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domingo, 4 de enero de 2009
La ciudad de Cuzco (Qosqo, en quechua) está ubicada en el valle del Río Huatanay, al sudeste de los Andes peruanos, a 3.400 metros sobre el nivel del mar y al sudoeste de Perú • Fue llamada el "ombligo del mundo" por los incas, ya que se constituyó en la capital del Imperio y en el centro de su orbe, cuando las migraciones desde el lago Titicaca hacia el norte unificaron las ciudades desperdigadas por toda la costa americana, desde Chile • La época de esplendor de esta ciudad fue en el siglo XV, bajo en reinado del Inca Pachakuteq, quien ordenó construir la ciudadela de Machu Picchu y debió decidir el destino de Qosqo, con la llegada de los españoles.
Apenas comenzado el nuevo año, nuestro viajero-cronista arribó desde Lima a la tierra sagrada del valle del Cuzco en un pájaro metálico, luego de una hora de vuelo dentro sus vísceras. Iba acompañado por el hermano de su compadre, un chibolo que ya sufría severos síntomas del “síndrome polocontreras”, una extraña (pero harto conocida) patología que algún día se habrá de describir, aunque dizque ya la tenían aquellos barbados españoles del siglo XV quienes, luego de meses de embarcados, comenzaban a mirarse con otros ojos, más lujuriosos aunque en apariencia siempre viriles.
A falta de templo sagrado donde agradecerle a Wiracocha por los favores del vuelo, cerca de la puerta de entrada las personas deambulaban vociferando el intercambio del nuevo dios pagano: cambio, cambio, dólares, euros, soles (los pesos no figuran ni en la B metropolitana). Una señora detuvo la marcha de ambos recién llegados, en un stand de una agencia de turismo, mientras prometía ella, autóctona, el oro y el moro a cambio de unas pocas baratijas en papel billete. El estoy mirando aquí es imposible, y estar interesado equivale a destapar un frasco de manjar blanco (lo más parecido al argento dulce de leche) en medio de una nube de moscas golosas.
Fue así como Lenin (aquí se permite como nombre de pila cualquier apelativo y, no es joda, es así como existen las Jennifer López Rodríguez, Angelina Jolie González –estoy inventando los apellidos, pero solamente porque no recuerdo los reales– los hermanitos Usmail y Usarmy Quispe Mamani –U.S. Mail y U.S. Army, y estos sí son tal cual– etc.) estaba conduciendo su taxi hacia el centro de Cusco, a un hotel de a treinta soles la noche por persona. La cosa podría haber terminado allí, pero el frasco de manjar blanco seguía abierto y la mosca de reminiscencias revolucionarias había olfateado las divisas post-muro en algún bolsillo. Luego de mostrar la habitación correspondiente (nada del otro mundo: dos camitas, una tele, un baño con agua caliente que nunca se dejará percibir) invitó a los viajeros a sentarse a una mesita recibidora, y té de coca mediante (los hoteles aquí son coca free, por el soroche, es decir, el apunamiento: todos mascan hojas de coca, de a sol el paquetón, como quien se compra pastillas Stani de miel y limón) comenzó a ofrecer diferentes alternativas de recorridos. ¿Dónde quieres ir, amigo? ¿Cuántos días estarán aquí, amigo? Todos los enunciados de Lenin concluían con el vocativo amigo, y todos implicaban un Arriba las manos, AMIGO. Una "pro forma de venta" (el único comprobante en este cosmos informal) detalló: City tour x 2, s/. 120, Bus Cusco-Ollantaytambo-Cusco x 2 + Perú Rail Ollanta-Aguas Calientes-Ollanta x 2 + Ingreso Machu x 2, Guía $360. Un garabato en el final del papel constaba como rúbrica y como marca de ausencia: no había sido incluido el ítem Bus Puno x 1 s/. 60 (aunque nuestros extáticos viajeros –el mayor de ellos, en realidad– se darían cuenta de la situación la noche del último día)
La ciudad de Cuzco fue diseñada por los antiguos arquitectos del Imperio con la forma de un puma, y es, por donde se la mire, un destilado de historia, un sancochado de civilizaciones y culturas que, cual capas geológicas expuestas, se abren a los ojos en cada paso. Por sus calles empedradas y angostas transitan autos, mototaxis, tricitaxis y personas, y los escaparates de los comercios se abren hacia abajo, horadando la tierra. No existen las “plantas bajas” en las construcciones: ya se cuentan como primer piso, y los balcones son al estilo colonial, es decir, prominencias cerradas sostenidas por vigas, en muchos caso también de madera, amuradas a la pared (cuyos bloques son, mayoritariamente, de adobe) Aquí también siempre está nublado, al menos por esta época, y son frecuentes las lloviznas al atardecer (aunque la primera noche diluvió y granizó) Los lugareños son serranos, y este estereotipo, en países de geografía binaria como el que nos ocupa, se define por oposición y contraste (ah, estructuralismo, gratos son tus postulados) con otro término: selváticos. Algún cuasi antropólogo y/o etnometodólogo de café porteño (un forro al estilo González Oro, por ejemplo) podría sintetizarlo de este modo: Lo’ de la sierra son todo’ boli y lo’ de la selva son todo’ mono’, son.
