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lunes, 3 de diciembre de 2007
Este viernes 30 de noviembre, mi vieja se jubiló • La homenajearon con una fiesta de despedida en la escuela donde fue directora durante 15 años • Estas son las palabras que me hicieron decir • Como me gustaron, las comparto • Ya se van a jubilar ustedes, también, algún día...
Es curioso. Me acaban de presentar como el director de la E. S. B. Nº 25 pero acá, para todos, soy "el hijo de Susana". Será por eso que cuento con varias ventajas esta noche, en este acto: por suerte no estamos acá para celebrar que mi madre se jubile… como madre. O sea que ustedes van a dejar de escuchar los clásicos “piruli”… tal cosa, pero yo no voy a dejar de oír en todo momento “nene”… tal otra.
Tengo otra ventaja a mi favor: conozco mucho de lo que aquí se vivió, aun cuando jamás trabajé en este lugar. Si es cierto que esta escuela es una especie de fraternidad profesional, en buena medida me siento parte de ustedes, un pariente lejano quizás, porque la 148 estuvo presente en mi propia familia desde antes, incluso, de que Susana Díaz ocupara esta Dirección: ya deseaba trabajar acá cuando todavía lo hacía en otras escuelas.
Otras ventajas son íntimas y personales: las opiniones acerca de hechos, situaciones y personas de esta escuela. Todos sabemos que se junta un grupo de docentes y hablan de eso, de su ser docente. Imagínense todos los temas que hablaríamos en casa los tres, docentes todos en escuelas de la zona.
En la trayectoria de mi madre, vista desde mi lugar de hijo, puedo leer un poco qué pasó con la educación en estos últimos veinte años. Qué fue y qué nos queda. Desde cuando todavía ser director era algo parecido a un título nobiliario, algo “importante” que se adosaba al nombre y engrosaba la dignidad de la persona, a hoy, cuando ser director es intentar construir un liderazgo, siempre fugaz, en los equipos de trabajo de la escuela, en el medio de problemas, problemas, y… problemas.
Es probable que cualquiera de los docentes que tuve en mi vida, de los que nada supe después, esté ya jubilado o jubilada. Por eso quiero rememorar acá, porque es propicia la ocasión, a mi primera maestra.
Suele decirse que la maestra es la segunda madre. Yo tengo pantallazos de recuerdos de ella: era joven, tenía el pelo como se usaba en esa época, morocha y alta, muy alta. La veo dulce y seria, ayudándome con las sutilezas del eme más a ma, eme más e me, etc. Y las sumas y las restas, con palitos, le pido al compañero y cuántos caramelos me quedan.
Yo escribo con la mano izquierda, y nuestro sistema de escritura fue inventado por diestros. O por zurdos, pero en épocas en que con los rollos y las tablillas no se sufría como ahora. Las hojas quedan simpáticamente decoradas con “orejas”, en mis tiempos hasta se compraban “orejeras” para evitarlas. Mi primera maestra, con devoción, me arrancaba las hojas borroneadas, y me exigía pasarlas prolijamente. Ni hablar cuando empecé con la lapicera de pluma fuente… Mi leal compañero era, debía ser, el papel secante. Y mi primera maestra controlaba mis progresos, y a veces hasta me daba algún amoroso tironcito de pelo, para que fuera prolijo.
No estoy diciendo que yo fuera un santo: si Freire escribió la pedagogía del oprimido, mi primera maestra podría haber postulado, teniéndome como caso testigo, la pedagogía del forajido. Vivía de florero en Dirección porque, misterios de la educación, pararte una hora o más en la puerta de ese despacho te llena de influjos benévolos que deberán transformarte en un buen pibe… Recuerdo una vez, en particular, en la que mi primera maestra pasó por allí, por la galería donde estaba yo parado, en penitencia, y con esas caras que sólo se ponen frente al forajido acorralado me dijo: “Ya vas a ver…” Y eso era todo: aprendí con ella el valor de los implícitos, aprendí el significado y el peso de cada palabra y de cada silencio.
Mi primera maestra, más allá de las anécdotas que relaté, me mimaba bastante. Supo acompañarme en el camino de la vida, cerca para sostenerme, lejos sin dejar de acompañar mis pasos. Lo que cada uno de nosotros entienda por la idea de una infancia feliz, eso es lo que mi primera maestra me dio.
Hay algo que sí me interesa rescatar, porque tiene mucho que ver con el hecho de que estemos hoy acá. Mi primera maestra fue, también, la primera que se opuso tenazmente a que yo fuera docente. Recuerdo que una tarde, contento, muy contento, se lo anuncié: cuando sea grande quiero ser maestro. Me miró muy seria, se sentó, y me puso la mano en el hombro, como pensando una respuesta, un argumento. Yo, que esperaba su aprobación inmediata, intuí en ese gesto algo malo. Le dio forma en su mente a una cruda verdad, enunciada con toda la atenuación posible, con toda la metáfora de que fue capaz: Te vas a cagar de hambre, me dijo. Y me abrazó, como sabiendo que no me había convencido; sé que orgullosa en su interior.
Y así es como llego hoy, acá. En la celebración de que la directora de la 148 se está jubilando. Y diciéndole a ella, delante de todos ustedes, que también la quieren bien, que es mentira que la maestra sea la segunda madre. Porque en mi caso, esta noche, como dije, juego con ventajas: mi primera maestra fuiste vos, vieja. Vos que hoy, para mí, por suerte, no te jubilás.
