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sábado, 24 de mayo de 2008
María Esther Duffau (a) Raulito falleció hace unos días • Morir es algo usual, pero en este caso quiero escribir acerca de protorreflexiones que me provoca esta muerte • Otro post que estaba en borrador y ahora, que empiezo a tener mis pocos tiempos libres habituales, aparece por acá
Raulito es un chico pobre, fanático de Boca Juniors, en los sesenta. No es genéticamente un nene, pero social y culturalmente sabe e intuye que ser mujer es (o puede ser) algo terrible. O que no quiere ser mujer, sencillamente. Por eso se viste y actúa como hombrecito.
Una novela televisiva, primero, y una película muy exitosa en los '70, después, se basaron en la vida de Raulito (nacido como María Esther Duffau) para encarar, creo que por primera vez de modo central, la temática homosexual (y travesti) en nuestro país. Poco después, la dictadura prohibió este film, lesivo al ser nacional, occidental y cristiano, y persiguió a sus actores, que se exiliaron fundamentalmente en España, donde inclusive se rodó una segunda parte.
Como se sabe, la liberación sexual de los '60 no llegó a las minorías, es decir que debería hablarse de una liberación sexual heterosexual, ya que se siguió impugnando las prácticas aberrantes (homosexuales, bisexuales, etc.) aunque, con esa hipocresía que sienta tan bien, muchos de los partidarios de la pureza sexual fuesen, puertas adentro, unas locas o unas tortas de atar...
Raulito era, precisando los conceptos, lesbiana. Un hombre encerrado en el cuerpo de una mujer, podríamos parafrasear. La película presenta esta cuestión en tensión con otra, tranquilizadora: la patología. Raulito es un ser socialmente inquietante, anormal, a quien el Estado, vía fuerzas represivas, judiciales, médicas, intenta rescatar, recuperar: enderezar. Lautaro Murúa, el director, no parece tomar partido en esta tensión, aunque se esmera por mostrar el lado humano de todo esto: una mujer-hombre que sufre por su condición, a la que se suma otra: ser pobre. Excluido materialmente de la sociedad, doble huella de la exclusión, Raulito vive en la calle, en el margen de su sexualidad y de su sociedad. No hay vida feliz para Raulito en la película, que recorta y estetiza la adolescencia-juventud de María Esther: una especie de melodrama sin héroe, ni heroína, una especie de tragedia griega (en la tragedia, sabemos, el asunto siempre apunta a las acciones que lleva el héroe trágico para cambiar su destino, siempre sin éxito) en Argentina, en los '70 (donde, obviamente, Ni Zeus ni Afrodita ni ningún otro dios intervino).
La película no pudo salirse de su contexto, sus condiciones de posibilidad: ya desde el título se coloca ambiguamente respecto de su tema ("la" Raulito no es "la": su elección fue haber sido "Raulito", a secas: el "la" es el plus que connota el estigma social); queriendo mostrar el lado humano, no pudo sino presentarlo desde el melodrama, la apelación fácil, la tragedia permanente. Queriendo humanizar a la lesbiana, no pudo resolver la tensión entre orientación sexual y patología. Sin embargo, tuvo el mérito de animarse a presentar (de un modo menos ingenuo y menos esquemático que el bodrio Adiós, Roberto... la película con que, década y pico después, el cine retomaría la cuestión homosexual) una historia no-convencional, interpelar a su sociedad respecto de sus límites, sus márgenes, sus prejuicios, sus ocultaciones.
Es imperdible el magnífico trabajo de Marilina Ross, quien logró en esta cinta su mejor actuación, su más compenetrado papel, su más consustanciada composición. Y más elogioso es, todavía, el hecho de que una mítica lesbiana ("mítica" = supuesta: el runrún social se regodea con estas cosas, y de última qué carajo nos importa, supongo) se banque que el pacato público la homologue, de por vida, con un personaje de una ficción (una película lo es) pero con anclaje real (se sabía quién era María Esther). Algo que siempre los actores se encargan de recalcar: no soy puto, che, hice esa película pero soy bien machito (A buscar en archivo qué declararon Calvo y Laplace, acá, después de su película o Gyllenhaal y el fallecido Ledger, luego de Brockeback Mountain)
A quien corresponda: mi más sentido pésame.