Los serranos cuzqueños tienen la piel renegrida, son chatos (petisos) y visten sus ropas típicas para la ocasión, lo que equivale a decir que pretenden recobrar sus royalties por el copyright de su imagen a cada paso (cfr. la foto final). Pululan ofreciendo objetos inverosímiles, de dudosa manufactura artesanal, acompañando su acoso con frases-muletilla: Anímate, amigo, Cómprame, Llévalo. Brown y Levinson aquí deberían reformular sus hipótesis acerca de la cortesía, puesto que es evidente que el quechua y el aymará (las dos lenguas que prevalecieron en esta zona del Imperio) contaminan las eurocéntricas formulaciones que todos más o menos conocemos y manejamos. Las mercancías en oferta sólo cambian de rubro en el pasaje De Los Procuradores, una callejuela empedrada y peatonal, de una cuadra, en la que chibolos ofrecen a viva voz, y con precio por convenir, marihuana de –aseguran, dicen– excelente calidad.
La Plaza de Armas de Cuzco habla por sí sola, con su Catedral renacentista erigida sobre la base del templo a Viracocha, y construida con bloques de piedra desgranados de la fortaleza de Sacsayhuam. El evangelizador no fue ningún boludo, y emplazó los falsos ídolos del cristianismo sobre los de los incas, como para que quedara bien en claro quién mandaba. El interior presenta frescos alegóricos de la escuela cuzqueña y ornamentos en madera labrada recubierta con pintura de oro de 22 quilates. En la cuadra lateral, también frente a la plaza, se encuentra la Iglesia de Nuestra Señora de Loreto, de los jesuitas , el think tank desde donde se justificó tanta masacre ambiciosa teñida de evangelización occidental y cristiana. En la actualidad, frente a la plaza hay, además, dos locales de comidas rápidas que, junto con la Coke, son los que mejor nos dicen cómo anda todo por estas latitudes (a nuestro viajero, pobre iluso, le ocurrió algo curioso: en cuanto llegó notó que en estas tierras existía, vigorosa, la bebida Inca Kola, dorada y dulzona. Por ideológicas razones, la adoptó como gaseosa, hasta que se enteró que el imperio de la bebida-de-la-fórmula-secreta, ante el hecho irreversible de no poder batirla según la regla 1 de las leyes de mercado, optó por la regla 2, es decir, monopolizó, comprando la marca. Desde entonces, nuestro ser en tránsito se dedica sólo al pisco)
Los cuzqueños, invadidos en aquel entonces por el hombre blanco sediento de oro y riquezas, trocaron el dorado metal por elementos poco estimados por los europeos. Hoy, sólo les queda convertir su pasado en un bussines degradado en el cual, sumidos en pobreza y explotación ya naturalizadas, mendigan algún billete o moneda a cambio de sus baratijas, puesto que hace rato que el oro (como las vaquitas) pasó a ser ajeno. Y viven, entre cámaras digitales, I-Pod, filmadoras y camionetas 4 x 4, como en aquel entonces, a años luz de las promesas civilizadoras con que los súbditos de Carlos I endulzaron sus oídos. De nada le valió al Inca Pachakuteq destruir todos los caminos de acceso al Qosqo, para que no pudiera llegar el hombre blanco.
