso, único. Inquietante, como la primera vez.

Él lo hizo con miedo. Sabía que lo importante era soñar. Creerse pájaro. Batir muy fuerte los brazos, enfrentar al viento majestuoso y tirano. Elevarse y elevarse. Creerse pájaro. Él lo sabía. Él volaba conmigo. Estábamos los dos sobre la arena violeta y el mar scuro. Estábamos entre el cielo alto y el mar cercano. Volábamos. Volábamos. Dábamos vueltas y vueltas. Éramos pájaros-hombres en dominio absoluto del viento.

Juan se alejaba de mí. Estaba asumiendo la última sensación de pájaro: la libertad. Andaba solo. Y yo lo dejaba.
-¡No te alejes mucho!- gritaba mi experiencia de pájaro. Ya no me escuchaba.

Juan volaba. En círculo. A lo alto. En picada. Juan volaba. Movía sus brazos, que eran alas invisibles y doradas, con la seguridad de un canario.

No supo lo que hacía y se acercó mucho al mar. Demasiado, quizás. Yo lo miraba desde lejos. Lo veía tan contento... él también era pájaro.

Se acercó mucho al mar. Sólo vi cómo caía. Sólo vi en el agua unos aros con vida que crecían hacia el infinito. Y él que no estaba.

Traté de ayudarlo. Le grité. Me acerqué al mar -no tanto como él. Ya era tarde. Estaba a punto de morir. Sus invisibles plumas doradas estaban mojadas. Y todo pájaro al que se le mojan las alas no puede volar...

Y así me fui. Mi alumno no estaba. Mis enseñanzas habían sido buenas: aprendió a ser pájaro.

Quizás olvidó que también era hombre.

2 comentarios :

  1. ¡La pucha! ¡Se olvidó que era hombre!

    Agua, aire, tierra. Aprendió a volar, pero olvidó que sus pies deben permanecer en la tierra, y así fue como se hundió en aguas profundas.

    Daniela

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  2. De cualquier manera siempre es mejor tener los pies embarrados que las alas rotas. Nacimos para el suelo, volar es algoi grandioso siempre y cuando no olvidemos que nuestros cuerpos se manejan mejor en el plano terrestre, aunque volar siempre es tan vertiginoso y ¿que es el vertigo si no es incesante deseo de caer que planteaba Unamuno? Abrazos y exitos, Victor de Marmol.

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