Una novela televisiva, primero, y una película muy exitosa en los '70, después, se basaron en la vida de Raulito (nacido como María Esther Duffau) para encarar, creo que por primera vez de modo central, la temática homosexual (y travesti) en nuestro país. Poco después, la dictadura prohibió este film, lesivo al ser nacional, occidental y cristiano, y persiguió a sus actores, que se exiliaron fundamentalmente en España, donde inclusive se rodó una segunda parte.
Como se sabe, la liberación sexual de los '60 no llegó a las minorías, es decir que debería hablarse de una liberación sexual heterosexual, ya que se siguió impugnando las prácticas aberrantes (homosexuales, bisexuales, etc.) aunque, con esa hipocresía que sienta tan bien, muchos de los partidarios de la pureza sexual fuesen, puertas adentro, unas locas o unas tortas de atar...
Raulito era, precisando los conceptos, lesbiana. Un hombre encerrado en el cuerpo de una mujer, podríamos parafrasear. La película presenta esta cuestión en tensión con otra, tranquilizadora: la patología. Raulito es un ser socialmente inquietante, anormal, a quien el Estado, vía fuerzas represivas, judiciales, médicas, intenta rescatar, recuperar: enderezar. Lautaro Murúa, el director, no parece tomar partido en esta tensión, aunque se esmera por mostrar el lado humano de todo esto: una mujer-hombre que sufre por su condición, a la que se suma otra: ser pobre. Excluido materialmente de la sociedad, doble huella de la exclusión, Raulito vive en la calle, en el margen de su sexualidad y de su sociedad. No hay vida feliz para Raulito en la película, que recorta y estetiza la adolescencia-juventud de María Esther: una especie de melodrama sin héroe, ni heroína, una especie de tragedia griega (en la tragedia, sabemos, el asunto siempre apunta a las acciones que lleva el héroe trágico para cambiar su destino, siempre sin éxito) en Argentina, en los '70 (donde, obviamente, Ni Zeus ni Afrodita ni ningún otro dios intervino).
La película no pudo salirse de su contexto, sus condiciones de posibilidad: ya desde el título se coloca ambiguamente respecto de su tema ("la" Raulito no es "la": su elección fue haber sido "Raulito", a secas: el "la" es el plus que connota el estigma social); queriendo mostrar el lado humano, no pudo sino presentarlo desde el melodrama, la apelación fácil, la tragedia permanente. Queriendo humanizar a la lesbiana, no pudo resolver la tensión entre orientación sexual y patología. Sin embargo, tuvo el mérito de animarse a presentar (de un modo menos ingenuo y menos esquemático que el bodrio Adiós, Roberto... la película con que, década y pico después, el cine retomaría la cuestión homosexual) una historia no-convencional, interpelar a su sociedad respecto de sus límites, sus márgenes, sus prejuicios, sus ocultaciones.
Es imperdible el magnífico trabajo de Marilina Ross, quien logró en esta cinta su mejor actuación, su más compenetrado papel, su más consustanciada composición. Y más elogioso es, todavía, el hecho de que una mítica lesbiana ("mítica" = supuesta: el runrún social se regodea con estas cosas, y de última qué carajo nos importa, supongo) se banque que el pacato público la homologue, de por vida, con un personaje de una ficción (una película lo es) pero con anclaje real (se sabía quién era María Esther). Algo que siempre los actores se encargan de recalcar: no soy puto, che, hice esa película pero soy bien machito (A buscar en archivo qué declararon Calvo y Laplace, acá, después de su película o Gyllenhaal y el fallecido Ledger, luego de Brockeback Mountain)
A quien corresponda: mi más sentido pésame.
Raulito con su inseparable amiga, "La Mami" (FUENTE)
Etiquetas de esta entrada: Noticias de ayer
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