Tengo otra ventaja a mi favor: conozco mucho de lo que aquí se vivió, aun cuando jamás trabajé en este lugar. Si es cierto que esta escuela es una especie de fraternidad profesional, en buena medida me siento parte de ustedes, un pariente lejano quizás, porque la 148 estuvo presente en mi propia familia desde antes, incluso, de que Susana Díaz ocupara esta Dirección: ya deseaba trabajar acá cuando todavía lo hacía en otras escuelas.
Otras ventajas son íntimas y personales: las opiniones acerca de hechos, situaciones y personas de esta escuela. Todos sabemos que se junta un grupo de docentes y hablan de eso, de su ser docente. Imagínense todos los temas que hablaríamos en casa los tres, docentes todos en escuelas de la zona.
En la trayectoria de mi madre, vista desde mi lugar de hijo, puedo leer un poco qué pasó con la educación en estos últimos veinte años. Qué fue y qué nos queda. Desde cuando todavía ser director era algo parecido a un título nobiliario, algo “importante” que se adosaba al nombre y engrosaba la dignidad de la persona, a hoy, cuando ser director es intentar construir un liderazgo, siempre fugaz, en los equipos de trabajo de la escuela, en el medio de problemas, problemas, y… problemas.
Es probable que cualquiera de los docentes que tuve en mi vida, de los que nada supe después, esté ya jubilado o jubilada. Por eso quiero rememorar acá, porque es propicia la ocasión, a mi primera maestra.
Suele decirse que la maestra es la segunda madre. Yo tengo pantallazos de recuerdos de ella: era joven, tenía el pelo como se usaba en esa época, morocha y alta, muy alta. La veo dulce y seria, ayudándome con las sutilezas del eme más a ma, eme más e me, etc. Y las sumas y las restas, con palitos, le pido al compañero y cuántos caramelos me quedan.
Yo escribo con la mano izquierda, y nuestro sistema de escritura fue inventado por diestros. O por zurdos, pero en épocas en que con los rollos y las tablillas no se sufría como ahora. Las hojas quedan simpáticamente decoradas con “orejas”, en mis tiempos hasta se compraban “orejeras” para evitarlas. Mi primera maestra, con devoción, me arrancaba las hojas borroneadas, y me exigía pasarlas prolijamente. Ni hablar cuando empecé con la lapicera de pluma fuente… Mi leal compañero era, debía ser, el papel secante. Y mi primera maestra controlaba mis progresos, y a veces hasta me daba algún amoroso tironcito de pelo, para que fuera prolijo.
No estoy diciendo que yo fuera un santo: si Freire escribió la pedagogía del oprimido, mi primera maestra podría haber postulado, teniéndome como caso testigo, la pedagogía del forajido. Vivía de florero en Dirección porque, misterios de la educación, pararte una hora o más en la puerta de ese despacho te llena de influjos benévolos que deberán transformarte en un buen pibe… Recuerdo una vez, en particular, en la que mi primera maestra pasó por allí, por la galería donde estaba yo parado, en penitencia, y con esas caras que sólo se ponen frente al forajido acorralado me dijo: “Ya vas a ver…” Y eso era todo: aprendí con ella el valor de los implícitos, aprendí el significado y el peso de cada palabra y de cada silencio.
Mi primera maestra, más allá de las anécdotas que relaté, me mimaba bastante. Supo acompañarme en el camino de la vida, cerca para sostenerme, lejos sin dejar de acompañar mis pasos. Lo que cada uno de nosotros entienda por la idea de una infancia feliz, eso es lo que mi primera maestra me dio.
Hay algo que sí me interesa rescatar, porque tiene mucho que ver con el hecho de que estemos hoy acá. Mi primera maestra fue, también, la primera que se opuso tenazmente a que yo fuera docente. Recuerdo que una tarde, contento, muy contento, se lo anuncié: cuando sea grande quiero ser maestro. Me miró muy seria, se sentó, y me puso la mano en el hombro, como pensando una respuesta, un argumento. Yo, que esperaba su aprobación inmediata, intuí en ese gesto algo malo. Le dio forma en su mente a una cruda verdad, enunciada con toda la atenuación posible, con toda la metáfora de que fue capaz: Te vas a cagar de hambre, me dijo. Y me abrazó, como sabiendo que no me había convencido; sé que orgullosa en su interior.
Y así es como llego hoy, acá. En la celebración de que la directora de la 148 se está jubilando. Y diciéndole a ella, delante de todos ustedes, que también la quieren bien, que es mentira que la maestra sea la segunda madre. Porque en mi caso, esta noche, como dije, juego con ventajas: mi primera maestra fuiste vos, vieja. Vos que hoy, para mí, por suerte, no te jubilás.
Etiquetas de esta entrada: Biografía polifónica
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No es poca cosa celebrar la trayectoria de un docente.
ResponderEliminarHoy por hoy ser director no es facil. Es un cargo muy tironeado .
Por eso sigo soteniendo que hay que celebrae y destacar como brillante haber estado tanto tiempo en una misma institución.
Su mamá ,así como mi compañera de area por muchos años,sostuvo una de las instituciones mejor vistas por muchos.
Felicitaciones y saludos a su Señora Madre.
Silvia