Referencias
Foto 1) Callejuela céntrica de Cusco
Foto 2) Fachada de la Catedral de Cusco
Foto 3) Interior (hasta donde te permiten fotografiar, desde afuera) de la Catedral (nótese el oro)
Foto 4) Iglesia de la Compañía de Jesús
Foto 5) Iglesia del Triunfo (una de las iglesias auxiliares de la Catedral)
A falta de templo sagrado donde agradecerle a Wiracocha por los favores del vuelo, cerca de la puerta de entrada las personas deambulaban vociferando el intercambio del nuevo dios pagano: cambio, cambio, dólares, euros, soles (los pesos no figuran ni en la B metropolitana). Una señora detuvo la marcha de ambos recién llegados, en un stand de una agencia de turismo, mientras prometía ella, autóctona, el oro y el moro a cambio de unas pocas baratijas en papel billete. El estoy mirando aquí es imposible, y estar interesado equivale a destapar un frasco de manjar blanco (lo más parecido al argento dulce de leche) en medio de una nube de moscas golosas.
Fue así como Lenin (aquí se permite como nombre de pila cualquier apelativo y, no es joda, es así como existen las Jennifer López Rodríguez, Angelina Jolie González –estoy inventando los apellidos, pero solamente porque no recuerdo los reales– los hermanitos Usmail y Usarmy Quispe Mamani –U.S. Mail y U.S. Army, y estos sí son tal cual– etc.) estaba conduciendo su taxi hacia el centro de Cusco, a un hotel de a treinta soles la noche por persona. La cosa podría haber terminado allí, pero el frasco de manjar blanco seguía abierto y la mosca de reminiscencias revolucionarias había olfateado las divisas post-muro en algún bolsillo. Luego de mostrar la habitación correspondiente (nada del otro mundo: dos camitas, una tele, un baño con agua caliente que nunca se dejará percibir) invitó a los viajeros a sentarse a una mesita recibidora, y té de coca mediante (los hoteles aquí son coca free, por el soroche, es decir, el apunamiento: todos mascan hojas de coca, de a sol el paquetón, como quien se compra pastillas Stani de miel y limón) comenzó a ofrecer diferentes alternativas de recorridos. ¿Dónde quieres ir, amigo? ¿Cuántos días estarán aquí, amigo? Todos los enunciados de Lenin concluían con el vocativo amigo, y todos implicaban un Arriba las manos, AMIGO. Una "pro forma de venta" (el único comprobante en este cosmos informal) detalló: City tour x 2, s/. 120, Bus Cusco-Ollantaytambo-Cusco x 2 + Perú Rail Ollanta-Aguas Calientes-Ollanta x 2 + Ingreso Machu x 2, Guía $360. Un garabato en el final del papel constaba como rúbrica y como marca de ausencia: no había sido incluido el ítem Bus Puno x 1 s/. 60 (aunque nuestros extáticos viajeros –el mayor de ellos, en realidad– se darían cuenta de la situación la noche del último día)
La ciudad de Cuzco fue diseñada por los antiguos arquitectos del Imperio con la forma de un puma, y es, por donde se la mire, un destilado de historia, un sancochado de civilizaciones y culturas que, cual capas geológicas expuestas, se abren a los ojos en cada paso. Por sus calles empedradas y angostas transitan autos, mototaxis, tricitaxis y personas, y los escaparates de los comercios se abren hacia abajo, horadando la tierra. No existen las “plantas bajas” en las construcciones: ya se cuentan como primer piso, y los balcones son al estilo colonial, es decir, prominencias cerradas sostenidas por vigas, en muchos caso también de madera, amuradas a la pared (cuyos bloques son, mayoritariamente, de adobe) Aquí también siempre está nublado, al menos por esta época, y son frecuentes las lloviznas al atardecer (aunque la primera noche diluvió y granizó) Los lugareños son serranos, y este estereotipo, en países de geografía binaria como el que nos ocupa, se define por oposición y contraste (ah, estructuralismo, gratos son tus postulados) con otro término: selváticos. Algún cuasi antropólogo y/o etnometodólogo de café porteño (un forro al estilo González Oro, por ejemplo) podría sintetizarlo de este modo: Lo’ de la sierra son todo’ boli y lo’ de la selva son todo’ mono’, son.
