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jueves, 9 de octubre de 2008
El derrotero estético (otra cosa es el político) de Lugones marca, en buena medida, las posibilidades e imposibilidades del canon poético argentino a principios del siglo XX: siendo "lo nuevo" el modernismo rubendariano, el joven Lugones adscribió a él con Las montañas del oro (1897) para coronar esta etapa con Los crepúsculos del jardín (1905), libro que abrevó en la versión decadentista de este movimiento literario. Para esta época, Lugones ya era reconocido y saludado por la generación de escritores anterior, y es aquí donde decide redoblar la apuesta: Lunario sentimental (1909) es el siguiente libro que, visto desde nuestra perspectiva, abrió las puertas a la literatura que luego vendría y, en particular, a Borges (como éste mismo le reconociera a Lugones, en el prólogo a El hacedor): un libro que no se deja clasificar (incluye poesías, relatos, teatro); que incorpora lo chabacano, el feísmo como material; que neologiza y barbariza; para estupor de los académicos; y que experimenta salirse del corsé de la métrica, y extrema la rima como recurso. Ni el mismo Rubén Darío se animó a tanto, ni antes ni después, y sólo la generación literaria siguiente (el grupo Martín Fierro, básicamente) podría avanzar desde donde Lugones dejó la experimentación. Los libros que siguen encauzan, desde el canon, los límites del modernismo, ya reciclado en sencillismo, hasta terminar en el clasicismo de los Romances del Río Seco (1938), en una especie de contraprograma conservador frente a las afrentas ultraístas porteñas (de las que el "parnaso satírico" de Martín Fierro son solo una pequeña muestra).
La poesía que sigue pertenece a El libro de los paisajes (1917), obra que actúa como intercesión entre la etapa modernista-costumbrista y la clásica-conservadora del final de Lugones. En "Salmo pluvial" está presente el vigor poético lugoniano, que conjuga la maestría léxica con la precisión del detalle y el virtuosismo técnico-retórico.
"Salmo pluvial" es la descripción dinámica de una tormenta en la pampa. Ese es el asunto, que aparece tanto en la "anécdota", en el contenido del poema, como en su forma. La profusión de sinestesias y aliteraciones van construyendo, desde los sentidos, los diferentes estados de la tormenta, así como la distribución de los aspectos verbales van marcando la definición/indefinición del proceso, hasta llegar a la "plenitud", cuando las oraciones unimembres presentan un puro transcurrir, un éxtasis sin evento verbal. Para ello, en la "calma" las cosas han estado reacomodándose, los estados se subyugan mutuamente, y esto queda reflejado en la métrica de los alejandrinos compuestos, en los cuales cada hemistiquio esdrújulo se complementa con el agudo siguiente (produciendo, en el ritmo, un vaivén en el que lo que "empuja" o "sobresale" aquí es "empujado" o "falta" allí)
Si todo esto te resultó maravillosamente difícil de entender, podríamos armar un día algún canal IRC y chateamos sobre métrica ;)
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Salmo Pluvial
Tormenta
Érase una caverna de agua sombría el cielo;
el trueno, a la distancia, radaba su peñón;
y una remota brisa de conturbado vuelo,
se acidulaba en tenue frescura de limón.
Como caliente polen exhaló el campo seco
un relente de trébol lo que empezó a llover.
Bajo la lenta sombra, colgada en denso fleco,
se vio el caudal con vívidos azules florecer.
Una fulmínea verga rompió el aire al soslayo;
sobre la tierra atónita cruzó un pavor mortal;
y el firmamento entero se derrumbó en un rayo,
como un inmenso techo de hierro y de cristal.
Lluvia
Y un mimbreral vibrante fue el chubasco resuelto
que plantaba sus líquidas varillas al trasluz,
o en pajonales de agua se espesaba revuelto,
descerrajando al paso su pródigo arcabuz.
Saltó la alegre lluvia por taludes y cauces,
descolgó del tejado sonoro caracol;
y luego, allá a lo lejos, se desnudó en los sauces,
transparente y dorada bajo un rayo de sol.
Calma
Delicia de los árboles que abrevó el aguacero.
Delicia de los gárrulos raudales en desliz.
Cristalina delicia del trino del jilguero.
Delicia serenísima de la tarde feliz.
Plenitud
El cerro azul estaba fragante de romero,
y en los profundos campos silbaba la perdiz.
Etiquetas de esta entrada: Textos Recogidos
Este regalo poético de Lugones, empecé a saborearlo en mi texto e gramática española de Amado Alonso y Pedro Enriques Ureña hace casi 70 años, todavía se refresca mi corazón al mojarme bajo este aguacero aromado de todo lo bello que la imaginación de Lugones nos regaló
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