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martes, 6 de enero de 2009

Los hombres rata

La vida de los hombres rata no es como la de los seres de la superficie sino monótona y fútil. Por vivir en las profundidades, se han habituado a las alcantarillas de sus mentes como los hombres de arriba al calor. Aunque estos no festejan cada mañana el nacimiento de los soles, aquellos celebran alborotadamente cuando un rayo de luz se cuela entre una grieta de la tierra reseca que los aloja y protege.

Truecan tubérculos variados para la subsistencia, por gusto de sentir los ajenos placeres del comercio, pero si no tienen qué intercambiar se regalan unos a otros los alimentos, puesto que en definitiva la comida pertenece a la tierra y todos son, ante ella, arteros ladrones que no pueden reclamar derecho a propiedad alguno.

Los de arriba, que por eso son dueños del suelo y del cielo, de los mares y del aire, ingresan en las profundidades enseñoreándose, y aún hoy se llevan los fragmentos que brillan, y a veces incluso capturan a alguna mujer rata o algún niño rata, quienes jamás regresan. En cada ocasión, los de arriba, que dominan con sus manos los fuegos de los soles y las piedras que vuelan velocísimas, dejan, para que se los venere (es decir, se les tema), pestes y maldiciones que diezman a los hombres subterráneos aunque se escondan en las entrañas mismas de la tierra.

Así como los de arriba se saben producto de la creación, los de abajo se asumieron en tiempos antiguos como la defección de los dioses, propios y ajenos, y en ese orden de cosas han vivido desde que recuerdan. Por ello, jamás habrán de rebelarse y se contentan con inocuas escaramuzas, tales como tallar la historia de su sumisión en las rocas subterráneas que nadie, nunca, leerá.

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