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jueves, 29 de noviembre de 2007

NOVELA (TERCERA ENTREGA)

Andá leyendo las entregas anteriores: 1 - 2


VII

Gonzalo Coronel esperaba moviéndose nervioso, con tics aprendidos en códigos y leyes no escritos; quería hablar y las palabras no le salían: apenas balbuceaba monosílabos, que el asesor letrado acallaba en cuanto el chico lograba hilvanarlos en su mente.

Un rumor metálico y periodístico ronroneaba la sala: flashes, luces, alguien que iba a un corte y enseguida volvería para continuar informando desde el lugar de los hechos, donde concurrió a su primera audiencia el asesino parricida; improvisados cafeteros que ofrecían algo para mantenerse atento y con el estómago lleno, porque vaya uno a saber cuándo saldría éste, con todo lo que tendría para decir.

Más allá de la puerta, vecinos alborotados reclamaban que saliera el acusado, reo que había dado premeditada muerte a sus padres: no importan los motivos -decían- este pibe es una amenaza para la sociedad, un mal ejemplo para la juventud. ¿Y qué hace el gobierno para impedir esto? Nada, son cómplices, son una banda de delincuentes que apoyan al futuro colega... Bah, ni futuro, actual colega.

Algunos programas, que acaparaban un buen paquete de la audiencia y de la publicidad, continuaban con los paneles y las discusiones, cada vez con más y sofisticadas herramientas de acercamiento a la verdadera opinión del pueblo, porque el debate está instalado, señora, y usted puede opinar. Mande *666 con la palabra "inocente", si cree que Gonzalo Coronel ha sido víctima de nuestra sociedad, o *666 con la palabra "culpable", si considera que mató arteramente a sus padres, como lo que es: un asesino malparido.


Y la gente, en el taxi, en los colectivos, en el supermercado, en los velatorios, en la cola del banco, en la iglesia, en los albergues transitorios, en las plazas, en los subtes, en los partidos de polo, en los shoppings, en la peluquería, en la pileta, en las reuniones de padres y en las de tupperware, en todos lados opinaba, decidía el futuro de Gonzalo Coronel, asqueroso asesino de sus padres.


VIII

Era una casa triste, con verjas arrumbadas; el revoque amenazaba caerse a cada momento; plantas secas y desolación... No estaba tan cerca del pueblo, ni tan lejos: apenas una distancia que bien podría marcar la frontera entre el cielo y el infierno. La fachada de edificio bajo, de ésos que se ven en las afueras de un conglomerado de casas de provincia, apenas recibía la luz del sol, tapado como estaba por copas de árboles crecidos a su antojo.

No quería que nadie supiera de él: ser una sombra, un fantasma (y cada vez que recordaba esta palabra, inexplicabelmente, sentía un escalofrío, un llanto irresuelto) que pudiera deambular entre vivos, estando muerto. Era mediodía y el sol caía certero, buscando que brotara sudor en un rostro que se negaba a exteriorizar signos vitales. Zumbaban los insectos, merodeaban, acechaban.

Casi automáticamente había dicho en el local: “Quiero una casa en la selva”. El empleado, quizás dueño o quizás encargado del lugar, lo miró con cierto desprecio. Otro porteñito que quiere hacerse el macho, se dijo, y confirmó su razonamiento cuando la luz le rozó de lleno el rostro, que dejó en evidencia su entera palidez. No tenés color, hermano, te falta vida, te sobra calavereada... Se te nota: no durás. Mientras tanto, le ofrecía ranchos destartalados, en lugares inhóspitos, puro machete para llegar. “Puede ser cualquiera de éstos”, le comentó seco, y señaló, visiblemente al azar, un papel viejo, de esos que de tanto ser mostrados y mostrados sin ser elegidos, se han tornado hostiles, amenazantes. Ja, ¿justo ésta?. Te voy a llevar gustoso, pibe: a ver cuánto aguantás... "¿Se va a quedar mucho tiempo?", fue la pregunta, casi un formulismo: sabía que respondería algo así como No sé, veremos... Tengo ganas de morir allí, pensó Leonardo, pero sólo contestó que sí.

El trayecto fue breve, y silencioso. Ninguno hablaba. El futuro dueño de casa siquiera atendía al camino: era su intención volverlo a recorrer sólo para aprovisionarse, quizás para ir al correo... Ya vería. Por ahora, únicamente quería llegar, echarse a dormir o, mejor dicho, recostarse a pensar, a recordar. Tenía efectivo encima, y ni había preguntado cuánto saldría el alquiler.

