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jueves, 6 de diciembre de 2007
X
Su hijo es un monstruo señora un monstruo abusa de mi hijo mi hijito que tiene nueve años se mete en mi casa le hace bueno usted ya sabe no hace falta que le explique señora lo que esa bestia le hace a mi hijo y yo que no estoy en todo el día pero le aviso señora le aviso y escuchemé bien porque Facundo es lo único que me queda y voy a a pelear con toda mi furia me entiende le meto tres tiros se lo acuchillo señora yo se lo mato escuchemé bien no quiero que pase ni siquiera por el frente de casa su hijo me entendió que ni se asome porque se queda sin hijo señora y digaseló a su marido para que le explique qué hacen los hombres señora bah su hijo un hombre su hijo es una mierda señora y si no se lo mato le juro por lo que más quiera que se lo hago pudrir en la cárcel
XI
Viejo, tengo que hablarte, viejo, despertáte, viejo, te digo que es importante, che, dale... Vino la Chiche, che, y dijo algo asqueroso, algo del Gonzalo... Viejo, ¿me escuchás?. Pero, che, al fin y al cabo también es tu hijo, aunque no lo podás dominar. Che, viejo, vino la Chiche, y dice que Gonzalo se lo mueve, el asqueroso, viejo, el nene nos salió trolo. Ahí entra, viejo, ¿le hablás vos o le digo yo? No, cómo que después, dejá de dormir, che, cómo que no es el momento... ¿Qué querés, dejarlo para el postre?. ¡Gonzalo, vení para acá!. Vino la Chiche, ¿qué le hacés a su hijo vos, degenerado? ¡No ves que es un nene, tiene nueve años, hijo de puta! ¿No tenés vergüenza vos? Te aprovechás porque el nene no tiene padre y de tanto estar entre mujeres le salió amanerado a la Chiche. Trolo, trolo de mierda, ¿qué le hacés al Facundito de la Chiche?
XII
¿Así que está viviendo en la casa de los López? Buena gente los López, aunque medios solitarios. Venían poco al pueblo, la mujer y las hijas no faltaban nunca a misa, pero el viejo aparecía poco; a veces se tomaba unas cañas en el bar y veía jugar a las cartas. Lo invitaban pero hacía que no con la cabeza, se mandaba la copita y salía, como si se hubiera asustado por la invitación o como si de repente se hubiera acordado que tenía que volver a su casa –Este es más callado que el viejo– ¿Bueno qué otra cosita quiere llevar?
El almacenero, fuerza viva de Montecarlo, acomodaba sobre el mostrador las cosas, indispensables, mínimas necesidades para subsistir; el empleado de la inmobiliaria llegó a husmearlas y la decepción por la frugalidad de los alimentos pedidos, por la previsilidad de la compra, que hacían de Leonardo casi un habitante más, desde siempre, nacido y criado en Montecarlo, lo llevó a pensar que había sido una mala idea hacerle de chofer a este porteñito creído que ni se interesaba por integrarse a su nuevo lugar ni se desarmaba en pasos en falso propios de un inexperto capitalino. Cuando Leonardo pagó, cargó las cosas sin saludar, con una mueca que no se esforzó demasiado en ser gentil, y salió hacia el auto, sin siquiera mirar al ocasional chofer. Éste lo siguió, con efusiones para el tendero, y subió al auto.
–¿Le hago una recorrida por el pueblo, maestro?
–Prefiero llegar pronto– contestó sin descifrar, sin advertir -o intuyéndola pero sin darle importancia- la entonación sarcástica en el maestro con que lo habían designado.
–Mire que no siempre voy a estar yo para llevarlo, no soy remisero. Igual no hay mucho para ver.
Sin esperar respuesta, empezó: ahí está el banco, de 8 a 13; allá el correo; ahí tiene un supermercado bastante completo, allá hay unos billares, “Bola 8”, ¿ve?. Si sigue por esta calle, que se llama Blandengues, acuérdese, para abajo, hay una casa de techo en aguas, aparentemente una casa de familia, pero si mira bien las ventanas nunca se abren: es la casa de la Loly, las chicas de ahí son limpias, ¿me entiende?, nada que ver con otros puteríos… Lástima que esté tan metido en el centro, pero… Igual se puede entrar por los fondos, que dan al parque, es lo mejor para que no te vean, eso. La otra vez salía el intendente, tan en pedo estaba que salió a las 9 de la noche por la puerta principal, por Blandengues. Quiso explicar que entró para ver si se estaba dañando la moral y el orden públicos, pero se le trababan las palabras y no tuvo más remedio que irse rápido. Y pobre tipo, la mujer es diputada, está en Posadas, viene cada tanto. La misma mina seguramente se lo perdonó, porque bueno, el hombre es hombre… Y de última lo otro fueron habladurías, ¿me entiende? Cada uno que te la cuenta te la vende cambiada, y si fuera por todos los que dicen que estaban ahí, en el pueblo ese día no había nadie laburando, no estaba ninguno en su casa... Qué sé yo, esas cosas son delicadas, porque… ¿quién no pasó alguna vez por un puterío, maestro? Como dice el dicho, el que esté libre de culpas que dispare el primer tiro.
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