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sábado, 8 de diciembre de 2007

"Porco Rex", el nuevo disco del Indio Solari

Salió a la venta ayer el nuevo libro de poesías sonoras del Indio Solari • Trece temas en casi una hora de sonido • Ave, Porco: MMVII Annus Regem consecrat te (¿será así el latinajo?)


Hay libros (películas, cuadros, lo que sea) que alcanza con leerlos una vez para tener una visión de conjunto. Buenos libros que te llevan de las narices a donde quieren, para que goces. Y hay libros (películas, cuadros, lo que sea) indómitos, infinitos, que te obligan a releer, a buscar bajo tu pulgar. Yacimientos de sentidos en ríos subterráneos tumultuosos. Así han venido llegando los últimos discos de los Redondos, y así llegaron los dos del Indio Solari: te invitan a volver.

Ave Porco, el mítico boliche de los '80, el de la primavera democrática después de las tinieblas, ahora es Rey. Al menos, su historia, su mística puerca se ha asentado en su reinado, y cerdo como es, corona en foto t
riunfal la contratapa del nuevo disco de Solari. La tapa, contra toda la historia, es una especie de serigrafía digital que está, ya, destinada a ser escuchada en remeras: el Indio en celeste, con los clásicos lentes oscuros. Fiel a la exquisita ironía de siempre, el disco va dirigido a los sordos: en la tapa, firma con lenguaje de señas (el de las posiciones de los dedos en las manos), "Indio" cerrando el título del disco; y en la contratapa, rodeando al cerdo triunfal, también en lenguaje de señas rubrican "Los fundamentalistas del aire acondicionado".

Se venía prometiendo un disco más despojado, donde el rock cobrara fuerza, pulsional. Esto, en la imaginería del Indio Solari, no era -obviamente- volver a Un Baion para el ojo idiota, veinte años vista, o a editar viejos inéditos... Toda la parafernalia publicitaria de estos días, esa que sucede, selectivamente, cada vez que aparece un disco de la
dupla Solari/Beillinson, reflejó, incluso en las fotos, el entusiasmo del Indio por los aparatitos y los monitores de PC, antes que por una guitarra o un teclado como fondo de su hábitat.

Un primer trabajo solista es una especie de gran test, aunque el alumno aventaje a cualquiera de los maestros que lo evalúa. Si ese examen es aprobado, y con mención de honor, como ocurrió con el Indio, se corre el riesgo de que el resto de las bolillas se aprueben de taquito. Es lo más común en la historia del rock, de aquí y de allá. Para alimentar un poco la mitología tribal, podríamos decir que es lo que pasó con el esperado (?) regreso de Soda Stéreo: una banda que sonó bien por estos días, tocando viejas canciones que sonaban mejor en su propia época. Y nada nuevo.

Porco Rex
es, por eso mismo, doblemente bueno: es bueno en sí mismo y porque redobla la apuesta. El Indio prefirió no continuarse, no perpetuarse (Skay, en cambio, pareciera estar optando por el otro camino, también válido: el cambio con
continuidad) y ensordecer a los sordos con un trabajo que, en cierto sentido, no deja de llevar su propio sello pero, por otro lado, tiene la marca distintiva de la creación.

No sé nada de técnica. Quizás sea una ventaja. No puedo hablar del sintetizador colocado allí donde la slide reverbera. Pero puedo decir cómo queda el conjunto, a oídos del sordo. El primer corte, Pedía siempre temas en la radio..., tiene la fuerza de apertura, no sólo en un disco sino en un estadio. ¿Abriremos con él próximamente en La Plata? Ojalá. Andamos esperando repetir un buen poguito. El segundo es Ramas desnudas, una de esas bala
das semirrápidas que al Indio le salen tan bien, con unos vientos que te envuelven mientras las guitarras te acarician. Sigue Sopa de lágrimas (para el pibe delete) un tema que, ya me pasó otras veces, me recuerda ciertos vaivenes sonoros de Virus. Te estás quedando sin balas de plata... es un tema de esos oscuros, en el que el Indio casi habla, casi susurra. Tatuaje te levanta y, particularmente, demuestra que el Indio, a sus casi 60 pirulos, maneja su voz a su antojo. Porco Rex chirimbolea lo que hubiera sido el cierre del "Lado A" en un LP, y tiene esos ecos melódicos del feliz pasado ricotero (de paso, apunto: habrá que hacer algún día el estudio del diálogo, a veces evidente, siempre sutil, entre las letras del Indio y las de Skay) Veneno paciente late tranqui, inoculándote la sangre con esa confesión de parte que hay como apertura: «Me cansa tener gente alrededor», y una de las tantas perlas poéticas que engarzan el disco: «Y pronto empezaste a ser un recuerdo, / y nada de lo que me gusta extrañar». Por qué será que Dios no me quiere? cambia el tono de himno pagano del tema anterior, y regresa a un muy buen roquito ricotero con distorsión de voz. Y mientras tanto el sol se muere... es una ensimismada canción que va y viene, profunda, metafísica: un canto al amor, sin cursilerías. Martinis y tafiroles es eso, una canción que está entremedio del pedo del éxito y la resaca posterior, tanto en la letra como en la música. Flight 956 (hay que pronunciar todo en inglés, porque así está cantado: "flaigt nain faiv six"), tema que en el arranque inmediato pareciera un típico tema de AC/DC, es, para los que buscan ese rock bailable, el tema que tienen que grabar en el TDK de 90 minutos. Vuelo a Sidney de nuevo tiene la voz del Indio como oculta mientras la guitarra alumbra. El disco termina con Bebamos de las copas lindas, proponiendo un cierre con brindis que realmente, es merecido: un verdadero levantar las copas celebrando. Todo el disco tiene un sonido, digamos, áspero: no hay estridencias en los instrumentos, y todos se homologan en la textura de la voz del cantante. (Si querés detalles técnicos, andá acá)

El arte merece, como siem
pre, capítulo aparte. Nuevamente la apuesta por el formato de un libro, en el que se cruzan la música, la literatura y la plástica, aunque ahora las ilustraciones son digitales y a color. Si El tesoro de los inocentes (Bingo Fuel) fue exageradamente sobrio en sus blancos y negros, acá nos encontramos con la exuberancia de los colores, y el rojo que pregna desde la tapa (¿contra la envidia?) En muchas imágenes aparecen mujeres, generalmente desnudas; en casi todas el mismo cerdo de la contratapa, rigiendo sus posesiones. En particular, impacta la imagen de unos fósiles, dinosaurios y demás, marchando, en una fila que encabeza este Rey Puerco. En una lámina, la central, el cerdo se transmuta nuevamente en el Indio, con fondo de entrevero de mujeres. Todo un guiño.

¿El costo? $ 42,99 (pesos cuarenta y dos con noventa y nueve, y si querés doná un centavo para la fundación Empomemos a los niños, del infame) Nada caro par
a una joya que, en un par de años, podrás vender en Leiva Joyas, seguramente.

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