Los serranos cuzqueños tienen la piel renegrida, son chatos (petisos) y visten sus ropas típicas para la ocasión, lo que equivale a decir que pretenden recobrar sus royalties por el copyright de su imagen a cada paso (cfr. la foto final). Pululan ofreciendo objetos inverosímiles, de dudosa manufactura artesanal, acompañando su acoso con frases-muletilla: Anímate, amigo, Cómprame, Llévalo. Brown y Levinson aquí deberían reformular sus hipótesis acerca de la cortesía, puesto que es evidente que el quechua y el aymará (las dos lenguas que prevalecieron en esta zona del Imperio) contaminan las eurocéntricas formulaciones que todos más o menos conocemos y manejamos. Las mercancías en oferta sólo cambian de rubro en el pasaje De Los Procuradores, una callejuela empedrada y peatonal, de una cuadra, en la que chibolos ofrecen a viva voz, y con precio por convenir, marihuana de –aseguran, dicen– excelente calidad.
La Plaza de Armas de Cuzco habla por sí sola, con su Catedral renacentista erigida sobre la base del templo a Viracocha, y construida con bloques de piedra desgranados de la fortaleza de Sacsayhuam. El evangelizador no fue ningún boludo, y emplazó los falsos ídolos del cristianismo sobre los de los incas, como para que quedara bien en claro quién mandaba. El interior presenta frescos alegóricos de la escuela cuzqueña y ornamentos en madera labrada recubierta con pintura de oro de 22 quilates. En la cuadra lateral, también frente a la plaza, se encuentra la Iglesia de Nuestra Señora de Loreto, de los jesuitas , el think tank desde donde se justificó tanta masacre ambiciosa teñida de evangelización occidental y cristiana. En la actualidad, frente a la plaza hay, además, dos locales de comidas rápidas que, junto con la Coke, son los que mejor nos dicen cómo anda todo por estas latitudes (a nuestro viajero, pobre iluso, le ocurrió algo curioso: en cuanto llegó notó que en estas tierras existía, vigorosa, la bebida Inca Kola, dorada y dulzona. Por ideológicas razones, la adoptó como gaseosa, hasta que se enteró que el imperio de la bebida-de-la-fórmula-secreta, ante el hecho irreversible de no poder batirla según la regla 1 de las leyes de mercado, optó por la regla 2, es decir, monopolizó, comprando la marca. Desde entonces, nuestro ser en tránsito se dedica sólo al pisco)
Los cuzqueños, invadidos en aquel entonces por el hombre blanco sediento de oro y riquezas, trocaron el dorado metal por elementos poco estimados por los europeos. Hoy, sólo les queda convertir su pasado en un bussines degradado en el cual, sumidos en pobreza y explotación ya naturalizadas, mendigan algún billete o moneda a cambio de sus baratijas, puesto que hace rato que el oro (como las vaquitas) pasó a ser ajeno. Y viven, entre cámaras digitales, I-Pod, filmadoras y camionetas 4 x 4, como en aquel entonces, a años luz de las promesas civilizadoras con que los súbditos de Carlos I endulzaron sus oídos. De nada le valió al Inca Pachakuteq destruir todos los caminos de acceso al Qosqo, para que no pudiera llegar el hombre blanco.
Referencias
Foto 1) Callejuela céntrica de Cusco
Foto 2) Fachada de la Catedral de Cusco
Foto 3) Interior (hasta donde te permiten fotografiar, desde afuera) de la Catedral (nótese el oro)
Foto 4) Iglesia de la Compañía de Jesús
Foto 5) Iglesia del Triunfo (una de las iglesias auxiliares de la Catedral)
Etiquetas de esta entrada: Biografía polifónica
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