- Me parece bien -le dijo al empleado-, la tomo. La había aceptado porque le gustaron instantáneamente las verjas casi moribundas, tan débiles que amenazaban tumbarse, mientras algo que no provenía de ellas mismas las sostenía, rutinariamente, en pie. Antes que el lugareño se fuera, le preguntó si no quería ganarse unos pesos llevándolo hasta el pueblo, y así comprar lo que viera que habría de necesitar. En realidad, quiso explicar todo eso, pero fue una idea más implícita que dicha: le arrojó, secamente, sin mirar, casi sin respirar, si podía llevarlo más tarde al pueblo, y traerlo. El tipo aceptó, y gustoso: Mal no me viene la guita que te voy a sacar por el caprichito, así me río un rato además con las cosas que comprás... Multiprocesadora seguro que no vas a encontrar... Quedaron en que a las cinco lo pasaría a buscar, y el hombre se fue tan sarcásticamente feliz que no pudo observar a Leonardo, dos ojos secos que lo miraban esperando que se fuera, ansiando estar solos.



IX

Leonardo:

Sé que te vas a preguntar “¿Y éste, por qué me escribe?”. Aunque te parezca mentira, conozco algunas características tuyas, como por ejemplo, saber qué podés pensar a veces. En realidad, vos también conocés algunas mías, así que sabrás qué te voy a responder... Por lo tanto, me abrevio el trámite de tener que justificar esta carta, y paso a lo que convencionalmente se espera de ella.

Acá en el hospital sigue todo exactamente igual, como cuando te fuiste. Tenemos los mismos problemas con el fürher, sigue boicoteando a la gente que le puede hacer sombra: el viejo no es gil, sabe que lo suyo es político... Peralta la otra tarde me preguntaba por vos, me decía que no lo podía creer, tan joven ella, ¿no?. En fin, las cosas que ya sabés que siempre se dicen en estos casos. El que te manda saludos en serio es José Luis. Quiere que sepas que lo que necesites, aunque estés lejos, no dudes en pedírselo. La otra tarde nos acordábamos de ese día en que estábamos en la plaza y no me acuerdo por qué empezaste a cantar y payasear, y José Luis dijo que él lo hacía mejor y se cayó de culo. ¿Te acordás qué cagazo nos pegamos? En fin, eran otros tiempos, al final nuestros viejos tenían razón con el tango. Che, mi esposa pide que no te olvides de explicarnos bien cómo llegar hasta allá, porque en el verano quiere ir a visitarte. Si se porta bien, a lo mejor la acompañe...

Te cambio el tema: no sé si leíste algo de Gonzalo Coronel. Es uno de casi dieciocho años que mató al padre y a la madre, y no quiere decir por qué. Me dijeron en el juzgado que a lo mejor me toca a mí, porque creen que voy a poder dar con el perfil de ese pibe. Es algo difícil, porque el abogado quiere mostrar que el chico actuó por emoción violenta, pero que es absolutamente normal, sano y bueno, una pobre víctima; los fiscales quieren confirmar que es un esquizo-psicótico-paranoico peligroso, y que hay que mandarlo en cana ya; los medios quisieran verlo ahorcado; y la gente, bueno, pide pan y circo... Dice el juez que mucho va a depender del informe psicológico del perito, y por eso estoy medio asustado; pero por otro lado pienso que esto me puede llevar a que me conozcan, en fin, cotizarme dentro de lo forense y enganchar algo privado. Espero que me vaya bien, mañana empiezo con las entrevistas; hace un mes que lo tienen detenido, los abogados no quieren que se alargue el tiempo... Como sabés, cuanto más pase, más difícil de asegurar que fue emoción violenta.

Mi familia está bien, contentos cuando les dije que habías escrito. Bastante escueta, eso sí. Nos quedamos con ganas de enterarnos más cosas tuyas, saber en qué ocupás todo el día en el medio de la selva, en fin, que nos digas cómo te sentís, cómo estás.

Anduvieron hace poco tus viejos por casa. ¿No les dijiste a dónde te ibas? Deberías haberles escrito algo, aunque sea para cumplir. Ya sé qué me vas a contestar, pero igual: tomá en cuenta que yo lo veo desde afuera, y más objetivamente (Sé que no vas a hacerlo). Por casa te mandan todos un cariño. Yo, un buen abrazo de amigo.

Alfredo

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