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martes, 30 de septiembre de 2008
En cierto sentido, Alfonsina Storni es, a la poesía, lo que Roberto Arlt, para la misma época, fue para la narrativa, si bien ella contó prontamente con la popularidad de que él no gozó. Ambos eran hijos de la inmigración: carecían de prosapia o linaje, y eran vistos por la tradicionalidad literaria como lúmpenes proletarios que venían a disputar, desde una lengua-otra, el espacio del arte de la palabra. A diferencia de Arlt, quien encontró en el periodismo el lugar que la modernidad ofrecía, Alfonsina trabajó como maestra, traductora, etc., hasta que sus libros le permitieron sustentarse materialmente.
El relativamente rápido ascenso a la fama de Storni (y su correlativo rápido descenso) tiene que ver con el pulso moderno que la sociedad porteña de principios de siglo evidenciaba: una mujer que resignaba el espacio de ser-la-esposa-de y que escribe (en sus ratos libres, como pasatiempo) loas de amor a su hombre. Alfonsina es, precisamente, lo contrario de este prototipo, y esto no es sólo una afirmación biográfica: así como Sor Juana, en el México colonial, había escandalizado por hacer participar su escritura en los gozos de la vida, las poesías de Storni construyen una figura de mujer que interpela al hombre y lo ridiculiza, y al hacerlo, se reivindica como mujer. Algo así como una especie de proto-literatura feminista, sin el marco teórico que la militancia de género vendría a dar, tiempo después.
En el plano estético, la escritura storniana viró desde un modernismo más o menos sencillista (del que participaron Nalé Roxlo, Fernández Moreno, etc.) hasta una escritura más despojada, más ligada a las nuevas tendencias de las vanguardias que surgieron y se consolidaron a partir de los años '20. No obstante, la técnica de versificación, patrimonio hasta entonces de, por ejemplo, Leopoldo Lugones, en Alfonsina fluyó de un modo osado y es, aún hoy, un compendio didáctico-práctico para quien desee aprender esta preceptiva.
La poesía que sigue tiene, a nuestros ojos, el sabor de las cosas añejas. Sin embargo, en su momento, seguramente habrá batallado el sentido común y las convenciones establecidas. En el plano formal, su estructura de romancillo permite e invita la declamación (algo muy frecuente y común en la educación de las niñas porteñas); en el plano textual, remite indefectiblemente a Hombres necios que acusáis, de Sor Juana. Ideológicamente, subvierte la posición dominante del hombre, quien goza del permiso social para "haber todas las copas a mano", con la condición de que éstas sean estigmatizadas como mujeres de mala vida, es decir, mujeres dadas al goce de su propio cuerpo y del hombre. La mujer de esta poesía, sin resignar su condición de mujer, a secas, presenta como pecador, y por lo tanto como sujeto de redención, al hombre, al menos al hombre que la pretente casta, en una dialéctica del gozo (y eventualmente, la culpa) que no es responsabilidad de la mujer, como hipócritamente se afirmaba y aceptaba entonces (y quizás, a veces, todavía hoy)
Capítulo aparte merece el archivito de audio que incluyo: es una perlita de la net. Berta Singermann está considerada como la mejor declamadora argentina, y aunque quizás la primera escucha nos resulta, digamos, grandilocuente, propia del teatro de los '40, oyéndola atentamente se percibe en su voz el exacto tono irónico, desafiante y burlón que la poesía tiene.
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Tú me quieres alba,
Me quieres de espumas,
Me quieres de nácar.
Que sea azucena
sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada
Ni un rayo de luna
Filtrado me haya.
Ni una margarita
se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
Tú me quieres blanca,
Tú me quieres alba.
Tú que hubiste todas
Las copas a mano,
De frutos y mieles
Los labios morados.
Tú, que en el banquete
Cubierto de pámpanos
Dejaste las carnes
Festejando a Baco.
Tú, que en los jardines
Negros del engaño
Vestido de rojo
Corriste al estrago.
Tú que el esqueleto
Conservas intacto
No sé todavía
Por cuáles milagros,
Me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
Me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡Me pretendes alba!
Huye hacia los bosques;
Vete a la montaña;
Límpiate la boca;
Vive en las cabañas;
Toca con las manos
La tierra mojada;
Alimenta el cuerpo
Con raíz amarga;
Bebe de las rocas;
Duerme sobre escarcha;
Renueva tejidos
Con salitre y agua;
Habla con los pájaros
Y lévate al alba.
Y cuando las carnes
Te sean tornadas,
Y cuando hayas puesto
En ellas el alma
Que por las alcobas
Se quedó enredada,
Entonces, buen hombre,
Preténdeme blanca,
Preténdeme nívea,
Me quieres de espumas,
Me quieres de nácar.
Que sea azucena
sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada
Ni un rayo de luna
Filtrado me haya.
Ni una margarita
se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
Tú me quieres blanca,
Tú me quieres alba.
Tú que hubiste todas
Las copas a mano,
De frutos y mieles
Los labios morados.
Tú, que en el banquete
Cubierto de pámpanos
Dejaste las carnes
Festejando a Baco.
Tú, que en los jardines
Negros del engaño
Vestido de rojo
Corriste al estrago.
Tú que el esqueleto
Conservas intacto
No sé todavía
Por cuáles milagros,
Me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
Me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡Me pretendes alba!
Huye hacia los bosques;
Vete a la montaña;
Límpiate la boca;
Vive en las cabañas;
Toca con las manos
La tierra mojada;
Alimenta el cuerpo
Con raíz amarga;
Bebe de las rocas;
Duerme sobre escarcha;
Renueva tejidos
Con salitre y agua;
Habla con los pájaros
Y lévate al alba.
Y cuando las carnes
Te sean tornadas,
Y cuando hayas puesto
En ellas el alma
Que por las alcobas
Se quedó enredada,
Entonces, buen hombre,
Preténdeme blanca,
Preténdeme nívea,
Preténdeme casta.
De: El dulce daño (1916)
De: El dulce daño (1916)
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